Suena a moda hablar de Trashumanismo. Está en todos los medios, lo discuten los científicos, lo divulgan los periodistas y libros o revistas han encontrado un filón en el tema. De manera un tanto sintética digamos que podemos distinguir, si nos atenemos a los desarrollos y discusiones de nuestros días, entre humanismo, trashumanismo, poshumanismo e […]
Suena a moda hablar de Trashumanismo. Está en todos los medios, lo discuten los científicos, lo divulgan los periodistas y libros o revistas han encontrado un filón en el tema. De manera un tanto sintética digamos que podemos distinguir, si nos atenemos a los desarrollos y discusiones de nuestros días, entre humanismo, trashumanismo, poshumanismo e inmortalismo. El Trashumanismo tiene una larga historia. Empieza a lucir en el mundo grecorromano, renace en el Renacimiento contra la fuerza absorbente de la ciencia, lucha a mediados del siglo pasado oponiéndose a una visión inmovilista de los llamados estructuralistas y vuelve, más moderadamente, a reclamar su papel integrador dentro de un mundo ya inundado por la tecnociencia. Pero ninguno de tales movimientos cuestionó, directa o indirectamente, que debajo de todos los individuos en polémica se situaba el Homo Sapiens. Todos, en suma, en la misma especie. Una especie desgraciada, según unos, una especie a la que la razón daría pleno sentido, según otros, una especie a la que solo Dios puede salvar. La situación ha cambiado radicalmente. El trashumanismo con su Manifiesto de los años ochenta fue si no el pistoletazo, que viene de antes, sí el sello a lo que podría ser un cambio radical en lo que se ha dado en llamar la naturaleza humana. Un término tan usado por tantas partes como equívoco en casi todas. Y es que la Evolución podría seguir avanzando como lo ha hecho desde sus comienzos. Por otro lado, el encaje entre el humano y la máquina, lo orgánico y lo inorgánico, estaría tomando forma. El Cyborg, palabra acuñada por Kline, y que quiere reflejar la compenetración entre el ser humano y algo que es puramente material, comenzó a pasar de la ficción a la realidad. Y hoy la robótica se extiende por todas partes. Desde la industria más sofisticada a la cocina en donde se preparan los alimentos. Y de modo especial en lo que se ha dado en llamar el mejoramiento del cuerpo humano. Prótesis hasta hace poco impensables, implantes cerebrales, nanosustancias recorriendo las venas, comunicación cerebro a cerebro, jugar juegos a distancia controlando con la mente el dedo del contrincante por medio de electrodos y un sinfín de adelantos han sido, en general, bienvenidos. Aunque, si soy sincero, lo que más placer me daría es leer los pensamientos de otra persona mediante su actividad cerebral. Nos íbamos a reír un rato. De momento, y si se llega a lograr me ofrezco a intercambio con quien quiera. Pero la cuestión se complica cuando pasamos de la curación al perfeccionamiento sin límites de los órganos de los que estamos compuestos. Y es que habríamos dado una zancada de gigante que es el del poshumanismo. La pura robótica habrá dado paso, por ejemplo, a la Inteligencia Artificial. Hay varios modos de distinguir la I.A. De entre todos ellos, el que más nos interesa es el que distingue entre I. A. en sentido amplio y I. A. en sentido estricto. En sentido amplio, se refiere a lo que acabamos de señalar y tiene que ver con los espectaculares avances en el campo de la robótica. En sentido estricto, se trataría de algo aún por lograr. Dicho de un modo muy sumario, se trataría de lograr seres superhumanos con una inteligencia que incluso les posibilitaría dominarnos a nosotros. Se trataría, en suma, de un corte de lo que hasta ahora hemos entendido por humanidad. El termino para denominar esta nueva realidad solo ideada pero hacia la cual nos acercamos es el de Singularidad. Lo introdujo Kurzweil, tal vez el más atrevido y también más conocido en este campo. Incluso ha creado en 2008 la Universidad de la Singularidad. Y se supone que es en año 2050 cuando alcanzaríamos ese anhelado estadio. Kurzweil, entre otros muchos escenarios no solo posibles sino probables nos habla de meter la mente en una máquina de modo que no perezca. O de trasplantes cerebrales. Todo ello rompería los límites espaciotemporales en los que en este momento estamos encerrados. No hace falta indicar los problemas morales que si ese escenario fuera real se plantearían. Desde preguntarnos si deberíamos crear criaturas a las que someternos, infundirles nuestra moral o incluirnos en la suya. Se abriría, así, el campo a una cierta inmortalidad. Antes de seguir adelante, y para no caer en el extendido vicio de la pedantería, es necesario recordar que todo lo logrado supone un extraordinario avance en la teoría de la computación, en algoritmos que dejan pequeña a la Maquina de Turing y a una no menos extraordinaria ingeniería. El problema que se plantea siempre en estos casos es cuánto puede llegar a saber el profano de conocimientos altamente especializados. Una respuesta clara es imposible. Lo más que se puede decir es que los no especialistas han de hacer todo el esfuerzo posible para introducirse en un dominio que les es ajeno. Por otro lado, que siempre es posible consultar y estudiar las divulgaciones de lo que, en puridad, exigiría toda una vida para comprenderlo. Y que, está en nuestras manos siempre hacernos con la música si no con la letra de lo más intrincado. Al final, hasta que el sol no es quien da vueltas alrededor de la tierra lo sabemos por autoridad: o lo que es lo mismo, porque nos lo ha dicho alguien que lo ha demostrado y cuyos efectos sí que conocemos bien. Continuemos con la I. A. estricta. La antes mentada Singularidad, o explosión de inteligencia en palabras de Bomston, y que estaría a las puertas, nos lleva al último paso de lo que estamos viendo y que es el que más nos importa: la inmortalidad. O para ser más exactos a una vida que superaría la muerte, muro contra el que ha chocado la humanidad sin excepción y que solo ha sido traspasado en la imaginación, la literatura y la superstición. Por no hablar de los intereses de los laboratorios y las empresas. En lo que atañe a la Biología Sintética, hay que tener en cuenta lo que recibe el nombre de CRISPER-Cas. Todo comenzó con el descubrimiento que hizo el biólogo español Mójica para quien se pidió incluso el Nobel y que, al final, no se lo han dado sino a otras dos investigadoras que completaron lo comenzado por el español. Descubrió en las arqueas, unos microorganismos unicelulares que hasta hace muy poco se asimilaban a las bacterias, unas extrañas replicaciones de letras dentro del genoma. Las replicaciones en cuestión, producto de la evolución, sirven para defensa de los ataques extraños, de los virus concretamente, al organismo. Una forma de inmunidad hasta el momento desconocida. De nuevo, conocer el proceso implicaría una serie de detalles en los que entran en juego interespacios, la decisiva proteína Cas o el ARN. El resultado ha sido que se pude cortar el genoma de un organismo y colocar en su lugar genes de otro. Dicho con toda simplicidad, un cortar y pegar que abre el camino a la mejora de posibles patologías o un maravilloso, y al mismo tiempo peligroso, perfeccionamiento. Maravilloso porque permitiría terapias de momento intratables y peligroso si otorga poderes a unos humanos que acentúen en la vía de la inmortalidad.
Hablan de la inmortalidad religiones de las que enseguida hablaremos. Cierto es que de inmortalidad se había hablado en otras ocasiones, como sucede con el físico Typler, la crioconservación o técnicas similares. Pero se las trataba como excentricidades marginales en la ciencia. En cualquier caso, estamos pisando, luego lo veremos, el terreno en el que han crecido las religiones. En paralelo a lo que hemos dicho acerca de la I. A. hay que situar la Biología Sintética, más reciente y para muchos más prometedora y de aplicación directa a la biomedicina. Se han generado nuevas bacterias, lo hizo el famoso científico-empresario C. Venter, tomando los cromosomas de otras. Y se ha llegado a afirmar que estamos ante una autentica creación, cosa que no es verdad, puesto que lo obtenido procede de un material anterior. Pero constituye un paso impresionante a la hora de cruzar genes. Lo más reciente de la Biología Sintética, y que está produciendo gran revuelo es entrar en el rico y complicado mundo de las religiones. Tanto es así que algunos han bautizado los avances que sucintamente hemos visto como Nueva Religión. Porque, de una u otra manera, las religiones han intentado, se esfuerzan, prometen y pelean por cruzar la frontera que separa la vida de la muerte. En alargar, en fin, la vida. Para ver con mayor detalle las semejanzas entre las antiguas y esta nueva religión conviene que hagamos alguna precisión en relación a las religiones. Religión es un concepto amplísimo dentro del que cabe casi todo. Desde las creencias en dioses hasta la veneración a Maradona. Y recubren las diferentes culturas, con lo que no es fácil una descripción de religión que a todos contente. Aun así, las religiones en sentido fuerte creen en seres que trascienden este mundo. Es lo que ocurre con los monoteísmos, uno de los cuales es el cristianismo. Existiría un Dios, se promulgan unos dogmas, se dictaminan unas normas y se prometen premios o penas en el Más Allá. Dichas religiones pueden llevar adosadas actitudes místicas, pero no se reducen a ellas. Un cristiano se dedicará más o menos a la meditación, pero la meditación no es el núcleo de su religión. Notemos que el cristianismo es una religión altamente intelectualizada y que ha desarrollado una potente teología para encuadrar y defender sus creencias. En el otro extremo se situarían aquellas religiones en las que lo que prima es el rito, la ceremonia o los mitos. Pienso que, por usar una terminología kantiana, las primeras dejadas a sí mismas serian vacías mientras que las segundas, también dejadas a sí mismas, serían ciegas. O, si recurrimos a Wittgenstein, las primeras se parecen por su estructura al Tractatus mientras que las segundas, por mantenerse en las formas de vida, a las Investigaciones Filosóficas. Espero que a nadie le confunda la comparación y que ponga buena voluntad en su comprensión. En cualquier caso, el núcleo de las religiones de nuestro entorno reside en la superación de la muerte. Dicho de otra manera, en la inmortalidad. O dicho con mayor precisión, no tanto en una inmortalidad gemela de la eternidad sino en la no mortalidad; es decir, en poder vivir el tiempo deseado sin que un poder extraño corte el hilo de nuestra existencia. De nuevo se hace necesaria otra precisión si queremos comparar las viejas creencias, hoy en retroceso, con el impresionante futuro, el de los futuristas, que en la actualidad se nos promete. Porque habría dos formas de romper las barreras de este mundo y llegar a Dios. La primera se lograría, dejando de lado la magia u otras técnicas que rezuman primitivismo, folklore y habilidad, a través de la fuerza de la razón. Ante el supuesto orden del mundo, por ejemplo, con la pura razón concluiríamos que tiene que existir un Ordenador. Estaríamos ante una religión natural La segunda dice recibir un mensaje divino. Es Dios mismo quien se pone en contacto con los humanos. Dios o los seres supremos se revelan, se hacen patentes, dan noticia de sí mismos por medio de libros o personas, de que existen y se preocupan por nosotros. Las religiones naturales no van más lejos de donde la mente humana puede llegar, por lo que sus ganancias son pocas. Las reveladas se encumbran muy por encima, establecen contacto con lo divino superando, eso dicen, las limitaciones de la pobre razón. Si nos remontamos a Grecia, los Demiurgos en la obra de Platón dan forma al mundo, Aristóteles colocará a Dios como Motor Inmóvil que mueve todo lo demás y los estoicos son los primeros en ofrecer pruebas, con las armas de la filosofía, a favor de la existencia de Dios. Tenemos ya los mimbres de una Teología Natural que perdura hasta nuestros días con el nombre de Teología Filosófica. Se va dar, sin embargo, un corte radical con la irrupción del cristianismo. Jerusalén absorbe a Atenas. La religión revelada y que se irá estructurando y expandiendo con rapidez, desbanca a la natural. Desde entonces las dos caminarán juntas pero subordinando lo natural a lo sobrenatural. Y es que lo sobrenatural va a exhibir un arma poderosísima: la fe. La fe en lo revelado a través de los libros sagrados supera a la razón y esta se convierte en su esclava. La Reforma protestante y la Contrareforma católica son las dos alas del cristianismo posterior. Unos a favor de la fe despreciando la razón y otros colocándola por debajo pero sin destruirla. Recordemos que en el Concilio Vaticano Primero se defiende que el hombre puede llegar a conocer la existencia de Dios con la sola luz de la razón. La Teología Natural, y dejando de lado luchas, conciliaciones y discusiones sobre las relaciones entre la razón y la fe, va a reverdecer con la Modernidad. Ahí florecen las pruebas y contrapruebas sobre la existencia de Dios. Hume las destrozará con una destreza fuera de lo común, pero el argumento que va del orden al Ordenador resucita constantemente, como escribió Kant, de sus cenizas. El drama de esta teología es que, en el mejor de los casos, llegaría a una especie de Superman. Llegaría al deísmo, una difuminada manera de creer, y sin mucha convicción, en algo, nebulosamente superior. Además, lo que, de verdad, está en juego es que alguien te garantice la supervivencia, con lo que volvemos, por muchas vueltas que demos, a la inmortalidad, a la no mortalidad o a una vida superabundante en cantidad y calidad. Y es ahí en donde podría tomar el relevo el inmortalismo de nuestros días.
Antes de pasar directamente a hablar de la inmortalidad habría que recordar que una hija de la Teología Natural es la Teología Fundamental. Esta serviría no para deducir dogmas puesto que estos nacen de la generosa revelación de Dios. Su función consistiría en mostrar que tal Revelación es posible, que no hay nada de irracional en aceptar y entregarse , sin más, a lo revelado. Una breve anécdota servirá para aclarar lo dicho. Estudiando en Salamanca un clérigo nada tonto enseñaba, con un pequeño texto por él escrito, Teología Fundamental. El primer día soltó, como si de un gran pensamiento se tratara, que lo que estaba en juego no era que la revelación fuera posible, sino que no era imposible. Levanté la mano y le dije que posible y no imposible eran lo mismo, luego no había dicho nada. Su respuesta fue medio vergonzante y repetición. He de confesar que en nuestros días, inteligentes filósofos cristianos, Swinburne por ejemplo, en su libro Revelación han hecho un notable esfuerzo a favor de lo razonable de dar el paso a la fe. Que lo haya conseguido es otra cosa. Yo creo que no. Y ya pasemos a la inmortalidad.
La Singularidad, la Biología Sintética, La Ingeniería Genética o una mayor división controlada de las células no suelen hablar directamente de inmortalidad. Pero está en el ambiente. Y algunos, con una audacia que supera a la que han mostrado los teólogos al hablar de ángeles y demonios. Más aun, el cristianismo, no así el islamismo, ha sido muy parco y austero al dar contenido a la vida inmortal. Se nos dice que gozaríamos de la Visión Beatífica, pero poco más. O que no pereceremos nunca. Ahí se quedan. O cuando dan un paso más o escuchamos vulgaridades o el cuerpo casi desaparece. Respecto a las vulgaridades, Agustín de Hipona se preguntaba si las «monstruosidades», los feos o desfigurados, resucitarían con renovada y reparada belleza. Tomás de Aquino, por su parte, se preguntaba si los calvos resucitarían con pelo. En el fondo, estaban tocando el nada fácil tema de la identidad personal. Y en cuanto a un cuerpo que no es tal sino que ha sido minimizado o ha desaparecido fagocitado por el alma, lo que subyace es la victoria de un espiritualismo que contempla el cuerpo y sus placeres como fuente de pecado.
Los nuevos inmortalistas, en el sentido amplio que estoy usando la palabra, y que deja cortos a los que según la Biología Regenerativa podríamos ser muy longevos viviendo bien, se meten en las entrañas de una posible vida que no caduque con un atrevimiento que a algunos nos causa estupor. Para muestra este botón: «Si Vd. Imagina su inmortalidad con detalles concretos, se descompondría en una secuencia de episodios. En lugar de tener un único arco narrativo coherente, sería una imprecisa novela picaresca o una colección deslavazada de historias cortas; por muy gratificantes que puedan ser los episodios, sería difícil entender el conjunto como una vida. Además, se llegaría a un punto en el que la inmortalidad se convertiría en tediosa e insoportable, no porque sus energías se hayan marchitado, sino porque no habría nada nuevo bajo el sol. Cansado de los intentos por desarrollar variaciones infinitas sobre un material finito, agotado por las repeticiones, al igual que Titón usted anhelaría recuperar la condición mortal humana. Creo que no podemos imaginar completamente cómo sería un ser para el que la inmortalidad fuera una condición de eterno júbilo» (tomado de Antonio Dieguez , «Transhumanismo», Herder). Quien esto escribe es P. Kitcher, uno de los más optimistas ante las transformaciones a las que podemos someternos con la I. A. Y recordemos que tales transformaciones podrían acabar con lo que entendemos por Homo Sapiens para hacer nacer, digámoslo así, una raza superior. Ya el último libro de Kitcher «Life after faith. The case for de secular humanismo» muestra, en el título, sus intenciones. Nótese que este texto como en otros que es posible transcribir no se quedan en la atonía o aburrimiento que produciría la inmortalidad al que se refirió Nietzsche o más recientemente B. Willians. Se hace, por el contrario, una detallada exposición de los muy probables males de la inmortalidad tomada a secas. De entrada, llama la atención que pocas veces, salvo excepciones, se haya hablado del mito del Paraíso. Pero vayamos a lo que me parece más importante respecto a esta Nueva Religión. Por un lado, es esclarecedor el enfoque de un supuesto ultramundo. Y por otro, causa estupor tanta ingenuidad. Y es que, visto positivamente, esta actitud daría coherencia a una nueva, novísima, Teología Natural. Porque si somos nosotros los dioses o semidioses, nada mejor que contar la historia completa. Nada mejor que recorrer con el mayor detalle posible esa vida a la que actualmente estamos sometidos y hablarnos con alguna precisión de «las postrimerías». Sin embargo, suena a cuento de hadas. O, mejor, a una pueril teología que se pone a hablar de lo que desconoce en absoluto. Sea como sea, empieza a despuntar una Nueva Religión. Y no conviene perderse si solo da tumbos o nos ilumina a los que entre tanta oscuridad caminamos.
Y una breve nota. Lo escrito debería inscribirse en una Bioética renovada. La Bioética se ha convertido en un nido de grillos, en refugio de pecadores y almas bellas. Dos tendencias pueden o darle la puntilla o convertirla en una «María». El legalismo, que o bien nos repite las leyes que van apareciendo y poco más o las juzga moralmente, con lo que remite a una moral que debe justificarse con firmeza intelectual y no con tópicos. Y la reducción de la Bioética a una parte clínica, importante sin duda, pero que se ha puesto el traje de cuatro principios que ni son tales, ni tienen por qué ser cuatro. Pero, eso sí, da para hablar y hablar de ellos cómo los nuevos hermeneutas destrozan los textos filosóficos a pedradas con las palabras. Lo que sucede es que esos llamados principios han servido para que algunos, no muy dotados, prosperen y bastantes médicos escuchen lo que se les dice como si de maná se tratara. En el fondo, y para ser sincero, falta de ganas de estudiar.
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