Desde mediados de los setenta, en España, las tractoradas se han convertido en una de las formas de presión del sector primario. El tractor, paradójicamente, aparece como el medio de lucha de los propietarios agrarios.
Las protestas de los agricultores encierran diversas confrontaciones. Una de ellas se desenvuelve dentro del propio sector, bajo la forma de la competencia en que se relacionan los propietarios de las grandes explotaciones y los de las pequeñas. Hay otra, de la que nos vamos a ocupar, quizás menos evidente, que enfrenta al conjunto del capital con el sector primario. Así, de los diversos asuntos que las tractoradas ponen sobre la mesa, nos vamos a fijar en el enfrentamiento de los propietarios agrarios de los medios de producción (capitalistas y campesinos) con el estado capitalista.
Esta peculiar lucha de clases tiene por contenido la producción de plusvalía relativa que pasamos a exponer. La plusvalía relativa es una cuestión que desarrolla Karl Marx en el capítulo X del libro I de su magna obra, El capital. Donde, en pocas páginas, nuestro autor expone esta principal modalidad de obtención de ganancias por parte de la clase capitalista. La plusvalía relativa es la generación de plusvalía, contenido de la ganancia capitalista, basada en la reducción del trabajo necesario.
Recuerden que el trabajo que realiza la persona que vende la fuerza de trabajo, la obrera, tiene dos partes: el trabajo necesario, que reproduce el valor de la fuerza de trabajo; y el plustrabajo que se apropia gratis el capitalista. Pongamos por caso que una jornada laboral diaria de 8 horas (con intensidad del trabajo normal) se partiera por igual entre 4 horas para el trabajador y 4 horas para el capitalista. Así, el capitalista mediante la reducción del tiempo de trabajo necesario podría obtener más plusvalor, sin alterar la jornada (si además puede prolongar la jornada laboral de sus obreras pues miel sobre hojuelas). Por ejemplo, en una jornada de 8 horas si el tiempo necesario pasa de 4 a 3,6 horas, el tiempo de plustrabajo pasará de 4 a 4,4 horas. Esta reducción del trabajo necesario exige reducir el valor de la fuerza de trabajo. Podría valer que el capitalista pagara por debajo del valor a la fuerza de trabajo, y se hace en la realidad. Pero, el desarrollo teórico de Marx tiene el supuesto de que la fuerza de trabajo se vende por su valor porque ello corresponde al movimiento normal del capital.
Siguiendo con el ejemplo, si la hora de trabajo se representa en 15 euros, el valor diario de la fuerza de trabajo sería 60 euros (15 euros multiplicados por las 4 horas de trabajo necesario); y este valor debería descender en 6 euros para que el tiempo necesario baje en 0,4 horas situándose en 3,6 horas. Ahora bien, cómo se reduce el valor de la fuerza de trabajo. La respuesta es disminuyendo el valor de los medios de vida (vivienda, alimentación, vestido, ocio, entre otros) que consume la persona que vende la fuerza de trabajo. Suponiendo que el obrero gasta 12 euros en alimentación resultado del consumo de 4 unidades de alimentos por un valor unitario de 3 euros, destinará los otros 48 euros al resto de medios de vida. Para que el valor de la fuerza de trabajo se reduzca en 6 euros por el lado de los alimentos, sin alterar el consumo, el valor unitario de los alimentos ha de pasar de 3 euros a 1,5 euros.
Recapitulamos: un abaratamiento de los alimentos en 1,5 euros la unidad teniendo en cuenta que se consumen 4 por día provoca una reducción del valor de la fuerza de trabajo en 6 euros diarios; lo cual origina que el trabajo necesario pase de 4 a 3,6 horas y, dado que la jornada se mantiene en 8 horas, el tiempo de plustrabajo aumente de 4 a 4,4 horas, haciendo que la plusvalía crezca en 6 euros (=0,4*15). Como se ve, la reducción del valor de los alimentos supone un aumento de la plusvalía.
Este aumento se produce en todos los obreros de todos los capitalistas sin distinción, pues el valor de la fuerza de trabajo se reduce para todos los vendedores de fuerza de trabajo de todos los compradores de la misma (capitalistas). Pues esta es la situación del sector primario. Un sector que suministra medios de vida, o medios de producción de medios de vida, agroalimentarios, que son estratégicos de cara a la reproducción de la fuerza de trabajo. Por tanto, determinantes en la reducción de su valor y el consecuente aumento de plusvalor relativo.
Y para reducir el valor de los medios de vida, al margen de la posibilidad de importar los productos más baratos, la rama donde se producen ha de operar una transformación de sus condiciones materiales de producción (cooperación, división del trabajo, maquinación, son los casos expuestos por Marx) aumentando su productividad. Y esto es una ley -una tendencia general- del capital, del europeo y de todos.
Por esta razón, además de otras (los agroproductos forman parte de los medios de producción de otras ramas, por ejemplo), el abaratamiento de los productos del sector primario interesa a todos los capitales individuales, constituyéndose en interés del capital total de la sociedad. Este interés común es el contenido del interés general que defiende el representante político del capital, el estado capitalista.
La Unión Europea, estado de estados con sus limitaciones, por ejemplo, tiene como una de sus líneas de actuación la promoción del desarrollo tecnológico del sector primario. Proporcionando, a través de la política agraria comunitaria (PAC), las ayudas que permitan a las explotaciones agrarias la incorporación de los avances técnicos que aumenten la productividad y pongan a disposición de la ciudadanía, léase vendedores de fuerza de trabajo, alimentos asequibles. Bien es verdad, que a la hora de invertir para modernizar las explotaciones, aunque recibas ayudas, no es lo mismo ser pequeño que grande. La gran explotación tiene más músculo financiero, suficientes economías de escala con margen para incrementar la productividad y posibilidad de mayores ventas a menores precios. Mientras que para las pequeñas la cuestión se presenta como una elección entre tirar renqueante o echar el cierre, pues las nuevas inversiones significan una vuelta de tuerca financiera sin tener claro si la innovación supondrá las prometidas ganancias de productividad o la ampliación de la producción encontrará la necesaria demanda solvente que garantice la viabilidad de la explotación.
Por ello, esta política europea, que expresa la necesidad del capital europeo de reducir el valor de la fuerza de trabajo a través del abaratamiento de los productos agroalimentarios, les aparece a la conciencia de los productores agrarios -sobre todo a los pequeños- como una imposición cargada de burocracia, donde los requisitos medioambientales no son más que un pretexto e injusto reparto de las ayudas. Adquiriendo su protesta la forma dramática de lucha por la supervivencia.
Así que, cuando los tractores salen a las carreteras enfilando las ciudades y prometiendo cercarlas al grito de pasareis hambre, no puede uno dejar de pensar en la ironía que supone el uso del tractor como herramienta de lucha cuando también es el exponente de la mecanización agraria, y por tanto la materialización de eso contra lo que luchan, la tendencia general a la producción de plusvalía relativa. No lo saben, pero lo hacen (Magister dixit).
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