Martín Alonso, profesor de instituto jubilado, es doctor en Ciencias Políticas y autor de Universales del odio. Creencias, emociones y violencia; No tenemos sueños baratos. Una historia cultural y El catalanismo, del éxito al éxtasis (3 volúmenes). Nos centramos en este tercer volumen: «Imposturas, impunidad y desistimiento», que publicó El Viejo Topo en abril de […]
Martín Alonso, profesor de instituto jubilado, es doctor en Ciencias Políticas y autor de Universales del odio. Creencias, emociones y violencia; No tenemos sueños baratos. Una historia cultural y El catalanismo, del éxito al éxtasis (3 volúmenes). Nos centramos en este tercer volumen: «Imposturas, impunidad y desistimiento», que publicó El Viejo Topo en abril de 2017.
La entrevista, publicada en julio-agosto de 2017, fue realizada durante el mes de mayo. Por esa razón algunos más actuales no son comentados en esta conversación.
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Nos habíamos quedado en este punto. Me pongo en el punto de vista del potencial lector de libro. ¿No son muchas 850 páginas? ¿Qué consejo puedes darnos para no abrumarnos por tanta información, argumentación y crítica? ¿Podemos superar este largo viaje?
Es de agradecer el que me recuerdes al lector. También por haber preparado estas preguntas que sirven al lector o lectora potencial para hacerse una idea más clara del contenido y a mí para tratar de exponerlo de manera más breve. Son muchas páginas 850. Sin paliativos. Sin embargo el resultado no es fruto de un impulso sádico hacia el lector (ni mucho menos para el editor, al que debo reiterar aquí mi agradecimiento por los motivos mencionados al principio: desde luego uno no pone un producto de aspecto disuasorio en el mercado para hacer negocio), ni de una compulsión grafomaniaca. Es una necesidad cuando uno persigue un análisis de grano fino. Me gusta parafrasear a P. Vidal-Naquet: resulta mucho más laborioso desmantelar un mito que construirlo; lo mismo vale para la impostura. El editorial conjunto de la prensa catalana ocupa una página pero en mi libro explicar el asunto ha requerido 164 páginas. Porque naturalmente no se puede entender un fenómeno tan excepcional sin iluminar el contexto que lo hizo posible. Con sus estribaciones en el presente. «España nos roba» o «España contra Cataluña», son tres palabras, cuyo desmontado exige acaso trescientas páginas.
De acuerdo, no son tareas fáciles.
En cuanto al consejo; creo que cada cual tenemos nuestros trucos para no sucumbir bajo el peso o el plomo del volumen. Me parece que las indicaciones del apartado anterior dan algunas pistas. El índice sirve como mapa general para guiar las catas. Uno puede hacer el corte más o menos largo en función del interés que le suscite el tema. Y están siempre esas herramientas útiles para el sobrevuelo o la lectura rápida que cada cual habilita. En cuanto a lo de soportar el viaje, la metáfora gastronómica es muy sugerente. Hay que procurar paladear lo sabroso y evitar indigestiones e intoxicaciones. Lo último nos devuelve a las precauciones necesarias mencionadas en el capítulo de la impostura. Como autor tengo el mayor empeño en avisar al lector de que se mantenga vigilante.
Por último, pienso que la mejor lectura consiste en establecer un diálogo exigente con el texto. Aunque el instrumento sea el lápiz de subrayar o de formular enmiendas o interrogantes en los márgenes.
Dedicas el libro al Viejo Topo. ¿Qué ha significado, qué significa para ti esta revista que acaba de cumplir sus primeros 40 años?
La dedicatoria tiene doble cara. Por un lado, porque la posición de El Viejo Topo en el tema del que se ocupa el libro ha supuesto un estímulo constante en mi tarea. Hay varios nombres que merecerían ser citados aquí, pero quiero destacar el de Antonio Santamaría porque su pluma es una brújula bien apuntada a la que uno recurre cada vez que tiene dudas en el camino. Por otro y principal por esa trayectoria de 40 años. Cuatro décadas sirviendo de escaparate de pensamiento crítico y proveedor de análisis fundamentados es algo que merece gratitud. Con autores o enfoques con los en unas ocasiones podía sintonizar más y otras menos, pero el estilo de la revista, especialmente su distancia de cualquier forma de sectarismo y la hospitalidad a puntos de vista en ocasiones poco previsibles en soportes de izquierdas, han hecho de ella un instrumento a la vez denso, por el abanico de contenidos y referencias, fresco y sin autobombo. A la vista de los avatares que han sufrido este tipo de publicaciones y con los cambios en el paisaje cultural, cada nuevo número debe ser motivo de celebración. Así que aprovecho aquí para animar a quienes no la conozcan y para dar unas efusivas gracias a quienes la hacen (la hacéis) posible.
También lo dedicas a Carlos Jiménez Villarejo y José María Mena. De los que dices: «a quienes el hostigamiento y el desistimiento de los más no dejaron ahorrarnos todo lo que vino después». ¿Por qué te parece tan admirable la posición de Villarejo y Mena?
Porque pusieron al descubierto la impostura, el comportamiento delictivo en el caso Banca Catalana. La segunda parte de la frase a lo mejor requiere una explicación. Imaginemos que Pujol hubiera sido declarado culpable y obligado por tanto a dejar la Generalitat. Creo que no hace falta bajar a los detalles. La dedicatoria es por un lado melancólica: ¡lo que nos habríamos ahorrado! Por otro, afectiva: vayamos a las hemerotecas y veremos cómo se les trató entonces y cómo todavía hoy algunos les guardan un odio cerval por haberse atrevido a denunciar los manejos (vemos que algo más que premonitorios) del honorable patriarca y su venerable familia. Creo que les debemos una reparación y un resarcimiento. Porque de aquellos vientos…
Por cierto, recogiendo el título del libro: del éxito al éxtasis. ¿Están en éxtasis? ¿Siguen ahí?
Si te parece, decimos algo del éxito porque parece que a menudo se olvida este extremo pese a ser tan evidente.
Sí, claro, tienes razón.
Los testimonios internos que reconocen que a finales de siglo el catalanismo había sobrepasado el listón de sus demandas tradicionales darían para un volumen más extenso que el mío. Cito unas palabras del prólogo al Diccionari Polític de Catalunya, de Víctor Lluelles (Pòrtic, 1977): «Per Catalunya una democràcia que no ens reconegui la Generalitat, és un concepte vague, buit de contingut». Compruebe cualquiera si y de qué manera se ha cumplido este requisito. ¿Hubieran soñado los inquilinos de la Generalitat con un estado propio si el autogobierno hubiera estado vacío de contenido? ¿Qué pasa en la parte catalana de Francia?
Vayamos al éxtasis. Si tiramos de diccionario, encontramos que el término equivale a exaltación emocional, excitación, rapto, arrebato, enajenación, escapismo, pasmo, embeleso o trance. Dejamos de lado la acepción médica y la psicotrópica. Etimológicamente significa fuera de sí, un concepto que abraza las acepciones anteriores. El éxtasis es un estado, por tanto con acotación temporal, en que el alma está embargada. Que están parece claro a la luz de las declaraciones y perfomances diarias. Que se han convertido el tema principal y muchas veces exclusivo, como ocurrió durante los años de Ibarretxe.
A veces la actualidad nos trae respuestas claras a preguntas complejas. Para la de si hay quienes siguen en el rapto nada mejor que las declaraciones que hemos conocido de Lluís Llach a finales de abril. Si quien vio con lucidez la estaca de verdad cuando tenía el alma en su sitio ahora amenaza con sacudir con ella a los no adeptos, debe ser porque su alma ha sufrido un pasmo. Lo que convierte a Llach, dicho sea de paso, en un candidato valioso para ese ensayo sobre las metamorfosis de la biografías. Pero esto de la metamorfosis deber ser un concepto extraño para Puigdemont, que cree que lo que fue de tal manera una vez siempre seguirá siéndolo y que Llach no puede dejar de ser un apóstol de la democracia. La historia está llena de conversiones, en todas las direcciones (me ocupé de paso de ello en el segundo volumen). No sé si el Honorable conoce a Nathan Sharansky, nacionalista sionista de extrema derecha en ejercicio, director del Adelson Institute for Strategic Studies (un think tank fundado por la familia Adelson) y maître à penser de Bush y Aznar. Bien, pues es la misma persona que Anatoliy Sharansky, un defensor de los derechos humanos, fundador de Helsinki Watch de Moscú y preso político en los tiempos soviéticos. Conocerá más probablemente a Vojislav Seselj preso de conciencia de Amnistía Internacional antaño y criminal de guerra hogaño. O, sin ir más lejos, a Jordi Pujol, que, como Llach, sufrió «censura, detención, prohibición y exilio» por un régimen criminal antaño y se convirtió en delincuente confeso y cada vez más convicto después. Y hablando de Pujol, podría rastrearse el recorrido de su asesor fiscal, Joan Anton Sánchez Carreté entre el Secretariado General en Cataluña del Partido de PTE y la lista Falciani; con una escala digna de mención porque es una expresión cabal de la impunidad: un indulto de Rodríguez Zapatero. Triste máscara la de Llach, qué gran decepción para tantos.
Para muchos desde luego. Incluso para mí.
Y una llamada a la precaución: me he referido antes a la política lingüística como zócalo. Y esto vale para recordar que el reflujo del fundamentalismo identitario tiene un suelo que limita la distancia de caída. Los currículos escolares con el trato asimétrico e instrumental de la lengua son una parte importante pero no lo son menos una infraestrutura institucional claramente connotada en términos étnicos: acaso la CCMC -la Corpo en términos familiares- y el funcionamiento partidista del CAC son buenos ejemplos de ese concepto tan poco democrático y pluralista que es el espacio catalán de comunicación. Si a eso añadimos la influencia sobre los medios privados y la red de infraestruturas parapolíticas o la cooptación de buena parte de la sociedad civil, veremos que el reflujo no alcanzará de ningún modo la línea de base.
Unas preguntas de no fácil respuesta: ¿habrá o no habrá referéndum secesionista? ¿Tendría que haber algún tipo de referéndum?
Precisamente una de las características del éxtasis es que hace imprevisibles las conductas porque cortocircuita la racionalidad. Los afectados no son dueños cabales de sus voluntades. En este caso hay además un marcaje férreo por los más radicales, como es habitual en estas lides. Hay pánico a ser el primero en pararse en la carrera, aunque no se sepa a donde lleva. Por eso nadie podía de dejar de aplaudir a Llach ni faltar a la firma del manifiesto de afirmación de la lealtad y unidad dos días antes ni… No habrá un referéndum secesionista porque un referéndum ilegal es un oxímoron. Pero como el éxtasis fabrica su propia realidad (o pararrealidad, como la denomino en el libro) los ingenieros de la cosa están preparando sin pausa la tramoya del como si y los planes b, c, d y los que hagan falta. Sin embargo, no es una operación exenta de riesgos. El sentimiento de frustración de quienes ven el cansancio y el enfriamiento del éxtasis (lo que colateralmente hace más probable el desvelamiento de la impostura o la farsa, como dice López Tena) puede arrastrar -se juegan la autoestima y muchas veces las lentejas en ello- decisiones que desencadenen alguna respuesta arriesgada (aprendices de brujo). Lo que por otra parte es un factor decisivo en la lógica del secesionismo: su carácter adversarial, es decir, su dependencia de las acciones del gobierno en una variante del esquema acción-reacción-acción.
¿Tendría que haber un referéndum? Para responder hay que volver a la impostura, que empieza por pervertir la semántica. Lo que interesa a sus partidarios más conspicuos no es el referéndum sino la secesión por eso hay que desanudar esos enredos del lenguaje. El referéndum es un envoltorio amable utilizado para embaucar a la izquierda. Tomado en sentido estricto y conociendo las condiciones en que puede ejercitarse con los requisitos necesarios -particularmente la imparcialidad de instituciones y medios, algo que no parece poder predicarse en las condiciones actuales, como no ocurrió en el referéndum turco, ni en el Brexit- hay que contemplarlo como un instrumento más del repertorio democrático. Si se entiende como parte de una pugna identitaria el resultado será el que hemos visto en otros lugares: polarización, fractura social y radicalización. También una cascada de consecuencias como bomba de relojería (miremos al Reino Unido, con unas elecciones imprevistas como parte de las consecuencias). Piénsese lo que hoy nos dicen los sondeos, grosso modo una sociedad divida al 50% entre partidarios y contrarios a la secesión. ¿Cómo se gestiona eso después del referéndum? ¿Es posible una Ítaca que excluya a la mitad de la población? Creo que hay que cambiar la pregunta para ver la manera de encontrar una salida que cohesione, no que fracture. Y desde luego no defiendo las apelaciones esencialistas, que son en su sentido extremo licencias poéticas ahistóricas. Pero no olvidemos que la idea de la integridad territorial y de un demos unitario es la regla en los diseños constitucionales con los que habitualmente nos comparamos. Sólo en condiciones extremas cabe pensar en un referéndum como el que hoy se plantea como solución remedial. Por cierto, amparado por un principio jurídico también falaz, el derecho a decidir. En todo caso creo, para terminar que ya es hora, que la primera obligación que tenemos es la de rebajar la temperatura del debate y renunciar a las estrategias de antagonización. Finalmente nos encontramos haciendo las mismas cosas en la vida cotidiana; no debería ser tan difícil partir de esta experiencia de sentido común para ver la manera de encontrar una salida a esta encrucijada. Sobre todo a la vista de los oscuros nubarrones que se ciernen sobre nuestro tiempo, por un lado, y de la conciencia sobre el sufrimiento de esos millones de personas que huyen de la muerte dejando atrás cualquier esperanza de una vida normal, por otro. También porque esas personas nos recuerdan el grado cero de la experiencia humana: no debemos olvidar nunca que todo es posible. Me he salido un poco del libro, pero creo que es bueno no perder de vista la medida general de la jerarquía de importancia de los asuntos humanos.
No se me ocurre una forma mejor de finalizar esta entrevista. Gracias por la referencia a esa jerarquía tan olvidada ahora y aquí.
Nota:
Para la primera parte de esta conversación: «Entrevista a Martín Alonso sobre El catalanismo, del éxito al éxtasis. III. Impostura, impunidad y desistimiento. «El otro protagonista fundamental del desistimiento es la izquierda, de optar por Josep Benet en el PSUC al apoyo a Pujol en el caso Banca Catalana». http://www.rebelion.org/noticia.php?id=231215
Fuente: El Viejo Topo, julio-agosto de 2017.