El comportamiento escandalosamente felón durante años de políticos, de gobernantes y de la realeza en España, por una parte; la condescendencia de jueces y tribunales, por otra, y el endurecimiento del criterio de estos aplicado a conductas de ciudadanos comunes que en otros tiempos hubieran sido delitos de bagatela, son hechos muy graves en un […]
El comportamiento escandalosamente felón durante años de políticos, de gobernantes y de la realeza en España, por una parte; la condescendencia de jueces y tribunales, por otra, y el endurecimiento del criterio de estos aplicado a conductas de ciudadanos comunes que en otros tiempos hubieran sido delitos de bagatela, son hechos muy graves en un país que, a estas alturas de su historia, debería estar disfrutando otros niveles de convivencia entre el poder y el pueblo. Y sin embargo, parece encontrarse en la fase anal de la democracia. Hechos que condicionan lo suficiente la vida pública como para desear que fructifique pronto no ya un cambio de ideología sino una nueva mentalidad para enfrentarnos a la ideología neoliberal imperante en los países de corte capitalista. Esta ideología es una carcoma social, pues la privatización de todo lo que se le pone a su alcance al gobernante es enemiga del pueblo, ya que los efectos de la entrega de un servicio público a manos privadas para su explotación, que es su médula espinal, suelen ser terribles para millones de personas, incluso sin mediar delitos en la mudanza o el trucaje.
España precisa un cambio de mentalidad. Más que de ideología. La ideología es el conjunto de ideas que forman una tendencia, mientras que la mentalidad es una manera de interpretar el entorno. Puedo ser de ideología católica, pero tener mentalidad progresista, y entonces pensar que los curas debieran casarse… Una mentalidad avanzada y progresista anhela la justicia social, las más amplias libertades formales, la igualdad de la mujer respecto al hombre sin enfatizarla con cuotas, puede estar a favor del matrimonio homosexual, del aborto, de la eutanasia activa, etc, pero al mismo tiempo puede no estar a favor de la inmigración descontrolada, puede no estar obsesionada por un lenguaje que incluya necesariamentr el género femenino para alardear de lenguaje paritario, puede ser refractaria al mal gusto, a lo populachero, al bullicio, a las manifestaciones de pancarta, al igualitarismo sin más o al todo vale. Y hasta puede ser elitista y promover la aristocracia del espíritu. Incluso coincidir, en algunos puntos, con la mentalidad ultraconservadora. Preguntar cuánto ganas, en una sociedad como la nuestra puede ser una impertinencia, mientras que en otra es saludable, pues coloquialmente esa pregunta favorece la transparencia. Cambiar los hábitos de las horas de las comidas o cambiar la idea de que es mejor alquilar la vivienda que comprarla… Todo ellos son datos que hablan de una mentalidad o de una mentalidad cambiante.
La mentalidad se deja influir más por distintas maneras de pensar a la suya que la ideología. Esto sucede cuando una religión monoteísta o una ideología radical no son oficiales en el país y por tanto no ejercen una presión psicológica excesiva en la población. Por otra parte, la mentalidad es más apta para conciliar opuestos y tiene mejor disposición al cambio que la ideología. Es más, la ideología trae antagonismo en un país como el español tan poco acostumbrado al diálogo desde el librepensamiento, al haberse pasado prácticamente toda su historia manejando dogmas, y también verdades de granito ampliadas a lo largo de estos últimos cuarenta años con el dogma economicista neoliberal que afirma que todo funciona mejor desde la propiedad privada. Por todo ello, puesto que el abuso de poder deviene a su vez de una mentalidad que desde muy lejos desprecia lo público y lo prostituye y puesto que la mentalidad puede ir mucho más allá que la ideología, el desafío de la sociedad bienpensante y sensitiva es forzar un cambio de mentalidad a marchas forzadas, que asiente en España el principio de que es preciso impedir que haya alguien tan rico que pueda comprar a otro y alguien tan pobre que se vea en la necesidad de venderse…
Jaime Richart, Antropólogo y jurista
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