Desde el inicio de la pandemia de covid hasta 2023, los salarios reales han caído en la zona euro un 0,7%.
Evidentemente, la razón fundamental parece encontrarse en el grave episodio inflacionario que han sufrido esta región a partir de 2021 y a la falta de reacción de los salarios provocada por la presión del capital y la degradación de la capacidad de negociación y conflicto sufrida por los sindicatos desde hace décadas. De ese modo, no se ha podido proteger el nivel de vida de los trabajadores frente al encarecimiento de los precios. Recordemos que, según los últimos datos disponibles, los precios en la zona euro estaban en julio de 2023 un 17% por encima de los que había en enero de 2021, cifra que los sueldos no han alcanzado ni remotamente.
A pesar de la gravedad de esta situación, que está empeorando a marchas forzadas la calidad de vida de capas enteras de población, no deja de tener un carácter coyuntural. Lo realmente preocupante es la tendencia estructural. Los salarios reales han ido reduciendo su ritmo de crecimiento en la Unión Europea, al menos, desde los años sesenta del siglo pasado hasta los años noventa y, a partir de entonces, han dejado de crecer. En otras palabras, los salarios de la clase trabajadora europea llevan treinta años estancados.
La gráfica siguiente muestra la evolución (o, mejor dicho, involución) de los salarios reales en las cuatro mayores economías de la Unión Europea desde 1960 hasta 2022. Como decíamos, en todas ellas (con la excepción parcial de Francia que luego comentaremos),se observa una dinámica de paulatina ralentización que se convierte definitivamente en estancamiento desde hace ya tres décadas. Y es muy importante recalcar que esta situación es de una enorme gravedad para las condiciones generales de vida de la sociedad, puesto que afecta a la clase trabajadora, es decir, a una parte de la población que no es sólo mayoritaria, sino crecientemente mayoritaria.
Si analizamos esta involución década a década, vemos cómo la situación se ha ido degradando progresiva e imparablemente. España es uno de los ejemplos más claros al respecto, como ya explicamos en un texto anterior. La tasa media anual acumulada del salario real ha caído cada vez más en nuestro país, donde la evolución de los salarios reales ha ido empeorando década a década hasta llegar al extremo de hundirse con claridad desde 2010. El resultado es que los sueldos reales han menguado un 1,9% en los últimos treinta años, de 1992 a 2022, es decir, un 0,06% de media anual. Y nada menos que un 7% de 2010 a 2022, lo que supone una caída promedio cada año del 0,58%.
En Italia, la situación es peor: los salarios han caído en total un 7,4% en las últimas tres décadas, lo que se traduce en una reducción media anual del 0,26%. Un empeoramiento de las condiciones de vida de este calibre no se conoce en ese país desde la Segunda Guerra Mundial.
En Alemania, los últimos treinta años sí han permitido un incremento salarial acumulado del 15% gracias, sobre todo, a un relativo relanzamiento desde la Gran Recesión de 2008. En realidad, los veinte años que incluyen la década de los noventa y los primeros diez de los 2000, los salarios reales en ese país se mantuvieron prácticamente congelados. En todo caso, ese 15% de incremento en treinta años es una cifra bastante modesta, puesto que equivale a una mejora media anual del 0,47%.
Los trabajadores franceses, por su parte, parecen una excepción relativa: a pesar del estancamiento de la década de 2010 a 2020, han logrado un aumento total del 27% en los últimos treinta años. Esta cifra, aunque bastante mayor que la del resto de los países analizados, también resulta tibia, puesto que supone un escaso 0,81% de mejora salarial cada año.
Aunque la tendencia es general en el continente, existen diferencias entre los países centrales y los periféricos de la Unión Europea, lo que redunda en un incremento de las desigualdades entre los trabajadores de los diferentes Estados miembro, algo que ya constatamos en un artículo anterior.
Esta dinámica de estancamiento de las condiciones de vida de los asalariados en Europa no sólo no se está revirtiendo, sino que es enormemente improbable que lo haga. En primer lugar, porque el poder de conflicto y negociación de la clase trabajadora y sus sindicatos continúa enormemente mermado en el seno de la Unión Europea, asunto que ya tratamos anteriormente. Así lo evidencia, por ejemplo, el fracaso de su lucha para exigir subidas salariales durante la fase inflacionaria que fueran suficientes para permitir, al menos, salvaguardar las condiciones de vida de los trabajadores. En segundo lugar, porque la evolución de la productividad continúa su tendencia decadente, algo que dificulta aún más cualquier pretensión de incrementos de los salarios reales. En tercer lugar, porque la inflación actualmente vigente, particularmente virulenta con los productos más básicos, no parece que vaya a desaparecer en el corto plazo. En cuarto lugar, porque la política monetaria del Banco Central Europeo continúa con su intención de provocar una recesión económica cada vez más grave en su huera intención de atajar la subida de precios. Y esa recesión recae, como siempre, sobre las espaldas de los trabajadores, como ya hemos tenido ocasión de comentar aquí y aquí. Y, en quinto lugar, porque el papel que parece destinado a la economía europea en la división internacional del trabajo no augura un futuro especialmente brillante para los sectores productivos donde conseguir mejoras salariales podría parecen más factible.
No obstante, el análisis de los salarios no basta para comprender hasta qué punto han empeorado las condiciones de vida en los últimos años. El brutal incremento de los tipos de interés por parte del Banco Central Europeo en los últimos meses resulta en un encarecimiento sin precedentes de las deudas hipotecarias y de los préstamos al consumo, algo que supone un desgaste enorme de los ingresos y los ahorros de la clase trabajadora. La absorción de una parte creciente de los salarios a manos de la aspiradora que es el sector bancario aumenta a un ritmo muy preocupante la pobreza material de unos trabajadores europeos que llevamos ya treinta años sufriendo la barbarie del capitalismo. Un capitalismo que muestra cada vez con mayor claridad su degradación, su incapacidad para aprovechar con sensatez los avances tecnocientíficos y su incompatibilidad con las necesidades del ser humano y de conservación del medio ambiente.
Todos los datos ofrecidos en este texto proceden de Ameco y Eurostat.
Javier Murillo y Mario del Rosal son profesores de la Universidad Complutense de Madrid.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.