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El caso de Fedor Sánchez

Un inocente prisionero en Chile

Fuentes: Punto Final

Cuando le pregunto a Fedor Sánchez Piderit si cree que podrá salir de la cárcel algún día, su mirada se pierde en la sequedad de los cerros que rodean el Centro de Cumplimiento Penitenciario Colina 1, donde permanece recluido. La pregunta no es fácil de responder, para un hombre que sufre el ensañamiento de la […]


Cuando le pregunto a Fedor Sánchez Piderit si cree que podrá salir de la cárcel algún día, su mirada se pierde en la sequedad de los cerros que rodean el Centro de Cumplimiento Penitenciario Colina 1, donde permanece recluido. La pregunta no es fácil de responder, para un hombre que sufre el ensañamiento de la justicia militar, que lo condenó a cadena perpetua por un delito que no cometió. Ha pasado 13 años de su vida preso en los penales de Santa Cruz, Rancagua, Chillán, Concepción, Cárcel de Alta Seguridad y Colina 1. La esperanza, en esas condiciones, no es un ejercicio fácil. Sin embargo, Fedor plantea algo que lo explica todo: «hace muchos años que trabajo para la libertad y estoy preso por ello».

Su vida ha estado marcada por etapas difíciles. A los 15 años viajó al exilio en Hungría junto a sus padres. Fue un período complejo porque extrañaba mucho su país. Decidió regresar para luchar contra la dictadura y se trasladó a Cuba, donde se preparó militarmente junto a otros jóvenes chilenos. «Nuestro objetivo era derrotar a Pinochet y construir una sociedad más justa y libre para todos», señala. No obstante, el regreso a Chile tuvo una escala en Nicaragua, donde combatió a la «contra» financiada por Estados Unidos. «Fue una etapa dura pero hermosa de nuestras vidas, en la que entregamos todo por la libertad de un pueblo hermano», sostiene. En 1985, ingresó a Chile y se integró al Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), donde luchó contra la dictadura. Permaneció clandestino hasta el 20 de marzo de 1991, cuando fue detenido por la policía civil.

Ese día comenzó otra historia para Fedor Sánchez. A pesar que durante los tres primeros días de detención sus captores no lograron que abriera la boca, ya el 21 de marzo fue sindicado en la prensa como el autor de la muerte del médico-torturador, Carlos Pérez Castro y su esposa. Reconoce que el Frente pensó «ajusticiar» al facultativo por sus vínculos con la Central Nacional de Informaciones (CNI) y que él realizó el trabajo de exploración inicial. Sin embargo, luego fue desvinculado de esa acción y trasladado a otra región del país. El 5 de marzo de 1991, un año después, se enteró por la prensa que Pérez había sido asesinado en Rancagua. Según dijo a Punto Final, ni él ni el Frente tuvieron responsabilidad en el hecho. La organización no dio la orden de ajusticiarlo. La acción fue realizada por un grupo que había sido desvinculado de la organización en 1989.

El hecho provocó gran conmoción, porque coincidió con la entrega del Informe Rettig, que contenía las violaciones a los derechos humanos en dictadura. «Caí en el peor momento. Fui despreciado por todos y catalogado como preso terrorista», sostuvo. Estaban dadas las condiciones para que la Corte Marcial lo condenara a cadena perpetua. Apeló a la Corte Suprema en 1994, pero ésta dictaminó que el recurso fue presentado fuera de plazo, con lo que quedó rematado. Luego, sólo el silencio y la soledad. No obstante, la derrota no pudo con él. En prisión ha realizado múltiples actividades: ganó un proyecto FONDART, lo que le permitió acceder a un pequeño procesador de texto, un par de diccionarios, papel y lápices. Creó las revistas «Incesto» y «Escombros Desnudos», que recogen las vicisitudes de la vida carcelaria. Enseñó a los demás presos las técnicas básicas de la orfebrería y actualmente tiene una microempresa donde trabajan fundamentalmente la madera. Esta sociedad le ha permitido ayudar económicamente a sus cinco hijos y recuperar algunas responsabilidades sociales: con su socio Jaime Celis son presos que pagan impuestos y dan trabajo a otros reclusos. De esta forma, preparan lo que ellos denominan «su regreso a la calle».

El 9 de diciembre pasado, la defensa de Sánchez presentó un recurso de revisión ante la Corte Suprema, con el objetivo que ésta anule la sentencia anterior. En la oportunidad, el abogado Fernando Becerra, fue acompañado por el vicario de la Pastoral Social, Monseñor Alfonso Baeza, quien ha estado permanentemente preocupado de la situación de los presos políticos, en particular del caso de Fedor Sánchez. Para el abogado, está claramente establecida la absoluta inocencia de su defendido y espera que el máximo tribunal repare lo que calificó como una ‘manifiesta injusticia’. Si por el contrario, el recurso es rechazado recurrirán a la Corte Interamericana de justicia.

Pero el caso de Fedor no es único. Son muchos los que entregaron todo en la lucha contra la dictadura y por la libertad de otros pueblos. Paradojalmente, en Chile siguen siendo perseguidos, encarcelados u obligados a vivir un exilio permanente. Un caso emblemático, es el de Galvarino Apablaza, jefe del FPMR detenido en Buenos Aires en un operativo conjunto de las policías chilena y argentina, que recordó la tristemente célebre Operación Cóndor.

Como planteó recientemente el economista Manuel Riesco, en Chile en el futuro se identificará la lucha democrática contra la dictadura con aquellos que combatieron con las armas en la mano. «Porque ellos sacaron la cara por la dignidad de todos nosotros. Ellos representan mejor que ninguno la única actitud digna que un pueblo oprimido puede tener siempre: luchar decididamente por su libertad por todos los medios a su alcance», manifestó.

Fedor Sánchez perdió su libertad por luchar por la libertad de muchos. Hoy tiene 47 años y sueña con abrazar a sus hijos en otro lugar que no sea la cárcel. «Para mí ha sido difícil, pero la que más ha sufrido con mi cautiverio es mi familia», confidenció a Punto Final.

Una sociedad visceral

Hace algunos meses salieron en libertad miembros del grupo Lautaro, incluido el líder de esa organización. Ellos enfrentaban condenas por hechos similares o más graves que los suyos ¿Por qué ese beneficio no se ha hecho extensivo en su caso?

«El poder judicial, el gobierno y los políticos de este país actúan en forma visceral. Fui involucrado en la muerte del médico- torturador Carlos Pérez y su esposa, ocurrida en una fecha muy cercana a mi detención. Como el hecho coincidió con la presentación del Informe Rettig, los eventuales autores fuimos rechazados por todos los sectores. Al comienzo los presos políticos de la dictadura, me acogieron como uno más de ellos. Luego todo cambió: me informaron que seguirían ayudándome, pero que no era considerado un preso político. Era la directriz de los encargados del Partido Comunista en la cárcel: había que aislarme porque era un preso terrorista.

Respecto del jefe del Lautaro, pienso que tuvo suerte de ser detenido en un momento en que las organizaciones armadas en Chile ya estaban prácticamente desarticuladas. En mi caso, por la conmoción pública del hecho, fue designado un ministro en visita, que me procesó y condenó por la Ley Antiterrorista a cadena perpetua. Esta ley me dejó fuera de cualquier posibilidad de aspirar a algún beneficio, a pesar de llevar 13 años preso».

Usted ha planteado que no tuvo participación en la muerte del doctor Pérez Castro. ¿Cómo se le vinculó al hecho?

«Es una paradoja. Fui apresado el 20 de marzo y al otro día aparecí en la prensa como el autor del ajusticiamiento. Al comienzo, cuando me interrogaron por ese caso sentí un alivio, porque tenía claro que no tenía ninguna participación en el hecho. Como pensé que no podrían probar mi participación en algo en lo que no intervení, me relajé y eso fue un error. Mi preocupación estaba enfocada en otros hechos en la zona de Talca, en los que sí tenía vinculación. Finalmente, en el proceso donde fui acusado de asociación ilícita y formación de grupos de combate, lo que yo asumo plena y responsablemente, fui condenado a cinco años. En el otro caso, donde no tuve participación, la ministra en visita pidió una condena de 15 años. A partir de ese momento, comienza un proceso de apelaciones, que en vez de favorecerme, aumentaron la condena a 25 años. Continué alegando mi inocencia, pero en el intertanto el caso fue pasado a la justicia militar. En la corte marcial, encabezada por el fiscal militar de la dictadura, Fernando Torres, fui condenado a cadena perpetua. Apelé a la Corte Suprema con un recurso de casación, pero se dictaminó que fue presentado fuera de tiempo. Con ello quedé rematado».

No obstante, su abogado presentó un nuevo recurso el 9 de diciembre ¿Existe alguna alternativa que efectivamente revisen su caso?

Han pasado 12 años y hay algunos compañeros que están dispuestos a testificar que no tuve participación en el hecho que se me imputa. Darán información importante que prueba mi inocencia. De hecho, quedará establecido que la información sobre Pérez Castro que entregué, fue destruida mucho antes de la acción. Por lo tanto, los autores del hecho no utilizaron esa información».

¿Quiénes fueron los autores reales?

«Uno de los autores fue jefe de un grupo del Frente en Rancagua y dos años antes del ajusticiamiento trabajó conmigo. En esa oportunidad, tomé la decisión de sacarlo de la organización, porque hicieron un asalto y se quedaron con el dinero. Se habían transformado en «peteteros» . Esta persona junto a otras dos actuaron por su cuenta, sin vinculación alguna con el Frente. De ellos, el único vivo es Pablo Vargas y también está preso. Él me contó que la madrugada del 4 de marzo iban en un vehículo por Rancagua y se cruzaron con el doctor Castro, que venía de una fiesta. Uno de ellos reconoció el auto y lo siguieron hasta su casa. Cuando se bajó a abrir el portón, lo mataron a él y su esposa. Actuaron sin ninguna planificación y yo me enteré por la prensa. Pablo Vargas siempre ha manifestado en todas sus declaraciones que yo no tuve ninguna participación en esa acción».

La vida: lo más importante

¿Cómo han sido estos 13 años en la cárcel? ¿Cuáles son los mayores costos?

«Cuando me detuvieron pensé en cuánto tiempo duraría. Comprendí que todo había cambiado para mí y que era necesario dar vuelta la hoja rápido. Tenía que vivir en cautiverio y planificar mi vida en función de los muros. Mi desafío comenzó a dibujarse en mi mente y en mi cuerpo: ¿qué hacer, cómo desarrollarme y crecer? ¿cómo poder vivir y disfrutar la vida aquí dentro, sin perder el tiempo? Concluí que la vida era lo más importante y eso me ayudó a superar esta durísima experiencia. Lo más difícil fue la soledad, no recibir ayuda de mis compañeros. También la Cárcel de Alta Seguridad fue muy dura. Allí permanecí cuatro años y medio en un verdadero cementerio viviente, al que sólo podían entrar familiares directos. A pesar de todo, he aprovechado bastante el tiempo y aprendido mucho. Podré contarle a mis nietos que estuve preso y lo haré con mucho orgullo».

Gran parte de su energía la ha dedicado al trabajo. ¿Cómo logró forjar la micro empresa de muebles que hoy le permite ayudar a su familia económicamente?

«Fue un proceso largo. Comencé haciendo joyas en alpaca, cosas en cuero y en cobre. Trabajé durante seis años produciendo anillos y cadenas de plata. Después sentí que las joyas eran suntuarias y llegué a la madera. La precisión micrométrica que se requería para trabajar las joyas me ayudó mucho para confeccionar muebles de mucha calidad».

Tengo entendido que en su empresa trabajan otros presos a quienes Ud. les ha enseñado a trabajar la madera. ¿Cómo ha sido esa experiencia?

«Nuestro proyecto, más que un objetivo de subsistencia propia, tiene una visión político-social. Los revolucionarios siempre hemos tenido como centro lo social. En nuestro proyecto, el eje es el trabajo. Para ello, hemos formado en la cárcel los talleres marginales, que buscan organizar la marginalidad en función del trabajo. Cuando hablamos de marginalidad, nos referimos a los presos políticos y comunes, pobladores, minusválidos, homosexuales, lesbianas, indígenas, deficientes mentales, etc. Trabajamos con otros seis talleres más y tenemos una visión común de mercado. Hemos tomado algunas ideas del denominado comercio justo y de la economía sustentable. Queremos producir y vender los productos en la forma más directa posible, porque en el mercado los que más ganan son los intermediarios. Otro concepto que trabajamos es el del consumidor conciente. Vender un producto y hacer conciencia que al comprarlo se ayuda a generar más empleo y a superar la pobreza».

¿Tiene confianza en que logrará salir de la cárcel? Y si lo logra, ¿cómo ve su vida afuera?

«Yo vengo trabajando para la libertad, hace muchos años. Nuestro proyecto nació de una conversación con mi compañero de celda, Jaime Celis hace cinco años. Estábamos en plena huelga de hambre y nos preguntamos qué haríamos cuando estemos en la calle. Concluimos que nadie nos daría trabajo y que tendríamos que sobrevivir en esa verdadera selva humana que es el mercado. A partir de entonces comenzamos a crear las bases para nuestra salida. En la actualidad, Jaime tiene salida dominical y en enero saldrá con la diaria. Él se instalará con el taller afuera y se le unirán los que vayan saliendo».

¿Cómo han enfrentado el tema de la propiedad del taller? ¿Hay un dueño o representante legal?

«Aquí no hay patrones ni empleados. Somos un equipo de trabajo afiatado, donde no existe el concepto de propiedad. Hay dueños, sólo por una necesidad de carácter jurídica. Construimos en conjunto un instrumento que permitirá a Jaime y los que vayan saliendo contar con trabajo. Espero con ansias poder unirme a ellos en algún momento no muy lejano».