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Una coyuntura decisiva

Fuentes: El Siglo

El acelerado decantamiento de las opciones presidenciales, así como el reacomodo de las correlaciones de fuerza, que se tradujo en la bajada de algunos pingos que corrían con aparente ventaja, y le abrió paso a otros que estaban tapados, proceso verificado en el curso de unos pocos días, constituyen señales inequívocas del decisivo carácter que […]

El acelerado decantamiento de las opciones presidenciales, así como el reacomodo de las correlaciones de fuerza, que se tradujo en la bajada de algunos pingos que corrían con aparente ventaja, y le abrió paso a otros que estaban tapados, proceso verificado en el curso de unos pocos días, constituyen señales inequívocas del decisivo carácter que asumirá la batalla electoral de 2009.

En la derecha, la obsesión de su expresión política por aquella parte del poder que le falta, vale decir, el Ejecutivo, y la ventaja que exhibe el empresario Sebastián Piñera en las encuestas, lograron alinear a la UDI detrás de una candidatura única, lo que en esta transición perpetua desde la nada misma hacia ninguna parte, sólo ha ocurrido en la elección presidencial de 1999.

En la Concertación, la prudente bajada de Ricardo Lagos, detonada por el escaso entusiasmo que generaba en sus otrora huestes incondicionales y por un persistente estancamiento en las encuestas, así como la de Soledad Alvear, víctima tanto de las encuestas como de sus errores de conducción, especialmente en la última elección municipal, le abrieron la mejor opción a Eduardo Frei Ruiz Tagle, que supo esperar su oportunidad con paciencia oriental, sin perjuicio de desempeñar con acierto el papel de tapado; por encima de la un dubitativo José Miguel Insulza, que además no logra el apoyo, ni unánime ni convencido, del otrora llamado «bloque progresista» de la Concertación, que de esa manera empieza a pagar el costo inevitable de sus concesiones de identidad.

En los márgenes de los bloques binominales, con una fuerza de atracción que tensiona a los sectores progresistas de la Concertación, está en curso un proceso de convergencia de fuerzas políticas alternativas al neoliberalismo, que durante la semana pasada proyectó nítidas señales en torno a la factibilidad de lograr el objetivo de acordar una candidatura única, una plataforma programática común y una lista parlamentaria, lo cual implica en la práctica una fuerza política de alrededor del 10% del electorado, decisiva en una eventual segunda vuelta y con capacidad para imponer términos, en primera.

En este esquema, que se aproxima más a los tres tercios tradicionales de la política chilena, que a los dos bloques impuestos por la dictadura, la próxima coyuntura electoral tiene un carácter decisivo como no lo han tenido las cuatro contiendas presidenciales desde 1990.

En primer lugar, por lo que está en juego. No se trata sólo de la elección de un Presidente. Si Piñera se terciara la banda presidencial, significaría que la derecha obtendría la suma del poder de una manera que sólo resistiría parangón con la dictadura. Y los chilenos ya saben por experiencia lo que significa una derecha en posesión de todos los resortes del poder.

Las encuestas dicen que si la elección fuera el domingo, Piñera tiene la primera opción de lograrlo. Pero todavía falta un año, y en política eso equivale casi a una eternidad. Precisamente, y por virtud de la paradoja, es la propia posibilidad de que la derecha consiga la suma del poder, la que generará condiciones para un acuerdo político amplio, que en primer lugar lo impida y en directa relación con eso, se transforme en una nueva correlación política que por fin, después de 18 años de una transición que da vueltas sobre sí misma, tal como la mula de la noria, genere condiciones para avanzar hacia la democratización efectiva del sistema político chileno, meta en la que coinciden la resuelta e inclaudicable lucha de los sectores excluidos y la retórica de los partidos de la Concertación.

La lógica, las matemáticas y la genética política indican que es más probable esta convergencia amplia, que un triunfo de la derecha que le permita acumular la totalidad del poder. Triunfo que además iría a contramano de la tendencia al avance de gobiernos democráticos y populares, que se registra en la región.

La derecha hoy está embriagada por la ventaja de Piñera en las encuestas, pero no debería sacar cuentas alegres de modo apresurado, por aquello de la vieja parábola de las cuentas de la lechera. En las cuatro elecciones de la transición, su techo electoral ha sido de 48,6%, tanto en 1999 con Lavín como candidato único, como en 2005, con la suma de los votos de Piñera y Lavín.

Para la anécdota, el peor resultado de un candidato derechista durante el período, fue el 6,1% que logró José Piñera Echeñique el 1993, quién no sólo es hermano del quetejedi, sino uno de los artífices del modelo neoliberal, con su autoría directa del Código Minero que desnacionalizó por segunda vez el cobre de Chile, el Código Laboral, que borró de una plumada las conquistas de los trabajadores y el DL 3.500 que creó el fatídico sistema privado de pensiones.

Es cierto que la Concertación llegará desgastada casi hasta el grado de la anemia a la próxima elección presidencial. Pero también lo es que una candidatura única de los sectores alternativas, más la casi segura de Adolfo Zaldívar, tornan matemáticamente imposible el escenario del triunfo de Piñera en primera vuelta. Y en segunda, esa votación dura del 10% de los sectores alternativos no sólo no votará por Piñera en ningún caso, sino que hará pesar con toda legitimidad su poder arbitral y decisorio. Y la ciudadanía puede tener la absoluta certeza que ese poder lo utilizará en función de obtener garantías de avance hacia la democratización del sistema político del país.