Concluida la supuesta negociación entre la cúpula dirigente de la CONAIE y Lenin Moreno este 14 de octubre quedó sentenciada la derrota del alzamiento popular. La movilización había comenzado, según un tuit oficial de la CONAIE, para poner fin a «las políticas económicas de muerte y miseria que genera el FMI y las políticas extractivistas […]
Sorprende que esta frondosa agenda quedara por completo al margen de la discusión entre la dirigencia de los pueblos originarios y el presidente ecuatoriano. No se entiende, por consiguiente, el triunfalismo que trasuntan algunos protagonistas y observadores del conflicto al hablar de la «negociación» que puso fin a la revuelta. Salvo la cuestión del precio de la gasolina -sin duda importante- todo lo demás sigue intacto, como si la enorme movilización popular en contra de las imposiciones del FMI no hubiera ocurrido.
Los temas que hacían al «paquetazo» asombrosamente quedaron fuera de la discusión, lo mismo que el reclamo, anteriormente expresado por la dirigencia indígena, de revertir la carta de intención firmada con el FMI «de manera inconsulta.» No sólo esto: también quedaron sepultados en el olvido, al menos por ahora, el hecho de que Moreno hubiera llegado al gobierno con el programa de la Revolución Ciudadana del ex presidente Rafael Correa que contemplaba continuar aplicando las medidas de corte pos-neoliberal que habían sido encarnizadamente combatidas por las elites económicas del Ecuador y con una agenda que reposicionaba a ese país en línea con los gobiernos progresistas de la región, pugnando por emanciparse de la pesada tutela que Washington tradicionalmente había ejercido sobre las naciones ubicadas en lo que con tanto respeto por nuestros pueblos denominan el «patio trasero» de Estados Unidos. Mediante una espectacular voltereta política Moreno malversó ese mandato con una velocidad y radicalidad pocas veces vistas al tiempo que convirtió a Rafael Correa -quien hasta el día de la toma de posesión no se cansaba de decir que había sido una de las más señeras figuras del Ecuador, sólo superado por Eloy Alfaro- en un nefasto personaje causante de las mayores desgracias jamás padecidas por el Ecuador y a quien persiguió – y persigue- con enfermiza saña y sin tregua. Moreno no sólo revirtió el camino transitado por Correa sino que lo hizo sometiéndose vilmente a los mandatos de Washington: abandonó el ALBA; entregó una base militar en Galápagos (uno de los últimos refugios incontaminados de la humanidad); desalojó a las autoridades y funcionarios de la UNASUR del edificio construido en las afueras de Quito, precisamente sobre la línea ecuatorial; y se puso de rodillas ante Donald Trump para satisfacer con inigualada ignominia (en un continente pródigo en lamebotas del imperio) los menores caprichos del emperador Por empezar, tratar de destruir la Unasur y promover el nefasto Grupo de Lima para atacar a la Revolución Bolivariana.
En suma, Ecuador pasó de la autodeterminación nacional conquistada por el gobierno de Correa a ser un «proxy», mejor dicho: un estado-peón que se limita a obedecer las órdenes emanadas de Washington y de las corruptas oligarquías dominantes en el Ecuador. Nada, absolutamente nada de esto, apareció en las «negociaciones» que la dirigencia de la CONAIE mantuvo con Moreno y que puso fin al conflicto. Tampoco hubo en esa peculiar «negociación» una condena de la brutalidad de la represión policial y militar, los muertos (mínimo diez), casi 100 desaparecidos, centenares de heridos y encarcelados, estos últimos por millares, y nada se dijo sobe el pedido de dimisión de los ultra-reaccionarios ministros del Interior y Defensa y sobre los atropellos a los derechos humanos. ¿Toda la conmoción que sacudió al Ecuador fue tan sólo por el precio de la gasolina? ¿Y qué hay del «paquetazo» del FMI? Por lo visto los montes parieron un ratón.
Permítasenos ofrecer algunas conjeturas para tratar de desentrañar lo ocurrido y sus razones. Primero, lo que caracterizó esta revuelta fue su tremenda debilidad ideológica y política que mal podía ocultare bajo lo multitudinario de su convocatoria. Pero carecía de una dirección política motivada por un genuino deseo de cambio y de oposición al régimen gobernante. En realidad, vistas las cosas con la ventaja que otorga el paso del tiempo, podría decirse con un cierto dejo de exageración que fue una disputa al interior del proyecto morenista y nada más, y que el espontaneísmo de la protesta gatillada por el decreto del 1º de Octubre fue visto con beneplácito por sus conductores, para nada interesados en una elevación del nivel de conciencia de las masas insurgentes. El resto era una hojarasca retórica que tenía por finalidad más confundir a las masas que clarificar su conciencia y el sentido de su lucha.
Segundo, la traición de Moreno encuentra su espejo en la de algunos de los más connotados dirigentes de la CONAIE, en especial Jaime Vargas, que arrojó por la borda sus propios muertos y desaparecidos para obtener a cambio la promesa -entiéndase bien, «la promesa»- de un nuevo decreto que sólo un iluso, o un perverso cómplice, puede creer que significará desandar el camino del total sometimiento al FMI. Cabe esperar una profunda discusión en el seno de la CONAIE porque hay indicios de que un sector de la dirección, y no pocos en sus bases, no están de acuerdo con lo pactado con el régimen de Moreno. No sólo con lo acordado por Vargas sino también con el papel jugado por Salvador Quishpe, ex Prefecto de Morona y encarnizado enemigo de Correa y cuya animosidad hacia éste lo llevó a forjar un obsceno contubernio con Moreno. No es para nada arriesgado pronosticar que este conflicto latente no tardará en estallar.
Tercero, el presidente se movió con astucia, bien aconsejado por Enrique Ayala Mora, presidente del Partido Socialista del Ecuador y algunos otros mercenarios de la política ecuatoriana (unidos por su enfermizo rencor que tienen con el ex presidente Correa) como Pablo Celi, Juan Sebastián Roldán y Gustavo Larrea, asiduos visitantes y correveidiles de «la embajada» (por no calificarlos de «agentes») quienes le indicaron de qué modo tenía que negociar con los indígenas: promesas, gestos simpáticos, fotos, un montaje televisivo, exaltación de la falsa unidad tipo «somos todos ecuatorianos», una fraternidad de opereta a cargo del camaleón mayor de la política latinoamericana, Lenín Moreno, para hacer que los rebeldes se vuelvan a sus comunidades dejando el campo despejado para que luego el gobierno prosiga sin tropiezos con su proyecto.
Cuarto, el éxito de la estrategia del gobierno se monta también en un hecho tan cierto como lamentable: la profunda penetración de las ideas de la «antipolítica» en la sociedad civil del Ecuador, que concibe a los partidos como incurables nidos de corrupción, amén del virulento y sostenido ataque contra el correísmo y todo lo que se le parezca, la complicidad del poder judicial en convalidar la sistemática violación del estado de derecho durante la gestión de Moreno y el papel manipulador de la oligarquía mediática que no cesó de (mal)informar y desinformar a lo largo del conflicto.
Quinto, que si bien la insurgencia indígena contó con el apoyo de amplios sectores de la población, éstos no fueron sino un coro que acompañó pasivamente las iniciativas de la dirigencia de la CONAIE. No de otro modo puede interpretarse el hecho anómalo de que sólo la dirigencia de esa organización (muy influida, es sabido, por algunas ONGs que actúan en el Ecuador y que son los invisibles tentáculos del imperio e inclusive algunas agencias federales del gobierno de Estados Unidos) hubiera estado sentada en la mesa de las negociaciones. ¿Y los otros sectores del campo popular, qué? Nada. De golpe y porrazo se esfumaron todos sus otros componentes y todo aquello sólido «se disolvió en el aire», sin dejar huellas en el conflicto. El debilitamiento de los partidos y sindicatos facilitó enormemente las cosas para el gobierno y para la dirigencia conservadora de la CONAIE. No deja de ser un dato vergonzoso y extravagante que el principal blanco de ataque de ésta hubiera sido Rafael Correa y no el verdugo que estaba asesinando a sus seguidores en las calles de Quito. Esto revela la hondura de un conflicto entre el ex presidente y aquella organización que en esta coyuntura sirvió para impedir que el correísmo, así como otras fuerzas políticas y sociales, pudieran converger en la conducción de la revuelta. Es más, el gobierno encarceló a varios de los más importantes líderes del correísmo, comenzando por nada menos que la Prefecta de Pichincha, Paola Pabón, sin que hubiese la menor protesta de la dirigencia de la CONAIE ante semejante atropello.
Para concluir: lejos de haber triunfado lo que realmente ocurrió fue la consumación de una derrota de la insurgencia popular, cuyo enorme sacrificio fue ofrendado sin nada concreto a cambio y para colmo en una falsa mesa de negociaciones. Una dirigencia indígena que o bien es ingenua o si no corrupta porque, parafraseando lo que decía el Che a propósito del imperialismo, «¡a Moreno no se le puede creer ni un tantito así, nada»! Y esta dirigencia le creyó al «capo» de un régimen francamente dictatorial y corrupto hasta las vísceras. ¡Le creyó a un personaje como Moreno, traidor serial que si faltó a sus promesas cien veces lo hará ciento y una, sin escrúpulo alguno y muriéndose de risa de los negociadores indígenas! Claro que el presidente también salió debilitado del conflicto: tuyo que huir de Quito y montar una negociación, fraudulenta pero vistosa y eficaz ante las cámaras de televisión. El FMI le reprochará su actitud y volverá a la carga, obligándole a cumplir con lo que pactó, pese a las promesas que le hiciera a la CONAIE. No pasará mucho tiempo antes que las masas populares del Ecuador, no sólo los pueblos originarios sino también las capas pobres de la ciudad y el campo, los sectores medios empobrecidos y desempoderados, en fin, la mayoría de la población del Ecuador caiga en la cuenta de la gran estafa perpetrada por Moreno y sus torvos asesores con la imperdonable complicidad de la dirigencia de la CONAIE y decidan tomar las calles nuevamente. Es una venerable tradición del pueblo ecuatoriano que derrocó a varios presidentes reaccionarios y si esta vez, cuando hizo un esfuerzo increíble, las cosas salieron mal es probable que en su segura resurgencia los resultados sean muy distintos.
Trazando un paralelo con la historia de la revolución rusa lo que vimos en Ecuador parecía ser un Octubre y resultó ser un Febrero. Por eso el «Kerenski» ecuatoriano todavía se mantiene en el poder, como se mantuvo el ruso hasta que le llegó su Octubre. Más pronto que tarde también al ecuatoriano le llegará su Octubre y, si las masas populares algo aprendieron de esta lección en el futuro no se equivocarán y cuando se rebelen se desembarazarán de su dirigencia entreguista y pondrán fin a un régimen cipayo, inmoral y retrógrado como pocos ha habido en la historia de Nuestra América.
Nota:
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