Siguiendo al profesor Monedero en su obra, «El gobierno de las palabras», éste mantiene que las palabras no sólo hablan sino que nos hablan conduciendo nuestro discurso e incluso determinándolo. De los muchos ejemplos me llama particularmente la atención la percepción de que la expresión «mercado de trabajo», tan extendida en los discursos políticos (da […]
Siguiendo al profesor Monedero en su obra, «El gobierno de las palabras», éste mantiene que las palabras no sólo hablan sino que nos hablan conduciendo nuestro discurso e incluso determinándolo.
De los muchos ejemplos me llama particularmente la atención la percepción de que la expresión «mercado de trabajo», tan extendida en los discursos políticos (da igual el sesgo ideológico), en los ámbitos económicos (por descontado) pero también sociales, en conversaciones de calle, incluso y ya es el colmo, en el discurso sindical, de que aparentemente una convención lingüística, (para entendernos), es desde el primer momento que se usó (me gustaría saber cuando se utilizó por vez primera) y por lo tanto se consintió ingenuamente, sin darle importancia, una pérdida estratégica de la iniciativa por parte de los sindicatos de clase, y en general de la izquierda, a favor del discurso mediático-político y/o granempresarial-capitalista.
Por más que un líder sindical, o un sindicalista de base, o un trabajador manual, un diputado, o un profesional de la información, o un economista pretenda cuestionar una determinada política laboral, por más que pretenda defender los derechos de los trabajadores, por más que se empeñe en demostrar que la regulación del «mercado de trabajo» a través de la negociación colectiva no es la culpable de la ¿crisis?, por más que intente articular un discurso combativo en defensa de salarios dignos, por mucho que se desgañite argumentando que la tal crisis es un gigantesca estafa para la desposesión de los derechos que dan acceso a la base material de la subsistencia digna de las clases populares, se ha perdido la primera batalla que es la del lenguaje, y está perdida porque estamos jugando, sin saberlo, con unas reglas aparentemente inocuas pero que nos van conduciendo a otras trampas subsiguientes.
Si para polemizar con un indeterminado interlocutor de pensamiento neoliberal (capitalismo integrista) aceptamos discutir sobre «mercado de trabajo«, estamos admitiendo de entrada la siguiente trampa, que también tiene su palabra apropiada «flexibilidad» y claro, es evidente que siguiendo la única dirección marcada en este mapa llegamos a otra trampa que a su vez conlleva otra palabra mágica, «competitividad«, ya vamos estando cerca de la meta pero todavía queda alguna etapa con su trampa-palabra correspondiente, «crecimiento» para conseguir el objetivo «Creación de empleo», la lógica es apabullante, entrecomillo «creación de empleo» para destacar que en este contexto y siguiendo esta lógica no es más que otra trampa-palabra, eso sí, en forma de zanahoria-premio que nunca se alcanza, salvo en forma de zanahoria podrida, lease, empleo-basura flexible y competitivo.
Si admitimos que el capitalismo está cimentado en tres concepto-palabras, a saber, mercado, competitividad y crecimiento sostenido, siguiendo el hilo argumental, cuando se habla de mercado de trabajo es muy difícil sustraerse a la lógica oferta-demanda y a su vez a su corolario, el precio, que a su vez ha de ser flexible, para llegar a ser competitivos y poder crecer para crear empleo de las características anteriormente expuestas.
Se dará cuenta el lector lo que ha dado de sí el concepto «mercado de trabajo» y adonde nos ha conducido. Si usáramos, por ejemplo, la expresión » acceso al empleo y condiciones laborales básicas», sería muy complicado añadir «flexibilidad» sin romper la coherencia del discurso y el oponente se vería obligado a sustituir toda una lógica a la que llevan acostumbrados durante décadas, es decir, perdería su «sentido común».
No se acaba de comprender cómo es posible que los que nos oponemos a la lógica de los mercados, los que no entendemos que la economía sea un fin en sí mismo, los que nos hemos pasado la vida manifestando que las personas son lo importante, hayamos perdido la perspectiva y olvidado de que tenemos las herramientas argumentales necesarias en términos históricos, sociales, políticos, filosóficos, económicos y además jurídicos para construir una defensa de las condiciones laborales de los trabajadores cimentada en un discurso tan sencillo y tan claro como la letra A del punto 1º de la Declaración de Filadelfia, base de la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo, la cual dice sin más,
– EL TRABAJO NO ES UNA MERCANCÍA.
Esta simple frase nos da pie para argumentar en el terreno de la lógica político-jurídica sobre la necesidad de colocar en el sentido común colectivo la centralidad del ser humano en sus interrelaciones y su simbiosis con y en la naturaleza.
La declaración en cuestión es la manifestación de un hecho objetivo incluído en una norma de derecho internacional de obligado cumplimiento por ser España estado firmante, y por otra parte es básico entender que este hecho objetivo es el origen de toda la serie de derechos del ámbito social y laboral explicitados en la Declración Universal de los DD.HH, básicamente arts 22 y ss ; Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales, Culturales, Civiles y Políticos, básicamente la parte III, arts. 6 y ss.; de la propia Constitución Española de 1978, arts 33, 36,40, 45, 47, 128…
Habiendo quedado patente, repasando declaraciones y textos legales que tienen tras de sí toda una tradición histórica, filosófica y revolucionaria de reconocimiento de derechos que son el colofón, hasta ahora, de la lucha de las gentes desde siglos. ¿Cómo es posible que consintamos sin revolvernos, la impostura ilegítima que desde los discursos políticos, desde los medios de comunicación se trate a los trabajadores cómo mercancía?, que además debe ser flexible cómo los chicles, es más, cometemos la enorme torpeza, desde posiciones de izquierda y además, para más duelo, desde el discurso sindical de discutir sobre la regulación y/o la reforma del «mercado de trabajo».
Un mercado por muy regulado que esté sigue siendo un mercado, en el cual se comercia con mercancías a razón de un precio. Pues bien, si a través de la filosofía normativa es evidente que el centro es el ser humano y sus condiciones de vida, es todo lo demás lo que debe ser «flexible», es la propiedad privada (o pública), es la tasa de ganancia, es la economía, es la propia producción la que debe adecuarse a los derechos de las personas en cuanto trabajadores, dicho de otra manera, estando ya definidos políticamente los derechos del ser humano: alimento, vestido, vivienda, sanidad, educación, etc. Es el ingreso monetario de las personas lo primero que hay que definir y mantener, bien recortando (flexibilizando queda más técnico), la tasa de ganancia, bien a través de definición política para que cumpla los objetivo-derechos previstos.
Por tanto, los movimientos sociales, las izquierdas en general, y el movimiento sindical en su conjunto deben retomar los orígenes del debate y colocarlo donde ha estado siempre, en la defensa a ultranza de los derechos de la enorme mayoría de las personas a través de un discurso sencillo, básico y no contaminado de términos tramposos, que sin saber muy bien como se han introducido nos conducen a contradicciones entre lo que queremos y lo que decimos, o bien entre lo que queremos decir y lo que decimos realmente.
Tenemos que convencernos a nosotros mismos de que somos la mayoría y además tenemos mejores argumentos que esos «mercados» que ya sabemos cómo se llaman y a que se dedican, porque tenemos la razón ética de millones de personas sobreviviendo en la precariedad, cuando no en la indigencia, para ¿avergonzarlos? (es una ingenuidad, lo sé).
Porque el mercado puede ser una parte de la ciudad pero no la ciudad en toda su extensión.
Porque tenemos que empezar a conjugar el verbo repartir, y democratizar el acceso a la enorme cantidad de recursos que jamás debieran haber estado acumulados en tan poquísimas manos, y no pasarnos la vida conjugando, como un mantra, el verbo crecer, sobre el cual deberemos decidir si podemos ó no, si queremos ó no, y en qué bienes y servicios.
Porque tenemos derecho a que la vida de las personas y las bases materiales de su subsistencia estén totalmente alejadas de «sus mercados».
Porque debemos tener claro que aún teniendo mucho recorrido la creación de empleo en servicios socio-sanitarios y dependencia, educación y cultura, medioambiente, energías alternativas y transversalmente investigación (es una lista abierta), con el nivel actual de la técnica, nivel de producción y límites ecológicos y medioambientales no hay, ni va haber, lo diga quien lo diga, empleo digno, a tiempo completo, (jornada de ocho horas), para todos y todas, por lo que habrá que repartir el que haya.
Y porque a la vista de todo lo dicho ha llegado el momento de estudiar, definir e implementar una Renta básica personal e incondicional, para hacer posible la eliminación de la pobreza y la angustia de la precariedad desde una visión innovadora y comprometida con la libertad real y la vida de las personas.
Y ya para terminar me gustaría, abusando de la comprensión y la paciencia del hipotético lector, si es que lo hubiere, reproducir literalmente el Considerando 3º del Preámbulo de la solemne DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS.
«Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la opresión y la tiranía»……………………».La Asamblea General proclama la presente Declaración Universal de los DD. HH.»
-No se puede decir más claro.
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