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Entrevista a Carlos Alarcón, catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía Política de la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla)

«Todos podemos llegar a ser Hitler»

Fuentes: Público.es

«Cualquiera puede alcanzar un nivel de descomposición emocional que nos empuje a la violencia», relata Carlos Alarcón, profesor de Filosofía y autor de un libro sobre el dictador alemán.

Carlos Alarcón, catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía Política de la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla), ha publicado en estos días una investigación sobre el triunfo de Hitler en la sociedad alemana de los años treinta, muy deprimida por una profunda crisis de identidad. La llegada al poder de Adolf Hitler en 1933 y el adoctrinamiento de millones de ciudadanos alemanes se muestra en el libro de Alarcón con un vínculo casi «religioso» entre el líder y sus seguidores en un período de entreguerras, que iba a unido a una importante falta de oportunidades para el pueblo alemán.

Creer en Hitler. El triunfo de la fe y la sumisión sobre la libertad (editorial Aconcagua) describe los planes improvisados del líder nazi para la creación de campos de trabajo que no convertiría en campos de exterminio hasta el año 1942 con la ejecución de la Solución Final. Su masoquismo integral, su profundo odio hacia sí mismo y todo lo que le rodeara. Una obsesión que terminó contagiando a su propio pueblo, a la sociedad a la quería ayudar.

¿Qué buscaba Adolf Hitler con la obsesiva recreación del nuevo «hombre alemán» tras su triunfo en el año 1933?

Creo que podríamos hablar de una protorevolución cultural. No se aleja mucho de lo que en las siguientes décadas se ha denominado revolución cultural. Hitler quería crear un hombre nuevo, una sociedad nueva, algo no muy diferente de lo que intentó Mao en China o Pol Pot en Camboya, y eso se refleja en todos los ámbitos, particularmente en el estético.

En tanto que revolución cultural presuponía una visión de la historia según la cual lo importante era la influencia de figuras extraordinarias como él sobre las sociedades. De algún modo podría decirse que Hitler quiso vengarse de su realidad juvenil, una realidad marcada por el fracaso de un pobre y huérfano provinciano en el intento de ingresar en la Academia de Bellas Artes de Viena, y por su sensación de pequeñez e insignificancia ante la riqueza y el esplendor cultural cosmopolita que por primera vez percibía. La fascinación que acompañó a esa sensación le impulsó a sumergirse en su deseo ansioso de apegarse a todo lo que podía representar la superioridad moral y cultural germánica, que sublimó reconduciéndolo hacia la idea del nuevo hombre alemán.

¿Cómo podría explicarse la relación «de tinte religioso» entre Hitler y sus seguidores?

En las décadas anteriores al acceso de Hitler al poder concurrieron una serie de factores que propiciaron la búsqueda por parte de muchos alemanes de nuevos dioses que sustituyeran a los tradicionales. Es como si el eco del pronóstico de Nietzsche sobre la muerte de Dios se hubiera estado plasmando en la realidad alemana desde la unificación de 1870. El mundo antiguo desapareció prácticamente de golpe. Hasta entonces Alemania había sido uno de los pocos países europeos a los que apenas habían llegado los vientos liberales, y en los que seguía predominando una economía rural en la que no había penetrado el industrialismo. Pero en los años finales del siglo XIX y en los primeros del siglo XX tuvieron lugar muchas transformaciones radicales, que tuvieron su colofón en las consecuencias de la derrota en la primera guerra mundial.

Cayó el imperio, se sufrió la humillación del Tratado de Versalles, y se alcanzó por primera vez la democracia y la libertad política, acompañadas de la revolución espartaquista y de la hiperinflación, que acabó con los ahorros de millones de alemanes. Todo ello provocó una sensación vertiginosa de pánico colectivo ante el cual la mayoría del pueblo alemán recurrió a un mecanismo de evasión muy peligroso: el vínculo casi religioso con un líder capaz de guiarles hacia la gloria y la regeneración.

¿Qué tipo de conflictos emocionales sufre aquel Adolf Hitler desequilibrado que logra hacerse con el poder?

Desde bastantes años antes de llegar al poder Hitler padece bastantes desequilibrios psicológicos. Está resentido contra la sociedad en general, y contra aquéllos a quienes considera cultural o económicamente poderosos en particular. Ya en su infancia tenía que soportar los rumores de que su violento padre era hijo bastardo de un judío. Y en la escuela de Linz en la que estudió tuvo como compañero a Ludwig Wittgenstein, uno de los más originales filósofos del siglo XX, miembro de una de las familias más ricas de Viena, patrocinadora de importantes eventos musicales y artísticos.

Tras luchar en la primera guerra mundial, sus conflictos emocionales aumentan, y se reconducen hacia mecanismos de evasión inversos y paralelos a los del pueblo alemán. Sus dudas existenciales provocan en él la necesidad sádica de sentir que hace daño a los demás, lo que viene acompañado de un deseo de acaparar el máximo poder para hacer posible la satisfacción de esa necesidad. Su ambición se materializa en el triunfo electoral, tras el que conseguirá un poder casi absoluto.

Define a Hitler como un masoquista integral ¿cómo ejercía esa obsesión absoluta de la violencia sobre sí mismo?

Comparto la tesis de muchos psicólogos según la cual todo sádico es en realidad sadomasoquista. Desea hacer daño a los demás y también a sí mismo. En el caso de Hitler, la mejor prueba de su carácter autodestructivo la tenemos en su último año de vida, en la que apenas menciona a judíos, eslavos, comunistas, homosexuales, etc. Se obsesiona con arremeter contra el indigno pueblo alemán, que no ha estado a la altura de su líder y merece desaparecer. Por ejemplo, en marzo de 1945 decreta la orden sobre Medidas destructivas en el territorio del Reich, conocida como Orden Nerón, en la que establece la destrucción de todo tipo de infraestructuras y vías de transporte. Y hasta que los soviéticos no están a cientos de metros de su búnker de Berlín no se rinde haciendo morir con él a quienes estaban más cerca suya. Esta materialización de su instinto autodestructivo se hace ahora patente, pero estaba latente desde su juventud.

A pesar de las duras descripciones, describe a Hitler como un incomprendido y reconocido por una condición inhumana que no es real ¿es así?

Creo que se podría decir que Hitler fue un incomprendido en el sentido de que no supo hablar el lenguaje de su momento histórico. El mundo empezaba a cambiar hacia el cosmopolitismo, la tolerancia, el respeto hacia los derechos humanos, la igualdad racial, etc, ideas que eran ininteligibles para Hitler y que incluso le espantaban. Pero no por ello podemos afirmar su condición inhumana. Al contrario, y retomando otra vez a Nietzsche y al título de uno de sus libros, Hitler era Humano, demasiado humano.

Todos podemos llegar a ser hítleres, todos podemos llegar a un nivel de descomposición emocional que nos empuje a la violencia como única forma de encontrar un sentido a nuestras vidas. De hecho, después de Hitler han surgido muchos más hítleres. Sigue habiéndolos desgraciadamente, tanto en el ámbito político como en el personal o familiar.

Si hablamos de la sociedad alemana de antes de la segunda guerra mundial, describimos a una sociedad despreciativa hacia sus iguales, neurótica y frustrada por las complicadas opciones de crecimiento. ¿Cómo logró Hitler convertir a los alemanes en una sociedad autodestructiva, como usted mismo la describe?

Creo que en efecto la sociedad alemana de entreguerras estaba en gran medida neurotizada. Este caso singular de neurosis colectiva no sólo derivaba de la evolución alemana durante el siglo XIX, de su ansiedad por equipararse a los imperios coloniales francés e inglés, de su rápida industrialización. Tampoco provenía sólo de los acontecimientos posteriores a la primera guerra mundial, como la caída del imperio, la revolución comunista, las pérdidas territoriales, la ruina económica o la hiperinflación. Hundía sus raíces en el mensaje del luteranismo, dominante en casi toda Alemania. El amor a Dios sólo se demuestra a través de la sumisión al trabajo incesante y al poder político, que redime al hombre y lo prepara para unirse a Dios. Y la redención posmoderna es otra vez posible a través de la vinculación con un semidiós al que seguir incondicionalmente, irracionalmente, y que nos guiará, como buen Führer, a la gloria eterna.

¿Cómo trasladó su propia psicosis a ese masoquismo social?

Vuelvo a incidir en que el comportamiento masoquista de Hitler es indistinto de su sadismo. Podría decirse que trasladó y contagió sus deseos de destrucción a muchísimos alemanes, indispensables por ejemplo para materializar el holocausto. En este sentido recomiendo el libro de Goldhagen «Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el holocausto». Y el deseo de dañar y la imposibilidad de amar empuja a quienes lo padecen a provocar el máximo daño posible. Cuando no se dispone de ningún objeto externo el recurso más fácil es uno mismo.

¿Eran los planes de terror de Hitler improvisados, sin planificación previa, como la puesta en marcha de los campos de exterminio? De veinte mil prisioneros en 1939 que había en los campos, se pasaría a más de cinco millones. Solo seis años después.

Pienso que sí, que en gran parte se improvisaron. De hecho, hasta finales de 1941 la violencia nazi se dirige más todavía contra los eslavos, en general, que contra los judíos. Los judíos son conducidos a campos de concentración, donde se les explota como mano de obra esclava, pero donde de momento no se les extermina. Hitler está concentrado en su idea de espacio vital, en extenderse hacia el este para esclavizar y exterminar a millones de eslavos, y la mejor prueba de ello es el comportamiento sádico de los soldados alemanes durante la ocupación de la Unión Soviética. Da por seguro el control de todo el país y posiblemente intuye e imagina un holocausto eslavo. Pero la inesperada derrota en la batalla de Moscú de diciembre de 1941 le decepciona al comprobar la dificultad para implementar sus posibles planes. Creo que no es casual que fuera en enero de 1942, en la conferencia de Wannsee, cuando tuviera lugar la decisiva reunión en la que Hitler dio instrucciones, ahora sí concretas, para llevar a cabo la solución final, la conversión de los campos de concentración en campos de exterminio.

¿Hubo planes de exterminio que no logró llevar a cabo Hitler por falta de tiempo?

Desde luego. Por supuesto que deseaba la desaparición total de los judíos. La guerra estaba prácticamente perdida desde hacía tiempo, pero Hitler parecía estar más pendiente del funcionamiento de los campos de exterminio y de presionar a gobiernos aliados para la entrega de judíos, que de la estrategia militar. El caso más claro quizás fuera el del dirigente húngaro fascista Horthy, a quien extorsionó amenazando a su familia para lograr que adoptara medidas más drásticas contra los judíos. De hecho, Hitler fue un mal militar, mediatizado por sus irrefrenables deseos de procurar el máximo daño posible, a los que subordinaba cualquier otra decisión, por muy racional que pudiera ser.

¿Cómo vivía Hitler el recuento de tantas miles y miles de víctimas en aquellos centros de la muerte? ¿cómo se mostraba ante sus oficiales con aquellas campañas de terror?

Llamativamente, Hitler no tenía un particular interés en conocer datos cuantitativos concretos. Le bastaba con saber que se hacía todo lo posible por conseguir el objetivo final de la desaparición de los judíos. No compartía explícitamente sus sensaciones con sus allegados. Por el contrario, sí vivió semanas de gran excitación con los preparativos de la ejecución de los militares implicados en la operación Valkiria, el intento fracasado de asesinarle en julio de 1944. Se obsesionó con procurarles el máximo sufrimiento posible, e incluso de extenderlo a sus familias. Era como si los judíos ni siquiera merecieran dedicarle tiempo. La puesta en marcha de la maquinaria del exterminio fue suficiente para aplacar su sed de sadismo.

Fromm lo describe como un hombre que realmente amaba la muerte.

Así es. Es como si hubiera estado toda la vida dedicado a causar el máximo sufrimiento para así poder justificar su propia autodestrucción. Fromm lo explica bien en su libro Anatomía de la destructividad humana. Me resulta también llamativo que alguien tan imprevisible como Dalí, en cuyos cuadros se encuentran bastantes referencias a Hitler, le definiera asimismo como un masoquista integral obsesionado con provocar una guerra irracional para poder perderla después; concentrado en su capacidad de destrucción para así poder autodestruirse junto a todo lo que amaba y a la vez odiaba. Recomiendo el comentario que hace Dalí, en su autobiografía, a su cuadro El enigma de Hitler. Con su masoquismo, decía Dalí, Hitler consiguió alcanzar el Valhalla, el salón de los caídos de la mitología nórdica.

Pese a ello logró alcanzar una sumisión incondicional de millones de alemanes ¿qué factores influyeron para alcanzar esa figura de semi dios de aquella sociedad?

Sí. Hay que volver a recordar que, a diferencia de otros dictadores, Hitler llegó al poder gracias al apoyo popular. Es más, este apoyo aumentó en los años siguientes, en los que muchos centristas e izquierdistas se rindieron ante su fuerte atracción. Y el apoyo se convirtió en sumisión, como si la necesidad de ser dominados por alguien con una fortaleza casi sobrenatural, provocada por las brechas emocionales de la sociedad alemana, fuera superior a cualquier tipo de racionalidad. Influyeron muchos factores: económicos, políticos, sociológicos,… y sobre todo psicológicos: la tendencia a ser dominados como mecanismo de evasión reactivo ante la angustia de la individualidad.

¿Con qué tipo de acciones demostraba la sociedad alemana ese fervor al Führer? Nos cuenta que incluso había días que llegaban a la cancillería miles de cartas con poemas.

La unión con el Führer impregnó la sociedad alemana. Hitler estaba omnipresente en la vida cotidiana a través del saludo, de los trajes, de los nombres de las calles, de la educación en los colegios. La gran mayoría de los alemanes amaba a su líder, y expresaba ese amor de muchas formas, como por ejemplo con los poemas y oraciones que le dirigían. La vinculación entre el frágil individuo alemán aislado y su conductor y guía era una vinculación total. Anulaba totalmente la libertad individual presuponiendo ficticiamente que cada ser humano era una célula que sólo existía en tanto que formaba parte de un organismo mucho mayor. No cabían pensamientos propios ni sentimientos propios, y gracias a ello había quedado superada la angustia de la individualidad.

¿Cómo vivió la Alemania seguidora de Hitler aquella estampa de destrucción que había dejado la guerra?

A partir de la derrota de Stalingrado las sensaciones colectivas van cambiando paulatinamente. Muchos alemanes comienzan a darse cuenta del grave error que han cometido al respaldar incondicionalmente a Hitler. Quizás sean las madres alemanas, extremadamente doloridas por la pérdida de sus hijos, las primeras que abren los ojos y ven la realidad. También esta tendencia al descreimiento se va contagiando en los dos últimos años de la guerra a gran parte de la sociedad alemana, que asiste atónita a una nueva muerte de un dios. Más que desencanto, fue estupor lo que se sintió. Estupor al comprobar hasta dónde puede llegar la fe, y la tendencia a la obediencia y a la sumisión.

¿Qué cree que hubiera ocurrido si el poder del nazismo se hubiera implantando un cierto tiempo en Europa?

A diferencia del resto de fascismos, y del estalinismo, el nazismo se caracterizaba por la irracionalidad, que derivaba del estado psicológico de Hitler. Hitler necesitaba incesantemente satisfacer sus deseos irracionales, que inevitablemente culminarían en el abismo. Era insaciable. Posiblemente, si hubiera conseguido ocupar la Unión Soviética, hubiera intentado entrar en América por Alaska, como intentó también invadir Gran Bretaña. Por lo tanto, el único final posible era la derrota.

Conceptualmente, no podía convertirse en un régimen permanente. El problema no fue ése. El problema consistió en la cantidad inmensa de daño que hizo mientras tuvo poder.

¿Cuántos Hitlers después de Hitler han existido en la historia reciente?

Han existido bastantes hítleres después de Hitler. La historia política de las últimas décadas nos ofrece muchos ejemplos. Son muchos los seres humanos que sólo encuentran sentido en sus vidas si provocan daño y sufrimiento. Y algunos de ellos poseen la capacidad para ser apoyados por individuos que también han acumulado mucha agresividad, y que están deseosos de poner en manos de otros su propia libertad. Individuos a los que les atrae la sumisión porque garantiza protección, y para los que la violencia es el único recurso existencial.

Hay incluso políticos que comparan en 2017 a Donald Trump, actual presidente de los EEUU, con Hitler y su etapa de convencimiento irracional a una sociedad, afectada por una crisis Yo no compararía directamente a Hitler con Trump, pero sí compararía las sensaciones de miedo a la libertad que tuvieron los alemanes en los años 20 y 30, y las sensaciones de los americanos del siglo XXI. Ya se vio tras la caída de las torres gemelas. Por primera vez los estadounidenses se sintieron vulnerables, y ello les empujó a apoyar guerras inverosímiles, que chocaban con la más mínima memoria histórica. Prefirieron menos libertad para conseguir la seguridad proporcionada por un líder mesiánico como Bush al que seguir, por muy irracionales que fueran sus decisiones. Tras el paréntesis de Obama, es como si en la América profunda se hubiera recargado el miedo a la libertad y la tendencia a respaldar soluciones simples, fáciles, a corto plazo, ante problemas complejos en los que muchos seres humanos tienen bastante que perder.

Fuente: http://www.publico.es/politica/creer-hitler-triunfo-fe-sumision.html