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Una conferencia de Francisco Fernández Buey sobre Albert Einstein y el compromiso cívico de los científicos

Fuentes: Rebelión

Para Joan Benach, Víctor Carceler, Alicia Durán, Jorge Riechmann y Eduard Rodríguez Farré Fue en Málaga, el 28 de junio de 2006, cuando Francisco Fernández Buey impartió una conferencia sobre Einstein y el compromiso cívico del científico en el acto de clausura de la Academia malagueña de Ciencias [1]. No fue, por supuesto, la primera […]

Para Joan Benach, Víctor Carceler, Alicia Durán, Jorge Riechmann y Eduard Rodríguez Farré

Fue en Málaga, el 28 de junio de 2006, cuando Francisco Fernández Buey impartió una conferencia sobre Einstein y el compromiso cívico del científico en el acto de clausura de la Academia malagueña de Ciencias [1].

No fue, por supuesto, la primera vez en la que el autor de La ilusión del método, que precisamente abría su magnífico ensayo de epistemología y sociología de la ciencia con una cita del gran científico y filósofo alemán, se aproximaba a la obra de Albert Einstein [AE]. Desde finales de los setenta, y hasta prácticamente su fallecimiento, el creador de la teoría de la relatividad especial y general fue uno de sus autores de cabecera. Son numerosas las referencias a la obra de AE en su copiosa bibliografía [2]. Tres entradas a modo de ilustración: su ensayo Albert Einstein filósofo de la paz. Valladolid, Publicaciones del Centro de Información y Documentación para la Paz y el Desarme, 1986, que fue traducido al italiano por su amiga, la hispanista Giuliana di Febo: Albert Einstein filosofo della pace, Roma, Gangemi Editore,1989; «Sobre el pacifismo de Albert Einstein», un interesantísimo capítulo del libro editado por su discípulo, amigo y compañero Enric Prat, Pensamiento pacifista, Barcelona, Icaria, 2004, pp. 65-85, y finamente, probablemente su aportación más destacada, Albert Einstein. Ciencia y conciencia, Barcelona, Ediciones de Intervención Cultural/El Viejo Topo, 2005.

En estos términos elogiosos, habla FFB de Einstein en un paso de su libro póstumo sobre la tercera cultura, un ensayo sobre ciencias y humanidades cuya publicación, con prólogo de Alicia Durán y Jorge Riechmann, ha anunciado El Viejo Topo: «Mientras tanto, varios de los principales representantes de aquel nuevo concepto de ciencia que no hacía falta discutir, empezando por el más grande, Albert Einstein, tenían que huir de una tempestad que, obviamente, no era aquella que Platón tenía en la cabeza cuando escribió La república. Como, al parecer, una de las misiones encargadas por el Ser a la filosofía especulativa es discutir lo indiscutible, se ha discutido mucho desde entonces sobre el vínculo entre filosofía y política nazi en Heidegger» [la cursiva es mía]. Una cita de Russell, otro de sus grandes autores científico-filosóficos de referencia desde muy joven [3], gustaba especialmente a un marxista-comunista como él que nunca fue un cientificista: «Einstein no sólo era el científico más grande de su generación sino también un hombre sabio, cosa bastante diferente. Si los estadistas le hubiesen escuchado, el curso de los acontecimientos humanos habría sido menos desastroso».

La conferencia a la que hemos aludido está divida en diez apartados. Pretendo dar cuenta resumida de ellos. El primero es una breve presentación:

Albert Einstein, señala el maestro de tantos de nosotros, dejó una profunda huella en el pensamiento del siglo XX y esa huella era aún netamente perceptible en el pensamiento actual. Se comprendía por ello que en 1999 hubiera un acuerdo tan amplio, entre científicos y pensadores, en considerar a Albert Einstein como el personaje más influyente de un siglo, el XX, que, por otra parte, había conocido tantas manifestaciones bárbaras que el propio AE había denunciado con tanta tenacidad. Por lo demás, si había existido un pensador cuya obra invitaba a establecer un diálogo fructífero entre cultura científica y cultura humanística, ese pensador era precisamente Einstein. El ejemplo principal de ello: el Manifiesto con Russell de 1955, su testamento, un texto siempre muy considerado por FFB: «compromiso cívico, responsabilidad social del científico, necesidad de una nueva forma de pensar en la época de las armas de destrucción masiva y nueva cultura de paz» eran sus nudos básicos

En el segundo apartado de la conferencia, FFB hacía referencia a la enorme y diversa influencia de Einstein

 

La obra de AE, señalaba el conferenciante, había fascinado a físicos, filósofos, dramaturgos, poetas, pedagogos, narradores y a moralistas de todo el mundo. Durante décadas Einstein había sido un creador, un teórico, un comunicador. La fascinación se debía «no sólo a sus intuiciones en el ámbito de la física teórica, a su reflexión sobre el proceder de la ciencia y a su aportación a la comunicación de descubrimientos científicos esenciales, sino también a sus ideas sobre la relación ciencia-religión, a sus opiniones sobre la paz y la guerra, a sus propuestas sobre la educación de los adolescentes y hasta su forma de estar en el mundo que le admiró pero en el que, por lo general, él se sentía sólo y extraño».

La fascinación por las ideas, opiniones y teorías de AE -«tanto en el ámbito propiamente científico como en lo tocante a los asuntos públicos más controvertidos»- era algo que podía observarse en personajes muy diversos -por formación y con convicciones muy alejadas entre sí- del siglo XX que fueron contemporáneos del amigo de Gödel. FFB apuntaba algunos nombres: Brecht y Popper, Marx Brod y Moritz Schlick, Eddington y Lawrence Durrell (El cuarteto de Alejandría), Durrenmatt (Los físicos) y Russell, Cassirer y Romain Rolland, sin olvidar, por supuesto, a Freud, Born, Bohr, Heisenberg, Infeld, Fok, Piotr Kapitsa, Reichenbach, Ortega y Gasset, Gödel, Otto Juliusburger, Jacques Hadamard, Mario Bunge e incluso a Paul Feyerabend y a la reina Elisabeth de Bélgica. Todos ellos habían dejado testimonio de la atracción que habían sentido por tal o cual aspecto de la obra de AE.

La lista anterior, proseguía FFB, podría ser más larga. La que él proponía «resultará lo suficientemente ilustrativa para cualquier personas culta que tenga noticia de las diferencias ideológicas existentes entre los autores mencionados». Los mencionados, desde luego, no compartían necesariamente las ideas y opiniones de Einstein. No era ese el punto. Lo que significaba era «(y ya es mucho) que todos ellos experimentaron la necesidad de medirse con su pensamiento». Dialogando con él, podía aprender el físico o el ingeniero. Pero «aprendían también el filósofo y el dramaturgo, el poeta y el narrador». Incluso el estadista, concluía irónicamente FFB este apartado, «si quisiera aprender».

A continuación, el que fuera profesor de metodología de la ciencias sociales daba cuenta, muy sucintamente, de algunos nudos de las obras del gran científico y filósofo alemán.

Entre 1905 y 1917, Einstein había elaborado la teoría de la relatividad especial y general [4] «uno de los logros más altos del pensamiento científico del siglo XX», acaso de toda la historia de la ciencia. La teoría de la relatividad cambió, sigue cambiando, la concepción que los humanos tenían del Universo. «Muchas de las cosas que hoy se enseñan en institutos y universidades sobre el cosmos, sobre la relación entre materia y energía, sobre el movimiento de las partículas elementales y sobre las leyes generales que rigen la astrofísica son herencia de las intuiciones seminales de Einstein». Para FFB, lo que AE había legado en el ámbito de la física, de la cosmología, de la filosofía de la naturaleza, sólo era comparable a las aportaciones de Copérnico, Galileo y Newton, «los grandes de la época heroica de la ciencia». Su E = m.c2 podía compararse con el célebre binomio de Newton.

Pero no era eso solo. Einstein también había hecho lo suyo para que pudiera aumentar el número de las personas capacitadas para entender las principales teorías de la física, las suyas y las que le precedieron. Había en su obra al menos dos piezas excelentes de lo que luego se ha llamado comunicación científica que siempre entusiasmaron al autor de La ilusión del método (obras que, desde luego, FFB trabajó, estudió y anotó).

En 1917, AE había publicado una exposición de la teoría de la relatividad que prescindía en lo esencial del aparato matemático que acompañaba a la teoría. Una exposición «que estaba pensada para un público con estudios secundarios y con intereses científicos o filosóficos, aunque, eso sí, dispuesto a tener mucha paciencia a la hora de leer, imaginar y seguir la ilación deductiva». Einstein dijo entonces que era necesario sacrificar la elegancia a la claridad en aras de la comunicación. No sólo entonces. En 1938, «Einstein escribió The evolution of physic y en aquellas páginas lograba, con ayuda de Infeld, un equilibrio expositivo realmente memorable, tan memorable como el rigor lógico-deductivo con que está escrito el libro».

FFB finaliza este apartado con un apunte sobre reflexiones aparentemente contradictorias de AE. Por una parte: «En tiempos como el presente, cuando la experiencia nos impulsa a buscar una nueva y más sólida fundamentación, el físico no puede entregar simplemente al filósofo la contemplación crítica de los fundamentos teóricos, porque nadie mejor que él puede explicar con acierto dónde le aprieta el zapato». Vindicación del físico, del científico. Al mismo tiempo: «Si se quiere averiguar algo acerca de los métodos que usan los físicos teóricos hay que atenerse al principio siguiente: no hacer caso de sus palabras, sino fijar la atención en sus actos». Escepticismo sobre su decir. ¿Lecciones contradictorias o miradas complementarias?

FFB apuntaba cuatro características del legado epistemológico del gran filósofo y científico spinozista: construcción libre, intuición, imaginación y realismo.

En el cuarto punto de su exposición, FFB habló del talante de Einstein.

Señala aquí que AE se enfrentó a los misterios del universo con la modestia de talante y la ambición de miras de los hombres grandes. Siempre pensó que, «como aquellos otros grandes pensadores de la historia de la humanidad, él era sólo un continuador de la obra de los científicos que le precedieron: alguien que caminaba a hombros de gigantes». Pero al mismo tiempo, apunta FFB, en las controversias teóricas de las primeras décadas del siglo XX sobre el comportamiento de los quantos y la teoría cuántica, sobre determinismo y probabilidad estadística, «aquel hombre que se presentaba a sí mismo como alguien que camina a hombres de gigantes parecía estar en diálogo permanente con una actividad imaginada, como si él mismo hubiera sido testigo de la creación».

El autor de Por una universidad democrática daba algunos ejemplos para fundamentar su último comentario. A propósito de la idea de que la masa es una medida directa de la energía que contiene un cuerpo y, por tanto, de la equivalencia entre masa y energía, Einstein escribía: «La idea me atrae y me divierte pero no puedo saber si el señor me está tomando el pelo y divirtiéndose». Frente a la idea de arrastre de éter de Michelson, Einstein escribía: «El Señor es sutil pero no artero… La Naturaleza esconde su secreto porque es sublime, no por astucia». Sobre mecánica cuántica, uno de sus campos de batalla: «La mecánica cuántica es muy impresionante. Pero una voz interior me dice que no es todavía la verdad. La teoría da mucho, pero difícilmente nos acerca más al secreto del Viejo. En todo caso, estoy convencido de que Él no juega a los dados». A propósito de la teoría de campos, de su propia teoría de campos: «Los molinos del Buen Dios se ponen por fin a moler.. Pero «no sé si el bello castillo en el aire tiene algo que ver con obra del Creador». ¿Vas a preguntarme: ¿te he cuchicheado Dios todo eso a la oreja?» (a Besso). Es como si se hubiera fundido en una sola persona, señala FFB, «la humildad del científico que sabe de qué está hablando y huye de la retórica, con la conciencia de las limitaciones del conocimiento humano y con el sutil recurso, entre serio y humorístico, al diálogo con una divinidad a la que considera propicia». Humildad, conciencia, sentido del humor, diálogo, irónico con la divinidad del científico escéptico. La paradoja einsteiniana resaltada por alguien, FFB, que también amaba las paradojas fructíferas: «Soy un no-creyente profundamente religioso».

Tal podría ser el fundamento de la responsabilidad moral, cívica del científico en la época en que el ser humano, como decía Weber, había probado ya al menos por dos veces el peligroso fruto del árbol de la ciencia. El científico como conserje o sacerdote de la humanidad, añadía FFB el letra manuscrita a su esquema.

Ciencia y religión era la temática del próximo apartado. Damos cuenta de él y de los restantes desarrollos en una próxima entrega.

PS: Su maestro y camarada Manuel Sacristán escribió en 1984 esta voz sobre Einstein para un calendario -«Temps de gent 1985»- editado por una asociación de médicos críticos en la que el papel de su amigo Eduard Rodríguez Farré no era marginal:

«Hombre simple y pacífico, siempre interesado apasionada y activamente por la justicia y la responsabilidad cívica. Judío alemán de origen, trabaja y reside en Suiza, Checoslovaquia y los Estados Unidos. En 1905, siendo un simple empleado de una oficina suiza de patentes, publica el primero de sus importantes estudios sobre la teoría de la relatividad. Realizó, entre otras, investigaciones sistemáticas sobre la teoría cinética de los gases y la de los calores específicos; sobre estadística, mecánica relativista y cálculos de coeficientes de radiación y absorción. Su contribución más importante en el campo de la física fue la teoría de la relatividad restringida (1905) y la teoría de la relatividad general (1916) que supusieron una ruptura con el importante esquema de la física newtoniana. Miembro honorífico de numerosas academias y sociedades científicas, cofundador de la Universidad de Jerusalén, declinó la presidencia de Estado de Israel y continuó trabajando en el Instituto de Estudios Superiores de New Jersey hasta su muerte. Al morir ya había cambiado el rumbo de la física y abierto la era atómica».

Notas:

[1] «Albert Einstein y el compromiso cívico del científico». Boletín de la Academia Malagueña de Ciencias, vol. VIII, 2006, pp. 61-67. Acto de Clausura de Curso de la Academia, 28 de junio de 2006. Esquema conferencia: Biblioteca UPF.

[2] Véase un intento de bibliografía provisional en el próximo número en papel de la revista mientras tanto.

[3] En una entrevista con Miguel Ángel Jiménez González aún inédita (cuya publicación ha anunciado para la próxima primavera la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global), señalaba Francisco Fernández Buey: «[…] Me formé en un instituto público, en la ciudad de Palencia, y tengo muy buen recuerdo de la mayoría de los profesores, en particular de los de literatura y filosofía que me orientaron acerca de lo que me podría interesar. En la universidad recibí la influencia del filósofo Manuel Sacristán, de un helenista y filósofo de nombre Emilio Lledó y de un poeta, teórico del arte y esteta llamado José María Valverde; en mi juventud me acerqué a la literatura y a los novelistas rusos del siglo XIX: Tolstoi, Dostoievski, Shakespeare y Goethe, y entre los primeros filósofos que leí están Albert Camus y Jean Paul Sartre. Después empecé a leer a Marx y, posteriormente, tuve afición por Bertrand Russell».

[4] Véase Richard de Witt, Cosmovisiones. Una introducción a la Historia y Filosofía de la Ciencia, Biblioteca Buridán-Editorial Montesinos, Mataró (Barcelona), 2013 (traducción de Josep Sarret), pp. 261-294.

 

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.