Parte este artículo de dos consideraciones. En primer lugar, si bien la cooperación al desarrollo tiene innegables fines geoestratégicos, las políticas públicas de cooperación son también políticas redistributivas. Los recortes en cooperación no dejan de ser recortes sociales y por ende, agresiones a los derechos humanos. Se tratan de políticas que fueron logradas a través […]
Parte este artículo de dos consideraciones. En primer lugar, si bien la cooperación al desarrollo tiene innegables fines geoestratégicos, las políticas públicas de cooperación son también políticas redistributivas. Los recortes en cooperación no dejan de ser recortes sociales y por ende, agresiones a los derechos humanos. Se tratan de políticas que fueron logradas a través de la movilización social, y la célebre campaña por el 0,7% que en el año 1994 inundó las calles con acampadas y manifestaciones. En segundo lugar, la cooperación en las dos últimas décadas ha sido un sector en el han entrado múltiples entidades, desde congregaciones religiosas, partidos políticos o empresas multinacionales. Este artículo quiere centrar el análisis en la cooperación laica y progresista realizada por ONGDs que ponen en duda las formas de expolio internacionales y buscan modificar esos mecanismos generadores de desigualdades a través de los fondos destinados a la cooperación al desarrollo.
Internacionalismo desde la base
Incluso en las ONGDs más austeras, el boom de la cooperación de los años previos a la crisis generó un fuerte trabajo burocrático que superó, en un alto porcentaje de organizaciones, la capacidad de la base organizativa de mantener una participación en las decisiones. Esta separación entre las bases y el trabajo de cooperación provocó que esa relación internacionalista fuese llevada a cabo por la parte laboral de las ONGDs. A grandes rasgos, la generación que formó parte del internacionalismo más militante desde los años 80 fue sucedida cualitativamente por una generación de cooperantes que se dedicaban al internacionalismo de forma más laboral.
En el contexto de esta estructura de trabajo, las campañas promovidas por la necesidad política de actuar mediante la solidaridad internacional fueron progresivamente siendo sustituidas por proyectos de cooperación que conllevaban una inmensa tarea de petición y justificación de subvenciones públicas que marcaban de una forma creciente el día a día de las organizaciones. Ello ha devenido en una excesiva burocratización de las relaciones entre organizaciones del Estado español y del resto del mundo, quedando la militancia más destinadas a un trabajo de sensibilización o de incidencia política en el Estado español. De esta forma, la base militante de las organizaciones internacionalistas ha dejado de tener un vínculo directo con las reflexiones y decisiones propias del acompañamiento político de los procesos sociales de las organizaciones con las que se trabaja en otros países. Ese vínculo ha sido asumido por un aparato laboral que no existía en el internacionalismo del Estado español antes de la llegada de los fondos de cooperación al desarrollo desde los años 90.
Estos aparatos laborales de las ONGDs laicas y progresistas tienden a la desaparición en el contexto de recortes y en ausencia de fondos a través de instituciones religiosas o tras el rechazo a ser financiadas por la Responsabilidad Social Empresarial de las empresas trasnacionales. Esta desaparición puede ser vista como una oportunidad hacia el futuro: ello va implicar de forma necesaria que las relaciones internacionales van a volver a la militancia de las organizaciones, y que las tareas burocráticas asociadas al ejercicio del internacionalismo van a decaer a mínimos y a perder relevancia en el trabajo diario, lo que sin duda, abrirá espacios de reflexión y acción entre las personas en la base de las ONGDs.
Descolonizar las relaciones internacionalistas
La transferencia de fondos de cooperación al desarrollo implica una relación de poder en la que se establece una jerarquía entre las organizaciones que transfieren los fondos y aquellas que las reciben. Esa relación de poder ha generado múltiples efectos: desde el establecimiento de metas para las organizaciones que reciben los fondos, hasta criterios de funcionamiento interno o contratación de personal. Una relación de poder que puede verse mitigada en el caso de organizaciones con lazos fuertes, o reforzada en los casos en los que las ONGDs actúan como meras financistas, sin una confianza institucional mutua entre organización financista y financiada, en el contexto del apartado anterior, en el que la relación ha sido manejada de forma creciente por un aparato laboral dentro de las ONGDs. Por tanto, estamos ante una colonialidad del poder generada por la disposición de fondos de cooperación en países enriquecidos, que transfieren fondos a organizaciones de países receptores de ayuda oficial al desarrollo. Este tipo de colonialidad se expresa fundamentalmente a través de una colonialidad del saber, en la que la organización española realiza un seguimiento, acompaña y asesora en su propio país a la organización o institución a la que transfiere los fondos, lo que no sucede en sentido opuesto. Ello implica que hay una organización en España, que es quien ayuda a las demás desde una postura de jerarquía, aunque tenga una amplia casuística.
La circunstancia que ha extremado este proceso ha sido el gran caudal de fondos disponible hasta que comenzaron los recortes en 2009, que generaba proyectos de grandes cantidades, que eran puestos en terreno en ocasiones de forma poco meditada por un aparato laboral saturado de un trabajo burocrático que imponía sus propios plazos. Estamos en un momento en el que se puede realizar una evaluación de las consecuencias de la cooperación progresista en las organizaciones sociales a las que se ha financiado con grandes proyectos. No cabe duda de que esos proyectos habrán generado cuestiones positivas. Sin embargo, la burocratización de quienes lideran procesos sociales, las divisiones internas provocadas por la existencia de elevada financiación o la dependencia de fondos externos en organizaciones antes autogestionadas han sido variables de análisis en distintas investigaciones sobre la incidencia de la llegada de proyectos en las organizaciones sociales de América Latina.
La desaparición de fondos económicos en las relaciones puede hacer a las organizaciones sociales transitar hacia una descolonización del internacionalismo y hacia la construcción de unas relaciones basadas en el apoyo mutuo, no mediadas por una jerarquía entre entidad financista y financiada.
Relaciones internacionalistas multidireccionales
La sociedad española ha cambiado muchas de las percepciones propias de la época de apogeo del Estado del bienestar a raíz de la crisis económica y política por la que atraviesa el país. La situación de robo que está sufriendo la población invita a reflexionar y actuar de forma más intensa sobre los mecanismos generadores de desigualdades, innatos a un capitalismo en el auge de su globalización, y sobre los métodos internacionales que han de ser usados para derribarlos. En este contexto se han generado huelgas sindicales europeas o movilizaciones simultáneas en numerosas ciudades de todo el mundo a través de Occupy. Por otro lado, hay países como los sudamericanos, que han pasado hace pocos lustros por procesos muy similares de despojo neoliberal, y el internacionalismo está aportando un aprendizaje valiosísimo de estas experiencias.
Bajo esta situación, la sociedad española no ha olvidado las campañas por Palestina, el Sáhara, Colombia u Honduras, por poner algunos ejemplos. Y además, es más necesario que nunca un internacionalismo trasversal a todas las luchas sociales que se están produciendo: en el movimiento feminista en estos días en los que el derecho al aborto está cada vez más penado en todo el mundo, en las luchas ecologistas interconectadas por un modelo extractivista que no diferencia entre el fracking y el Yasuní, por los derechos laborales en medio de una coacción empresarial creciente en todos los continentes, y así un largo etcétera. No se trata de un invento postcrisis, sino una forma de entender la luchas sociales que tiene décadas de experiencia.
Debemos juntarnos en las calles para protestar contra todos los recortes sociales, pero también debemos deconstruir la idea de que la afluencia masiva de fondos de cooperación internacional es un mecanismo imprescindible para llevar a cabo transformaciones sociales. Necesitamos un internacionalismo emancipatorio, de base, que no reproduzca el colonialismo en sus relaciones, y trasversal a todas las luchas sociales, porque será la única forma de construir alternativas globales desde abajo. En un mundo cada vez más interconectado, las propuestas de cambio de este modelo depredador solo pueden surgir de alianzas internacionalistas.
Manuel Bayón, residente en Ecuador y militante en distintos procesos sociales en el país. En el Estado español fue parte de distintas organizaciones internacionalistas con Oriente Medio y América Latina.
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