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Tragador de nubes (¿Dios, Superman o el Chapulín Colorao?)

Fuentes: Canarias Insurgente

El presidente Chávez en la reciente graduación de 393 licenciados en Educación, futuros «activadores sociales o promotores culturales», expuso que bien podríamos decir que la revolución es cambio cultural, porque los hechos están demostrando que sin ello no hay revolución posible. Un ejemplo actual entre miles que podríamos citar. ¿Cómo podría desarrollarse un país sin […]

El presidente Chávez en la reciente graduación de 393 licenciados en Educación, futuros «activadores sociales o promotores culturales», expuso que bien podríamos decir que la revolución es cambio cultural, porque los hechos están demostrando que sin ello no hay revolución posible. Un ejemplo actual entre miles que podríamos citar. ¿Cómo podría desarrollarse un país sin la infraestructura necesaria? El agro por ejemplo, sin agua, sin semilla seleccionada, sin maquinaria apropiada, sin fertilizante accesible, sin préstamos a bajas tasas de interés y un tiempo apropiado para devolverlo ajustado a cada tipo de actividad. Sin comunicaciones, transporte ni vialidad, sin procesadoras y distribuidoras de la materia prima que se produce.

Pero, a la vez, ¿de qué sirve que mientras las economías de los países desarrollados están estancadas y algunas en recesión, en crecimiento negativo, nosotros llevemos 19 trimestres de crecimiento del PIB, el último recién informado por el Banco Central de 7,1? ¿De qué sirve que el gobierno esté invirtiendo miles de millones en infraestructura y obras sociales los diez años que lleva ejerciendo, que se nacionalicen las empresas estratégicas convirtiéndolas en empresas sociales, ampliando la producción, los servicios, reduciendo los costos y redistribuyendo socialmente los beneficios?

¿Cómo puede ser que en estas condiciones la inflación siga en aumento, los precios de los productos crezcan y crezcan? La respuesta como siempre es simple. Las empresas privadas se benefician de esta mejora de infraestructura y reducción de costos en las materias primas y servicios, pero continúan con su principio de la menor inversión y la mayor ganancia posible.

No sólo no reflejan todos esos beneficios y continuo aumento de sus ventas, (gracias a la creciente capacidad de gasto de todas las clases sociales), reduciendo sus costos y mejorando las condiciones de sus trabajadores. Sino que además acaparan, contrabandean, usan todas las herramientas de presión y especulación disponibles para justificar el aumento de los precios. Aplican otro de sus principios; hecha la ley hecha la trampa.

El gobierno por su parte bate record en la venta de alimentos fuertemente subsidiados con la Misión Mercal, que no han aumentado prácticamente nada en años, y alimentos regulados con PDVAL, que a solo cuatro meses de fundado esta semana vendió 13 mil toneladas. Pero además de ello se ve obligado a fiscalizar que las empresas privadas respeten esas regulaciones.

Recientemente confiscaron miles de kilos de arroz que un supermercado de la clase media alta y alta, empaquetaba como arroz de primera calidad vendiéndolo al doble del costo estipulado para el arroz de grano partido que realmente contenía. ¿Saben como reaccionó ante las infaltables cámaras una señora muy bien vestidita y peinadita acorde a los cánones de moda?

Gritando histéricamente, rompiendo bolsas de arroz y lanzándolos a la cara del fiscal que protegía sus derechos evitando que la estafaran. «No te metas con mi supermercado» es la matriz y eslogan mediático del momento, como un tiempo antes lo fue «no te metas con la matrícula del colegio de mi hijo», cuando las regularon para evitar aumentos abusivos.

Ahora bien, uno se pregunta, ¿que sucedería si como lo hacemos, extraemos creciente alimento del suelo sin reponer a cierto punto la materia orgánica que el ecosistema no está en capacidad de reciclar a la misma velocidad? Es obvio que repetiríamos las mismas rutinas habituales, pero la producción iría disminuyendo crecientemente hasta desaparecer.

La experiencia nos ha hecho «chocar» contra este fenómeno, estudiarlo, reconocer la estructuralidad y simultaneidad de las funciones naturales que se ínter afectan inevitablemente, desarrollando el conocimiento y tecnología necesarios para corregirlo, para equilibrar el ritmo de extracción y reciclaje de elementos.

Sin embargo, en lo social, en lo económico, aún no hemos reconocido que si una función retiene, represa, bloquea el flujo de la energía en el organismo y crece, se desarrolla parasitando a las demás, todo el organismo camina hacia su desequilibrio y desintegración. Es decir, un organismo crece equilibradamente como un todo, en el que todas sus funciones se benefician del bienestar general, o sufren el desequilibrio, el malestar colectivo.

Cuando un cuerpo está bien alimentado, cuando su nutrición es equilibrada, balanceada y cumple sus ciclos de reposo, ¿no se benefician su cerebro, sus vísceras, no se siente y piensa mejor actuando con energía, decisión, iniciativa? Y cuando vemos esos niños insuficientemente alimentados, con sus vientres hinchados, llenos de parásitos, ¿no sabemos acaso que no disponen de la necesaria energía y nutrientes para pensar y actuar?

¿Qué diremos entonces de esas madres con senos secos de leche, que ven desfallecer a sus niños en su regazo? ¿Estarán pensando en enviarlos algún día a Beijing? No importa adónde vayas te encontrarás con el mismo modelo de desarrollo de centro manifiesto y concentración mecánica.

Una ciudad luminosa, de hermosas construcciones, cuidados monumentos y jardines que no puedes pisar, negocios abarrotados de mercancía, mareas de gente que deambula consumiendo innecesariamente en un intento de calmar sus crecientes sistemas de tensión. Mientras en sus alrededores crece su oscura contracara, los cinturones de miseria, que como Lázaro en la parábola bíblica asisten desfallecientes al banquete, esperando que caiga alguna migaja. Solo que un paisaje viviente no es una foto ni un concepto abstracto, no puede ser estático. Por lo cual la riqueza sigue su tropismo de concentrarse mecánicamente cada vez en menos manos, las inversiones sociales se reducen junto con los impuestos a la riqueza.

No solo asistimos a la emigración de los pobres de todas las naciones hacia las mecas del consumismo y los sueños, sino que la cara luminosa de las ciudades se reduce crecientemente cubierta por las sombras de la miseria. ¿Cómo podría continuar este estado de creciente exclusión e injusticia, sin mantener a raya a los mal vivientes, sin reprimir y masacrar a los terroristas, hijos de las tinieblas, que pretenden alterar el orden de la luz, del cielo?

Como no podían faltar, como no podía dejar de suceder, resurgen las abstractas e irreductibles categorías absolutas del bien y del mal que jamás se tocan entre si, no tienen ni un punto en común. Por lo cual no hay reconciliación posible, solo queda cual alternativa la lucha y la exterminación, la extinción del opuesto, contrario, enemigo.

Tampoco es nada nuevo, Superman y Lex Luthor, el Chapulín Colorao y el Capitán Alma Negra no son sino herederos de los principales actores de mil quinientos años de oscurantismo, Dios y el demonio. Hasta que en el Renacimiento el pensamiento científico se diferenció del dogmático gracias a la purificación alquímica de las hogueras de la inquisición.

Que alguien me diga por favor adónde moran esos opuestos absolutos e irreconciliables. Porque yo cuando menos lo que logro percibir, es un proceso de continuos transformismos naturales en que todo, absolutamente todo es reciclable. ¿O no están compuestos nuestros cuerpos por los mismos elementos del ecosistema, aún cuando más complejamente organizados, y no se disgregan nuevamente en ellos al completar sus ciclos de vida?

¿Acaso puede vencer el placer al dolor sin desintegrar el cuerpo? ¿Pueden existir los organismos sin mantener el equilibrio entre esas funciones? Y si a lo sicológico vamos, ¿adónde quedan esos principios absolutos cuando a conveniencia los representantes de la izquierda saltan alegremente la talanquera, justamente cuando se implementan los principios que decían defender?

Lo que si puedo apreciar, son los sistemas de tensiones colectivas crecientes que genera un modelo cultural que se impone mecánicamente cual economía, como hábitos y creencias no contrastados, que sugestionan y se imponen a la conciencia. Como cualquier imagen que dispara repetidamente conductas en una dirección, acumulando la suficiente carga o inercia para convertirse en tropismo, automatismo ciego.

¿O no son automatismos ciegos, mecánicos tropismos, la autoafirmación a como de lugar de hábitos y creencias que nos conducen hacia el desequilibrio y agotamiento creciente del ecosistema que es nuestro hábitat, y en consecuencia a la extinción de la especie? ¿Cuál es la diferencia de morir por enfermedades, inanición o masacrándonos? ¿No morimos de todos modos estúpidamente, cuando está en nuestras manos reconocerlo y evitarlo?

Hablar del bien y del mal implica inevitablemente a la conciencia, al caer en cuenta de los tropismos, de los sistemas de tensión acumulados y no reconocidos ni por ende resueltos históricamente. En un ecosistema orgánico es bueno lo que beneficia a todas las funciones y es malo lo que afecta negativamente a una sola de ellas, porque repercute inevitablemente en toda la estructura necesaria a la existencia. Por eso más que hablar de opuestos irreconciliablemente buenos o malos, me parece más apropiado hablar de mecanicidad y automatismos, de hábitos y creencias que se autoafirman en contra de sus propios intereses vitales. De ignorancia, limitaciones de conciencia o incapacidad para reconocer los sistemas de tensiones que ese mismo modelo cultural genera.

Y mientras no lo reconozcamos ni corrijamos, esos sistemas de tensión creciente utilizan cualquier herramienta que concibamos para canalizarse, autoafirmarse, continuar, aunque eso los conduzca a cada vez mayor sufrimiento camino de su extinción. De nada sirve pues concebir sistemas, estados e instituciones ideales, mientras no le demos dirección de creciente resolución a esos sistemas de tensión. Todo este discurso tan complicado se reduce al momento en que tú y yo no encontramos soluciones satisfactorias para ambos, o ganas tú o gano yo. Y para poder sostener tal desequilibrio que camina hacia la desintegración, tercerizamos nuestra relación introduciendo y multiplicando sin fin diferentes entidades supervisoras, justificativas y represivas.

Dime tu por favor, ¿qué tienen que ver los dioses y los diablos con que nosotros seamos equitativos en la distribución de nuestros esfuerzos y beneficios consecuentes? Más en sencillo, ¿qué tienen que ver el bien y el mal irreconciliables con tu capacidad y la mía para ser inteligentemente generosos entendiendo que es el mejor negocio, o estúpidamente egoístas?

¿Es nuestra inteligencia y sensibilidad o nuestra ignorancia, estupidez e insensibilidad el centro de este lío? ¿O lo seguiremos haciendo girar en torno a Superman y Luthor, justificando nuestros automatismos o ausencia de conciencia y continuándolos ad eternum, en cada vez más complejos mitos, ideologías y crecientes sufrimientos que ya rayan lo intolerable?

A medida que la miseria emigra atraída y deslumbrada por las mecas de consumismo y producción de sueños, de paraísos virtuales, a medida que esas luminosas mecas se reducen creciendo las sombras que las rodean y comienzan a cubrirlas, se concentran los frutos de los esfuerzos de todos en la manos de cada vez menos, siguiendo los tropismos de mecánica acumulación histórica del modelo cultural imperante.

Pero los bienes son representados por dinero virtual, electrónico, y las corporaciones e instituciones internacionales que lo controlan no dependen de localizaciones geográficas, al igual que las imágenes mentales tienen mucho mayor transformismo y movilidad que los pesados mamotretos estatales. ¿Seguiremos comiendo cuentos virtuales? ¿O las crecientes complicaciones que crea todo ese modelo imaginario superpuesto a los simples hechos, nos despertará de nuestro sueño temporal, que ya es una pesadilla, trayéndonos de nuevo aliviados a la simplicidad del presente en plena relación con el entorno? ¿Caeremos finalmente en cuenta de que todo se reduce a ser generosos o egoístas aquí y ahora, tu y yo? ¿O seguiremos concibiendo complejos y coloridos mitos e historietas para compensar nuestro aburrimiento de una vida cada vez más pobre y estática? Eso lo sabremos en el próximo capítulo de la historieta.

Creo que es evidente que se reduce inevitablemente el abismo entre lo virtual que nos sugestiona del tal manera, y lo concreto y efectivo a lo que parecemos habernos cegado o al menos quedarnos tuertos. Porque el control creciente de las representaciones sobre los bienes sustanciales que representan, no se queda a nivel virtual, sino que comienza a afectarnos físicamente.

Pareciera entonces que el Sr. espíritu no es tan inmaterial ni tan intangible, o lo que es lo mismo, los bienes materiales no son tan concretos ni estáticos. Los eternos antagonistas no son tan absolutos ni irreconciliables, también tienen su corazoncito y cada tanto se echan una miradita cariñosa, se hacen su caricia, se dan su sobadita.

No por casualidad renace la sensibilidad de otros tiempos y América se revoluciona continentalmente. No por casualidad Moscú le dice a Washington que tendrá que elegir entre su proyecto virtual de administración en Georgia, y los hechos concretos que entre ambos tienen que resolver inevitablemente. Que saque bien sus cuentas.

Tal vez la intensidad de los hechos hace que el perro despierte, deje de perseguir su cola en el tiempo y camine aquí y ahora. La cola no puede sino seguirlo como parte de su cuerpo que es. Mientras tanto es bueno recordar que hay otros modos de vivir, de estar en el mundo. Todos hemos sentido en algún momento que la vida es como una tímida doncella. Que se sonroja y cohíbe ante la menor mirada directa a su belleza, a sus atributos, difundiendo, desdibujando su presencia. Por lo cual solo puedes llegar a sentirla, a casi verla de reojo, pero jamás a definirla, delimitarla, atraparla, contenerla, poseerla, encasillarla, cosificarla, cuantificarla. Y menos aún volver a encontrarla donde casi la viste ayer.

No sería una mala aproximación a los nuevos tiempos el comenzar a sospechar que la vida es generosidad expansiva, riqueza, exhuberancia de movimientos, y que el egoísmo no hace sino espantarla, empobreciéndonos y paralizándonos en la miseria íntima. No es soñando compensatoriamente ni viajando en el tiempo como saldremos de esa cárcel, sino comenzando a practicar la generosidad aquí y ahora para reabrir las puertas a la vida.

Me despido comentándoles una de las tantas enseñanzas de lógica que me da cada día una querida amiga. Hace poco suspiré profundamente, me miró y preguntó, ¿hacia dónde se fue ese suspiro? Por no quedarme callado demostrando que no tenía la menor idea, respondí que probablemente había vuelto al lugar de donde había venido.