En un mundo, donde lo inmediato es la realidad que desaparece devorada por sí misma a una velocidad vertiginosa, constatamos que este mundo no cesa de rebobinarse en una novedad anacrónica y cruel, que desaparece y vuelve a convertirse en una nueva y a su vez es sustituido por otra, con una rapidez alucinante que […]
En un mundo, donde lo inmediato es la realidad que desaparece devorada por sí misma a una velocidad vertiginosa, constatamos que este mundo no cesa de rebobinarse en una novedad anacrónica y cruel, que desaparece y vuelve a convertirse en una nueva y a su vez es sustituido por otra, con una rapidez alucinante que hace que las personas y las cosas entren en un inventario que por acumulación se torna predecible, insensible, banal.
No estamos frente a los augurios bíblicos sino a la más admirable y compleja invención de la comunicación, donde los individuos somos desprendidos de nosotros mismos para ser bombardeados en una adición inclemente de la que nos regocijamos. En una imparable sucesión de imágenes ocurren eventos paralelos en remotos lugares y ciudades y en los espacios más íntimos que nos rodean, aparecen hechos, situaciones homogenizadas, sin embargo, su infinita multiplicidad parece que solo se queda en el ojo y no alcanza a llegar al cerebro para despertar y descifrar nuestras reacciones de inteligencia o los sentimientos de amor o solidaridad, de indignación o rechazo. En la mayoría de esta sociedad intercomunicada, todo se repite y nada ya nos importa, como en las fotos mudas de un viejo anuncio de publicidad.
Claudio Magris señala que el ser no es más que un «delirio de muchos» y la relación entre los seres humanos se constituye a través de la «disociación», como previó Robert Musil para nuestra época en El hombre sin atributos.
Entonces, en un ejercicio de resistencia aparece la poesía, con una estética de palabras escuetas que dan sentido y lugar a lo que sucede, frente a una realidad que se niega a ser metaforizada. Así, la estética no es una esfera independiente del mundo, se requiere de ella para alcanzar la libertad como la política para alcanzar su belleza, pues, «el mundo subjetivo no es ajeno al mundo social, ya que se necesitan mutuamente». Es cuando se dan cita la poesía y la política, la estética y la ética, palabras que se han vuelto vacías por su utilización sin sentido, pero son elementos fundamentales que durante mucho tiempo han discutido la filosofía, la lingüística y las ciencias sociales.
Kintto Lucas, con El Naufragio de la Humanidad, libro de poemas en edición bilingüe español-portugués, rompe el cerco de la connotación individual para dejarnos el sentido colectivo de la palabra, en una atmósfera dura y depurada, en una propuesta de pasión y sensibilidad, donde subyacen los elementos esenciales que he señalado antes.
Esta es la botella que lanza Kintto Lucas al mar de la indiferencia que nos asedia, para despertar como decía Elías Canetti «la conciencia de las palabras» y pueda emerger la solidaridad que todos llevamos dentro como seres humanos. Escuchemos lo que dice el poeta, en el poema Una botella en el mar: «Hay un pueblo, detrás de quienes caen en el mar, / hay un pueblo detrás de las bombas que cayeron y caen / en Libia, en Siria, en cualquier parte, más allá del mar. / Hay un pueblo, hay muchos pueblos, / hay una ola, hay muchas olas, / hay muchas alas que vuelan en el mar. / ¿Cuál es el pueblo del mar? / ¿Sobre qué ola se sostiene ese pueblo del mar?/ ¿Cuál es la puerta para salir del mar? / ¿Cuál es la llave del mar? / ¿Cuál es el vuelo? / ¿Cuáles las alas para salir del naufragio de la humanidad? / Este poema no es llave, ni ala, ni ola, / este poema no sirve para nada, / ni siquiera llega a ser una botella en el mar…».
Kintto Lucas pertenece a la estirpe de quienes ven la injusticia como el ejercicio más atrabiliario del poder, y con un pertinaz mandala de palabras nos dice: solo es bella una sociedad justa. Kintto es periodista. cronista y autor, entre otros libros, de esa obra formidable Ecuador Cara y Cruz, donde hace una revisión veraz, exhaustiva y documentada sobre lo que ha acontecido en la política ecuatoriana en los últimos veinticinco años, en su contexto internacional.
Conocí a Kintto en alguna reunión a la que he frecuentado; luego, en los últimos años como integrante de un particular y divertido grupo de escritores, poetas, editores y periodistas que nos llamamos kavierníkolas -los que se reúnen cada viernes-. En estas tertulias he tenido la oportunidad de percibir su personalidad marcada por el humor y la ironía, una inteligencia escrutadora con puntos de vista que buscan la claridad.
En los poemas de Kintto, subyace un leve pesimismo, pero resalta en ellos una rítmica sencillez de expresión genuina de identidad y amor por los pueblos excluidos: Siria, México, Palestina, Kurdistán, los sarahuis, que hacen de este libro un poemario excepcional, o por lo menos, poco frecuente en la poética actual, en cuanto es una escritura que no elude su responsabilidad de ser humano, que busca la justicia como el elemento esencial de una sociedad mejor. En el poema Cisjordania, el poeta se pregunta: «¿Qué podemos hacer para derribar / los muros y las mentes de piedra?». «¿Para derribarlos podemos escribir versos en el viento?». «Los poemas, las canciones, los versos/ no derriban muros ni paredes, / ni puertas, ni ventanas, ni acacias, / ni siquiera espejismos, / mucho menos a un ejército. / Entonces, sigamos escribiendo…»
El poeta sabe que la vida y la muerte son poesía entre montañas, como lo dice en Vida y muerte Kurda. Es cierto que la poesía no sirve para solucionar los problemas que nos agobian; pero, estoy seguro, que la poesía señala nuestra indiferencia, para permitirnos -aún sobre la soledad y el naufragio- un canto a la vida.
Antonio Correa Losada, Poeta, narrador y editor colombiano residente en Ecuador. Algunos de su libros son El vuelo del cormorán, Desolación de la lluvia, Cabeza devorada y Bajo la noche.