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Tristemente divertido

Fuentes: Rebelión

Desde mi solio pontificio de jubilado sesentón me divierto con todo lo que pulula en mi entorno. No es que me haya jubilado laboralmente, estoy más joven y más vivo que nunca y mi sabiduría va en aumento. Me ha jubilado el postmodernismo y un relevo generacional atrevido e ingenuo. Por tanto, lo mejor es […]

Desde mi solio pontificio de jubilado sesentón me divierto con todo lo que pulula en mi entorno. No es que me haya jubilado laboralmente, estoy más joven y más vivo que nunca y mi sabiduría va en aumento. Me ha jubilado el postmodernismo y un relevo generacional atrevido e ingenuo. Por tanto, lo mejor es quitarse de en medio y dejar paso a los que dicen saber. Pero, ¿qué saben? Quieren cambiar las cosas, algunos quieren cambiar el mundo pero se está viendo cómo -demasiado pronto- es el mundo el que los cambia a ellos y eso demuestra que aún no estaban preparados para hacerle frente.

Estamos rodeados no de partidos emergentes sino de fenómenos mediáticos y de unos públicos aturdidos que se rigen por sus emociones -ahora estoy en Pinto, ahora en Valdemoro, ahora entre Pinto y Valdemoro- con lo cual, más que nunca, la democracia es un fenómeno meramente sentimental que conforma un río revuelto donde ganan los pescadores más espabilados y corruptos, o sea, los de siempre, los que inventaron este sistema de dominio tan excelso.

Los voceros más pegados al sistema mercantil les recuerdan a sus mayordomos socialdemócratas que se están saliendo del guión, arrimándose a los «radicales». Pero ya no hay radicales, ya no hay ETA, ya no hay comunismo, los necesitan a todos para seguir tapando que son ellos los que ayer nos dieron vida y hoy nos están dando muerte. Si se obedeciera a ese talante de no hay más camino que el mío, la Tierra sería aún el centro del universo.

Sólo nos va quedando un sistema con dos opciones: o más impuestos o menos impuestos. La transformación ética del ser humano ya quedó atrás, hasta los sindicatos se olvidaron de ella y los partidos recién llegados se van poco a poco metiendo en la porquería que tanto repudiaban hasta terminar oliendo tan mal como huelen sus ancestrales habitantes.

La religión sigue sin mojarse las posaderas. El Papa Francisco llega a un lugar, se baja del avión, se sube al papamóvil porque sigue sin confiar en su ángel de la guarda, y le dice a las multitudes: hay que entenderse, no a la guerra, paz y amor, no a los que abusan de los demás. Y se larga después en su avión para ir haciendo declaraciones a los periodistas desde el cielo, como debe ser. Éste es el Papa que habla desde las nubes.

El periodismo va muriendo poco a poco porque no se puede informar y formar cuando mandan en tu pluma los bancos (a la cabeza el HSBC, especialista en guardar dinero negro), las grandes multinacionales y una clase política mediocre hasta el hartazgo («la política es el campo de trabajo para ciertos cerebros mediocres», dijo Nietzsche).

La gente se rasga las vestiduras con esto de la pobreza y el paro pero es cobarde e ignorante, tiene instinto de que las cosas van mal pero no sabe por qué, es el fiel reflejo de sus políticos. Los pobres y los niños hambrientos, en el fondo, nos importan poco mientras no llegue la desgracia a nuestro entorno. El mercado se dispone a dar el tiro de gracia al llamado sistema democrático mediante el TTIP.

Es preciso un frente popular que le devuelva la esperanza a la gente, sin complejos, sin miedo a la historia de los frentes populares ni al marxismo como método intelectual a revisar porque todos tenemos defectos y patitos feos en la familia. Pero si digo un frente popular es un frente popular, no de masas impulsivas y sin personalidad ni formación. Nada se logra sin esfuerzo, sin estudio y sin valor. PSOE, IU, Podemos, Ganemos, Equo, movimientos por esto o por lo otro, trotskistas, estalinistas, y demás personal que se llama a sí mismo progresista: o eso, Frente Popular, o váyanse a sus casas y no engañen más a la gente. Si no tienen un sueño que ofrecer y que se pueda llevar a la realidad al menos en un 50%, dejen de dar la tabarra. Porque los otros veo que nos quieren engullir pero al menos saben adónde van y nos van a matar con glamour.

Es triste ver todo esto y es al mismo tiempo divertido cuando se observa desde la pequeña isla cognitiva y material confortable que he creado con el sudor de mi frente, dentro del mismo sistema que agoniza y gracias a él (pero todo tiene su fin). Como me han echado y a la vez yo me he ido, sólo me queda levantar el socialismo ilustrado en un solo país que soy yo mismo. El precio del librepensamiento y la independencia es la soledad. Mejor solo que mal acompañado. «No, yo jamás estoy solo con mi soledad», cantaba George Moustaki.

En mi soledad teorizo sin creer en lo que digo porque la alternativa a todo es que no hay alternativa sustancial a nada. ¿Por qué? Porque cuando la buscamos nos topamos con el obstáculo más esencial, radical, profundo: nosotros mismos. Desde esta premisa hay que partir si queremos intentar hacer algo. ¿No es apasionante, triste y divertido?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.