En el transcurso del XIII Congreso Regional del PP de Andalucía, la Ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Bañez, dedicó buena parte de su intervención para aleccionar a sus correligionarios sobre la postura a adoptar ante los drásticos recortes aprobados por el gobierno popular. Consciente del malestar ciudadano por las medidas adoptadas en el […]
En el transcurso del XIII Congreso Regional del PP de Andalucía, la Ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Bañez, dedicó buena parte de su intervención para aleccionar a sus correligionarios sobre la postura a adoptar ante los drásticos recortes aprobados por el gobierno popular. Consciente del malestar ciudadano por las medidas adoptadas en el último Consejo de Ministro comentó que «habrá algunos que se resistan al cambio, pero la mayoría silenciosa de buenos españoles afrontarán los esfuerzos con aplomo y serenidad». Frase, sin duda, memorable, pero no novedosa. El recurso retórico a la llamada «mayoría silenciosa» procede de un conocido discurso pronunciado por Nixon, en el año 1969, para salir al paso de las crecientes protestas de un amplio sector de la población estadounidense contra la Guerra de Vietnam.
Unos meses antes del discurso de Nixon, había tenido lugar en Francia la revuelta estudiantil que conocemos como «Mayo del 68». Tal y como cuenta el gran historiador Josep Fontana, en su último libro «Por el bien del imperio» (editorial Pasado y Presente, 2011), el conflicto social llegó a tal extremo que De Gaulle, agobiado y desbordado por la situación creada, desapareció. La mayoría de los franceses pensaron que se había retirado a una de sus residencias privadas, aunque realmente lo que hizo fue entrevistarse con altos mandos del ejército francés para recabar su apoyo, por si fuera necesario reprimir el levantamiento ciudadano. Contando con el respaldo de los militares De Gaulle anunció la disolución de la Asamblea Nacional. La respuesta fue la organización de una manifestación en su apoyo que, según nos cuenta Josep Fontana, fue respaldada por un millón de personas. En esta manifestación se exhibieron «pancartas contra la revolución en que decían: «El pelirrojo- Cohn-Bendit- a Pekín», «la mayoría somos nosotros», «los silenciosos estamos hartos» (Fontana, 2011: 384).
¿Pudo Nixon inspirarse en las proclamas de esta manifestación en Francia para acuñar el término de «mayoría silenciosa»?. Lo desconocemos. Pero sí sabemos que desde entonces la derecha ha echado mano del mayoritario sector de la población que se mantiene al margen de la política, -desde la indiferencia a los problemas sociopolíticos y económicos que acontecen en su país-, para respaldar y legitimar sus decisiones. El silencio es, pues, interpretado por los políticos como una conformidad implícita a la acción de su gobierno. Un conformismo de los «buenos españoles», en palabras de la Ministra Bañez, que se contraponen a los «camorristas», «golpistas», «perroflautas» y «demagogos» del 15M, según los calificó la Sra. Esperanza Aguirre. Esta última llegó incluso a amenazar con movilizar, como hizo De Gaulle, a las bases de su partido para hacer frente en las calles a los integrantes del movimiento 15M.
El pulso entre mayoría silenciosa y minoría discrepante es tan antiguo como la democracia. En los EE.UU, cuna de la democracia moderna, surgieron pronto voces críticas con el poder de las mayorías. Henry David Thoreau, en su conocida obra «Desobediencia Civil» (1849), comentaba que «un gobierno en el que la mayoría decida en todos los temas no puede funcionar con justicia, al menos tal como entienden los hombres la justicia». Para Thoreau la obligación de todo hombre es «la de hacer en cada momento lo que crea justo». Justicia, verdad y razón, por tanto, son los principios por los que apostaba Thoreau, de ahí que llegará a escribir una frase ciertamente genial que contiene la esencia de su pensamiento: «Un hombre con más razón que sus ciudadanos ya constituye una mayoría de uno«. Esta idea refuerza la importancia de una minoría que tenga la verdad de su lado. Así, según Thoreau, «una minoría no tiene ningún poder mientras se aviene a la voluntad de la mayoría: en ese caso ni siquiera es una minoría. Pero cuando se opone con todas sus fuerzas es imparable».
En una sociedad, como la nuestra, dominada por la uniformidad mecánica y lo cuantitativo por encima de lo cualitativo no es de extrañar que cuenten más los números que las personas. Ya lo dijo Antonio Machado, a través de su célebre Juan de Mairena, «por muchas vueltas que le doy no hallo manera de sumar individuos». Lo importante ya no es tener razón, sino la cantidad de personas que coincidan en torno a una idea, aunque ésta sea absurda, inconsistente o disparatada. Las masas atomizadas y acríticas, tal y como presagió Ortega y Gasset, se han convertido en la coartada que utiliza la clase política para imponer su voluntad y defender los intereses de su casta y de los que detentan el poder económico en este país.
La falta de canales de participación política en España, junto con el simulacro democrático que impera en España, donde los ciudadanos no tienen la posibilidad de ejercer directamente el poder ni existe una distribución igualitaria de este poder entre todos sus miembros, lleva a que los políticos se erijan en los únicos capacitados para hablar en nombre del pueblo. Una supuesta legitimidad otorgada por las urnas cada cuatro años que carece de fundamento, ya que muchas de las decisiones adoptadas por el gobierno fueron intencionadamente ocultadas a los ciudadanos en la campaña electoral. Este planteamiento refuerza la demanda de los partidos políticos que como IU reclaman un referéndum para que la ciudadanía se pronuncie a favor o en contra de las medidas draconianas aprobadas por el gobierno del PP. Si tan seguro están de contar con el beneplácito de los «buenos españoles» que conforman «la mayoría silenciosa», ¿Por qué no les dan la oportunidad de hablar?. Igual se llevan una sorpresa.
Ha llegado el momento de romper las ataduras mentales e ideológicas que impiden a los ciudadanos expresarse con libertad e independencia. Es tiempo de dejar atrás la pasividad, el individualismo narcisista, la abulia, el servilismo, la pereza mental, la subordinación a la máquina, el conformismo y emprender el camino del empoderamiento colectivo. Hagamos caso del poema anónimo «no dejes de soñar» que nos incita a que no caigamos «en el peor de los errores: el silencio. La mayoría vive en su silencio espantoso. No te resignes. Huye». Mantenernos en silencio nos hace cómplices y le damos la oportunidad a los poderosos para que utilicen nuestro silencio a su favor. Callar en estos momentos, como nos recuerda Federico Mayor Zaragoza, se ha convertido en un delito: «silencio de los silenciados, de los amordazados. Silencio de la ignorancia. Terrible silencio. Pero más terrible, hasta ser delito, el silencio culpable de los silenciosos. De quienes pudiendo hablar, callan. De quienes sabiendo y debiendo hablar, no lo hacen» (Mayor Zaragoza, F: Delito de silencio, Ed. Comanegra, 2011).
Permítanme terminar con el desgarrador mensaje que nos ha legado Antonio Gramsci contra los indiferentes y los silenciosos: «…Odio a los indiferentes también porque me molesta su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos por cómo ha desempeñado el papel que la vida le ha dado y le da todos los días, por lo que ha hecho y sobre todo por lo que no ha hecho» (Gramsci, A: Odio a los indiferentes, Editorial Ariel, 2011).
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