«Las grandes naciones han actuado siempre como gánsteres y las pequeñas como prostitutas». (Stanley Kubrick) Stanley Kubrick dirigió tres memorables películas sobre la guerra, en 1957 Paths of Glory, Senderos de gloria, una crítica feroz a los jerarcas militares y a la barbarie de la primera guerra mundial; en 1987 estrenó Full metal jacket, aquí […]
«Las grandes naciones han actuado siempre como gánsteres y las pequeñas como prostitutas». (Stanley Kubrick)
Cambio en el guion
«La guerra no es la continuación de la política por otros medios, la guerra es la continuación de los negocios por otros medios» (Bertolt Brecht)
El colapso de la Unión Soviética cambió la estrategia y los enemigos pasaron a ser otros, ya no rige la retórica de la carrera armamentista justificada en el necesario equilibrio del poderío nuclear ante el peligro comunista. Ahora los generales del edifico pentagonal saben que EUU no tiene ningún rival a su altura, posee más de la mitad de todo el arsenal bélico que existe en el mundo, con drones, armas supersofisticadas de una tecnología destructiva impensada, incluso por la ciencia ficción, en tiempos de la Guerra Fría.
Ahora los nuevos vesánicos de la Casa Blanca y las corporaciones de la industria militar no tienen contraparte, después del 11-S el terrorismo es el nuevo guion, es la amenaza que, alimentada por ellos mismos, devino en el nuevo malo de la película, tan elementalmente necesario como efectivo para sostener la tensión dramática y cautivar a un público dócil al patrioterismo.
Al Qaeda se origina en la sunnita dinastía saudí aliada de EEUU y facciones del salafismo yihadista como el ISIS son un producto de las condiciones creadas por EEUU para enfrentar a los rebeldes kurdos o contener a los milicianos chiítas y son la excusa para atacar a los Estados que supuestamente lo amparan, entre los cuales otorgan a Irán un lugar privilegiado. Con esta misión Donald Trump aprobó el exorbitante presupuesto militar para 2020 de 750.000 millones dólares.
Un escenario clave en esta cruzada sigue siendo Irak, donde la llamada segunda Guerra del Golfo, iniciada con la invasión a Irak en 2013 (la primera fue en 1990-1991), tuvo un saldo de 200.000 víctimas civiles, 30.000 soldados y milicianos muertos y varios cientos de miles de heridos, además de la devastación de gran parte del territorio iraquí. Tras finalizar la guerra y con el argumento del entrenamiento de las tropas iraquíes para combatir la insurgencia y el terrorismo, la denominada Operación Nuevo Amanecer permitió a EEUU asegurar la presencia permanente de sus tropas. Actualmente son 5.000 los efectivos que ocupan sus bases militares, que además tiene en el Golfo Pérsico la Task force lista para rápidas respuestas punitivas.
Las consecuencias de las guerras de EEUU y sus aliados en Medio Oriente no pueden ser más nefastas: millones de víctimas, destrucción y sociedades envueltas en guerras fratricidas como en Siria, Yemen, Libia, Afganistán e Irak, en Palestina es Israel el gendarme, son el resultado del accionar de un Estado terrorista, donde la CIA, el Pentágono y una cantidad indefinida de mercenarios llamados eufemísticamente contratistas, no vacilan en violar los derechos humanos y las leyes internacionales hasta el nivel que sus presidentes ordenan y monitorean en tiempo real el asesinato. Barack Obama, premio Nobel de la Paz, el de Osama Bin Laden, y Donald Trump el de general iraní Qasem Soleimani y sus acompañantes. En campaña Trump declaro ante activistas antiaborto «siempre defenderé la vida», es evidente que para él un embrión estadounidense vale más que la vida de miles de musulmanes.
Irak y la guerra en el cine
«Todo lo que se mueve es un vietcong. Todo lo que se esté quieto es un vietcong disciplinado» (Soldado que dispara la ametralladora en Full metal jacket).
Después del horror y la debacle militar en Vietnam, contundentemente expuesta en las obras de grandes cineastas como Kubrick, Coppola, Oliver Stone y Hal Ashby, y las denuncias de atropellos y barbaridades en las guerras más actuales, algunos directores de prestigio intentaron recuperar la imagen de las FFAA de EEUU y del Reino Unido con la épica figura del soldado heroico y la noble causa de la Segunda Guerra Mundial, como en Rescatando al soldado Ryan de Steven Spielberg en 1998 o la más reciente Dunkerke de Christopher Nolan en 2017. En contraposición, después la controvertida La noche más oscura (2017) de Kathryn Bigelow, varios films recientes producidos en los estudios de las productoras del norte, han planteado una dura crítica del papel de EEUU en la guerra contra Irak. Tres películas que, aunque con ópticas diferentes, pueden leerse como complementarias, incursionan en el tema. Report, estrenada al año pasado, trata del informe que confirma las torturas, que comparan con las de Josef Mengele, ejecutadas por la CIA en centros clandestinos en distintos lugares del mundo, allí 190 prisioneros, según documentos registrados, fueron sometidos a actos aberrantes donde muchos de ellos murieron durante las crueles sesiones. Vice, de Adam McKay, recorre la inescrupulosa vida política del vicepresidente Dick Cheney, jefe del operativo que fraguó la información sobre armas de destrucción masiva en Irak, arsenal que como reconoció el propio presidente Bush nunca existió, al igual que la inverosímil relación de Saddam Hussein con Al Qaeda dando lugar a la invasión cuyo principal objetivo fue favorecer a un puñado de empresas, entre las cuales estaba la del propio Cheney, para que se apoderaran de los pozos petroleros en el país de Medio Oriente y al mismo tiempo ejercitar el músculo probando su nueva parafernalia bélica. En Officcial secrets, Secretos de Estado, de 2019, la denuncia de este thriller político gira sobre los documentos secretos que revelan las acciones de los gobiernos de George Bush y Tony Blair para presionar a determinados gobiernos para que aprueben en la ONU la intervención de una alianza encabezada por EEUU para invadir Irak, dada la renuencia de varios de ellos a involucrarse en una nueva guerra basada en información flagrantemente falsa.
Estas, como otras películas, al igual que los libros en los que se asientan, se basan en hechos reales que nunca fueron refutados o desmentidos por ninguno de los involucrados. Ninguno de los criminales responsables, desde presidentes hasta una larga lista de funcionarios civiles y militares involucrados, fueron juzgados ni castigados por las masacres cometidas. El nivel de cinismo, hipocresía e impunidad con que operan es una señal tenebrosa sobre los tiempos que nos tocan, tiempos sin ley ni justicia, donde la excepcionalidad es la norma y las instituciones internacionales y regionales, empezando por la ONU, que traicionando sus propias declaraciones y resoluciones, se han convertido en estructuras burocráticas vaciadas de toda capacidad para defender la paz y condenar a los señores de la guerra.
Si viviera Kubrick, el irreverente y genial director de La naranja mecánica y 2001 Odisea del espacio, tendría hoy que crear un nuevo personaje que no es Stranglove, el científico nazi al servicio de los EEUU, ni el general a quien llama ironicamente Jack D. Ripper, en un juego de palabras con el conocido Jack el destripador, autor del plan de ataque a la URSS, ni tampoco el general paranoico ‘Buck’ Turgidson, dispuesto maniáticamente a lanzar la bomba atómica a cualquier precio. Su protagonista seria el energúmeno presidente, el magnate de pelo volátil, que desde el salón oval de la Casa Blanca niega el cambio climático que incendia el Amazonas y Australia y que tiene en la realidad, fuera de la ficción de la pantalla, todo el poder para aplicar su política matoneril y sembrar el terror en todo el planeta.
Poco o nada se puede esperar de la mayoría de los gobiernos, por el contrario, el silencio o la complicidad genuflexa es la norma cuando se trata de la desigual relación con el jefe del norte. En América Latina la alineación casi automática con la política belicista, de violenta intromisión y chantaje de EEUU, es casi automática. Quienes rápidamente condenan al Gobierno de Venezuela, independientemente de su deriva autoritaria, sus derrapes y fallos, no dudan en reconocer a la golpista y represora Janine Añez, autoelegida presidenta de Bolivia, sin quorum e impidiendo que los legisladores del MAS ingresen al recinto, que callan ante la represión salvaje del Gobierno chileno y pasan por alto la situación en Colombia, país que tiene el récord de la mayor cantidad de dirigentes políticos y sociales asesinados, ciegos frente a los recurrentes crímenes cometidos en Haití o la violencia sistemática de la democratura del fascistoide Bolsonaro.
Más allá del cine
«Tomar posición es hacer cine político» (Sergio Leone).
El género del cine político, tanto de ficción como documental, ha tenido diferentes motivaciones, desde un rol militante como fermento de la historia hasta un perfil más acorde con los parámetros del mainstream del espectáculo, pero por sobre las disparidades estéticas y de objetivos ha mantenido un valor esclarecedor y testimonial que hoy se potencia y complementa con las redes multimedia. Pero si los pueblos no abandonan su lugar de espectadores y reaccionan ante la prepotencia y la violencia de los mercaderes de la guerra, si no logran imponer un nuevo orden internacional no capitalista, basado en los derechos humanos, la dignidad, la defensa de una paz justa, equitativa y duradera como parámetro ético para la solución a los conflictos, de reconocimiento a la diversidad política, social y cultural, el respeto y cuidado de la naturaleza y el medio ambiente, este presente oscuro y convulso de peligros extremos será irreversible y el sueño de un mundo en el que se pueda vivir sin miedo ni amenazas, sin ominosos muros, un mundo que pueda recorrerse libremente sin necesidad de documentos ni fronteras se volverá imposible.
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