Envuelto en Navidad viajé en bus a Lyon, cerca de 800 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, para sentir la sonrisa y el abrazo de una lejanía por dos horas, la de Eider en prisión. Hace unos días, leyendo la crítica de un libro nuevo, «Todo lo que soy» de Anna Funder, tropecé […]
Envuelto en Navidad viajé en bus a Lyon, cerca de 800 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, para sentir la sonrisa y el abrazo de una lejanía por dos horas, la de Eider en prisión.
Hace unos días, leyendo la crítica de un libro nuevo, «Todo lo que soy» de Anna Funder, tropecé con la reflexión de que «en todas las personas puede esconderse un héroe en potencia. Y un traidor también. Pero hasta no estar en una encrucijada que desemboca en un camino que se bifurca nadie sabe realmente qué ruta tomará. En la Alemania nazi afloraron unos y otros, héroes y traidores, senderos bifurcados que llevaron a muchos de ellos a diferentes partes: a la guerra, al exilio, a la delación, a la ayuda, al campo de concentración, al negocio, a la cobardía, al heroísmo, a la colaboración…».
La visita a una cárcel es acontecimiento siempre nuevo aunque sea frecuente entre nosotros, los vascos, sobre todos si son abertzales de izquierdas. Piensas a la ida y sigues recordando a la vuelta. Es alegría y también tristeza, igual sentimiento que te producen los trinos de un jilguero enjaulado en la Plaza Nueva de Bilbao las mañanas de domingo. ¿La visita en una cárcel francesa? Un cuarto pequeño con dos puertas que vigilan, una mesa y tres sillas, paredes lisas y una bombilla en el techo. Pero en el largo abrazo cálido, cuando se abre la puerta y llega el preso político, se pone en danza un mundo de recuerdos, de sentimientos, de ideales… Y sientes la inmensa fuerza de la vida en aquel recinto cerrado, estrecho. La visita a un preso político vasco es un sopapo a la medianía y una llamada al heroísmo. Te despides con el puño en alto y sales con ojos de enamorado. Y de camino y regreso piensas que en la vida, entre nosotros, en la calle y el comercio, en la justicia y los bancos hay héroes y traidores y mucho, demasiado gris insulso y servil. Y sientes con nostalgia, cariño y admiración a ese preso, a ese jilguero, a Eider, enjaulada, llena de vida y sueños, en una cárcel francesa de Lyon.
Y pienso que hay pueblos, como el nuestro, que tienen presos políticos en nuestros días, son pueblos vivos con héroes, que trazan caminos de libertad y sueños nuevos en el mundo y la sociedad en que vivimos, no especialmente humana y justa.
En la manifestación del sábado por las calles de Bilbao, en grupo y de la mano, cantaremos canciones de libertad, de solidaridad, reivindicaremos la puesta en libertad de los jilgueros de nuestro pueblo con el Hator, hator etxera y el inolvidable Egoak ebaki banizkio nerea izango zen, ez zuen aldegingo. Bainan, honela ez zen gehiago txoria izango eta nik… txoria nuen maite , sin olvidar que «en toda persona puede esconderse un héroe en potencia».
¡Eider, un beso agradecido tras nuestro encuentro!
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