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Lésbico, Gay, Transexual, Bisexual y Queer (LGTBQ)

Un largo recorrido de luchas

Fuentes: En lucha / En lluita

A 20 años de la eliminación de la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales por parte de la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud y más de 40 años de la revuelta de Stonewall, es momento de hacer balance de lo conseguido y, sobre todo, de hacia dónde va y qué […]

A 20 años de la eliminación de la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales por parte de la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud y más de 40 años de la revuelta de Stonewall, es momento de hacer balance de lo conseguido y, sobre todo, de hacia dónde va y qué futuro tiene el movimiento LGTBQ (Lésbico, Gay, Transexual, Bisexual y Queer). Por Xoan Vázquez.

Lo primero que podemos constatar a simple vista es que el espíritu de rebelión e ira que estaba en el origen de los sucesos de Stonewall aquel 28 de junio se ha perdido casi por completo sin que, por el contrario, hayan desaparecido las causas que los motivaron. Cierto es que hemos asistido el último año a nuevos avances legislativos en países como Portugal, México y Argentina, con la aprobación de leyes (estatales o locales) que regulan el matrimonio gay. Pero el proceso de cambio sigue siendo muy lento y la homofobia sigue presente de una forma cada vez mas ‘militante’ en nuestra sociedad.

La homofobia en la UE

Así, hemos podido ver en las últimas semanas el acoso y en muchos casos agresión contra activistas LGTB que en Bielorrusia, Bucarest, Bratislava, Roma, Tours, Lyon o Paris acuden a las besadas contra la homofobia o pretenden celebrar el Gay Pride.

Al preocupante caso italiano (15 asesinatos, 71 agresiones graves e innumerables casos de vandalismo contra bares y centros asociativos en menos de dos años, recogidos en el informe del colectivo ARcigay) se unen los de Francia (expulsiones de gays ‘sin papeles’ y 88 agresiones físicas graves en 2009, documentadas por el colectivo SOS Homophobie) o de ciudades como Londres (2.200 agresiones homófobas, varias de ellas con resultado de muerte, recogidas en un informe de Scottland Yard). En todos los informes se destaca que la mayoría de las agresiones se produjeron en lugares públicos y sin que los autores sufrieran vergüenza de sus actos; al contrario, buscaban la aprobación de los transeúntes. En el caso del Reino Unido, el nombramiento de la conservadora Theresa May como nueva ministra del Interior (que asume también la cartera de Igualdad) no es una buena noticia. Hay que tener en cuenta su largo historial en contra de los derechos LGTBQ, en el que destaca su férrea oposición a la derogación de la cláusula 28 heredada de la era Thatcher. Esta cláusula prohibía hablar de homosexualidad en las escuelas públicas. Buena muestra del rechazo que su nombramiento ha provocado es el hecho de que un grupo de Facebook que pide su cese haya alcanzado en pocos días 40.000 adhesiones.

La situación en el Estado español, si bien no reviste la gravedad de los casos anteriores, tampoco es como para tirar cohetes. La ley de matrimonio no era el remedio a todos nuestros males. Según la Memoria Antidiscriminatoria presentada por el FAGC, y que recoge el periodo julio 2008 a julio 2009, el número de agresiones documentadas asciende a 327, la mayoría (184) en la calle o en lugares públicos. En el mismo sentido se pronunciaba un estudio recogido en el Periódico de Catalunya, en el que se afirmaba que uno de cada cuatro gays de Barcelona ha recibido insultos homófobos, y que más del 5% ha sufrido agresiones. A esto habría que añadir la preocupante situación creada en la Comunidad de Madrid con motivo de la injustificable retirada de las subvenciones a la lucha contra el VIH/SIDA por parte del gobierno de Esperanza Aguirre. Esto supone en particular una desprotección a la comunidad LGTB, y en general a toda la población, precisamente en un momento en el que las infecciones por VIH están en aumento.

Este siniestro y generalizado escenario sólo ha tenido una excepción positiva: la aprobación en Francia, a comienzos de este año, de un decreto que excluye la transsexualidad de la lista de afecciones psiquiátricas. En virtud de esta normativa, los y las transexuales franceses pasarán de la estigmatizante lista de las patologías registradas en el manual médico DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, establecido por médicos estadounidenses y referencia del cuerpo médico) a que su transsexualidad sea tratada como una afección de larga duración (ALD) ‘fuera de lista’ o como ‘enfermedad huérfana’. Hoy por hoy son éstos eufemismos ‘necesarios’ para que las personas transsexuales puedan seguir sus tratamientos de reasignación de género en el ámbito de la sanidad pública.

Aprovechando el ejemplo francés, y coincidiendo con el aniversario (17 de mayo del ’90) de la eliminación de la homosexualidad del catálogo de enfermedades mentales, el gobierno de Zapatero oficializaba el pasado 14 de mayo sus gestiones ante la ante la Organización Mundial de la Salud para que la transsexualidad deje de ser considerada un trastorno mental. La Red por la Despatologización de la Identidades Trans aprovechó la ocasión para exigir al gobierno eliminar el diagnóstico psiquiátrico como requisito para acceder al cambio legal de nombre y a las prestaciones sanitarias de reasignación de género.

De la rabia al delirio consumista

A finales de los ’60 surgieron en todo el mundo multitud de grupos que, con un lenguaje transgresor y transformador, mostraban al mundo su rabia, su ira. Durante años emprendieron una lucha no sólo para defenderse de las discriminaciones y las agresiones, sino que intentaron poner en marcha un proyecto auténticamente revolucionario que pretendía un cambio radical en las concepciones del placer, la identidad, el género y el deseo, a la vez que hacían una crítica feroz al sistema capitalista.

Pudimos ver a los travestis liándose a pedradas durante cuatro días con la policía en las calles de Nueva York durante la revuelta de Stonewall en junio del ’69; a los militantes del FHAR (Front Homosexuel d´Action Revolutionnaire) durante la ocupación de la Sorbona y en las calles de Paris en mayo del 68; o a activistas LGTB solidarizándose con los mineros ingleses durante las huelgas de los ’80.

Pero la mayoría de las organizaciones LGTB dieron un giro hacia un activismo en unos casos más reformista, en otros más basado en el espectáculo. Las causas: la difícil vinculación con el movimiento obrero, debido a la abierta hostilidad durante años del estalinismo; el silencio de la socialdemocracia; la falta de un debate real y, sobre todo, de un compromiso activo por parte de la izquierda revolucionaria.

Y mientras esto sucedía en el ámbito del activismo, asistíamos a la vez a un cambio radical en la ‘cuestión homosexual’. Así, a partir de los ’90, debido también a la crisis provocada por el SIDA, el movimiento de gays y lesbianas pasó de hablar de inversiones de géneros y cuerpos a inversiones de dinero: desgravaciones fiscales, contratos, herencias. De pronto, gays y lesbianas pasaron a ocupar las páginas económicas de los periódicos. Abrió la brecha un artículo aparecido en Time Magazine en 1995 y, desde ese momento, nos convertimos en meros sujetos de consumo. Se nos ha diseccionado con una precisión casi matemática y parece que, como señala Ricardo Llamas, «nuestros gastos son ideológicamente asimilables, casi irreprochables, nada moralmente condenable por el neoliberalismo imperante».

A través de diversos estudios de mercado -de un rigor nulo y altamente cuestionable-, descubrimos que somos ricos. Se nos vende un edén gay en el que ya no importan tanto los derechos como la prosperidad, un modo de vida. Como señala el filósofo Slavoj Zizek: «Nuestras batallas electrónicas giran demasiado en torno a los diferentes estilos de vida y otras cuestiones de este tipo, mientras el capitalismo continúa su marcha triunfal». Y esa marcha triunfal del capitalismo tiene sus víctimas: esa periferia cada vez más densamente poblada, esos márgenes que ya poca gente dentro del ‘ghetto dorado’ cuestiona y en los que, evidentemente, el comercio rosa no quiere meter sus inversiones.

Ricardo Llamas: «Han creado una ‘comunidad’ saneada, un edén limpio y rentable a costa de sumir en la abyección todo lo estéticamente estridente, sexualmente abyecto, sanitariamente peligroso, físicamente inadaptado, económicamente insolvente o políticamente no presentable».

Así es cómo aprendemos a toda velocidad que la lógica capitalista no es incompatible con la lógica arcoiris. Después de casi 50 años de aquella comunidad de lucha, de compromiso compartido por cambiar las bases de una sociedad excluyente, parece que ya no queda más que una comunidad de consumo.

Estamos aquí, somos maricones. Acostúmbrense

Cuando ya parecía que nada podía romper la apacible monotonía de la comunidad LGTB, un grupo de activistas contra el SIDA, militantes de ACT UP, fundan en marzo de 1990 Queer Nation. Casi al unísono se publica la obra de Judith Butler Gender trouble: Feminism and the subversion of identity. De pronto se pone de moda lo queer y surge un nuevo activismo basado en la acción directa.

Lo queer significa reapropiarse de un insulto: raro, enfermo, maricón. En el plano político supone resistir a la identidad gay desde el momento en que esta se ha vuelto conformista. Como dijo Didier Eribón en una entrevista en enero de 1999: «Ser queer es querer borrar las fronteras (…), abrir las puertas a todos los desviados que rehusan las normas. Pero también es tomar conciencia de que ‘gay’ significa frecuentemente un hombre blanco de clase media. En resumen, ser queer es considerar que el movimiento gay y lesbiano no debe separarse del resto de las luchas políticas: feministas, sin papeles o ecologistas».

A pesar de su corta vida (a mediados de los ’90 ya quedaban muy pocas secciones de Queer Nation en activo), es innegable la influencia que su forma de hacer activismo, sus eslógans y sus campañas han tenido en toda una nueva hornada de activistas LGTB. De hecho, en la actualidad los grupos que trabajan desde una perspectiva queer son casi el único contrapeso al proceso de normalización e institucionalización de la mayoría de los colectivos.

Pero, si bien sus propuestas pueden resultar atrayentes por su carácter irrespetuoso, la utilización de la performance y la parodia en su intento de desestabilizar las identidades fijadas, no son un instrumento válido para conectar con la gente de a pie.

En primer lugar, porque después de más de 20 años de activismo, y sobre todo de debate teórico, lo queer ha acabado por convertirse en un nuevo dogmatismo. El impulso teórico del principio ha sido sustituido, como señala Didier Eribón, «por cohortes de estudiantes que recitan su lección, por lo demás mal comprendida, sobre la ‘construcción político-sexual del género’, eslogan que sirve para todas las ocasiones y que no quiere decir nada. Toda esta energía innovadora ha sido reducida a algunas frases estereotipadas y hasta a absurdos». Una nueva teocracia de género que alimenta a los insaciables consumidores culturales.

En segundo lugar, y desde una óptica marxista, porque parece que ya no se trata de cuestionar la explotación, sino la alienación, con lo cual la explotación de clase es una forma más de alienación en el sistema capitalista. En este sentido coinciden Slavoj Zizek y el marxista Terry Eagleton en que gran parte de estas teorías, situadas en el ámbito del postmodernismo y de las que Judith Buttler es su teórica más destacada, son «políticamente opositoras pero económicamente cómplices». Al poner en su punto de mira una concepción universalista del hombre en abstracto y desatar toda su rabía en una estricta y exclusiva ‘crítica cultural’ acaban participando activamente en el «esfuerzo ideológico de hacer invisible el capitalismo».

El anticapitalismo y las nuevas experiencias de lucha

La irrupción en 1999 del movimiento altermundialista ha permitido a muchos grupos surgidos de la práctica queer -y hasta ese momento con un activismo centrado casi exclusivamente en las cuestiones de género o de la mercantilización de las relaciones que supone el ghetto comercial- abrir su actividad a nuevos frentes de lucha como el antifascismo, la precariedad o la inmigración.

ACT UP Paris, Panteras Rosas en Portugal, los grupos de la Red contra la Homofobia en el Estado español están ya trabajando en esa línea, lo mismo que grupos en Argentina o Estados Unidos. La presencia de estos grupos con cortejos alternativos y visiblemente anticapitalistas en las manifestaciones del Gay Pride en Madrid, Barcelona, Buenos Aires o Nueva York; las acciones de apoyo a los trabajadores inmigrantes y contra los Centros de Internamiento en Madrid, Paris o Calais; las acciones de solidaridad con los trabajadores del sector hostelero realizadas por San Francisco Pride at Work y One Struggle One Fight o las cooperativas de travestis que trabajan en las zonas piqueteras en Argentina. Todas estas son una buena muestra de por dónde tiene que ir la lucha y el activismo LGTBQ.

Fuente: http://www.enlucha.org/?q=node/2188

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.