Tenemos frente a nuestros ojos un mundo convulsionado y en crisis. Los recursos naturales se agotan, la riqueza se concentra cada vez en menos manos, y los seres humanos nos aislamos para sobrevivir. Vivimos una pandemia viral, pero también alimentaria, energética, y sobre todo cultural.
Están cambiando las formas en las que los seres humanos nos relacionamos entre nosotros, al punto de que vivimos mediados por la virtualidad: la educación, la recreación, el trabajo y hasta la sexualidad se manifiestan de manera diferente, sobre todo en este tiempo de aislamiento social obligatorio.
En el horizonte se vislumbra que luego del Covid-19 todo cambiará. Hay un sinfín de hipótesis de lo que sucederá, como si el futuro viniera enlatado y listo para ser usado. Pero pasa todo lo contrario: el mundo está en pleno desarrollo, los actores políticos, sociales y económicos están en plena actividad y en guerra, y cuando se está en guerra todo está permitido, excepto la derrota.
Para ser protagonistas de este momento de cambios radicales, es importante comprender que el mundo del trabajo, tal como lo conocemos ya no será el mismo, pero aun así hay cosas que no cambiarán.
La industria podrá tecnificarse al punto de prescindir de una gran parte de la población, pero los seres humanos seguiremos siendo los únicos capaces de producir riqueza. El problema ciertamente sigue siendo el mismo y aquí es donde radica el verdadero desafío: lograr que las mayorías puedan apropiarse de la riqueza que producen y repartirla de una forma mucho más justa y solidaria. Este es el quid de la cuestión.
La única fuente de riqueza proviene del trabajo humano
Ya sabemos con certeza que vivimos en una sociedad de clase, donde algunos controlan el capital o los medios de producción y otros sólo tienen su fuerza de trabajo, y en su conjunto constituyen las relaciones sociales de producción, conformando lo que conocemos como sistema capitalista.
Estos capitalistas se apropian del sobre-esfuerzo de los y las trabajadoras, en el proceso de producción. A esto se lo denomina plusvalía o plusvalor, que no es ni más ni menos que “trabajo excedente o trabajo no remunerado”, ya que el salario o “trabajo remunerado” del trabajador y la trabajadora está ligado al tiempo de trabajo necesario para subsistir y reproducirse.
En palabras de Karl Marx: “si bien antes la herramienta era un instrumento de trabajo, ahora el trabajador es un instrumento de la máquina”.
Hasta acá, el ciclo de explotación-opresión del sistema capitalista. Y decimos opresión, dado que para que funcione el sistema, aparece -tal como lo afirma la legendaria Mafalda- el bastón de abollar ideologías, una especie de lentes que nos hacen mirar la realidad desde la perspectiva de los amos.
Una superestructura, compuesta por una inmensa, compleja e histórica maquinaria (educación, medios masivos de comunicación; sistema democrático electoral, policía, religión, entre otros), que se dispone para «naturalizar» esas relaciones, conduciéndonos a la aceptación de las injusticias orgánicas como «normalidades». Estas son las apariencias del sistema de producción capitalista, ocultando las relaciones sociales de producción, sus contradicciones y las luchas entre los trabajadores y las trabajadoras, entre los capitalistas y las de unos contra otros.
En la teoría clásica a esto se lo denomina desarrollo libre de la producción. Pero lo que no dicen los «clásicos»; es que ese desarrollo está ligado a la pauperización de su contraparte, el trabajador o la trabajadora.
Digitalización de la economía y virtualización de la vida
El desarrollo del sistema capitalista en su fase financiera transnacional ha dado lugar al surgimiento de una red de mecanismos para ejercer el dominio como las bolsas de valores, los paraísos fiscales, el mercado de derivados, las deudas de los países, los bonos etc. Mientras tanto, el proceso de centralización y concentración de la economía se profundiza de manera abrupta, donde pequeños centros de poder controlan las cadenas globales de producción de valor. .
Este proceso de desarrollo de las fuerzas productivas sumado a la disputa de los poderes fácticos, las élites mundiales y el surgimiento de una nueva Aristocracia Financiera Global y una Aristocracia Tecnológica, conducen a una crisis sin precedentes. Los intelectuales orgánicos a sueldo de esta nueva Aristocracia ponen énfasis en el nuevo orden mundial, en cómo tendrá que ser el mundo. Sin embargo, nadie explica qué pasó, quién generó la crisis ni cuáles fueron las causas.
Nos encontramos frente a la parálisis total: un tercio de la población mundial quedó aislada en su casa bajo estricta cuarentena. Cosa atípica, ya que en general la cuarentena es para los enfermos, y en este caso lo es para los sanos también, obligando a la humanidad a cambiar el modo de vida por completo, y dando lugar a nuevas mediaciones, en las que la virtualización y la digitalización de la economía asumieron un rol central,,seduciendo con promesas de “mayor libertad”.
Podemos observar que también en el pasaje de la esclavitud al feudalismo, que era presentado como una transición mediante la cual los individuos obtenían mayores libertades. De igual manera sucedió del pasaje del feudalismo al capitalismo.
Así como bajo el capitalismo industrial el trabajador fue conducido hacia la fábrica, donde fue disciplinado a través del miedo a la muerte por hambre y también organizado bajo la lógica del trabajo común, hoy los cambios estructurales en su fase digital empujan a las clases subalternas hacia las “nuevas fábricas” del territorio virtual, con sus plataformas y redes sociales; construyendo nuevos valores organizativos,
Para tomar conciencia de la magnitud de las nuevas condiciones, basta con ver el alcance de la red construida por el capital. Según el informe digital-2020 (de wearsocial.com), la mitad de la población mundial (3.800 millones de personas) utiliza actualmente las redes sociales, 4.540 millones de personas están ahora en línea, con un aumento interanual de 298 millones, o el 7%: nos acercamos a una penetración de Internet del 60%.
El usuario medio de Internet pasará 6 horas y 43 minutos por día en línea en 2020, más de 100 días en total. (Para poner en perspectiva este número, si usamos ese tiempo diario equivaldría a la lectura de más de 1.120 libro al año).
Esta situación genera otro fenómeno: la sobreproducción de la mercancía información. En el 2010 uno de los máximos ejecutivos de Google afirmaba que, hasta el 2003 habíamos generado cinco exabytes de información a lo largo de toda nuestra historia; para el 2007 se generaron 281 exabytes y cuatro años más tarde alcanzamos los 1.800 exabytes.
En el año 2018, se crearon 33 zettabytes de datos en el mundo (un zettabyte equivale a 1.000 millones de terabytes), 16,5 veces más que solo hace nueve años. Con el desarrollo tecnológico existen proyecciones que indican que en el año 2035 la producción de datos trepará a los 2.142 zettabytes.
La cantidad de información y datos que circulan por internet, por las plataformas y por las redes es inimaginable. Esto también genera crisis en los actores estratégicos como los medios de comunicación, poniendo en tensión su hegemonía y alterando por ende la forma de ver el mundo de las clases subalternas.
Los datos, según es.statista.com
Sobreproducción de la mercancía fuerza de trabajo: para un nuevo mundo nuevas tareas
Esta crisis puede ser un indicador de la puesta en marcha de una nueva fase del capitalismo, la fase de digitalización, la cual necesita modificar los procesos obsoletos de producción, imponer los nuevos y controlar la mercancía fuerza de trabajo para sostener el objetivo central: maximizar su ganancia a costa de los y las trabajadoras.
¿Y cómo la puede controlar? Necesita bajar el costo de la mercancía fuerza de trabajo para garantizar su ganancia (expropiando al trabajador lo que es fruto de su fuerza de trabajo). En primer lugar, el capital busca disminuir el tiempo necesario de producción para las mercancías que requiere el trabajador y la trabajadora para subsistir y reproducirse, es decir, lo que constituye el precio de su salario.
Un informe de Adecco (una compañía de recursos humanos con base en Zúrich,Suiza). determina que gracias a las tecnologías, lo que en 1970 se producía en ocho horas, hoy tan solo requiere de una hora y media.
Para hacerlo más explícito, hoy el sistema funciona con 3.300 millones de trabajadores/as (de los cuales sólo 1.300 millones son estables) sobre una población mundial de ocho mil millones de trabajadoras y trabajadores. Es decir, para este sistema lo que sobra es gente.
Lo expresado anteriormente, va poniendo en evidencia la obsolescencia del sistema industrial anterior, basado en la energía fósil y contaminante y en el uso de grandes cantidades de fuerza de trabajo, sustentada en una gran estructura para garantizar su funcionamiento. Ese sistema necesita de infraestructura y recursos al punto de que un solo planeta ya no es suficiente.
En esta nueva fase, ya no harán falta los gerentes o jefes que controlan a la mano de obra. Ésto se hará por indicadores de producción y será a través de las plataformas y blockchain (cadena de bloques) que, dicho lo más sencillamente posible; es una base de datos que sirve como un registro de operaciones para cualquier tipo de transacción.
Lo que se observa y lo que nadie explica es que la digitalización no requiere de la circulación de la mercancía fuerza de trabajo, lo que generaría también una baja en los costos de mano de obra, dejando obsoleto todo el andamiaje anterior del sistema de producción y circulación de mercancías (autopistas, combustible, ómnibus, calles, edificios, trenes, escuelas): el epicentro de la actividad será la casa de cada trabajador o trabajadora, el llamado “teletrabajo”.
Por otra parte, si el salario es equivalente a lo que el obrero necesita para vivir y reproducirse, pareciera que el capital ha encontrado la forma para disminuir el costo del trabajo remunerado eliminando una de sus funciones: la reproducción humana.
Entonces, si el capital necesita que la mercancía fuerza de trabajo deje de reproducirse, debe en consecuencia cambiar el patrón social y cultural. En este proceso apunta al “capital constante” de la fuerza de trabajo, el cuerpo de la mujer. La misma viene siendo incorporada al proceso de producción, aumentando las filas del ejército de reserva, pero también poniendo en crisis su lugar en la esfera doméstica.
El capital trabaja subjetivamente sobre la mujer como reproductora de la mano de obra, intentando anular la reproducción de la fuerza de trabajo para detener la sobreproducción de la misma. Con este elemento se lograrían dos objetivos: disminuir el costo de las mercancías que se necesita para sobrevivir (ahora sería garantizar la supervivencia de una persona, no un grupo familiar) y romper con la célula de reproducción social del viejo capitalismo, que es la familia.
Es por esto que impulsa y disputa también hacia el interior del feminismo. Debemos recordar que dentro de este sistema la iniciativa siempre la tiene la burguesía; y que en este caso, el feminismo popular y revolucionario ha logrado disputarla y tensionar esa iniciativa. Dicho esto, reafirmamos una vez más que el feminismo es el sujeto revolucionario que no solo romperá con lo viejo, sino que también podrá ir en contra de este nuevo sistema de opresión.
La cuarentena hizo irrumpir de un plumazo este estado de cosas que parecía lejano y solo de película futurista. Vamos transitando a una nueva enajenación del proceso productivo y más aún de los tiempos puestos en él. Estamos produciendo en nuestras horas de trabajo, y también en nuestras horas de ocio. Nos van a explotar bajo forma silenciosa a través de una aparente libertad.
En síntesis, en la construcción de su proyecto, estos “amos de la financiarización y digitalización” dejan cada vez a más actores afuera; excluyendo no sólo a la clase trabajadora, sino también a los capitalistas, tanto de las finanzas, como de la gran industria. La irrupción de la pandemia y el aislamiento social al que nos ha confinado la cuarentena solo es entendible dentro de las reglas de juego del capitalismo, que es importante develar.
En el día del trabajador y la trabajadora, sólo la conciencia sobre lo que está sucediendo y el desarrollo de herramientas de organización y lucha que respondan a este momento de cambios permitirán alcanzar la verdadera y definitiva liberación de las clases subalternas. Al fin y al cabo, es de estas manos y estos cuerpos de dónde brotará el poder para transformar este sistema por demás injusto.
Paula Giménez: Licenciada y Profesora en Psicología (UNSL), Maestrando en Políticas Públicas para el Desarrollo con Inclusion (FLACSO). Analista-investigadora argentina del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE (www.esteategia.la)