1.- Para los lingüistas es fundamental la contradicción existente entre significante y significado, para los semiólogos la existente entre expresión y contenido, y para los filósofos la existente entre apariencia y esencia. Hay un rasgo común a todas estas contradicciones: el significante, la expresión y la apariencia son perceptibles, mientras que el significado, el contenido […]
1.- Para los lingüistas es fundamental la contradicción existente entre significante y significado, para los semiólogos la existente entre expresión y contenido, y para los filósofos la existente entre apariencia y esencia. Hay un rasgo común a todas estas contradicciones: el significante, la expresión y la apariencia son perceptibles, mientras que el significado, el contenido y la esencia no son perceptibles. Ante estas contradicciones se pueden adoptar dos posturas filosóficas: una, concebir el significado, el contenido y la esencia como realidades inasequibles e incluso inexistentes, y dos, concebir el significante, la expresión y la apariencia como formas de manifestación del significado, del contenido y de la esencia. Dentro de los que defienden la primera postura se encuentran los empiristas, los neopositivistas y los kantianos, y en el bando de los que defienden la segunda postura se encuentran los hegelianos y los materialistas dialécticos. Muy distantes de esta claridad de líneas filosóficas se encuentran los filósofos posmodernos, que se caracterizan justamente por negar las diferencias entre los dos polos de esas tres contradicciones. Se podría decir que la tarea de los filósofos posmodernos consiste en apagar por medio de la especulación el fuego de las contradicciones. Cuando resulta que las contradicciones mencionadas y la postura filosófica a adoptar frente a ellas tienen una gran importancia en el mundo actual, si tenemos la voluntad de transformarlo. Una de las características del mundo actual es el predominio de lo aparente y de lo superficial frente a lo esencial y de fondo. El vacío espiritual del mundo de hoy, su ausencia de valores y de principios, no es más que otra manera de decir que vivimos en un mundo superficial y banal. Así que repito: la contradicción entre el significante y el significado, entre la expresión y el contenido, y entre la apariencia y la esencia, son claves decisivas en el pensamiento filosófico, semiológico e ideológico actual. Cosa distinta es qué grado de conciencia tengan los filósofos, los semiólogos y los ideólogos sobre estas contradicciones. Recordemos el 11 de septiembre de las Torres Gemelas. La televisión nos ofreció imágenes de su derrumbe, de sus escombros, pero nunca de sus víctimas. Las autoridades gubernamentales de EE.UU optaron por ofrecernos lo aparente, lo exterior, el significante, la expresión, pero ocultaron el contenido, el significado, lo interior, lo esencial: los cadáveres. Importantísimo sería que los semiólogos investigaran qué consecuencias lleva aparejada el hecho de separar la expresión del contenido en los hechos del 11 de septiembre. Varias son las posibles funciones semiológicas que pueden desempeñar las expresiones separadas de su contenido, pero de entre ellas cabe destacar dos: la ocultación y la simbolización. Esta tendencia a simbolizarlo todo, a degradar el valor de uso de la mercancía frente a sus componentes sígnicos, a desplazar la esencia del valor desde la producción al consumo, que defienden y representan los filósofos posmodernos, es una tendencia idealista. ¿Y por qué es idealista? Porque las relaciones entre la expresión de un hecho y su contenido se tornan oscuras y distantes. Y lo que necesitan los trabajadores para liberarse del yugo del capital es claridad, mucha claridad conceptual.
2.- Partimos de la base que uno de los problemas más graves de las economías capitalistas es el paro. Sobre esa base establecemos la primera premisa histórica, que tomamos de Marx: para hacer historia el hombre necesita estar vivo. Y a partir de aquí establecemos la siguiente serie de razonamientos. Pero para estar vivo, el hombre tiene que satisfacer un mínimo de necesidades: alimentarse, alojarse bajo un techo, etcétera. Pero esos medios de subsistencia no le caen del cielo, sino que tiene comprarlos. Así que necesita dinero. Pero para obtener dinero, ha de trabajar. Pero el trabajo lo crea el capitalista. Por lo tanto, tenemos que organizar la economía de manera que estimule al capitalista a invertir, para que de ese modo se cree trabajo. Tantos los partidos de la derecha como los de la izquierda reformista tienen esta concepción económica.
3.- El problema semiológico de aquella consigna, el capitalista como creador del trabajo, se encuentra en el significado del verbo crear. La realidad se compone de relaciones aparentes y de relaciones esenciales. Y aparentemente ocurre así: al montar una empresa, el capitalista crea puestos de trabajo. Y en una sociedad capitalista no puede ser de otro modo. El componente moral de esta concepción estriba en que, desde el lado del trabajador, las cosas se presentan como necesidad de trabajo, y desde el lado del capitalista, como creación de trabajo. El trabajador se presenta como un ser necesitado y menesteroso, mientras que el capitalista se presenta como un ser creador y dador. Pero ahondemos ahora en las relaciones esenciales, que también son parte de la realidad, y que en ocasiones dicen lo contrario que las relaciones aparentes. Supongamos que el capitalista efectivamente crea una empresa: se hace con una nave, paga las instalaciones, y compra maquinaria y materia prima. Con dicha inversión el capitalista crea un total de 50 puestos de trabajo. Pero los trabajadores, hartos de ser tratados como seres necesitados y menesterosos, deciden hacer valer su poder, con el propósito de hacer manifiestas las relaciones esenciales que los unen a los capitalistas. Y fuertemente sindicados, con una unidad que hace temblar, deciden no cubrir esos puestos de trabajo. ¿Qué le sucedería entonces al capitalista creador? Que no sería creador, que no podría crear nada. Pero peor aún: perdería toda su inversión o una buena parte de ella. Invirtió dinero; pero como no acudió el trabajo, su dinero se deprecia y destruye día a día. La materia prima se estropea, las instalaciones pierden valor, y no se puede pagar al banco el crédito con el que se compró la maquinaria. El capitalista llegaría a una conclusión muy clara: sin trabajo no puedo conservar el valor del capital invertido. Ha salido a relucir la relación esencial que une el trabajo con el capital: el capital necesita del trabajo para conservar su valor. Pero el capitalista no invirtió su dinero sólo para conservarlo, sino también y fundamentalmente para multiplicarlo. Así que su desgracia es doble al no querer los trabajadores cubrir los puestos de trabajo que creó: no sólo no puede conservar el valor de su dinero, sino tampoco multiplicarlo. Sale a relucir así el poder de los trabajadores, como fermento vivo del capital, como condición esencial de su existencia: de su conservación y de su multiplicación. Ahora, en las relaciones esenciales, las cosas se presentan distintas a como lo hacían en las relaciones aparentes: de ser un creador el capitalista se ha convertido en un ser necesitado, y de ser un necesitado el trabajador ha pasado a ser el conservador y el multiplicador del valor de los bienes ajenos. ¿Pero que ocurre en la realidad capitalista? ¿Cuáles son las relaciones que predominan en la relación entre trabajo y capital? ¿Las aparentes o las esenciales? Las aparentes. ¿Y por qué? Por el lado objetivo, porque al ser el paro tan grande, el capitalista siempre dispone de mano de obra que contratar, siempre dispone de mano de obra para transformar su dinero en capital; y por el lado subjetivo, porque no existe un partido político empeñado en hacer manifiestas las relaciones esenciales entre trabajo y capital, que eduque a los trabajadores en aquella consigna: el trabajo es el conservador y el multiplicador del capital.
4.- Nos encontramos ante dos consignas: una de ellas, dominante, un contenido adherido a la conciencia de la gente durante muchas generaciones, que dice que el capital es el creador del trabajo; y la otra, dominada hasta la ocultación, que dice que el trabajo es el conservador y el multiplicador del capital. Creo que la ocultación, después de la identificación, forma parte de las funciones semiológicas primeras, circunstancia que se pone en evidencia y de manera muy destacada en la vida animal. Se oculta tanto el depredador que se acerca sigiloso a su víctima, como la presa que huye del depredador. Y esta función semiológica, la de la ocultación, que es básica y decisiva para la vida en el mundo animal, no podía ser menos en el mundo humano. Y así es la lucha que libran los trabajadores y los capitalistas: los primeros empeñados en sacar a la luz las relaciones esenciales que los unen a los capitales, y los segundos, empeñados en ocultarlas por medio del predominio absoluto de sus relaciones aparentes. Y vistas las cosas así, que mal quedan los posmodernistas en su afán, de un lado, por negar la existencia de las relaciones esenciales, y de otro lado, por disolver las contradicciones entre las relaciones aparentes y las relaciones esenciales. Cuando para los intereses de los trabajadores y del socialismo es fundamental la defensa de dos concepciones filosóficas básicas: una, en los fenómenos sociales es menester distinguir las relaciones aparentes de las relaciones esenciales, y dos, en el capitalismo las relaciones aparentes ocultan las relaciones esenciales.