Petroamérica, la asociación de energéticas estatales de Brasil, Venezuela, Argentina y Bolivia, es una de las propuestas más revolucionarias surgidas en Latinoamérica en las últimas décadas. Es el proyecto más temido por las petroleras y el que ha promovido la feroz campaña de desprestigio que desataron las transnacionales contra el Presidente Hugo Chávez, antes del […]
Petroamérica, la asociación de energéticas estatales de Brasil, Venezuela, Argentina y Bolivia, es una de las propuestas más revolucionarias surgidas en Latinoamérica en las últimas décadas. Es el proyecto más temido por las petroleras y el que ha promovido la feroz campaña de desprestigio que desataron las transnacionales contra el Presidente Hugo Chávez, antes del referéndum revocatorio del 15 de agosto pasado.
Lo peor para los amos del mundo es que Petroamérica es una iniciativa viable. Es verdad que para los ortodoxos del todo o nada (y que siempre se quedan con nada), la petrolera cuatripartita, a la que podrían sumarse después las de México, Colombia, Chile, Perú y Colombia, no instalará al día siguiente la dictadura del proletariado, pero conseguirá que la «querella por el excedente», de la que hablaba René Zavaleta Mercado, se incline a favor de las naciones oprimidas por el capital financiero internacional.
Petroamérica creará las condiciones para que los movimientos populares de los países que la integran fortalezcan su conciencia antiimperialista y busquen objetivos más audaces. En efecto, si los latinoamericanos nos unimos para defender el gas y el petróleo, ¿por qué no utilizar planificadamente nuestros recursos financieros, hídricos, agrícolas o mineros? ¿Por qué no avanzar juntos en ciencia, salud, educación y tecnología o en el campo de la defensa militar, a fin de que EEUU no nos imponga tratados de impunidad para sus tropas?
La idea de Petroamérica es revolucionaria porque se enraíza en el pensamiento bolivariano y porque su potencialidad avizora un Siglo XXI diferente, el que, en lugar de convertir a la región en campo de concentración diseñado por el ALCA, sería el escenario humanista y democrático de los Estados Unidos Socialistas de América Latina, capaz de detener el holocausto ecologicida y armamentista al que nos precipitan las transnacionales de manera irreversible.
Desde luego que es más fácil describir las utopías que realizarlas. Y lo anterior pasa, para Bolivia, porque el presidente Néstor Kirchner deje de ser un vocero de la española Repsol para succionar el gas boliviano en las peores condiciones imaginables. Pasa porque Petrobras, orgullo de los latinoamericanos en la defensa de los intereses brasileños, deje de ser el socio eficiente de Repsol y British Petroleum en la misma tarea anterior. Pasa, asimismo, porque el movimiento popular en Chile entienda que el enclaustramiento geográfico boliviano retrasa nuestra integración.
Petroamérica es, por otra parte, un desafío a la inteligencia creativa y renovadora. Fue Jorge Abelardo Ramos (quien, infelizmente, claudicó frente al «menemismo»), el pensador que con extraordinaria audacia y sagacidad afirmó que en América Latina la «autodeterminación de los pueblos» es el derecho no a separarse (como se pensaba de manera unilineal en décadas pasadas), sino el derecho a unirse, ya que este el único camino que permitirá a Latinoamérica y el Caribe enfrentar exitosamente a los centros de poder mundial.
La autodeterminación, como el derecho a unirse, no niega en lo más mínimo, el valor de culturas milenarias, como quechuas, aymaras o guaraníes, cuyas visiones cósmicas en torno a la solidaridad, la reciprocidad y el respeto a lo diverso, constituyen aportes éticos y políticos para contener el ecologicidio, la locura armamentista y los fundamentalismos plagados de fanatismo e intolerancia.
Abelardo Ramos, cuyo décimo aniversario de su fallecimiento recordaremos el 4 de octubre próximo, logró, asimismo, conciliar a Carlos Marx y Simón Bolivar, pese a la injusta animadversión que sentía el primero por el segundo. Ramos, con su clásica originalidad, sostuvo que la unidad de América Latina, como proyecto político, necesita de la dialéctica de Marx. Así articuló el materialismo histórico y la visión unitaria de Bolivar, legándonos un formidable bagaje conceptual, uno de cuyos sólidos cimientos puede ser la idea bolivariana y «chavista» de Petroamérica.