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Ugencia de una nueva moralidad

Fuentes: Koinonia

Los informes sombríos sobre el estado de la Tierra y sobre el futuro desalentador de la especie humana nos sugieren la urgencia de una nueva morlidad. Más y más nos damos cuenta de que esta situación dramática se vincula a la forma insensata y hasta inmoral con la que nos relacionamos con la naturaleza, depredándola […]

Los informes sombríos sobre el estado de la Tierra y sobre el futuro desalentador de la especie humana nos sugieren la urgencia de una nueva morlidad. Más y más nos damos cuenta de que esta situación dramática se vincula a la forma insensata y hasta inmoral con la que nos relacionamos con la naturaleza, depredándola sin remordimiento a través de un modo de producción que hace del lucro su única ley y religión. Solamente ahora, cuando la alarma ecológica ha llegado a las páginas de la economía, empiezan los gobiernos y las grandes instituciones internacionales a tomarla en serio. La crisis no viene: ya estamos dentro de ella, y alcanza a millones de personas. Al Gore, en su documental «Una verdad incómoda», nos proporciona los datos. O invertimos ya ahora en la disminución de los gases de efecto invernadero, o en los próximos años tendremos que aplicar más de mil millones de dólares anuales para estabilizar el calentamiento dos grados por encima del actual nivel. O nos vamos a encontrar catástrofes nunca vistas.

Bien analizadas, estas medidas son apenas paliativas. Parten de un presupuesto equivocado: piesan que limando los dientes del lobo disminuimos su ferocidad… O sea, podríamos continuar con el mismo modelo de producción y consumo, disminuyendo simplemente la dosis. Ese modelo nos condenará a todos, porque se basa en una metafísica falsa, la de que podemos disponer de los recursos como nos venga en gana, y que nuestra relación con la naturleza es sólo de orden utilitario. Pensamos que estamos por encima de la naturaleza, y contra la naturaleza. Ella se vengará, tal vez expulsándonos definitivamente de su seno, como se expulsa a una célula cancerígena.

Por eso, de poco valen las soluciones técnico-científicas fundadas en aquella metafísica. Necesitamos una ecuación moral que cambie los fines y no sólo los medios de nuestra civilización. He aquí algunos puntos para la nueva moralidad.

En primer lugar, debemos tomar en serio el principio de precaución y de cuidado. O cuidamos de lo que queda de la naturaleza y regeneramos lo que hemos devastado, o nuestro tipo de sociedad tiene los días contados. Además, filosóficamente, el cuidado es la precondición para que surja cualquier ser, y el criterio anterior a toda acción.

En segundo lugar, importa dar centralidad al afecto, a la compasión, al corazón y a la piedad, como principios morales. Eso nos enseñan el budismo en Oriente y Schopenhauer en Occidete. Ambos afirman: «no hagas mal a ningún ser, más bien esfuérzate por ayudar a todos lo más que puedas».

En tercer lugar, urge rescatar el respeto y la veneración ante cada ser, porque representa un valor por sí mismo. Como lo formuló Albert Schweitzer: «ética es la ilimitada veneración ante la vida y el respeto ante cada ser».

En cuarto lugar, se hace necesario asumir la responsabilidad del futuro del planeta y de la vida. Somos los guardianos del ser. Hans Jonas espresó así el principio de responsabilidad: «actúa de tal manera que tus actos no sean destructivos para la vida».

En quinto lugar, en vez de la competición hay que reforzar el principio de cooperación, porque es la ley suprema del universo: todos los seres son interdependientes y se ayudan unos a otros para evolucionar, sin excluir a los más débiles.

Si viviéramos esa nueva-vieja moralidad, cambiaremos los comportamienos de los estados y de las personas para con la naturaleza, y así nos salvaremos. Vale la frase de 1968 en los muros de París: «seamos realistas, exijamos lo imposible».

http://servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=196.