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Un artículo sobre la izquierda del profesor y helenista Miguel Candel que no debería pasar desapercibido

Fuentes: Rebelión

Como hay tantas cosas por leer y las entradas informativas nos llegan desde muchos nudos, no es imposible que se les haya pasado por alto un artículo del profesor y helenista Miguel Candel: Izquierda sin «-ismos» publicado recientemente en Crónica Popular [1]. Les hago un resumen de sus ideas y añado algunas observaciones. Para que […]

Como hay tantas cosas por leer y las entradas informativas nos llegan desde muchos nudos, no es imposible que se les haya pasado por alto un artículo del profesor y helenista Miguel Candel: Izquierda sin «-ismos» publicado recientemente en Crónica Popular [1]. Les hago un resumen de sus ideas y añado algunas observaciones. Para que les pique el gusanillo y vayan a la «fuente clásica» (nunca mejor dicho).

El artículo abre con una declaración antidogmática y un pequeño homenaje. A otro gran filósofo, Francisco Fernández Buey, expulsado como el autor de la Universidad de Barcelona por razones políticas a raíz de la larga, exitosa y difícil huelga antifascista del curso 1974-75:

No sólo el marxismo en particular [2], sino el discurso de la izquierda en general debe, si aspira a dotar de validez universal sus diagnósticos y propuestas, renunciar al dogmatismo excluyente con que tantas veces los ha formulado, so pena de quedar varado en los márgenes de la corriente de la historia. Dicho menos metafóricamente: debe saber distinguir y preservar el núcleo esencial de su mensaje para que no se confunda con lo insustancial y adventicio que las sucesivas circunstancias concretas le han adherido. [la cursiva es mía]

Y qué es lo esencial, se pregunta el autor, del mensaje de la izquierda, antes, ahora y siempre. Pues «la extensión, más allá de sus fronteras particularistas tradicionales, del supremo valor humano de la fraternidad, cemento tanto de la libertad como de la igualdad» [3]. Conviene releer la frase: cemento de la libertad y de la igualdad, supremo valor humano.

Siendo así, señala paradójicamente, «pocas dudas puede haber de que el único enemigo de la izquierda es el conflicto de clases y, por tanto, las diferencias de clase». ¿Yerran entonces Marx y Engels cuando abren, como se recueda, su Manifiesto Comunista con la idea de que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, historia que puede acabar con la victoria de una de ellas o en desastre total? No, señala el profesor Candel.

Si esa afirmación se entiende en sentido meramente descriptivo y no normativo. Porque la primera premisa para superar un conflicto es reconocerlo (por algo los creadores del mayor conflicto abierto en España en lo que va de siglo, los secesionistas catalanes, niegan de manera contumaz -y risible, si no fuera perversa- la existencia de un conflicto entre ellos y el resto de los catalanes, pues ellos no quieren superarlo, sólo ganarlo).

En el caso de la lucha de clases puede parecer también, admite el autor de Metafísica de cercanías, que se trata simplemente de ganarla, «así suelen verlo desde la derecha y la clase a la que ésta representa». Cuando desde la izquierda se dice aspirar a una «sociedad sin clases», «también hay quien quiere entenderlo, siguiendo al pie de la letra el mencionado texto del Manifiesto, como el triunfo de una clase sobre la otra», pero olvidando -¡a veces se ha olvidado, tiene toda la razón al recordarlo!- algo tan elemental como «que ello no implica la desaparición física de los individuos que integran esa otra, sino la desaparición política de su función social como clase dominante.» [4]

Visto así, el papel de la izquierda no ha de identificarse, como a menudo se hace, «con el de un esforzado e incansable paladín enfrentado a medio mundo en nombre de una causa pura y sin mácula», lucha en la que no cabría «el armisticio, la tregua ni el pacto, sino a lo sumo la alianza circunstancial con otros luchadores de inferior categoría moral y política a los que -sin fiarse demasiado de ellos- es oportuno subir al carro como compañeros de viaje». Actitud ésta que, por otro lado, revela «una concepción infantiloide y pírrica de lo que es realmente la guerra, pues no se la concibe sino como una serie continua de avances, en que todo retroceso es una traición y no hay más alternativa a la victoria total que el destino de Numancia.»

Esa actitud intransigente, prosigue el autor de Ser y no Ser. Crítica de la razón narcisista, puede verse reforzada en algunos a contrario por el contraejemplo de sectores de la izquierda que han hecho de la necesidad virtud en enésima aplicación del discurso de la zorra ante las uvas: los sectores llamados «socio-liberales» (cuyo liberalismo poco tiene que ver con Locke y Mill y sí mucho con Von Mises y Hayek) [5].

Para estos sectores, para los socio-liberales, para los Felipe González de turno (que son muchos), el pacto se reduce casi siempre «a entregar las armas dialécticas («si no puedes con ellos, únete a ellos») y hacer suyo el lema TINA («there is no alternative»… al capitalismo puro y duro, se entiende).» Recordemos el sabio decir de Miss Margaret Thatcher: «¿Mi gran legado? Blair».

Parece obvio, señala y colige Candel con razón, «que la izquierda no puede seguir esa vía sin negarse a sí misma». Pero de ahí, comenta críticamente también con razón, «a invocar la revolución (en vano) cada cuarto de hora, proclamar procesos constituyentes (más bien «destituyentes») cada primavera y llamar fascista a todo el que no vibre de entusiasmo ante tan electrizantes soflamas media un larguísimo trecho». No hay que olvidarse del refranero, añade: «perro ladrador, poco mordedor». La referencia al uso del término fascista, a lo largo, a lo ancho y a lo loco, tiene numerosas contrastaciones empíricas exitosas.

Si la izquierda es en su esencia, prosigue nuestro filósofo, uno de los frutos más opimos, más copiosos, ricos y abundantes de la Ilustración -«Marx, al menos, lo fue sin duda»-, no puede renegar de sus orígenes sustituyendo «el análisis detallado por la consigna reduccionista, el pincel fino por la brocha gorda». Desgraciadamente, añade, no parece que haga hoy, hablando en general (siempre hay excepciones a tener en cuenta; el propio profesor Candel es un ejemplo de ello), honor a su matriz ilustrada.

El viejo diagnóstico de Togliatti sobre el Partido Comunista de España (y eso en el momento de mayor acierto táctico y estratégico de su política) puede extenderse hoy a casi toda la izquierda presuntamente radical existente en el llamado mundo occidental: «manca finezza».

La izquierda sólo puede librarse de su creciente irrelevancia, sostiene el traductor de Gramsci, Sokal y Marx, si se somete a una estricta cura de humildad y admite que no tiene la fórmula magistral para curar todos los males de la humanidad. Tarea sobrehumana e imposible. Mala utopía. Si reconoce, añade, que quienes no comparten sus postulados no son necesariamente estúpidos ni malvados; si, además, habla menos y escucha más, y siempre, claro está, «sin perder de vista el objetivo central antes mencionado: la ampliación creciente del espacio en que «los hombres volverán a ser hermanos»».

Lo cual exige, en su opinión (que una comparte), no dedicar «la mayoría de las energías a reivindicaciones sectoriales, por importantes que sean, porque tienden frecuentemente a ser divisivas y ninguna de ellas puede cortar por sí sola el nudo gordiano de la injusticia generadora de todos los conflictos: la explotación del hombre por el hombre» (si se quiere del ser humano por el ser humano). Clásico… pero verdadero. Y recordemos que la verdad la diga Agamenón o la diga su porquero sigue siendo verdad. La izquierda, por tanto, debería renunciar a los -ismos (que tanto mal nos han hecho).

Todo el que se confiesa partidario de un -ismo (y que es, por tanto, un «-ista») corre el riesgo de que los árboles no le dejen ver el bosque. Incluso el ideal socialista, perseguido en exclusiva, puede ser una pantalla que impida ver el amplio panorama de la realidad que ha de tener en cuenta quien trabaja por superar la división clasista entre los seres humanos.

Es decir, contra ese división clasista (asunto normativo) a partir de su conocimiento (asunto descriptivo). Cuando se habla de una izquierda «sin complejos», el primer complejo del que hay que liberarse es el complejo «izquierdista», señala nuestro profesor. Hay vida (mucha) más allá de lo que ha constituido históricamente «el hábitat cultural de la izquierda». La grandeza de los grandes de la tradición comunista, afirma alguien que conoce muy bien a esos grandes, «como el que seguramente ha sido el más grande de todos ellos, Antonio Gramsci», estriba precisamente «en esa altura y amplitud de miras, que le permitió extraer enseñanzas de corrientes político-filosóficas y estéticas diversas que otros considerarían difícilmente compatibles con una cultura ‘proletaria». La paradoja de muchos izquierdistas, añade el también traductor de Aristóteles y Epicuro, «ha sido que, ávidos de expropiaciones materiales, han sido incapaces de expropiar muchas de las riquezas culturales que se extendían ante ellos, tildándolas de «reaccionarias»». El punto es importante porque es puro Marx: recordemos su carta de 5 de marzo de 1852 a Joseph Weydemeyer.

Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía económica de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases

Dejemos, no es el momento, el necesariamente, la dictadura del proletariado y el tránsito hacia la abolición de todas las clases. Lo importante: Marx bebe de resultados de historiadores y economistas burgueses.

Y no es, además, que «esa cultura de izquierda que podríamos llamar «autista» sea producto de las clases más subalternas, cuyas limitaciones culturales explicarían lo limitado de su apertura a la realidad». Todo lo contrario sostiene el profesor Candel: con esa limitación suele ir aparejada, en las clases humildes, la conciencia de la misma, el reconocimiento de su ignorancia y el respeto por los que «saben», reconocimiento en el que reside el verdadero principium sapientiae: sólo es peligrosa la ignorancia que se ignora a sí misma.

Cosa bien distinta ocurre en cambio, prosigue el traductor de Searle y Gramsci, «con el pequeñoburgués narcisista que, o mucho me equivoco, o ha venido nutriendo mayoritariamente, desde tiempo inmemorial, los cuadros dirigentes de los partidos de izquierda». En esos cerebros «capaces de convertir la crítica en dogma es donde reside el germen del autismo político». En esas cabezas presuntamente emancipadas, insiste nuestro helenista, «que creen saberlo todo sobre la emancipación es donde se han gestado la mayoría de los fracasos políticos de la izquierda». Porque, sostiene, son esas cabezas las únicas capaces de cambiar sus ideas de la noche a la mañana: de pasar de soñar con la guerrilla urbana a gestionar una reducción de plantilla en una empresa con beneficios; de defender el internacionalismo marxista-leninista albanés a exigir el reconocimiento de la independencia de Kosovo y, en el mismo paquete, la independencia de Cataluña; de acostarse con Marx y levantarse con Milton Friedman.

Exquisita agilidad mental la suya (¡hay tantos casos, generan tanto dolor y confusión!), remarca irónicamente nuestro filósofo, «no como la del obrero que sigue machaconamente votando al PSOE cuando es evidente que sólo tiene de obrero una de sus siglas». Ni como la del modesto asalariado del cinturón de Barcelona «que, cuando le ve las orejas a la manada de Puigdemont, vota a Ciudadanos pese a estar más claro que el agua que éstos tienen tanto de centro-izquierda como el «procés» de democracia». Es decir, nada pero a veces (y no pocas veces) hay que escoger entre dos males. Y es que esas gentes, añade, «suelen ser tan «conservadoras» que prefieren conservar lo poco bueno antes que cambiarlo por lo óptimo… y quedarse sin lo uno ni lo otro». ¿No deberíamos ser todos conservadores de lo que merece ser conservado?

Eligen mal se pregunta: «naturalmente. Pero no por falta de criterio, sino por falta de alternativas dignas de confianza.» Uno de los nudos centrales de nuestra hora.

Para que una izquierda digna de tal nombre llegue a ganarse la confianza de su base «natural», sostiene nuestro filósofo helenista, va a tener que trabajar duro y empezar por ahí, por la «base». Elemental, dirán, pero necesario decirlo. Por escuchar a la gente, «también (o más aún) a la que vota a la derecha, y tratar de identificar los problemas reales que se ocultan bajo tantas soluciones falsas, tantos prejuicios y tanta ideología», al tiempo que añade, en la misma línea, «no poner nunca por delante la consigna y la bandera, sino el argumento y la empatía». Destaco: argumento y empatía, no solo el instrumento más racionalista.

E incluso, prosigue Miguel Candel, cuando se haya ganado la confianza de mucha gente, «no utilizarla como mesnada partidista, como masa de maniobra contra las demás opciones políticas, sino como argumento vivo para hacer ver a esas otras opciones la necesidad y viabilidad de una política transigente con las diferencias pero intransigente con las desigualdades» [la cursiva es mía y de aplicación directa a la situación política en Cataluña].

Todo esto en el fondo, concluye nuestro helenista, se resume en una idea: la izquierda debe ser la encarnación viva de la democracia, del núcleo democrático que está en la base de la muy perfectible, pero muy valiosa, democracia formal al uso, con su división de poderes, su presunción de igualdad de derechos y sus mecanismos legales de defensa de esos mismos derechos.

Ese armazón formal debe revestirlo la izquierda de contenido material, ése es su «carisma» apunta nuestro profesor: de modo que los derechos se traduzcan realmente en hechos. Lo cual sólo se consigue de manera estable si, en lugar de optar por rupturas unilaterales, como algunos insensatamente proponen, se profundiza y perfecciona el marco legal existente.

Claro que, señala finalmente, «esa tarea es ardua, nada heroica y, por lo general, no da protagonismo en los medios (algo que el pequeñoburgués narcisista antes referido no lleva nada bien)». Pero, así cierra, «es lo que hay (y que dure)».

También es parte de lo que hay -y de lo que debe durar- artículos sobre la izquierda escritos desde una perspectiva de izquierdas, lúcida, informada, madura, fraternal y no narcisista. Y realista pero sin renunciar a utopías deseables y factibles.

Notas

1) https://www.cronicapopular.es/2019/06/izquierda-sin-ismos/ .

2) La cita es del autor: «v éase el oportuno y antidogmático libro de Francisco Fernández-Buey, Marx (sin ismos), Barcelona, El Viejo Topo, 1999″

3) Recordemos el libro de otro gran filósofo, amigo también del autor: Toni Domènech, El eclipse de la fraternidad, Akal, Madrid, 2019, prólogo de César Rendueles, epílogo de Daniel Raventós.

4) El estalinismo es un tendente a este tipo de confusiones.

5) Sobre este punto, véase el magnífico artículo de John Bellamy Foster, «Capitalismo salvaje», El Viejo Topo, julio-agosto de 2019, pp, 37-47.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.