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Cortázar, 35 años después

Todos los fuegos de un escritor personal y comprometido

Fuentes: Infobae

El 12 de febrero de 1984 murió en París, cuando aún no había cumplido los 70 años. Su obra fue clave para el llamado «boom latinoamericano» y sus cuentos siguen siendo para muchos una fabulosa puerta de entrada a la literatura. En el último tramo de su vida estuvo vinculado a los procesos revolucionarios de la región. Retrato de un escritor influyente y comprometido, que jugó con la lengua hasta acuñar un estilo singular, sugerente e invencible

Un metro noventa y tres, rasgos perpetuamente juveniles, voz profunda y cavernosa, el jopo prolijamente desarreglado, los ojos firmes y esa erre resbaladiza. A veces, la barba, el cigarrillo o la pipa. Julio Cortázar (1914-1984) no envejecía, su cara se burlaba del paso del tiempo. Con su adhesión a los regímenes revolucionarios latinoamericanos surgió, conveniente y sorpresivamente, una barba tupida (se le atribuye a un efecto secundario de un tratamiento hormonal) que llegó para esconder todo síntoma de vejez. Esa es la imagen de Cortázar que permanece en el inconsciente colectivo. Y también permanecen, invencibles, muchos de sus cuentos y la pasión que desató en varias generaciones de lectores.

La erre arrastrada era fruto de su infancia y de la época. Cuando se popularizaron los discos de escritores leyendo sus obras a mediados de los sesenta (mérito de Héctor Yánover), se desató una pequeña ola de indignación en Argentina por la pronunciación de Cortázar. Aunque esa lectura de Torito es memorable, varios argentinos, en un usual ataque de chauvinismo, lo atacaron por su acento francés. Cortázar tuvo que explicar que por su nacimiento en Bruselas, su primera lengua fue el francés y que la foniatría en la época no era una ciencia a la que se le prestara demasiada atención, por lo que esas erres difusas lo acompañaron toda la vida. Las críticas, las quejas eran ridículas: ¿qué más argentino (hasta porteño se podría decir) que la historia de Justo Suárez, el Torito de Mataderos?

Fue profesor en colegios secundarios y en la universidad. Mientras tanto, escribía. Algunos cuentos y unos poemas. Su primer libro de poemas tuvo una edición familiar de tan sólo 250 ejemplares. Luego de lograr que apareciera un primer cuento, Bruja , en la revista Correo Literario, Jorge Luis Borges le publicó Casa Tomada , el cuento que siempre se leyó como metáfora del peronismo, en Anales de Buenos Aires. Después vendría el volumen de cuentos Bestiario, que apareció en simultáneo con su partida a París. La mayor parte de la edición terminó arrumbada por años en algún sótano de editorial Sudamericana. Se vendieron menos de 100 ejemplares en ese entonces.

En París realizó diversos trabajos junto a Aurora Bernárdez, su esposa entonces. No quería dar clases. Ya lo había hecho en Buenos Aires y en Mendoza y no deseaba que su energía se fuera en ello. Necesitaba tiempo para escribir. Ése era su objetivo principal, para eso estaba allí. Pero también había que subsistir. Una de sus primeras ocupaciones fue como empleado en una exportadora de libros. Él sólo armaba los paquetes que serían enviados: «Me lastimaba mucho las manos pero me dejaba la cabeza libre para pensar. Y muchos de los cuentos que escribí en esa época fueron probablemente imaginados mientras hacía paquetes para ganarme la vida», recordó en alguna entrevista. También fue traductor de Defoe, Chesterton, Gide y de Las Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. Pero su obra mayor como traductor fue la de las obras completas de Edgar Allan Poe que publicó la Universidad de Puerto Rico; las versiones de los cuentos de Poe que en la actualidad se leen en castellano son las de Cortázar.

Su principal trabajo parisino, -no pudo vivir de la literatura hasta que no cumplió los sesenta, pese a que su éxito se extendía por el mundo- fue como traductor de la Unesco. Era conocido por su generosidad con los noveles escritores sudamericanos. Leía sus novelas, hacía devoluciones escuetas pero sinceras y trataba de ayudarlos a abrirse paso. Sus cartas, largas, prolíficas, elocuentes, editadas hace unos años, dan cuenta de sus días en Francia, de su pasión por la amistad y la literatura, de su gusto por el jazz y el boxeo, de sus amores y hasta de sus manías (en una carta al editor Paco Porrúa le expresa que quedó muy conforme con la edición del sello Minotauro de Historias de Cronopios y Famas pero se queja porque en el lomo aparece como «J. Cortázar»; le dice a su amigo y editor que el lomo en realidad es la cara del libro, porque eso es lo que se verá en la biblioteca y que su nombre debió haberse consignado completo).

Con la publicación de su segundo libro de cuentos, Final del Juego, la situación cambió. Su nombre se empezó a conocer más allá de los circuitos intelectuales. Llegaron las ventas y el prestigio. Luego, en 1963, vendría la explosión. Rayuela, Hopscotch, Himmel und Hölle, Marelle, Il gioco del mondo, Paradis, Sotron, O jogo da Amarelinh, Hoppa Hage.

Rayuela llevó a Cortázar a todo el mundo. La contranovela como la llamó él. Su propio Boom. Una novela que venía con guía de lectura, el Elige tu propia aventura de una generación. La posibilidad de varias líneas de lectura. La historia de La Maga y de Oliveira. Una prosa poética, algo alambicada, que se resintió con el paso del tiempo.

Se suele decir que Cortázar es un escritor iniciático, alguien destinado a lecturas juveniles, adolescentes. Esto se lo suele contemplar como un demérito. Nada de eso. ¿Qué mayor virtud que incitar a la lectura a los jóvenes? Introducirlos a un mundo fascinante e imperecedero. Si sólo ese fuera su mérito, sería enorme. Una virtud invencible. Una proeza seguir logrando, 35 años después de su muerte algo que sus detractores, vivos, jamás conseguirán. Otra imputación que sufre la obra de Cortázar es que sufrió un envejecimiento prematuro. Puede ser cierto en lo que se refiere a sus novelas. Es más, algunas ya nacieron con inconvenientes que, en su momento, la fama, las ventas y el prestigio impidieron ver. El Cortázar inmortal, el que superará el paso del tiempo y las mezquindades, será el cuentista.

Sus cuentos, al menos dos decenas de ellos, se cuentan entre los mejores exponentes del género en castellano. El perseguidor, Torito, las Babas del diablo, Circe , entre otros. No muchos escritores pueden ostentar una seguidilla como la de sus cuatro primeros libros de cuentos: Bestiario, Final del juego, Las armas secretas, Todos los fuegos el fuego . Sus obras de misceláneas, de collages y textos híbridos, que transitan las fronteras de los géneros, como La vuelta al día en ochenta mundos y Último Round , también han resistido el paso de los años.

Aurora Bernárdez fue uno de sus grandes amores y el más consecuente. Delicada, dedicada, inteligente, elegante, hábil traductora. Fue albacea de la obra de Julio hasta su muerte, en 2014. Su apoyo fue vital para que Cortázar pudiera desarrollar su obra. Mario Vargas Llosa escribió alguna vez sobre la pareja Cortázar-Bernárdez: «La perfecta complicidad, la secreta inteligencia que parecía unirlos era algo que yo admiraba y envidiaba en la pareja tanto como su simpatía, su compromiso con la literatura y su generosidad para con todo el mundo. Nunca dejó de maravillarme el espectáculo que significaba oír conversar y ver a Aurora y a Julio en tándem. Todos los demás parecíamos sobrar».

Con la fama (mundial), llegaron otras mujeres, la barba y la separación. Uno de sus biógrafos describió al Cortázar de mediados de los sesenta y los setenta como un «depredador». Luego de Aurora, llegó a su vida Ugné Karvelis, una editora de Gallimard y escritora lituana, de belleza de afiche y fuerte personalidad, sofisticada y alcohólica. La relación fue tempestuosa, con intentos de mantener vínculos abiertos pero envenenada por los celos. Muchos sostienen que Ugné fue indispensable influencia en el proceso de politización de Cortázar.

Su última pareja fue la fotógrafa norteamericana Carol Dunlop. Vivieron un amor fulminante e intenso pese a la diferencia de edad. Ella era 32 años menor. Doblar en edad a Carol no pareció afectar a Julio. Una vez más, lo rejuveneció. Viajaron por todo el mundo, defendieron con ardor diversas causas políticas (en especial la del sandinismo en Nicaragua) y escribieron a cuatro manos. Se casaron tres años después de iniciar la convivencia. Cortázar quiso protegerla para el futuro y facilitarse también el momento en que vivían. Pensó que él moriría primero. La familia se completaba con Franelle (Franela), un pequeño gato. Los gatos eran animales totémicos para él, lo buscaban todo el tiempo. La muerte de Franelle a principios del 82 fue un mal presagio. En el lapso de un año se irían los tres.

Los Autonatas de la Cosmopista es el libro, escrito en colaboración por Julio y Carol, que narra el periplo de la pareja por la autopista París-Marsella. Pero Carol no llegó a verlo publicado, ni siquiera a terminar de escribirlo. Al regreso de un viaje a Managua comenzó a sentirse mal. La desmejora fue progresiva y fulminante. En menos de dos meses Carol murió dejando a Julio devastado y sin explicaciones. En la agonía de Carol lo acompañó Aurora. Menos de un año y medio después, quien enfermó fue Cortázar. Infecciones varias, debilidad, pérdida abrupta de peso (síntomas similares a los de Carol). Nuevamente, Aurora Bernárdez apareció. Se mudó a su departamento, le cocinó, ordenó sus papeles, habló con los médicos, arregló cuentas con los editores.

El 12 de febrero de 1984, en París, poco antes de cumplir setenta años, Julio Cortázar murió en París. La causa oficial que se adujo fue leucemia, aunque el diagnóstico nunca estuvo claro. Miguel Dalmau y Cristina Peri Rossi en los últimos años mencionaron el sida como posible causa del deceso. Una enfermedad que todavía no estaba diagnosticada, que podría haber tenido origen en unas transfusiones que el escritor recibió tras una hemorragia estomacal. Las bajas defensas, las infecciones generalizadas, el descalabro en el sistema autoinmune, el desconcierto de los médicos y las similares circunstancias en la enfermedad de Carol son indicios que abonan esta teoría. Carol, Aurora y Julio descansan juntos en una tumba compartida en el cementerio de Montparnasse.

La relación de Cortázar con Argentina fue fluctuante, pasional y contradictoria. «Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking,/ vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga,/ tercera posición, energía nuclear, justicialismo, vacas,/ tango, coraje, puños, viveza y elegancia. (…) Pero te quiero, país de barro…», escribió en su poema La Patria . Emigró a París en 1951. Las causas de este traslado, como sucede la mayoría de las veces, son múltiples, complementarias y hasta contradictorias. París era visto como la meca de los escritores, el centro del mundo, el lugar desde donde se podía crear con libertad. A eso hay que sumarle haber obtenido una oportuna beca y lo que él consideraba como el clima opresivo del peronismo de la época.

Cortázar había escrito El examen (breve novela que luego tuvo edición póstuma) y sólo la habían leído amigos cercanos. Él consideraba que el ambiente de época no permitía su publicación. Desde su partida regresó con regularidad al país, cada dos años, y se quedaba entre dos o tres meses en cada visita, acompañando a su madre y poniéndose en contacto con sus amigos. Esta frecuencia se interrumpió en 1973, tras un nuevo triunfo del peronismo. A fines de 1974 su condición de emigrado mutó a la de exiliado. Recibió amenazas de la Triple A en la que le avisaban que lo matarían en caso de que se le ocurriera volver al país. Luego, su oposición a la Dictadura Militar fue franca y pública. Ayudó a exiliados, participó de comités, donó ganancias y escribió decenas de artículos aprovechando la popularidad de su nombre. Esos artículos -luego compilados en Argentina, años de alambradas culturales (el título original que manejó en los borradores era 9 años de alambradas culturales , lo que incluía al gobierno de Isabel y López Rega- lo tenían muy entusiasmado al momento de publicarlos por la posibilidad de que los argentinos leyeran por primera vez sus intervenciones políticas, cuestión que la censura no había permitido.

Su última visita al país tuvo un sabor agridulce. Llegó en diciembre de 1983, unos días antes de la asunción de Alfonsín. El clima había cambiado. Había esperanza, se respiraba por primera vez en mucho tiempo libertad. «Encontré al país como saliendo de una pesadilla», dijo. Cortázar caminaba por la calle Corrientes y recibía el afecto de la gente que se paraba a saludarlo, a conversar un rato con el escritor. La polémica surgió porque no fue recibido por Alfonsín. El presidente electo estaba instalado en el Hotel Panamericano. Eran días febriles. Dos días antes de la llegada de Cortázar al país, Alfonsín se había reunido con «la gente de la cultura». Borges y Sábato fueron las dos máximas celebridades de ese encuentro que fue tapa de los diarios.

Las versiones del desencuentro Alfonsín- Cortázar difieren según quien las cuente. Osvaldo Soriano fue el que instaló la idea que los radicales le negaron al escritor la reunión, que nadie en el futuro gobierno quería esa foto con el escritor demasiado radicalizado. Margarita Ronco, la secretaria privada de Alfonsín, se autoinculpó al declarar que en el tsunami de reuniones de esos días, se le traspapeló agendar la reunión. Ni el futuro embajador Solari Yrigoyen, amigo parisino y del exilio del escritor, logró destrabar la cuestión con sus gestiones personales. Al poco tiempo, Cortázar murió en París. Y de nuevo sus amigos reclamaron que el gobierno alfonsinista sólo envió un tardío y seco telegrama y un funcionario de tercer orden al entierro.

Su faceta política tuvo una gran preponderancia en el último tercio de su vida. Contó que su «caída del caballo» (retomando la figura de la conversión de San Pablo) se dio en medio de su primera visita Cuba a principios de los 60. La relación con Ugné profundizaría esta veta y su activismo. Aquellas masas que lo molestaban en Buenos Aires a principios de los cincuenta, que lo empujaron hacia París porque «con sus gritos le tapaban los cuartetos de Béla Bartók«, lo fascinaban a partir de lo vivido en Cuba. En los últimos años su romance con la revolución sandinista en Nicaragua fue absoluto e incondicional. Sus escritos políticos son viscerales, ingenuos y dogmáticos.

En la actualidad, la recepción crítica de su obra no es benévola. «El mejor Cortázar es un mal Borges», sentenció César Aira. Aunque la academia y sus colegas lo tengan olvidado o sumido en el menosprecio, Cortázar se mantiene vital a 35 años de su muerte y su obra sigue siendo la puerta de entrada a la literatura para muchos jóvenes: allí están sus cuentos y algunos otros de sus escritos para recordarnos por qué queremos tanto a Julio.

Fuente: http://www.infobae.com/america/cultura-america/2019/02/10/cortazar-35-anos-despues-todos-los-fuegos-de-un-escritor-personal-y-comprometido-2/