Y bien, me han convencido. Desterremos la violencia de la vida, por las buenas o por las malas, caiga quien caiga, cueste lo que cueste… Prohibámosla hasta en el diccionario y que como concepto no pueda tener coartada. Ni siquiera cobijo como sinónimo. Censuremos el furor de sus proscritas nueve letras, condenemos el exceso de […]
Y bien, me han convencido. Desterremos la violencia de la vida, por las buenas o por las malas, caiga quien caiga, cueste lo que cueste… Prohibámosla hasta en el diccionario y que como concepto no pueda tener coartada. Ni siquiera cobijo como sinónimo. Censuremos el furor de sus proscritas nueve letras, condenemos el exceso de sus tres clandestinas sílabas.
Y si es preciso revisar la Historia, la Física, las Ciencias Naturales, que no nos tiemble el pulso y saquemos a patadas la violencia de nuestro entorno, de nuestra cultura.
¡No a la violencia!
Y que sea declarada ilegal la tortura, al igual que las cárceles públicas o secretas, los muros con y sin vergüenza, las alzas de los precios, los olvidos, las mentiras impresas, los violentos despidos, los infiernos.
¡No a la violencia!
Y que no puedan las olas romper violentamente contra los arrecifes, y que no pueda la Bolsa desplomarse violentamente ante los imponderables, y no sea la violenta espada la que en la plaza degüelle al toro…
¡No a la violencia!
Para que los estornudos puedan ser serenos y sosegadas las toses, para que nadie vuelva a referirse a la violencia del incendio o al violento remate del delantero-centro o al mate en la canasta del rival o al violento servicio del tenista.
¡No a la violencia!
Así tengan que ser abolidos los violentos ataques de cuerdas y metales en las orquestas y en las partituras, así los saltos de agua y las cataratas se tornen apacibles, que nunca más ni el trueno ni el relámpago se expresen con la vehemencia que acostumbran y pueda el zapateado hacer valer su flema y los tacones mostrar su tolerancia.
¡No a la violencia!
Hasta que desaparezcan las corrientes de los ríos, incluso, los ríos; hasta que las ventiscas reconduzcan sus aires y se avergüencen los aludes de su pasado; hasta que las tormentas se avengan a razones y los termómetros condenen la violencia de sus oscilaciones.
¡No a la violencia!
Y que los cinco trabajadores que en el estado español mueren todos los días en los llamados «accidentes laborales», puedan morir serenamente, en la gracia del señor, de la patronal y del gobierno, y enterrados en paz y en armonía.
Y que los desprovistos del derecho a trabajo y a vivienda puedan, en la quietud de su apacible estado, conducir en calma su infortunio.
Y que los desahuciados hallen en el sosiego de su fe, la necesaria tolerancia para sobreponerse a su desgracia.
Prohibida la violencia de la guerra sin paz, de la paz sin justicia, de la justicia sin equidad.
Hasta que restituida en el mundo la calma, la concordia, la paz, el diálogo, la tolerancia y el amor al prójimo… podamos descorchar, por supuesto, sin violencia, un brindis por la vida.