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Todos los días del año tienen un 11 de septiembre

Fuentes: La Jornada

No voy hablar de la muerte injusta, traumática que deja sin aliento y sobrecoge, propia del terrorismo primitivo. Pero tampoco quiero olvidar el maniqueísmo a la hora de conceptualizar el terrorismo. Recordemos la cantidad de organizaciones consideradas terroristas que posteriormente han jugado un papel destacado en los procesos de paz en sus respectivos países. Baste […]

No voy hablar de la muerte injusta, traumática que deja sin aliento y sobrecoge, propia del terrorismo primitivo. Pero tampoco quiero olvidar el maniqueísmo a la hora de conceptualizar el terrorismo. Recordemos la cantidad de organizaciones consideradas terroristas que posteriormente han jugado un papel destacado en los procesos de paz en sus respectivos países. Baste recordar el caso del FMLN en El Salvador. Las historias son múltiples y los ejemplos variados. Irlanda, Guatemala, Argentina, Italia o España. La calificación de organización terrorista es aleatoria y esta sometida a juicio político no exento de arbitrariedad ideológica por parte de los gobiernos de turno. Por ello es necesario separar la definición de lo que podemos considerar un acto terrorista realizado desde cualquier estructura del orden societal. Su característica diferencial: el uso irracional de la violencia.

Ahora quisiera fijar la atención en una particularidad, motivo de este artículo. Llamo la atención a un elemento presente en el acto terrorista y que creo comparten otras acciones políticas consideradas legítimas, y que a mi juicio pueden ser catalogadas igualmente de actos de terrorismo en su vertiente política, económica, social o simplemente terrorismo de lesa humanidad. Acciones siniestras que pueden ocasionar la muerte o dejar secuelas psíquicas irreversibles. Aunque si se establecen las mediaciones oportunas se pierden los orígenes del problema. Estrategia utilizada por los Nazis en los campos de exterminios. La administración transformaba las personas en números y con ello nadie mataba a personas , solo se procedía a clasificar expedientes, nadie llevaba a nadie a las cámaras de gas.

Weber, aquel buen sociólogo siempre condicionado por Marx a la hora de explicar el desarrollo del capitalismo, tuvo claro las distancias que separaban el uso de la violencia irracional, terrorismo, de su uso racional, donde la violencia se transforma en competencia: Adebe entenderse que una relación es de lucha cuando la acción se orienta por el propósito de imponer la propia voluntad contra la resistencia de la otra u otra parte. Se denominan pacíficos aquellos medios de lucha en donde no hay violencia física efectiva. La lucha «pacífica» llamase «competencia» cuando se trata de la adquisición formalmente pacífica de un poder de disposición propio sobre probabilidades deseadas también por otros.

En otras palabras, el terrorismo explica actos descarnados de violencia física irracional. Hoy, la violencia de género, se conceptualiza como terrorismo doméstico. Pero no olvidemos que Weber reservó al Estado el uso legitimo y monopólico de la violencia racional e irracional, abriendo las puertas a la práctica del terrorismo en su forma institucional, al menos, sociológicamente hablando. El problema se torna difícil, si no queremos caer en la vulgaridad del «terrorismo de Estado».

No resulta fácil adscribir el calificativo de actos terroristas cuando hablamos de violación de los derechos humanos prácticados de facto o cuando se despiden a miles de trabajadores por políticas económicas de reconversión industrial realizadas por gobiernos legítimos. Tiranos o Presidentes electos esconden su arbitrariedad aplicando la razón de Estado. Teacher, Reagan, Pinochet, Duvalier, Putin, Bush, Blair, González, Aznar representan variantes de lo dicho. Todos, en algún momento, han ejercido o ejercen la violencia física como solución a problemas políticos provocando la muerte y causando secuelas psíquicas irreversibles a miles de personas. Aunque ellos no lo crean, en términos relativos poco diferencias hay entre aplicar la doctrina de la seguridad nacional, la razón de estado o las guerras preventivas y de baja intensidad. El objetivo es el mismo: matar al enemigo interno.

Analicemos por un momento decisiones políticas, hechos cotidianos, donde la violencia irracional ejercida contra las personas suele camuflarse, haciendonos pensar que no existe. Sin el miedo pánico, antesala y cuna del terrorismo social, no hay razón para pensar en vínculos directos entre políticas económicas y actos terroristas. ¿Qué tienen en común los atentados de las Torres gemelas el 11 de septiembre de 2001 o el 11 de marzo de 2004 en Madrid y el 11 de septiembre de 1973 en Chile, con la firma solemne en consejo de ministros de promover el despido libre, de privatizar el acceso a la salud y la atención medica.? ¿Qué semejanza guardan con reducir el servicio de prestaciones sociales?. La respuesta: el desprecio a la vida y la dignidad humana. En todos ellos, el común denominador ejercer la violencia irracional hasta el extremo de causar la muerte o daños irreversibles. Niños en los hospitales se mueren porque un ministro con nombre y apellido firmo una ley donde la atención primaria dejo de ser prioritaria y no hay medicamentos. En beneficio del déficit cero ese niño murió. ¿Quién es el responsable? Un padre fue despedido porque el despido libre permite al empresario con nombre y apellido, Romo o Slim, por ejemplo, reducir plantilla y para ello conto con sus amigos en el gobierno. El hombre, con mas de cincuenta años, sin grandes opciones, con depresión, se suicidó. Deja cinco hijos , le quitan su casa y desde luego nadie es responsable. Así, podríamos seguir, con actos de violencia irracional, terrorismo social, ejercido por individuos que se sienten libres de responsabilidades porque según ellos no hay nada que les una a semejantes historias de vida. Todos los días, gobiernos ejercen una violencia irracional, un terrorismo de lesa humanidad. Son miles, cientos de miles, las personas que sufren su particular once de septiembre , solo que los viven en silencio. Por nuestra parte, nos hemos acostumbrado al terrorismo espectáculo cuyas víctimas saltan por los aires ante las cámaras de televisión. Las procedentes de la economía de mercado, hace ya mucho tiempo que han dejado de ser víctimas del terrorismo social y económico y político. Estas categorías se muestran subversivas si se trata de criticar el orden realmente existente. Llamar terroristas a banqueros, empresarios y gobernantes es hoy por hoy una verdad ética, aunque muchos prefieran seguir el camino de sus intereses y negar esta evidencia. Cada uno con su conciencia.