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Un nuevo Derecho

Fuentes: Rebelión

El Derecho es la juridificación de acuerdos políticos, o como bien dice Karl Marx, es «la voluntad de la clase dominante erigida en ley». En ese mismo sentido, Alejandro Nieto, en su Diálogo epistolar sobre leyes, abogados y jueces con Tomás-Ramón Fernández El derecho y el revés, señala que es la «imposición de intereses de […]

El Derecho es la juridificación de acuerdos políticos, o como bien dice Karl Marx, es «la voluntad de la clase dominante erigida en ley». En ese mismo sentido, Alejandro Nieto, en su Diálogo epistolar sobre leyes, abogados y jueces con Tomás-Ramón Fernández El derecho y el revés, señala que es la «imposición de intereses de las clases eminentes», y arguye también que las leyes son creadas para proteger los intereses de esas clases.

Asimismo, Nieto habla de que la ley tiene una sustancia ideológica ya que «cristaliza valores propios de la clase eminente que la ha dictado». Prueba de ello, son las leyes que benefician a la banca, a las grandes empresas, al paterfamilias, pero no se ocupan de los obreros. Incluso, cuando el legislador no actúa, esa omisión va acorde a los intereses de la clase dominante, por ejemplo, la falta de intervencionismo para tener las manos libres y que la sociedad se mueva a su aire.

Pero lo peor de todo, es que no es sólo la imposición de sus intereses, sino la imposición de la ideología dominante -un lavado de cerebro-, y así lograron convencer a los ciudadanos de que la crisis, por ejemplo, no se debe a la desregulación y un capitalismo desenfrenado, sino que hubo demasiada intervención gubernamental, y que por ende, se requiere mayor libertad de mercados.

Esta clase detentadora del poder económico somete a la mayoría con sus armas lingüísticas, demonizando palabras como la lucha de clases, y a su vez, sacralizando palabras como mercados, capitalismo, crecimiento, flexibilización, liberalización, y todo un juego de palabras para imponernos su criterio y que, como dice Ángel Cappa, aceptemos esta patraña, que no nos indignemos y que no nos rebelemos.

Ese vocabulario dominante se ve, incluso, plasmado en las leyes. No sólo los profesores universitarios, los economistas, el presidente y los ministros, sino que también el legislador quiere hacernos creer, a base de imposición, de que el sistema está bien, de que la economía debe versar alrededor del mercado con poco o sin ningún control. Pero si pensamos distinto, nosotros somos los radicales, y no ellos, cuando son ellos son los que reforman las leyes para reducir derechos de los trabajadores ya conquistados.

Es necesario un nuevo Derecho, un Derecho que proteja a las clases marginadas, que tenga un rostro humano, que no mire a la economía como simples números, sino que garantice más derechos, que dé un vínculo próximo entre la Administración y el ciudadano. Como bien dijo el Papa Francisco, «no puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad».

El origen etimológico de la palabra democracia, un concepto acuñado por los atenienses, es ‘demos’, que significa pueblo, y ‘krátos’, que significa gobierno. Entonces, si la democracia es el gobierno del pueblo, ella debe verse reflejada en las leyes, en vez de beneficiar a una minoría dominante, porque sino no estaríamos hablando de democracia, sino de plutocracia, que es el gobierno de los ricos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.