Terry Pinkard. Acento editorial, Madrid, 2001, 927 páginas. Traducción de Carmen García-Trevijano.
Sostiene el autor de esta excelente biografía que «un filósofo francés contemporáneo observó una vez que la gran ansiedad que sufre todo filósofo moderno está en que, sea cual sea el camino que tome, cada uno de esos caminos acaba en un callejón sin salida, y en cada uno de ellos está Hegel aguardando con una sonrisa» (p.11). Puede pensarse tal vez que esta conjetura de un Hegel omnipresente y sonriente sea algo exagerada, pero hay varios motivos sustanciales para recomendar sin vacilación la lectura sosegada de esta muy competente biografía intelectual del autor de la Fenomenología del Espíritu. Veamos algunos, pocos, de estos numerosos motivos:
1. Su autor, Terry Pinkard, no es solo un reconocido especialista en la obra de Hegel (La dialéctica de Hegel, 1987; La Fenomenología de Hegel, 1994) sino que es también un espléndido escritor que consigue que leamos esta larga y documentada aproximación a la vida y obra de Hegel con la pasión que merecen las obras clásicas.
2. Pinkard inicia su estudio con las siguientes palabras: «Hegel es uno de eso pensadores de los que toda persona culta cree saber algo. Su filosofía fue la precursora de la teoría de la historia de Karl Marx, pero, a diferencia de Marx, que era materialista, Hegel fue un idealista en el sentido de que pensaba que la realidad era espiritual en última instancia, y que esta realidad se desarrollaba según un proceso de tesis /antítesis/ síntesis. Hegel glorificó también el estado prusiano, sosteniendo que era obra de Dios, la perfección y la culminación de toda la historia humana…Hegel desempeñó un gran papel en la formación del nacionalismo, el autoritarismo y el militarismo alemanes con sus celebraciones cuasi-místicas de lo que él llamaba pretenciosamente «lo Absoluto» (p.9). Sostiene Pinkard que todo lo que se afirma en este párrafo, salvo la primera frase, es falso, pero que a pesar de ello «este cliché de Hegel continúa repitiéndose en casi todas las historias breves del pensamiento o en las cortas entradas de un diccionario «(p.9). Puede discutirse sin duda el uso del valor semántico de verdad para adjetivar la primera frase normativa del párrafo anterior o se puede estar tan sólo parcialmente convencido de la falsedad del resto de los enunciados, pero es enormemente sugerente que uno de los objetivos declarados de esta biografía sea mostrar la corrección de esta sospecha.
3. Pinkard se mueve constantemente en el deseable espacio de la ira contenida. Señala, por ejemplo, que Hegel ha sido casi desterrado del ámbito de la filosofía analítica y que parte de la explicación de esa marginación es histórica y que en esa parte ocupa lugar destacado la influencia de La sociedad abierta y sus enemigos de Sir Karl, señalando la parcial «responsabilidad de la catástrofe alemana en la funesta influencia del pensamiento de Hegel» (p. 13). Pinkard se limita a apuntar, con escandalizado y envidiable sosiego, que aunque el tratamiento popperiano de Hegel haya sido un escándalo en sí mismo eso no ha servido para acallar los masivos temores de que el estudio de las obras hegelianas sea en sí mismo una arriesgada empresa.
4. La admiración de Pinkard por el biografiado apenas le empuja a las heladas aguas de la hagiografía exaltada. Probablemente el tratamiento, justificativo en ocasiones, que el autor da de la relación entre Hegel y su primer hijo, fruto de relación no institucionalizada, sea el aspecto más discutible. Cuando Pinkard escribe «Esta situación [la dificultad para que los nuevos aprendices pudieran convertirse en maestros] fue algo que Hegel, pese a sus agudas observaciones sobre la economía moderna, no alcanzó a ver con respecto a su propio hijo»], uno tiende malévolamente a traducir «no alcanzó a ver», por no importarle en demasía.
5. La aproximación biográfica a Hegel no evita sino que consigue reflexiones y aproximaciones filosóficas didácticas y de interés. El lector encontrará, entre otros, un ejemplo destacado de ello el el capítulo V de esta obra («Hegel encuentra su propia voz: La Fenomenología del Espíritu«).
6. En un reciente libro de «divulgación filosófica» (David J. Edmonds y John A. Edinow, El atizador de Wittgenstein) puede uno toparse, y tal vez darse de bruces, con el paso siguiente: «Se dice que entre el público se encontraba su segunda [de Braithwaite] e idiosincrásica esposa, también conocida por su nombre de soltera, Margaret Masterman […] Tenía el hábito de sentarse en el antepecho de la ventana. Según uno de los testigos, llevado quizá por su imaginación calenturienta, era famosa por no llevar bragas (según afirma, su continuo cruzar y descruzar las piernas distrajo su atención del incidente del atizador)» (p. 78). Nada parecido hallará el lector en esta biografía. Para su bien, y en honor del buen gusto, no tendrá conocimiento alguno de las costumbres hegelianas, o de sus próximos, sobre ropa interior y cuestiones afines.
7. En torno a la filosofía de la historia hegeliana y la existencia o no de «leyes históricas», tema de indudable repercusión en las tradiciones marxistas, el lector podrá encontrar varias aproximaciones de interés. Por ejemplo, las páginas dedicadas a la Revolución de julio en el capítulo XV («En casa: 1827-1831»).
8. Desde varios sectores de la filosofía analítica se ha intentado vacunar a la comunidad filosófica contra Hegel aludiendo a las varias meteduras de pata, cuando no de cuerpo entero, sobre asuntos científicos. Por ejemplo, la extraña afirmación hegeliana en torno a la necesidad de que el sistema solar estuviera constituido por siete y tan sólo siete planetas. El lector encontrará igualmente en varias secciones de esta obra una aproximación mucho más matizada y documentada.
9. Finalmente, reiterando que las razones para recomendar la lectura de este ensayo podrían multiplicarse como panes y peces, cabe advertir que una de las imágenes más hermosas que se conocen sobre el terceto filosófico-romántico por excelencia (Hegel-Schelling-Hölderlin) y el árbol plantado como canto de renovación y libertad se tambalea netamente después de la aproximación de Pinkard.
Puestos a señalar algún pero cabría solicitar la presencia desarrollada en futuras reediciones de un tema anunciado pero poco transitado como es el espinoso asunto de la dialéctica y de la falsa tríada hegeliana de tesis/antítesis/síntesis, así como indicar la ausencia en la bibliografía de dos libros que sin duda merecerían estar en este excelente volumen: Del Yo al Nosotros, el excelente estudio de Valls Plana sobre la Fenomenología, y el trabajo de Lukács sobre El joven Hegel y la sociedad capitalista.
De la admirable versión castellana cabe indicar la práctica inexistencia de erratas (he observado tan sólo un 1879 por un 1789) y la excelente idea de situar las numerosas, documentadas y no prescindibles notas al final del volumen (pp. 833-912).