Este texto es la intervención de su autor en el taller: La política cultural de la Revolución, convocado por el Centro Teórico-Cultural Criterios y la Asociación Hermanos Saíz (AHS), Instituto Superior de Arte, La Habana (Cuba), 23 de febrero de 2007.
Creo que es una idea valiosa llamar a este taller: La política cultural de la Revolución. Ojalá sean estos los términos de su impronta en el imaginario social y no «el caso Pavón», «la algarabía intelectual de los emilios«, y ni siquiera «el caso Desiderio [Navarro]«.
Es cierto que lo que hoy se reclama es algo más complejo que interpretar correctamente un determinado legado político, filosófico o cultural; pero esto no nos exime de considerar los inicios de partida.
En ese sentido nos precede un amplio debate, lo que incluye aciertos y desaciertos entre disímiles posiciones e intenciones, sobre el precepto: «dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución nada» [1]. Sin embargo, si de evocar el texto se trata, asumo que hay otra expresión a la que es preciso prestar más atención: «… ¿qué hacemos para que la Revolución salga victoriosa? Porque lo primero es eso: lo primero es la Revolución misma.» [2]
Lo que intento traer a consideración es que dilucidar la política cultural revolucionaria, es decir, las estrategias de dirección institucional en las diversas esferas de creación artística, recreación, educación, etc., necesariamente pasa por el tema de nuestra cultura política o, mejor dicho, por el problema de nuestra cultura de la política revolucionaria. En este caso, me refiero a política como relaciones de poder y como praxis (cultural) sobre la cual se estructura la sociedad.
Creo reconocer tres ejes políticos sobre los cuales ha accionado el debate que hoy nos ocupa, estos son, participación, transparencia y jerarquía.
Participación:
· Podemos decir que desde la lucha de nuestro pueblo por el rescate del niño Elián [González] se ha enfatizado en la participación popular y juvenil en la política. Se organizan desfiles y marchas, se ha construido una plaza de protesta antimperialista, hay un programa estelar en la TV de información política, etcétera. Asumo que nuestro pueblo y, en especial, las jóvenes generaciones han ganado en estos últimos años experiencia política en lo referente a su participación como apoyo, información y continuidad en la lucha revolucionaria. Sin embargo, esta intención debe completarse con el aumento de la participación en el sentido de crítica y ruptura. Es preciso enfatizar en que lo que se quiere de los jóvenes no es que sean masa de maniobra, sino participación vital, activa y creadora.
· Cuando se habla de política a los jóvenes no es sólo para hacerlos comprender, sino para hacerlos participar como sujetos de su historia. Y eso quiere decir que no hay que premiar y aplaudir a aquellos que nunca se salen del libreto, aquellos que repiten o sólo adornan, sin cambiar una coma, el discurso establecido. De diversas maneras se expresa la hegemonía del capital y de diversas maneras se debe expresar la contra-hegemonía comunista.
· Conocer lo que los jóvenes producen hoy intelectualmente en Cuba, en materia de arte y literatura, es apreciar un significativo ascenso del espíritu de superación: El centro Onelio Jorge Cardoso, los concursos literarios, los festivales de teatro, plástica, las Romerías de Mayo, la muestra de jóvenes realizadores, que en estos días tiene sita en la sala Charlie Chaplin, etc., son puntos de encuentros que han creado esas condiciones de posibilidad.
· Sin embargo, es preciso reconocer que a estos espacios acuden sólo una élite o vanguardia juvenil de artistas y creadores. En espacios culturales y recreativos más amplios, el carácter revolucionario es mutilado por la persistencia vergonzante de actitudes grises de decisión, selección y dirección. Esta actitud política sobre la cultura ha logrado concertar el dogmatismo, la consigna y el entusiasmo irreflexivo, con la frivolidad, el consumismo y el kitsch. Reconocemos que es mucho, pero no basta, con que el cine cueste dos pesos, y su largo etcétera, pero esto no es un punto de llegada, sino de partida. Es necesario continuar avanzando, es decir, seguir reflexionando y problematizando las relaciones de la industria cultural y de masas con la vanguardia intelectual en un país en revolución. Los jóvenes deben participar de esa polémica.
Transparencia:
· En la XVI Feria Internacional del Libro se presenta un libro, compilado por Graziella Pogolotti, [3] con las polémicas estéticas sucedidas en Cuba en los años 60. Me permito, aun siendo ahistórico, preguntarme si ese debate no hubiera sido truncado por la emergencia de una política cultural en extremo desacertada, pero sobre todo, contrarrevolucionaria en extremo ¿dónde estaríamos hoy? Por principio no puedo aceptar que en un proyecto emancipador el fin justifique los medios, por eso creo que seríamos hoy intelectuales y ciudadanos más revolucionarios.
· Si de lo que se trata es de asumir que las ideas y tendencias político-culturales necesariamente participan en un espacio de lucha; quizás debamos significar con más empeño que el dogmatismo, la ignorancia, el oportunismo, el burocratismo, el triunfalismo y la vulgar apología no son «creaciones» que precisamente debamos considerar como expresiones de un carácter revolucionario.
· Si de algo pecó la declaración de la UNEAC fue de falta de transparencia. Mi primera reacción fue de optimismo, pero la segunda y la tercera no lo fue tanto, porque a los que no conocían del debate se le escamoteaba la comprensión del texto. Como nos ha dicho Desiderio, no hay derecho a pretender administrar la memoria, como nos dijo Titón, es preciso acumular experiencias. La verdad y sólo toda la verdad es revolucionaria, y como la verdad es algo que nadie posee, sino que circula por toda la sociedad, lo que debe hacer un revolucionario es decir su verdad en público lo que implica seguramente equivocarse y rectificar en público.
· Lo que sucedió en la Casa de las Américas fue más digno (lo dice alguien que se mantuvo nueve horas afuera porque consideró que estar allí era también una posición de apoyo) la intención que aquí nos reúne también lo es, pero creo que lo que puede salvarnos es multiplicar estos espacios, producirlos como práctica cotidiana.
· Me pregunto: ¿Qué tema social y político es para la Mesa Redonda? No creo que muchas televisoras en el mundo puedan darse el lujo de tener un espacio con esas características en el aire. Creo que debemos aprovecharlo. Y con esto quiero decir que debe ser más participativo tanto en forma como en contenido. ¿Puede alguien afirmar que lo que se ha venido discutiendo es sólo de interés para los intelectuales en el sentido no gramsciano del término?
· Por otra parte, tenemos canales educativos que parecen preferir aquellos materiales enlatados donde se dice que casi todo está genéticamente determinado (no se cómo entroncar eso con la idea del hombre nuevo del Che) o con esa deferencia por la historia de los faraones y emperadores romanos [4]. Esos materiales se exhiben en lugar de productos cubanos sobre la realidad cubana como Utopía, Demoler, De Buzos, tanqueros y leones, De generaciones, Buscándote Havana, etc. ¿No tienen derecho también esos jóvenes a tener su voz en el espacio público? ¿Acaso se les está sugiriendo que se mantengan al margen de lo que también acontece hoy en su sociedad?
· No se trata sólo de que nuestros funcionarios, asesores y evaluadores sean más ilustrados, tolerantes, comprensivos, etcétera, el problema pasa por la cultura de la política con la cual estamos trabajando. Al parecer estamos relegando una dimensión fundamental del problema, y es el carácter revolucionario, es decir, aquel que se enfrenta cotidianamente a la alineación.
Jerarquía:
· Participar en el espacio público, en el espacio de debate sobre el país que somos y que queremos, no puede ser de ninguna manera un privilegio.
· Al liberalismo le preocupa, si acaso, la legitimidad o no de las jerarquías sociales. Divide a los hombres en competidores ganadores y competidores vencidos. Si alguien es pobre es porque perdió en la competencia. Si alguien es crítico del capitalismo puede ser considerado un perdedor resentido. Sabemos que tras ese discurso se esconden millones de falacias no inocentes.
· Socialismo, en cambio, es socialización del poder. Creo que debemos enfatizar y preocuparnos por la producción de relaciones horizontales y liberadoras de poder. No se supera a sí mismo un proyecto revolucionario con personas sólo dispuestas a morir en una trinchera disparando contra el imperialismo yanqui, pero que reproducen la lógica imperial en su casa: con su mujer, con sus hijos, con los negros, con los homosexuales, con los que no piensan como él.
· Con meridiano acierto el canciller Felipe Pérez Roque señalaba que lo único que podía sustituir a Fidel es el pueblo cubano trabajando de conjunto, y eso, por supuesto, implica un pueblo que ejerza y aprenda a participar de manera transparente, crítica y creadora. Un lugar protagónico en ese ineludible futuro, donde es posible y deseable salvar la revolución misma, pertenece a los jóvenes. Una cultura de la política que los incluya y oriente por la izquierda del espacio social es la política cultural que exigimos hoy a nuestras instituciones culturales.
La Habana, 23 de febrero de 2007
[1] Los días 16, 23 y 30 de junio de 1961 se efectuaron, en el Salón de Actos de la Biblioteca Nacional, reuniones en las que artistas y escritores cubanos discutieron y expusieron sus puntos de vista sobre distintos aspectos sobre la política cultural revolucionaria. En esa ocasión, el entonces Primer Ministro, Fidel Castro, pronunció el discurso conocido como: Palabras a los intelectuales. Tomado de Política Cultural de la Revolución Cubana, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1977.
[2] Ibídem.
[3] El referido taller, que tuvo como precedente la conferencia: Revisitando el «quinquenio gris» en la Casa de las Américas, contó con la presencia e intervenciones del Ministro de Cultura, Abel Prieto, el presidente de AHS, Luis Morlote , y los intelectuales Desiderio Navarro (Director del Centro Criterios), Roberto Fernández Retamar (Director de la Casa de las Américas), Arturo Arango y Graziella Pogolotti. La intervención de esta última versó sobre la política cultural cubana en la década de los 60. Ver: Polémicas culturales de los 60. Selección y prólogo de Graziella Pogolotti. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2006.
[4] Por supuesto, estas críticas no implican un deseo de censura. Los referidos materiales además de su excelente factura proporcionan datos y enunciados científicos de valor, aunque por lo general desde una concepción positivista del saber científico. En todo caso, no es por desconocimiento de otras ideas que podemos aspirar a la formación de un ciudadano crítico.
Hiram Hernández Castro (La Habana, 1973) es Jefe de redacción de la Editorial de Ciencias Sociales. Profesor instructor (adjunto) de la Universidad de la Habana, Miembro de la Cátedra Haydee Santamaría, AHS.