El conductor vitoriano confiesa que se espantó al acceder a su autobús público una pasajera con burka. «No le veía la cara». De entrada su reacción me pareció exagerada viendo a moteros con cascos cerrados y blindados por aceras, calles y tiendas, a gentes disfrazadas en fiestas y, sobre todo, a los numerosos policías, ertzainas […]
El conductor vitoriano confiesa que se espantó al acceder a su autobús público una pasajera con burka. «No le veía la cara». De entrada su reacción me pareció exagerada viendo a moteros con cascos cerrados y blindados por aceras, calles y tiendas, a gentes disfrazadas en fiestas y, sobre todo, a los numerosos policías, ertzainas y guardiaciviles con cara cubierta y pasamontañas en manifestaciones, controles y actuaciones en carreteras, calles y plazas de nuestros pueblos. ¿Extraño en nuestros días el burka? Además, una mujer con burka está muy limitada, inmensamente más que cualquier mujer con vestido largo o un cura con sotana. Difícil que pueda huir y escapar. El burka es más cepo que vuelo y record de velocidad.
Más me pareció un schock ante lo extraño.
Me recordó aquella conversación del profesor-médico Michael Knipper de la universidad alemana de Giessen con un colega anciano, el médico capuchino de Hondarribia (Gipuzkoa), Manuel Amunárriz Urrutia, tras 30 años de dedicación y práctica hospitalaria a mestizos e indígenas de diferentes grupos étnicos de la Amazonía en el hospital Franklin Tello de Nuevo Rocafuerte en el nororiente amazónico de Ecuador, en la frontera con Perú y a orillas del gran río Napo: los Kichwas Naporunas, los Huaorani, Siona Secoya, Cofán, Shuar…
-Dr. Manuel Amunárriz, ¿qué experiencia ha tenido en el ejercicio de la cirugía con pacientes indígenas? ¿Cree Ud. que hay rechazo de parte de pacientes y familiares indígenas frente a la medicina occidental y la cirugía?
-Respetamos la decisión de los pacientes cuando desean hacerse ver por un yachac (shaman o curandero), hasta ahora no ha habido mayores problemas en coordinarlo. Sin embargo, lo que no se debe permitir es que dentro del hospital se aplique prácticas que afirman una explicación mágica de la enfermedad y sobre todo que una enfermedad es una maldad causada por otra persona a través, por ejemplo, una chonta pala. Eso no se debe permitir, porque aceptaríamos que se declare culpable de una enfermedad o hasta de la muerte de un paciente a otra persona o una familia entera que a lo mejor ni sabe de ello y que de repente se ve implicada en un conflicto terrible.
-¿Y en el hospital el yachac de repente formaría parte en uno de estos conflictos…?
-Tal vez podría hasta llegar a este extremo. Por eso es necesario mantener una posición clara. Fuera del hospital hay que respetar a los yachac porque forman parte importante de la vida de la población. Pero dentro del hospital el yachac no debe tener cabida. Tienen lados positivos y negativos. No se debe tampoco romantizar el mundo y la cultura indígena. No todo es bueno dentro de la cultura indígena, tal como ocurre en la cultura occidental.
-¿Podría decirse que en el hospital de Nuevo Rocafuerte, donde oficialmente la cultura indígena está más bien ausente, ésta sí tiene espacio para ser vivida por la gente? Es decir, ¿que la gente – pacientes y familiares – aceptan el hospital entre otras cosas porque saben que pueden seguir viviendo su vida «normal» de indígenas y que no tienen que prescindir de aspectos esenciales como son, por ejemplo, la relación con la familia y con su ambiente social, hablar su idioma y comer una comida apreciada?
-Creo que lo que se afirma en la pregunta es cierto: el mundo indígena no se encuentra tenso en nuestro mundo interno hospitalario. Nos gusta mantener los criterios que dirigen el hospital, al mismo tiempo que intentamos acomodarnos a circunstancias especiales que surgen en casos concretos…, que los pacientes se sientan en su entorno habitual.
La entrevista es larga y densa. Al teórico Knipper le responde el médico Amunárriz con 30 años de asistencia a la espalda. Knipper se muestra más partidario que Amunárriz de introducir y compaginar en el área de salud y atención sanitaria la cultura y medicina tradicional indígena. La pregunta que se plantea es: ¿Cómo se puede responder a la diversidad cultural entre los seres humanos en el campo de la medicina y de la atención sanitaria? Cuestión importante y compleja de la medicina contemporánea. No es un tema nuevo en la historia de la medicina, pero la atención crece desde hace algunos años. Las reivindicaciones políticas de los movimientos indígenas por el reconocimiento de su cultura e identidad étnica han dado un gran impulso hacía una reevaluación de la cultura médica de pueblos indígenas: lo que antes fue menospreciado por amplias partes de las sociedades no-indígenas como «superstición» y «charlatanería», es reconocido hoy como «medicina tradicional» de corte «indígena», dentro de las «medicinas alternativas y complementarias» (MAC) del mercado médico mundial y protegidas por garantías constitucionales como «derecho colectivo» de los pueblos indígenas.
«Por otro lado es la situación sanitaria, muchas veces precaria de inmigrantes del «sur» en los países industrializados del «norte», lo que pone el tema de la «diversidad cultural» en la agenda de la medicina actual: Dificultades legales, sociales y culturales hacen que el acceso de los inmigrantes a los servicios básicos de salud sea deficiente, tal como la misma atención médica en el caso que se consiga».
Dice el profesor Knipper: «Lo que pueda parecer una contradicción es parte de lo que tal vez es la clave de la experiencia del Hospital Franklin Tello y de su director, Manuel Amunárriz: No hay choque cultural, porque los aspectos culturales mas importantes para la práctica sanitaria probablemente no son los conceptos teóricos acerca de salud y enfermedad o técnicas y procedimientos particulares de terapia, sino los valores sociales que definen si el encuentro y la relación establecida entre dos personas es considerado por cada una de ellas agradable o no, amenazante o no, si inspira confianza o si no lo hace. En lo que a los conceptos de enfermedad y la competencia específica de médicos, yachac y otros actores se refiere, parece que es muy acertado suponer junto con Manuel Amunárriz que cada uno tiene su propio terreno de acción: El cirujano no tiene acceso al mundo de los supay, de los malagris y de la chonta pala. Ningún médico será capaz de explicar a sus pacientes indígenas la última razón por la cual una enfermedad apareció y tal vez amenazó la vida de un ser querido. Al mismo tiempo, ningún yachac sabe eliminar los parásitos que bloquean el tubo intestinal o drenar un absceso y prevenir una infección generalizada y probablemente mortal de un paciente. Los terrenos de acción son diferentes y por eso no tiene por qué haber conflicto. Y el respeto a la libertad de decisión del paciente es una de las virtudes esenciales de la profesión médica en general».
Al fin y al cabo, el desafío de la interculturalidad en el campo de la salud se desprende del hecho de que la atención médica siempre representa una interacción social entre dos o más individuos, de los cuales cada uno tiene su trasfondo cultural particular. Sin embargo, éste nunca es estable sino cambia con el tiempo y con las experiencias ganadas o sufridas por cada individuo.
Pues bien, también la diversidad cultural ha llegado en Gasteiz al transporte público, pero esa interacción entre gentes diversas antes llegó a los puestos de trabajo, a la calle, a centros de ocio, a barrios, a asociaciones de vecinos, a corros de amigos…, y la respuesta siempre ha sido variada dependiendo de la riqueza humana del interpelado; se exige talante amistoso, hondura humana, postura abierta, ni amenazante ni excluyente. Y esto también en los chóferes del transporte público de Gasteiz.
El «yo no soy racista» que se envía por delante es, a veces, escudo y excusa más que realidad de un respeto mutuo humano.
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