Francisco Fernández Buey, Paco, nuestro Paco, falleció en agosto de 2012. Nos ardió su pérdida, sigue ardiendo. Como la de su esposa y compañera Neus Porta y la de otros amigos -Pere de la Fuente entre ellos- que nos han dejado a lo largo de este último año no siempre afable ni justo. Paco no […]
Francisco Fernández Buey, Paco, nuestro Paco, falleció en agosto de 2012. Nos ardió su pérdida, sigue ardiendo. Como la de su esposa y compañera Neus Porta y la de otros amigos -Pere de la Fuente entre ellos- que nos han dejado a lo largo de este último año no siempre afable ni justo.
Paco no se ha ido desde luego, no nos ha abandonado. No hemos querido ni queremos que sea así. Hemos celebrado encuentros, seminarios, días de homenaje, se ha escrito, se han publicado libros,… En honor de él, de su obra, de su hacer, de su maestría, de sus grandes preocupaciones. Le seguimos recordando, seguimos dialogando con él, seguimos aprendiendo de una obra, la suya, que, como los buenos vinos (solía usar él esta metáfora que yo apenas logro saborear), se hace mejor con el transcurso del tiempo. Esa es mi experiencia personal con uno de sus ensayos, una de sus grandes aportaciones en un ámbito que, aparentemente, sólo aparentemente, no era directamente el suyo: La ilusión del método. No es el único caso.
Otro libro suyo tiene anunciada su publicación el próximo setiembre-octubre de 2013. Para la tercera cultura es el título. «Ensayo sobre ciencias y humanidades» el subtítulo. Uno de sus temas, uno de los asuntos que más le preocupó a lo largo de los años. Desde aquel «Einstein, filósofo de la paz» de mediados de los ochenta o incluso desde el artículo más lejano sobre «El dogmatismo de los literatos», publicado en Realidad, en septiembre de 1968.
No fue su único asunto desde luego: Marx, Gramsci, la tradición marxista, el anarquismo, la gran perturbación, Bartolomé de Las Casas, Fourier, la Universidad, la metodología de las ciencias sociales, la barbarie de los otros pero sobre los unos, la historia de la ciencia, la medicina hipocrática, Goethe, las utopías e ilusiones naturales, los asuntos poliéticos más controvertidos, Lukács, el gran Brecht, Lenin que no era para él un perro muerto, la alterglobalización crítica, los insumisos (él lo fue en temas de fiscalidad belicista), la cultura de la paz, el gandhismo informado, Platónov, Tolstoi, los clásicos rusos en general, Gamoneda, el cine,… Fueron múltiples sus intereses, casi inabarcables. Un poliedro productivo y creativo con cien caras confluyendo en cada vértice.
Estuvo comprometido en causas nobles, parte esencial de su vida, hasta el último momento. Sacó fuerzas de flaquera y bajó el 14 de abril, su último 14 de abril, a la Plaza de Cataluña, a la plaza de los indignados. Con su hermana Charo, siempre a su lado. Tuvo aún la generosidad de agradecerme la referencia que Julio Anguita y yo mismo habíamos hecho a su persona en una entrevista que ese mismo día publicaba rebelión.
Tres meses más tarde, el 6 de julio de 2012, escribía la última carta que de él recibí:
Querido Salva,
Gracias por el mensaje y por tus amables palabras. Efectivamente, estoy algo mejor. Mañana tengo la «simulación» para la radioterapia, en la Platón, y por la tarde seguramente sabré a qué atenerme sobre la sesiones. Te llamaré por teléfono mañana por la tarde y te daré noticias.
Mientras tanto, y aunque con cierta dispersión, voy leyendo cosas, tomando notas y (cuando tengo fuerzas) escribiendo algo. Sigo las novedades del mundo como puedo e intentando entender lo que dicen los economistas al respecto. La verdad es que cuesta… entender este mundo y entenderles a ellos.
Me llegó ayer el último «topo» y entre otras cosas leí tu bondadosa reseña de los «poemas inválidos» de Jorge [Riechmann]. Por cierto, hoy estaba Jorge aquí, en Barcelona, comí con él y cambiamos impresiones. Te mando un abrazo grande y muchos recuerdos para Mercedes y Daniel, Paco
Cuesta leer ahora ese «estoy algo mejor» (su voz había sonado como siempre o casi mejor que siempre, en una llamada previa). Emociona pensar en sus lecturas últimas, en sus últimos escritos (¡nunca paró, ni un momento!), en su amor por Eloy, y también por Jorge, por Jordi Mir, por Víctor Ríos y por tantos otras amigas y amigos, en su observación sobre los economistas y la comprensión de este mundo grande y cada vez más terrible.
Siempre me preguntaba, siempre se interesó por Daniel. Siempre trató a Mercedes (su amor por él es inmenso y permanente) con amistad, dulzura y reconocimiento. Es muy duro tu trabajo, solía decirle. Este año, acompañado algunas tardes por Jordi Torrent, Víctor Ríos y Jordi Mir, su gran discípulo en la Pompeu Fabra, el director actual del grupo de investigación sobre movimientos sociales GEMS), que Paco fundó y alimentó, he estado trabajando en su despacho en su último libro y ordenando papeles. Rodeado de sus libros, de los libros y artículos que escribió y de los libros que estudió y anotó, y de tus archivos, documentos y papeles, me he hecho una ligera idea -insisto: ligera- de lo mucho que este filósofo de una pieza, comprometido hasta la última célula de su cuerpo y de su alma, ha hecho por todos nosotros. Por todos. Su legado es inmenso, nuestra deuda es imperecedera. Nunca habitará en él, nunca deberá habitar en él nuestro olvido.
En septiembre de 2007, poco después de la edición de «Integral Sacristán» de Xavier Juncosa, Paco Fernández Buey me escribía una nota en la que comentaba:
[…] Por cierto, y hablando de viejos héroes: ¿viste la noticia de ayer sobre la muerte de André Gorz? Me impresionó mucho, porque no tenía ni idea de eso, que el hombre se retirara de todo para cuidar a su compañera enferma ya en el 83 y que decidiera suicidarse con ella hace unos días, aislado y alejado del mundanal ruido. No sé si te he contado alguna vez que antes de ser sacristaniano, cuando empezaba a estudiar en Barcelona, fui un gorziano de corazón. Mis primeros seminarios de marxismo se inspiraban en él («La moral en la historia» y cosas así). Luego Manolo me dijo que eso no era marxismo fetén. Y luego vino lo del Adiós al proletariado y demás. Pero ahora, desde su solidario y valiente final, me quito el sombrero (que nunca tuve)…
No, no me lo había contado hasta entonces. Pero muchos de nosotros también nos quitamos el sombrero (que tampoco hemos llevado nunca) ante el compromiso, la solidaridad, el inmenso saber, la fraternidad, el amor que nos transmitió este gramsciano imprescindible, de hermoso e inolvidable decir, que amó, estudió y combatió como pocos, como muy pocos. En él, el género humano tomaba el nombre de la Internacional y entonaba consistentemente su letra.
PS. Tampoco a Paco le disgustaría que leyéramos esta…, o mejor, cualquier página suya, con su muy de su gusto «Everybody knows» de Cohen. En esta versión por ejemplo: http://www.youtube.com/watch?
Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)
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