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Un striptease de la post-historia

Fuentes: Asia Times

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Versión abreviada de una conferencia en el XIII Seminario de Solidaridad Política, Don Juan y la democracia directa, Juan Chávez in memoriam, en la Universidad de Zaragoza, España.

Qué cómodo sería convocar al retro-espíritu de Burt Bacharach para definir nuestro futuro geopolítico y comenzar a cantar: «Lo que el mundo necesita ahora / es amor, dulce amor».

Perdonen que raye el vinilo. Interrumpimos este exceso amoroso para presentar las últimas noticias. Habéis sido catapultados a la era del nuevo «héroe» hobbesiano digital y virtual así como físico.

El capitalismo de casino -también conocido como neoliberalismo súper potente- está destruyendo los últimos vestigios del estado de bienestar y el consenso igualitario en Occidente industrializado, posiblemente con una que otra excepción escandinava. Ha establecido un «Nuevo» consenso «Normal», entrometiéndose en las vidas privadas, dominando el debate político e institucionalizando para siempre la mercantilización de la vida en sí, el acto final de feroz explotación corporativa de los recursos naturales, la tierra y la mano de obra barata.

La integración, la socialización y el multiculturalismo están siendo corroídos por la desintegración, la segregación y la de-socialización generalizada, una consecuencia directa de la noción acuñada por David Harvey de «desacumulación» (la sociedad devorando a los suyos).

Este estado de cosas es lo que el filósofo flamenco e historiador de arte Lieven De Cauter, en su libro Entropic Empire [Imperio entrópico], llama «la fase Mad Max de la globalización».

Es un mundo hobbesiano, una latente guerra civil global, una guerra de todos contra todos; los que tienen y no tienen nada en la economía; wahabíes intolerantes contra chiíes «apóstatas»; los hijos de la Ilustración contra todo tipo de fundamentalistas; la militarización de África por el Pentágono contra el mercantilismo chino.

La desintegración y balcanización de Iraq, detonada por la Conmoción y Pavor del Pentágono hace 10 años, fue una especie de preludio del Nuevo Desorden Feliz. La visión del mundo neoconservador de 2001 a 2008, propuso por todas partes el proyecto con su ideología de Terminemos con el Estado; una vez más Iraq fue el mejor ejemplo. Pero de bombardear una nación soberana hasta devolverla a la Edad de Piedra, el proyecto pasó a la generación de la guerra civil, como en Libia, y si tienen éxito los perpetradores, en Siria.

Cuando tenemos analistas de salón, influyentes o no, pagados por acaudaladas fundaciones -usualmente en EE.UU. pero también en Europa occidental- pontificando sobre «caos y anarquía», solo están reforzando una profecía que se autorrealiza. Si «caos y anarquía» los excita, es porque solo reflejan la economía libidinal predominante, de la TV reality a todo tipo de lo que De Cauter describe como «juegos psicóticos», dentro de una habitación, dentro de un octágono, dentro de una isla o virtualmente dentro de una caja digital.

Por lo tanto, bienvenidos a la geopolítica del joven Siglo XXI: una era de guerra sin fin (virtual o no), polarización extrema y una acumulación de catástrofes.

Después de Hegel, Marx y ese mediocre funcionario del Imperio, Fukuyama; pero también después de brillantes deconstrucciones de Gianni Vattimo, Baudrillard o Giorgio Agamben, es lo que se nos ofrece.

Para Marx el fin de la historia fue una sociedad sin clases. ¡Qué romántico! En su lugar, en la segunda mitad del Siglo XX, el capitalismo esposó la democracia liberal occidental hasta que la muerte los separe. Bueno, ahora les ha llegado la hora de la muerte a ambos. El Dragón Rojo, como en China, se ha sumado a la fiesta y llegó con un nuevo juguete: el neoliberalismo de partido único.

Un consumidor individualista, desenfrenado, pasivo, fácilmente controlable se ahogó en una forma deforme de democracia que básicamente favorece a los que cuentan con información privilegiada y a protagonistas muy acaudalados; ¿cómo podrá ser un ideal humanista algo semejante? Pero las relaciones públicas fueron tan buenas que a eso aspiran legiones en Asia, África, Medio Oriente y Suramérica. Pero todavía no es suficiente para los Amos del Universo geoeconómico.

La post-historia es el reality show definitivo. Y el neoliberalismo bélico es su arma favorita.

Elige tu campo

Ahora estamos familiarizados con el paradigma del estado de emergencia -o estado de excepción- de Giorgio Agamben. El ejemplo máximo, hasta mediados del Siglo XX, fue el campo de concentración. Pero la post-historia es más creativa.

Tenemos el campo de concentración solo para musulmanes, como Guantánamo. Tenemos el simulacro de un campo de concentración, como Palestina, que está virtualmente amurallada y bajo vigilancia día y noche y donde «la ley» es dictada por una potencia ocupante. Y tenemos lo que ocurrió -como una sesión de práctica- la semana pasada en Boston; el eufemístico «encerramiento», que es una suspensión de la ley en beneficio de la ley marcial; ninguna libertad de movimiento, ninguna red de teléfonos celulares, y pueden dispararte si vas al negocio de la esquina a comprar una gaseosa. Toda una ciudad del Norte industrializado convertida en un campo de concentración de alta tecnología.

Agamben habló del estado de excepción como un exceso de soberanía desde arriba, y del estado de la naturaleza -como en Hobbes- como una ausencia de soberanía desde abajo. Después de la Guerra Global contra el Terror (GWOT, por sus siglas en inglés), que a pesar de todo lo que diga el Pentágono es ciertamente eterna (o la Guerra Prolongada, como se definió en 2002 y parte de la doctrina de Dominio Completo del Pentágono), podemos hablar de una fusión.

La guerra contra el terror, seductoramente normalizada por el gobierno de Obama, fue y sigue siendo un estado de excepción global, incluso aunque la parafernalia va y viene; la Ley Patriota; tenebrosas órdenes ejecutivas; tortura, un reciente panel bipartidista estadounidense acusó a los máximos funcionarios del gobierno de George W. Bush de tortura, entregas extraordinarias, con las cuales colaboraron aliados seculares de entonces de Occidente como Libia y Siria, para no mencionar a naciones europeas orientales y los acostumbrados títeres árabes, incluyendo a Egipto bajo Mubarak; y el aparato de seguridad interior en plena expansión.

En cuanto a un verdadero campo de concentración, una vez más basta con observar Guantánamo, que contrariamente a la promesa electoral de Obama seguirá abierto indefinidamente, así como algunas de la vasta red de prisiones «secretas» de la CIA de la era de Bush.

En todos estos casos, pase lo que pase con la vida social -suspensión, disolución, balcanización, implosión, un estado de emergencia- lo que les pasa a los ciudadanos normales es que la ciudadanía se evapora. Pero las elites gobernantes -políticas, económicas, financieras- no se preocupan por la ciudadanía. Solo les interesan los consumidores pasivos.

Elige tu distopía

Todas las distopías del Nuevo Desorden Global se están normalizando. Estamos familiarizados con el terrorismo de Estado, como en la guerra «secreta» de drones de la CIA sobre áreas tribales en Pakistán, en Yemen, Somalia y pronto en otras latitudes africanas. También estamos familiarizados con el terrorismo no estatal, como es aplicado por esa nebulosa que en Occidente describimos como «al Qaida», con su miríada de franquicias y copiones.

Tenemos un montón de híper-Estados -como EE.UU., China y Rusia y la UE en su conjunto- y una miríada de infra-Estados o Estados fallidos, algunos intencionalmente (Libia y próximamente Siria), así como Estados satélites, algunos esenciales para el sistema controlado por Occidente como el Club de la Contrarrevolución del Golfo (CCG – Club de Cooperación del Golfo).

Siempre es ilustrativo lanzar una mirada a la manera en que el Pentágono interpreta este mundo. Encontramos un «núcleo integrado» opuesto a una «brecha no integrada». El «núcleo» es lo que importa, en este caso Norteamérica y la mayor parte, si no toda, de la UE. Poblaciones agobiadas, pasivas, con una elite consumidora -las rápidas, móviles, elites de la modernidad líquida, descritas por Bauman- y una vasta masa de trabajadores sobrevivientes, una gran parte de ellos desechables (como los millones de víctimas europeas de las políticas de austeridad de la troika que nunca volverán a encontrar un puesto de trabajo decente).

Para la brecha no integrada es Hobbes de principio a fin. En el caso de África -prácticamente hasta ayer ridiculizada como un agujero negro- hay un tejemaneje geopolítico adicional: cómo contraatacar a la extraordinaria penetración del mercantilismo chino de la última década. La respuesta del Pentágono es desplegar el AFRICOM por doquier; someter a naciones demasiado independientes, como Libia; y en el caso de la elite francesa, que también aprovecha la oportunidad, tratar de recuperar algo de músculo imperial en Malí, aprovechando precisamente la implosión y la balcanización de Libia.

El aspecto de la post-historia, su ideal estético, es la ciudad como parque temático. Los Ángeles podrá haber sido el arquetipo, pero los mejores ejemplos son Las Vegas, Dubai y Macao. En ausencia de Umberto Eco y Baudrillard, quienes disfrutaron de las contra-imágenes de simulacros, podemos seguir al maestro arquitecto Rem Koolhaas -un agudo observador de la demencia urbana en el sur de China- para saber de qué trata el espacio basura.

Luego existe la obsesión por la seguridad de ciudades como Londres que se convierten en una versión ampliada del Panóptico de Bentham, al patético striptease ritual en cada aeropuerto, para no mencionar el condominio cerrado o «comunidad», más parecido a átomos con puertas, como emblema de la civilización capsular. Contraataques de guerrilla, sin embargo, tal vez tan letales como los iraquíes suníes combatiendo a los estadounidenses en el «triángulo de la muerte» a mediados de los años 2000. En Sao Paulo, Brasil -la máxima megalópolis violenta- las pandillas «clonan» coches y patentes, se burlan de la seguridad en las puertas de condominios cerrados, conducen al estacionamiento y proceden a robar sistemáticamente cada apartamento en todos los pisos.

Eres historia

Conceptualmente, la post-historia lo simplifica todo. El flujo de la historia se degrada como falso. El simulacro vence a la realidad. Vemos a la historia repitiéndose no como tragedia y farsa sino como una doble farsa; un ejemplo superpuesto son los yihadistas de Siria armados como los antiguos «combatientes por la libertad» de Afganistán en la yihad antisoviética de los años ochenta, combinándose con la banda occidental en el Consejo de Seguridad de la ONU que trata de aplicar a Siria lo que logró en Libia: el cambio de régimen.

También vemos la historia repitiéndose como clones; neoliberalismo con características chinas que derrota a Occidente en el juego de la industrialización -en términos de velocidad- mientras al mismo tiempo repite los mismos errores, desde los excesos atolondrados de una mentalidad de adquisición a la falta de respeto al medio ambiente.

Sobra decir que la post-historia entierra la Ilustración al favorecer la emergencia de todo tipo de fundamentalismos. Por lo tanto también tuvo que enterrar el derecho internacional; desde dejar a un lado a la ONU para lanzar una guerra contra Iraq en 2003 al uso de una resolución de la ONU para lanzar una guerra contra Libia en 2011. Y ahora Gran Bretaña y Francia se extralimitan en el intento de soslayar a la ONU o incluso a la propia OTAN para armar a los «rebeldes» de Siria.

Por lo tanto tenemos un nuevo medievalismo que no puede sino corresponder a la neoteocracia acaudalada como en Arabia Saudí y Catar; porque son aliados, o títeres, de Occidente, internamente pueden seguir siendo medievales. Superpuestas, tenemos las políticas del miedo que esencialmente dominan a la Fortaleza EE.UU. y a la Fortaleza Europa: temor del Otro, que puede ser ocasionalmente asiático pero casi siempre islámico.

Lo que no tenemos es una visión política/filosófica del futuro. O un programa político histórico; a los partidos políticos solo les preocupa ganar la próxima elección.

¿Cómo sería un sistema post-Estado? Las mentes independientes no confían en bloques gigantescos, asimétricos, inestables como la UE o el G-20, o incluso en aspirantes a multipolares como los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica que todavía no representan una alternativa real al sistema controlado por Occidente). Nadie piensa en términos de una mutación estructural del sistema. Marx tenía más que razón al respecto: lo que determina la historia son procesos objetivos, concretos, palpables -algunos de ellos muy complejos- que afectan la infraestructura económica y tecnológica.

Lo que es posible concluir es que desde ahora el verdadero sujeto histórico es la tecnología -como Jean-Francois Lyotard y Paul Virilio ya conceptualuzaron en los años 80 y 90-. La tecnología seguirá avanzando mucho más allá del sistema capitalista. La tecnociencia ocupa el asiento del conductor de la historia. Pero eso también significa guerra.

La guerra y la tecnología son gemelas siamesas; virtualmente toda la tecnología se inicia como tecnología militar. El mejor ejemplo es la forma en que Internet ha cambiado completamente nuestras vidas, con inmensas ramificaciones geoeconómicas y políticas; Pekín, en un libro blanco de 2010, puede haber saludado Internet como una «cristalización de la sabiduría humana», pero ningún Estado filtra más información en Internet que China. Llevando el escenario a un límite distópico, Erich Schmidt de Google arguye, correctamente, que pronto, con una acción de un interruptor, todo un país podría llegar a desaparecer de Internet.

Por lo tanto, esencialmente podríamos olvidar una regresión utópica al estado del nómade tribal, por mucho que nos fascine, esté en África o en el corredor Wakhan en Tayikistán. Si estudiamos el paisaje geopolítico desde la Zona Cero a Boston los únicos «modelos» son declinaciones de entropía.

Encuentro con el Adán neoliberal

Ahora, hablando del arma favorita de la post-historia: el neoliberalismo de guerra. El mejor análisis de los últimos años hasta ahora se puede encontrar en el libro del geoestratega francés Alain Joxe Les Guerres de L’Empire Global.

Joxe lo mezcla todo, porque todo está interconectado -la eurocrisis, la crisis de la deuda europea, las ocupaciones y las guerras, la restricción de las libertades civiles, elites totalmente corruptas- para desenmascarar el proyecto del Imperio Global del Neoliberalismo, que va mucho más allá del Imperio Estadounidense.

El máximo objetivo de la financialización es la acumulación ilimitada de los beneficios, un sistema en el cual los ricos se enriquecen mucho más y los pobres no reciben literalmente nada (o, en el mejor de los casos, austeridad). Los Amos del Universo en la vida real son una clase desnacionalizada de rentistas, ni siquiera es posible llamarlos nobleza, porque en general su falta de gusto y su sentido crítico son horrendos, como los proveedores de jerga desenfadada. Lo que hacen es en beneficio de las corporaciones, en lugar de las funciones protectoras de los Estados. En este estado de cosas las aventuras militares se convierten en doctrina policial. Y una nueva tecnología de la información -de drones a municiones «especiales»- puede utilizarse contra los movimientos populares, no solo en el Sur sino también en el Norte.

Joxe muestra de qué forma una revolución tecnológica condujo al mismo tiempo a la administración de la TI, de esa diosa, El Mercado, así como a la robotización de la guerra. Por lo tanto estamos ante una mezcla de mutaciones económicas, militares y tecnológicas, en paralelo, que conducen a una aceleración de decisiones que pulverizan totalmente el largo alcance de la política, generando un sistema incapaz de regular las finanzas o la violencia. Entre la dictadura de los «mercados» y la socialdemocracia, adivinad quién gana de forma aplastante.

De hecho, Slavoj Zizek ya había planteado la pregunta clave, por lo menos en términos de la Decadencia de Occidente. El vencedor (encubierto) es en realidad el «capitalismo con valores asiáticos» que, por supuesto, no tiene nada que ver con la gente asiática y todo que ver con la clara y presente tendencia del capitalismo contemporáneo de limitar o incluso eliminar la democracia» ( Vea aquí .)

El filósofo francés Jean Claude Michea lleva más lejos el análisis político. Argumenta que la política post moderna se ha convertido de hecho en un arte negativo que define la sociedad menos mala posible. Es cómo el liberalismo -que conformó la civilización occidental moderna- se convirtió en «la política del mal menor». Bueno, «el mal menor» para el que posee el control, por supuesto, y al diablo con el resto.

En otro libro crucial, Michea presenta la deliciosa metáfora del Adán neoliberal como el nuevo Orfeo, condenado a escalar el camino del Progreso sin autorización para mirar hacia atrás.

No hay muchos pensadores contemporáneos que estén equipados para golpear a Izquierda y Derecha en una medida igualmente devastadora. Michea nos dice que tanto la Izquierda como la Derecha se han sometido al mito original del pensamiento capitalista; esa «antropología negra» que convierte al Hombre en un egoísta por naturaleza. Y pregunta cómo podía haber abandonado la Izquierda institucionalizada la ambición de una sociedad justa, decente, o cómo el lobo neoliberal ha causado estragos entre las ovejas socialistas.

Más allá del neoliberalismo y/o de un deseo de socialdemocracia, lo que nos dice el reality show es que estamos ante una guerra civil global de destrucción recíproca, la hipótesis que exploré en mi libro de 2007 Globalistan. Cuando mezclamos el pivote de Washington hacia Asia; la obsesión con el cambio de régimen en Irán; el temor de las elites occidentales ante el ascenso de China; la verdadera Primavera Árabe, que ni siquiera ha comenzado, a través de generaciones jóvenes que quieren participación política pero sin ser limitadas por el fundamentalismo religioso; el resentimiento musulmán contra lo que perciben como una Nueva Cruzada contra ellos; el crecimiento del neofascismo en Europa y el avanzado empobrecimiento de la clase media occidental, cuesta pensar en el amor.

Y a pesar de todo -Burt Bacharach al rescate- eso es exactamente lo que mundo necesita ahora.

Pepe Escobar es autor de Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y de Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge. Su libro más reciente es Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Contacto: [email protected]

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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/World/WOR-01-260413.html

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