La recuperación de la electricidad avanza a paso aceptable tras cruzar el huracán Ian la parte occidental de Cuba. Pero persisten la fragilidad del servicio eléctrico y los apagones consecuentes.
El sistema eléctrico nacional se logró sincronizar o conectar como un circuito único de oriente a occidente apenas tres días después de ser mutilado por el huracán Ian. Buen récord. Pero tres semanas después del ciclón solo recibe electricidad la mitad de los clientes en la provincia más devastada, Pinar del Río, en el extremo occidental de Cuba, y los apagones continúan horadando la paciencia del resto del país.
La recuperación del servicio de electricidad es uno de los apuros inmediatos que dejó el huracán. Miles de postes, cables, torres, transformadores y otras partes del tendido eléctrico cayeron en un amasijo que entraña a la vez peligro. En La Habana, también fuertemente dañada, la cobertura eléctrica de la totalidad de los clientes demoró una semana.
No es primera vez que la población cubana enfrenta similar embate. Conoce bien las pérdidas de techos, viviendas, agricultura, escuelas, abasto de agua, puentes, redes de comunicación y otros servicios básicos que se suman a la electricidad. Los pinareños los padecieron esta vez en escala mayor. Los huracanes son parte de la geografía y la cultura en el Caribe. En otros años tardó más la sincronización de la red de termoeléctricas.
Con tales antecedentes, no parece que sean ahora el apagón de varios días causados por Ian el único culpable de las inéditas protestas populares que salieron a detener el tráfico en algunas avenidas de la capital o que sonaron cacerolas en las noches sin luz.
El agobio por la oscuridad y el peligro de perder alimentos almacenados en los refrigeradores sin electricidad debe haber constituido apenas el factor desencadenante.
Raíz de la incomodidad
Las protestas en la capital se calmaron apenas volvió la luz, señal de la conexión directa que tenían con el daño del huracán al sistema eléctrico. Pero sería insuficiente para explicar las causas.
Como en otras oportunidades, más de 300 brigadas de linieros y otros trabajadores de la electricidad se movilizaron desde todas las provincias en solidaridad con los territorios más castigados. La ayuda llegó también a La Habana y las propias fuerzas especializadas de la capital se trasladaron luego a Pinar del Río. El Estado acudió también a sus reservas de recursos para socorrer a los más damnificados.
La impaciencia de algunos sectores para aguardar una recuperación del servicio eléctrico indica que los cacerolazos responden también a la profunda incertidumbre que castiga a la población.
El escenario económico muestra una acentuada inestabilidad y deterioro desde hace más de dos años. A la pandemia de COVID-19 y la consecuente contracción total del turismo se sumaron nuevas medidas del bloqueo económico estadounidense que han ahogado aún más los nexos de Cuba con el capital externo. La falta de liquidez en moneda dura de empresas, banca y Estado se unió a los enredos internos de la actividad económica derivados de la reforma monetaria y la inflación.
El desabastecimiento del comercio se ha tornado doblemente tirante. El destino de precios, salarios y poder adquisitivo es borroso para la mayoría de los consumidores, en un contexto de comunicación recalentado, redes sociales mediante, por un discurso externo empeñado en desestabilizar el modelo político cubano.
Sistematización de los apagones
A pesar de que la electricidad se estabilizó como sistema general en plazos habituales tras un huracán, los apagones continúan como uno de los símbolos de la crisis económica. Día a día, las autoridades de la Unión Eléctrica (UNE) informan cuáles de las ocho termoeléctricas y sus unidades generadoras -20 entre todas- han entrado o salido del sistema. El deterioro tecnológico es obvio.
El número de termoeléctricas paradas aumentó gradualmente tras la primera reacción tras el paso del huracán. Dos semanas exactas después de cruzar este meteoro Pinar del Río de sur a norte, la UNE reportó un déficit del suministro de 1.442 megawatts en el horario pico frente a una demanda nacional que oscila entre 2.800 mw y 3.000 mw. Solo 114 mw correspondieron a daños por culpa de Ian ese día, 12 de octubre.
El desabastecimiento de electricidad había mejorado en la primera semana posterior al ciclón. El déficit bajó a unos 700 mw en el horario pico. Sin embargo, creció de inmediato por la debilidad de importantes unidades del sistema nacional. La irregularidad es sistémica.
A la lista de fallos se sumaron la semana pasada varias unidades de las termoeléctricas de mayor calado en occidente: de Mariel (Artemisa), de Santa Cruz del Norte (Mayabeque) y, en particular, la Antonio Guiteras, en Matanzas, que después del huracán no ha conseguido articularse o sincronizarse a los circuitos de electricidad del país de manera estable.
En Oriente, entraban y salían al sistema unidades de las también importantes termoeléctricas de Felton (Holguín), Nuevitas (Las Tunas) y la Renté (Santiago de Cuba).
Como consecuencia, los apagones continúan como programa a lo largo del país.
La multiplicación de roturas industriales, de complejidad diversa, confirma el desgaste de la tecnología termoeléctrica en Cuba. En círculo vicioso, unas fisuras en calderas y piezas desatan otras en las mismas máquinas. Los cambios bruscos de temperatura y presión que provocan las detenciones y arrancadas constantes, necesarias para estas reparaciones imprevistas, aceleran el deterioro de una maquinaria avejentada.
El gobierno empezó a mediados de año un programa de mantenimiento y unas pocas inversiones que pudo financiar, con el propósito de estabilizar la capacidad de generación en diciembre. Pero el conflicto eléctrico y su símbolo público, los apagones, se están mostrando más inclementes y difíciles de alejar que un huracán.
Fuente: https://www.ipscuba.net/espacios/tormenta-en-el-sistema-electrico-cubano/