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Una nueva traducción de la "Fenomenología del Espíritu"

Un fiasco con Hegel

Fuentes: La Jornada Semanal

René Magritte, Las vacaciones de Hegel, 1958 E nfrascados en el «fervor sucursalero» de que hablaban en un artículo famoso Carlos Pereda y Gustavo Leyva, o en lo que con mejor precisión Bolívar Echeverría ha llamado «el hecho colonial en filosofía» (remito a su reciente libro, Vuelta de siglo), la noticia de la aparición de […]

René Magritte, Las vacaciones de Hegel, 1958

E nfrascados en el «fervor sucursalero» de que hablaban en un artículo famoso Carlos Pereda y Gustavo Leyva, o en lo que con mejor precisión Bolívar Echeverría ha llamado «el hecho colonial en filosofía» (remito a su reciente libro, Vuelta de siglo), la noticia de la aparición de una nueva traducción de la Fenomenología del espíritu, de Hegel, tenía que suscitar entre nosotros alegría y esperanza. Aunque desde hace cuarenta años, y gracias a una iniciativa en la que se adivina la visionaria presencia de Arnaldo Orfila, entonces al frente del Fondo de Cultura Económica, los lectores de Hegel en español tienen a su alcance la cuidadosa traducción que de este libro particularmente espeso y de difícil comprensión realizara Wenceslao Roces, asistido en esta empresa por Ricardo Guerra, una nueva versión de esta obra tan decisiva alentaba buenos presagios, y hasta constituía por sí misma una manera óptima de conmemorar los doscientos años de su publicación absoluta, pues el libro de Hegel apareció originalmente en Jena en 1807, y hasta podría decirse que en algunos de sus convulsos renglones se adivina la presencia del ejército napoleónico, que avanzaba en ese entonces triunfante sobre territorio alemán. Hace unos años, durante su muy breve gestión como director del Fondo, el escritor Gonzalo Celorio había solicitado a Ricardo Guerra que emprendiera una revisión de la traducción existente, con el fin de actualizarla y subsanar posibles fallas detectables con el paso del tiempo, pero el proyecto no pudo continuar adelante por obvias razones.

En este contexto, la aparición de una nueva traducción que correría a lo largo no de las casi quinientas que tiene la edición del Fondo, sino de poco más de mil cien páginas, parecía prometer una nueva manera de leer a Hegel. Máxime si se considera que desde hace tiempo el febril activismo de los traductores españoles parece correr sobre una pista sin obstáculos, en un cerrado diálogo con la filosofía continental, mientras nosotros acá apenas si damos pasos trastabillantes. Temo informar que en este caso las altas expectativas han quedado en el suelo. La nueva versión que ha puesto en circulación la Editorial Pre-Textos, bajo la responsabilidad de Manuel Jiménez Redondo, profesor (muy erudito, eso sí) de la Universidad de Valencia, ni siquiera merece llamarse «traducción». Sé muy bien lo que estoy implicando con lo anterior. Lo que Jiménez Redondo ha hecho es, a la letra, una versión parafrástica y desglosada para unos estudiantes más o menos lelos de filosofía en el nivel de licenciatura del texto original de Hegel, un texto que, como se sabe, no hace a sus lectores concesiones de ningún tipo.

Precedida de un amplio e informado estudio preliminar, acompañado de cientos de eruditas notas que exhiben la competencia del editor, y que de hecho podrían ser publicados aparte a título de una Introducción a la Fenomenología de Hegel, la versión que nos propone Jiménez Redondo se torna molesta y farragosa por la sencilla razón de que es todavía un proyecto de traducción, y porque su talante de profesor de filosofía lo obliga a rebajar frase por frase y casi palabra por palabra el nivel especulativo del original, de modo que los aprendices de filosofía no queden abrumados por las espesuras constitutivas y me parece que inextricables del pensamiento de Hegel. Para curar de espanto a sus estudiantes de filosofía, a los que imagino de verdad espeluznados (recuérdese el personaje emblemático de Juan Preciado, quien muere de susto en la novela de Rulfo), Jiménez Redondo desglosa frase por frase y añade a cada paso farragosos corchetes donde explica de otro modo lo que el filósofo trató de decir, a veces por la vía de reiterar simplemente lo mismo poniendo en otro orden las palabras. No creo que haya otro libro de filosofía en español que tenga tantos y tan abusivos corchetes introducidos por el supuesto traductor, y que por consecuencia interfieren penosamente en el ritmo de la lectura. Es debido a esto, en parte, que el nuevo libro duplica con creces en extensión a la edición mexicana que mencioné al principio.

Un traductor, como se sabe, adquiere compromisos terminológicos. La versión de Wenceslao Roces, que en algunos puntos es perfectible, esto hay que reconocerlo, cuando menos hace honor a su decisión. Pongo un ejemplo, el verbo alemán meinen, que puede significar de modo más o menos sincrónico: «mencionar», «opinar», «entender», «suponer», «sospechar», «querer decir», Roces lo vierte siempre y en toda ocasión por «suponer». El sustantivo Meinung, en todos los casos por «suposición». Me parece que esta rigidez daña la claridad del texto, y que en algunas ocasiones, sobre todo en el capítulo acerca de la «certeza sensible», Roces pudo verter «decir» o «querer decir» (en el sentido filosófico de doxa, de opinión), con lo que en varias ocasiones el enunciado hegeliano podría volverse más claro y significativo. Su decisión, empero, aunque a veces no satisfaga, es mil veces mejor que la de Jiménez Redondo, quien en un extremo de indecisión altera y deforma el original de Hegel, haciendo aparecer a su autor como un filósofo titubeante al menos en el orden lingüístico, y que tartamudea en el trance de resolverse en favor de una palabra o de otra, de un sentido o de otro. En aras de la comprobación de lo que estoy diciendo, invito al lector a que compare un mismo fragmento de las traducciones a que he aludido antes. Comienzo con la versión escueta y (más o menos) apegada al texto de Roces: «Pero, como advertimos, el lenguaje es lo más verdadero; nosotros mismos refutamos inmediatamente en él nuestra suposición….» Dicho de otro modo, y si se me permite intervenir: el lenguaje nos hace decir lo contrario de lo que queremos decir. Tal cual. Véase ahora la puntillosa versión parafrástica y desglosada de Jiménez Redondo: «Pero el lenguaje, como vemos, es aquí mucho más veraz; en él refutamos nosotros mismos de forma inmediata aquello que estamos pensando, aquello que querríamos decir, que estamos suponiendo [es decir, nuestro Meynen, nuestro estar suponiendo y queriendo decir lo que supuestamente ahí está]…» (Subrayados y agregados de mjr). Nota adicional de mi parte: donde Jiménez Redondo (siguiendo en esto extrañamente a Roces) pone «ahí está», debe leerse «existe».

Esta triplicación innecesaria, a la que se agrega una explicación literalmente para retrasaditos, obviamente no está en Hegel… que no se andaba en estos asuntos con medias tintas. La ha «calculado» y «diseñado» el honesto profesor de filosofía con un fin por demás piadoso y edificante: el de que sus alumnos puedan entender lo que Hegel escribió, quizás lo que el propio profesor no alcanza a explicarles bien a bien en clase. Ahora pueden llevarse la lección a casa, o a la biblioteca, lo mismo da, para que ahí disfruten. Beneficios de lo portátil.

En algunas ocasiones, Jiménez Redondo simplemente deja de traducir. Pongo un caso notable tomado del capítulo i dedicado a la «certeza sensible», es decir, a la forma supuestamente más inmediata de conocimiento al que se accedería a través de las intuiciones que proporcionan el tacto, la vista, el oído, etcétera. Para mayor claridad de mi discurso, apelo de nuevo al procedimiento comparativo. La versión de Roces anota: «Una certeza sensible real no es solamente esta pura inmediatez, sino un ejemplo de ella.» (Subrayado en el original). Jiménez Redondo, por su parte, complica el asunto a la vez que renuncia a traducir la palabra más importante, justo la que le da un toque decisivo al enunciado hegeliano: «Pues una efectiva certeza sensible no es solamente esa pura inmediatez sino a su vez un Beyspiel de esa inmediatez.» La palabra Beyspiel, ¿es tan difícil como para mejor dejarla tal cual, en su rasposa enigmaticidad alemana? Por si lo anterior no pareciera un exceso, o una insuficiencia, para el caso es lo mismo, agrega enseguida sus doctorales corchetes que intentan aclarar lo que su dubitable versión no pudo aclarar del todo: «[es decir, cosas que esa inmediatez pone en danza, cosas que esa inmediatez pone en juego, cosas que median en esa inmediatez.]» ¿Necesito acaso redondear mi crítica a Jiménez Redondo con adicionales comentarios, tan «didácticos» como los de él? ¿Hace falta que yo a mi vez agregue enumeraciones tripartitas a las enumeraciones tripartitas?

El colmo, me parece, es cuando, acaso desesperado ante las dificultades típicas del texto hegeliano, en pertinente nota colocada en la sección final del libro, Jiménez Redondo advierte al de por sí sorprendido lector, que de seguro ya no entiende qué tipo de traducción tiene en las manos: «Si el lector no está de acuerdo con las decisiones del traductor acerca de cuándo debe entenderse que el autor [o sea Hegel] está diciendo <> (adjetivo demostrativo) y cuándo está diciendo <<éste>> (pronombre demostrativo) (ambas cosas se dicen igual en alemán), corrija simplemente las decisiones del traductor.» (¡) Señores lectores: ¡cuando algo no les parezca, cambien mi versión! Se aceptan propuestas. Una traducción que solicita de tal modo una licitación pública, no es una traducción.

Con arrogante desplante, Jiménez Redondo declara que en ningún momento tuvo a la mano las traducciones de la Fenomenología disponibles en otras lenguas: «Como tengo costumbre al traducir del alemán, no he consultado ninguna de las traducciones existentes en ninguna lengua.» Si hubiera tenido la humildad de leer la añeja versión de Wenceslao Roces, y de modo específico, la breve Nota del traductor que acompaña a todas las ediciones, quizás le hubiera sido de alguna utilidad tomar en cuenta la reflexión siguiente, que reproduzco sin más: «He tenido presente en todo momento que el encargo recibido por mí y la responsabilidad por mí asumida eran traducir a Hegel, y no ofrecer una paráfrasis de su obra.» Con esto, me parece, está dicho todo.