Los referéndums que se realizaron en cinco regiones de la actual Ucrania –Lugansk, Donetsk, Jerson, Zaporiya y partes de Mikolayiv- para incorporarse a la Federación Rusa, ya han marcado un antes y un después en la guerra en Ucrania. Tras las votaciones, que resultaron en un SI a la incorporación, se abrirá un proceso legal en la Duma para formalizar la anexión, de forma que, una vez firmada la ley por el presidente Vladimir Putin, todos esos territorios pasarán a formar parte del territorio de Rusia. Poco importa que la OTAN y sus fieles descalifiquen las votaciones y desconozcan el proceso de anexión, A fin de cuentas, en 1999, la OTAN lanzó una brutal guerra de agresión contra la inerme Yugoslavia de Serbia y Montenegro, impuso por la fuerza bruta la separación de Kosovo de Serbia y la proclamó republica independiente.
Aquel hecho estableció un antecedente tan peligroso –no hay mayor violación del Derecho Internacional que arrancar territorios soberanos a un Estado por medio de la fuerza- que muchos países –entre ellos España-, se negaron a reconocer su legalidad. Poco ha importado. La OTAN, haciendo uso de su poder político y militar, impuso la independencia de Kosovo y ahí sigue. Para Serbia sigue siendo su provincia; para la OTAN es un Estado soberano, cuyas fronteras son resguardadas por soldados de la alianza atlántica. Cierto, desde la perspectiva del Derecho Internacional, se trata de hechos ilegales, pero, ¿cuándo ha importado tal derecho? La Corte Internacional de Justicia condenó a EEUU, en 1986, por la agresión contra Nicaragua y EEUU dijo tururú. Desconoció la sentencia, se retiró de la Corte y la guerra continuó. La OTAN invadió dos veces Iraq, ocupó Afganistán, destruyó Libia y quiso seguir con Siria, pero allí apareció Rusia y la OTAN tuvo que detener su andanada de guerras. Oír hablar a EEUU y los suyos de respeto al Derecho Internacional es como poner a Aníbal Lecter a defender el derecho a la vida mientras degusta nuestro hígado con vino cosecha 1857.
No hay dos hechos iguales y sería imprudente y necio hacer comparaciones entre Kosovo y los territorios formalmente ucranianos ocupados por Rusia, pues ambos solo comparten elementos externos. Kosovo ha sido territorio histórico de Serbia y Serbia como tal nació en Kosovo. Ucrania fue una obra de ingeniería política del poder soviético, que creó un Estado donde nunca había existido uno. Para hacerlo, le traspasó territorios históricamente rusos (Crimea y Nueva Rusia) y, después de la II Guerra Mundial, amplió Ucrania con otros arrancados a Polonia, Hungría y Rumania. Pero todo ello dentro de una idea que es preciso recordar para entender este meneo de territorios: aquello se hizo desde la convicción profunda de que la Unión Soviética sería inmortal. Desde esa perspectiva, poco importaban los cambios territoriales si, a fin de cuentas, era todo territorio del poder soviético. Pero no fue así, como sabemos. La URSS fue destruida y su destrucción abrió múltiples tragedias para decenas de millones de personas, que antes eran compatriotas y ahora, de repente, vivían en países distintos, algunos con renacidos odios étnicos. Millones de personas, rusas en su mayoría, se vieron convertidas, de repente, en extranjeras. Crimea estaba habitada en un 90% de rusos; en Nueva Rusia eran la gran mayoría. El golpe de estado de 2014 agravo la situación, pues se trato, sobre todo, de un golpe antirruso, dirigido contra Rusia y contra los rusos, desde el idioma hasta la cultura. La guerra estalló y se hizo cáncer maligno.
De todo el mosaico soviético, el más especial era Ucrania. Unida históricamente a Rusia, a tal punto que comparten los mismos orígenes, Ucrania fue parte de Rusia desde que Rusia es Rusia, en sus distintos procesos históricos. Por tanto, para Rusia, Ucrania no era, no es, no será nunca como cualquier otro país. Ucrania es Rusia y, con Bielorrusia, forman la Rusia milenaria, eslava y ortodoxa, esa que la OTAN quiere destruir. De ahí el ahínco, el empeño, la decisión, de expulsar a la OTAN de las tierras eslavas. De sacar a los barbaros occidentales de un territorio que ha sido ruso y eslavo mil años. Es preciso entender esto –guste, disguste o deje indiferente- para entender la psicología que empapa la guerra en Ucrania. Así se comprenderá la alianza a muerte entre rusos y bielorrusos y se comprenderá que esta guerra será larga, muy larga, aunque callen los cañones, porque no cesará hasta expulsar a los barbaros de la tierra eslava. Podrán alcanzarse acuerdos, pero solo serán viables si Occidente renuncia a esa Rusia. No que se levante un muro, no, simplemente que la OTAN abandone Ucrania. Que se vaya.
La psicología permitirá entender por qué Rusia ha llevado a cabo la guerra como la ha llevado, de una forma light e ininteligible, hecho que, de forma obtusa, los occidentales han interpretado como debilidad de Rusia, lo que les ha llevado a cometer un error tras otro (y en esos errores siguen), al no asumir que no es debilidad, sino una forma de limitar al máximo los daños humanos y materiales a la población ucraniana (rusa).
Fijémonos en un tema al que escasamente se le ha prestado atención: Rusia, en Ucrania, ha transgredido los manuales más básicos de cómo llevar una guerra. Según las doctrinas militares en uso, la primera acción es lanzar ataques que debiliten al máximo la capacidad de resistencia y la moral del adversario. Eso hizo Rusia en la primera fase de la guerra, pero afectando esencialmente las infraestructuras militares. El resto quedó fuera del marco de operaciones y fuera sigue hasta el presente. Con la práctica totalidad de sus estructuras civiles intactas, el gobierno ucraniano y la OTAN, su gran sostén, han podido reorganizar el ejercito, rearmarlo y moverlo libremente por el oeste de Ucrania y buena parte del este. La existencia de este santuario ha hecho posible la llegada masiva de armas y equipo atlantistas y le ha permitido al enemigo moverse como si la guerra no fuera con ellos. Esta forma de guerra ha tenido un costo muy alto para Rusia. Altísimo.
En la II Guerra Mundial -y primera con uso masivo de la aviación-, los aliados se aplicaron a fondo a bombardear fabricas, nudos de comunicaciones, centrales eléctricas, depósitos de combustibles, graneros y puentes en Alemania, pues esa es la forma más eficaz y rápida de destruir los recursos materiales del enemigo, que, sin esos recursos, veía desplomarse a plomo su capacidad de combatir. Antes de invadir Iraq, EEUU y sus aliados demolieron todo lo que de valor había en el país, fuera o no objetivo militar. El propósito de los bombardeos masivos e indiscriminados era garantizar al máximo que, cuando las tropas penetraran al territorio, las bajas propias fueran las mínimas, a causa de los estragos causados en las infraestructuras iraquíes. Nada de eso ha hecho hasta ahora Rusia. Ucrania sigue funcionando en paz, con la guerra limitada a los territorios controlados por Rusia y las milicias prorrusas. Militarmente, una aberración.
Rusia, pues, no está haciendo nada de lo que mandan los más básicos manuales militares. No ha bombardeado ninguna planta eléctrica, ni fabricas, ni aeropuertos, ni nudos ferroviarios, ni puente alguno sobre el rio Dniéper. Ni siquiera ha cortado el suministro de gas a Ucrania, algo tan simple como darle vueltas a unas manijas para que ese gas deje de fluir y paralice el país. Rusia no ha querido golpear a fondo a Ucrania, no obstante disponer de una supremacía aérea total y de armamentos de alta precisión que le permitirían destruir toda esa infraestructura sin problema ninguno.
Aprovechando esta circunstancia, la OTAN ha enviado a centenares de oficiales y asesores militares a Ucrania, ha podido rehacer, de forma relativamente fácil, el ejército ucraniano, poniendo al mando de las fuerzas ucranianas a oficiales de la OTAN. El control de la OTAN sobre esas fuerzas es tal que expertos militares como Scott Ritter (y otros más) califican al nuevo ejército de Ucrania como un ejército de la OTAN. En la tan cacareada contraofensiva en la región de Járkov, Rusia fue sorprendida por un ejército de nuevo cuño, con armamento atlantista y bien informado de los puntos débiles rusos en el frente de guerra. Esa contraofensiva marcó un antes y un después, pues, creemos, hizo entender al gobierno ruso que, o espabilaba, o su estrategia militar iba directa al desastre. Porque ya no era Rusia contra el régimen de Kiev, sino la OTAN abiertamente contra Rusia. De ahí el cambio radical. Putin ordenó la movilización parcial del país para reclutar a 300.000 efectivos y se decidió organizar referéndums en las zonas bajo control ruso, para que se votara su incorporación a la Federación Rusa. Subir la guerra de nivel, de esa guerrita light y ruinosa a una guerra como debe ser.
Debemos entender que estas dos decisiones han puesto sobre la mesa un hecho capital: Rusia ha decidido abandonar la vía de la negociación para asumir una política de hechos consumados. Incorporar a Rusia los territorios controlados implica que esos territorios quedarán fuera de cualquier negociación (que, en algún momento, llegará). Anexionarlos hoy para devolverlos mañana sería peor que salir de ellos ahora. En suma, ya no habrá negociación sobre Donbás y Nueva Rusia, que volverán a ser rusos para siempre. Lo que se negocie, se hará sobre la aceptación de la anexión, o no se negociará.
Por otra parte, la movilización de 300.000 efectivos dará un vuelco radical a la guerra, pues Rusia sumará alrededor de 500.000 soldados sobre el terreno, mejor equipados y armados. La afirmación de Putin, de que Rusia empleará todos sus medios militares, hace prever que los objetivos militares hasta ahora exentos de la guerra, podrán ser atacados. Una de las consecuencias de ese cambio de estrategia sería que el oeste de Ucrania deje servir como santuario de la OTAN. Y la OTAN tendrá que decidir si escalar o recular. De esa decisión dependerá el nivel de riesgo de confrontación directa entre Rusia y la OTAN. Si la opción que se escoge es la escalada, puede esperarse que Rusia no se limite a atrincherarse en las provincias reincorporadas, sino que decida avanzar sobre el resto del territorio de Nueva Rusia, hasta alcanzar Odesa.
Medio millón de soldados apoyados en todo el poder militar de Rusia es una cuestión muy seria. Se tardará, quizás, dos meses en habilitar a la nueva tropa. En noviembre se empezarían a ver sus efectos. No es posible predecir resultados, pues las variables son muchas. De lo que podemos estar seguros es que el invierno europeo estará lleno de sorpresas, pólvora y frio. Nosotros, bajo el plácido sol del Caribe, viendo estrellas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.