Cuando finalizaba la elección presidencial de Estados Unidos del 2020 y el escrutinio oficial estaba en curso, los principales medios de comunicación anunciaron que Biden, candidato demócrata, había superado la cota de los 270 votos electorales y elogiaron su triunfo recalcando que, aunque los resultados no eran oficiales, era cuestión de tiempo para ser convalidados.
Pese a ello, el Presidente Trump se resistió a aceptar la derrota y envió la controversia a los correspondientes tribunales, porque, según él, fue electo para que respete y haga respetar la Constitución de su país.
Trump, que se ha convertido en un ojo de pollo en el talón de Aquiles del Estado profundo que gobierna EEUU, acusó a los demócratas de cometer fraude, actuar sin transparencia y amañar los resultados con votos ilegales: “Estafaron y falsificaron nuestra elección presidencial, pero nosotros aún la ganaremos”. Varias cadenas de televisión interrumpieron y cortaron la transmisión de su discurso acusándolo de ser un obcecado que no reconoce su derrota.
Según Trump, los demócratas son tan descarados que le falta cara para persignarse, puesto que las juntas electorales de algunos estados pulían las cifras para que cupieran dentro del estrecho margen victorioso de Biden y las acusó de anular las papeletas que le favorecían, de falsificar votos a favor de Biden, de pasar informes adulterados de los resultados y de alimentar a la bartola los datos de las computadoras, equivocándose siempre en su contra. No fue escuchado su pedido de detener el conteo de votos, para comprobar estas afirmaciones.
Trump había hablado antes de “la deshonestidad de los medios de comunicación, un sistema corrupto”, que controla la vida de todos e impide a la gente conocer lo que realmente sucede, una máquina para lavar cerebros a favor del mismo demonio. Estas corporaciones mediáticas debieron actuar en su contra para que él se dé cuenta de algo que la gente con sentido común sabía desde hace mucho tiempo, que la prensa amarilla es capaz de convertir en tiburón a una sardina, lo contrario sería pensar que sólo últimamente la democracia made in USA se ha convertido en una parodia y que antes las elecciones eran honestas, las manifestaciones espontáneas y no pagadas, los debates de altura, la prensa objetiva e imparcial.
De ser ciertas las afirmaciones de Trump, en EEUU se perpetró algo que ni siquiera Malaparte en su libro Técnica del Golpe de Estado pudo imaginar, la más sui géneris toma de poder: sin tanques ni barricadas, sin muertos, heridos o contusos, sin cárceles, campos de concentración, detenidos o deportados, en fin, sin toda la secuela de viudas y huérfanos, víctimas de los vencedores. ¡Cero muertos! Esta cifra es un rotundo éxito que deja a los electores, que piensan que sí hubo fraude, con la sensación de que, en vez de que los convocaran a votar, mejor hubiera sido que realizaran encuestas amañadas, que luego pudieran obtener la sacrosanta bendición de la afamada prensa. Esto permite afirmar que el sistema electoral de EEUU deja mucho que desear y ha generado el peor escenario de la historia de ese país, pues la mitad de la población no va ha aceptar los resultados por ilegales y fraudulentos; así es de radical la actual división de esa sociedad, en la que lo que para uno es blanco para otro es bermejo.
Trump y sus aliados, en un intento de anular los resultados de la votación en varios estados del país, donde ganó Biden, presentaron acusaciones de fraude ante la Corte Suprema de EEUU, pero Linda Parker, jueza de esa corte, desestimó la demanda por no haber evidencias de fraude en ningún Estado de EEUU.
En estas circunstancias, Ken Paxton, Fiscal General de Texas, demandó en la Corte Suprema de EEUU a los estados de Georgia, Míchigan, Pensilvania y Wisconsin. Los acusó de haber “explotado la pandemia de COVID-19 para justificar la omisión de leyes electorales federales y estatales y la aprobación ilegal de cambios de último minuto, alterando así los resultados de las elecciones generales de 2020… No sólo han contaminado la integridad del voto de sus propios ciudadanos, sino también el de Texas y de cualquier otro Estado que celebró elecciones lícitas”. Dijo que estos estados efectuaron cambios en las leyes electorales que violaban la Constitución de EEUU, ya que “solo las legislaturas estatales pueden fijar las reglas que gobiernan la designación de electores y elecciones, y no pueden ser delegadas a los funcionarios locales. La mayoría de las decisiones apresuradas tomadas por funcionarios locales, no fueron aprobadas por las legislaturas estatales, eludiendo de esta forma la Constitución”, y solicitó que se impida a los representantes de estos estados votar en el colegio electoral, que se debe reunir el 14 de diciembre.
Posteriormente, 17 estados de la Unión presentaron un escrito en la Corte Suprema de EEUU en apoyo a la demanda de Texas, por estar profundamente preocupados por el hecho de que algunos estados llevaron a cabo las elecciones pasando por alto la Constitución de EEUU. Argumentaron que cada voto ilegal contado, y voto legal no contado, degrada y diluye el libre ejercicio de la votación por parte de los ciudadanos.
Esta demanda cobró más fuerza después de que 106 republicanos de la Cámara de Representantes de EEUU se unieron a 17 estados y al Presidente Trump, para respaldar la moción de Texas. Alegan que “las irregularidades inconstitucionales involucradas en las elecciones presidenciales de 2020 arrojan dudas sobre el resultado y la integridad del sistema electoral estadounidense”. Trump presentó una moción de 39 páginas para intervenir en el caso, argumentando que tiene interés directo en el resultado, ya que el número de votos afectados por la conducta ilegal de los funcionarios electorales en esos cuatro estados supera con creces el margen actual entre él y Biden.
Si la Corte Suprema de EEUU acepta la demanda del Fiscal de Texas y declara nula y sin efecto la victoria de Joe Biden en los estados de Georgia, Pensilvania, Míchigan y Wisconsin, ni Trump ni Biden obtendrían los 270 votos necesarios para ser electo presidente; entonces, la elección la haría el Congreso de EEUU. Jaque mate a Biden, caso contrario, jaque mate al Presidente Trump.
Para una mejor comprensión del actual conflicto, lo correcto es dividir, a groso modo, a la clase política de EEUU no en demócratas y republicanos, sino en nacionalistas e internacionalistas. Los neocon pertenecen al sector internacionalista que, luego de la caída de la URSS, impuso en el mundo la globalización y el neoliberalismo, doctrinas de la total libertad económica y comercial, de la fuerte reducción del gasto social y de la intervención privada en las competencias del Estado, lo que permitió enriquecerse más aún a las grandes corporaciones del mundo. La doctrina neocon posibilitó al enviar las fábricas al extranjero, que se arruinara la clase obrera de EEUU.
Por otra parte están los nacionalistas, en cierta forma representados por el Presidente Trump. Los neocon pueden ser republicanos o demócratas y hay muchos neocon en el gobierno de Trump; son la misma jeringa con distinto bitoque. El 9/11 fue una chiripa que cayó como anillo al dedo a los neocon, porque a partir de esa fecha comenzaron las intervenciones armadas de EEUU en el Medio Oriente, lo que Trump llama el mayor error cometido en la historia de ese país.
La crisis estadounidense es consecuencia de la globalización, porque los productores de EEUU, por pura avaricia y buscando minimizar el costo de sus productos, se aprovecharon de los bajos salarios en China y trasladaron sus fábricas a ese país. La elevada capacidad industrial de China se basa, en parte, en las exportaciones a EEUU de productos que ese país no produce. El déficit comercial de EEUU con China se da porque los estadounidenses consumen más productos chinos que los chinos productos norteamericanos. Ese fue el pretexto para que Trump iniciara la guerra comercial contra la China; aunque lo que realmente intenta es frenar el desarrollo chino, pues EEUU no quiere perder su actual supremacía.
Las discordias entre demócratas y republicanos son dos caras de la misma moneda, la que busca mantener la hegemonía mediante la globalización de su industria y la del Presidente Trump, que optó por el proteccionismo a raja tabla, para volver a EEUU un país grande, lo que va contra las reglas del neoliberalismo y poco a poco disminuirá la competitividad del sistema productivo estadounidense. ¿A dónde va Estados Unidos, en qué va a parar la crisis que vive? La respuesta no la dará la pasada elección de noviembre, pues los problemas de la sociedad de ese país son muy profundos y no se resuelven mediante ese mecanismo. Lo real es que no da para más el sistema creado por los fundadores de EEUU, que ya se agotó y llegó a su límite.
Sea lo que sea, se necesita de un politólogo de elevados quilates que defina el enfrentamiento que se da en esas altas esferas de poder y que nada tiene que ver con la reseña de lucha de clases, que Marx y Engels dieron en el Manifiesto Comunista: “Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos”; en este caso: internacionalistas y nacionalistas. ¿Qué se observa desde la subida de Trump? Una lucha que no se sabe adónde conduce, bien pudiera ser al exterminio de los clanes beligerantes, a la desintegración de EEUU o a la transformación revolucionaria de dicho país.