Lo que es el Premio Planeta todo el mundo lo sabe. Lo que no sabe todo el mundo es que casi todo el mundo se comporta como si no lo supiera. En lo que sigue, téngase en cuenta, como telón de fondo, aunque no se lo nombre, que una cosa es el «todo el mundo […]
Lo que es el Premio Planeta todo el mundo lo sabe. Lo que no sabe todo el mundo es que casi todo el mundo se comporta como si no lo supiera. En lo que sigue, téngase en cuenta, como telón de fondo, aunque no se lo nombre, que una cosa es el «todo el mundo relacionado con la cultura» o lo que ocupa su lugar y otra el «todo el mundo» que compra periódicos mentirosos y consume libros, es decir, los primos que llenan las arcas de un capo de la mafia editorial.
El Capolara padre lo inventó en los tiempos del franquismo, en que se valoraba cualquier tipo de actividades triunfalistas, y el Capolara junior ha seguido explotando el invento en esta pseudodemocracia consentidora. Un invento burdo, de payaso de circo, pero que en un país de broma, una parodia de país, deformación grotesca de la cultura europea, como decía Valle Inclán, da resultado. Y donde, si no se tiene nada que aportar a la ciencia, la antropología, la biología, la metafísica, el pensamiento occidental en general, se inventa a Chiquiliquatre o a la mejor liga del mundo. Pero iba a decir que el primer Capolara, que era editor, pero que no leyó en su vida otros libros que los de cuentas, solía decir -conservo recortes- que «en España se lee muy poco y, para vender libros, hace falta mucha publicidad y, como la publicidad es muy cara, para eso se han inventado los premios literarios». Debería haber dicho «este premio literario» o «estos premios literarios», porque fuera de España no existen estos tinglados.
Lo que «todo el mundo sabe» es lo siguiente: un fabricante de libros, no un editor, convoca lo que quienes no están en el «secreto», los compradores potenciales, creen que es un concurso para distinguir la mejor obra que se presente. Pero la realidad es que el fabricante ya tiene en su poder, y en la imprenta, la obra de un figurón mediático: la obra que un jurado compuesto por empleados suyos, fijos o temporeros -entre ellos, profesores universitarios como Alberto Blecua, críticos lacayunos como Carlos Pujol y sedicentes escritores como Rosa Regás- va a «premiar», después de varias horas de fingir que delibera y otras payasadas propias de la parodia que se representa delante de lo mejorcito de las clases política, cultural, empresarial, etc. encabezadas por algún miembro de la familia real y las autoridades del Ministerio de Cultura. Los ingredientes necesarios, en suma, para obtener una cantidad más que multimillonaria de publicidad gratuita, pues para eso los medios de comunicación en pleno entran en el juego, empezando por aquellos -RNE, TVE, etc.-que pagamos los contribuyentes.
En la última ocasión, hace pocos días, quien se ha prestado a urdir la trampa con el mafioso editorial ha sido un figurón profesional, que da conferencias sobre casi todo -en el colmo del virtuosismo, incluso sobre aquello de lo que nada sabe-, funda partidos políticos y foros ciudadanos, organiza carreras de caballos, asiste diariamente a un cóctel y casi diariamente a una manifestación, firma manifiestos sobre lo que sea… Y, además -y esto ya es el colmo-, es profesor de ética en una Universidad. Seré un ingenuo, pero a mí me escandaliza que un profesor de ética se preste a una componenda en la que hay muchísimo dinero de por medio y se engaña a mucha gente.
¿Qué se puede pensar de los periódicos, las revistas culturales, las cadenas de radio y televisión que, conociendo que todo es un manejo, alaban a su beneficiario y lo tratan -al manejo- como si fuera algo serio y de verdad? ¿Qué se puede decir de las autoridades políticas -de la Generalidad catalana, del gobierno central, ¡del Ministerio de Cultura!-, que asisten para dar lustre a la payasada, presididas por un miembro de la familia real? ¿Qué de los sedicentes escritores, artistas e intelectuales, tan moralistas ellos, que van para lo mismo, por haber sido ya elegidos o ponerse en cola para serlo alguna vez?
El figurón de este año, que desde ahora ya se mueve, con su carga ética a cuestas, entre las dos grandes mafias de la industria cultural de este país -el Grupo Planeta y el Grupo Prisa- ha querido salir al paso de las posibles críticas que le podían venir de unos pocos reductos de decencia que aún quedan aquí para confirmar la regla. Y lo ha hecho, como suele, apelando a su ingenio inexistente: «Sospechar del Planeta -le ha dicho a un compadre: Javier Rodríguez Marcos, El País, 17-X-08- es como sospechar de los Reyes Magos». Como diciendo que se trata de una inocente broma que a todos divierte, a nadie perjudica y hasta engendra ilusión.
Pues no, señor Savater, no es así. En primer lugar, usted defrauda a los casi quinientos concursantes que han optado al premio de buena fe. En segundo lugar, defrauda también a los miles de lectores que comprarán su libro no porque sea de usted, que literariamente no es nadie, sino porque ha sido premiado en un concurso que ellos, que no están en el ajo de la magia de los reyes, creen que es de verdad. En tercero, usted beneficia a un industrial de la cultura a quien sólo le preocupa la ganancia, no los valores literarios. Y en cuarto, mediante tantas falsedades, usted se va a embolsar una millonaria cantidad de euros que, de otra forma, ni hubiese olido.