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Extracto del libro "Territorio laboral capitalista. Despliegue de poder sindical en minería y supermercados"

Una entrada al lugar de trabajo

Fuentes: Rebelión

Recientemente, Domingo Pérez Valenzuela publicó el libro » Territorio laboral capitalista. Despliegue de poder sindical en minería y supermercados» ( RIL Editores, Santiago, 2019).     Reseña: Tanto en las ciencias sociales -críticas y no críticas- como en el sentido común de la sociedad capitalista, la territorialidad suele imaginarse, naturalizadamente, como un fenómeno exclusivo de […]

Recientemente, Domingo Pérez Valenzuela publicó el libro » Territorio laboral capitalista. Despliegue de poder sindical en minería y supermercados» ( RIL Editores, Santiago, 2019).

 

 

Reseña: Tanto en las ciencias sociales -críticas y no críticas- como en el sentido común de la sociedad capitalista, la territorialidad suele imaginarse, naturalizadamente, como un fenómeno exclusivo de la esfera pública. Sin embargo, la empresa privada, definida por el control de la fuerza de trabajo que ocurre en el centro de producción capitalista, también constituye un territorio en permanente disputa y reafirmación en la relación capital-trabajo. En la presente obra se investiga en detalle el control territorial del proceso productivo por los trabajadores y sus efectos sobre el poder organizativo sindical, mediante el análisis de dos casos de estudios paradigmáticamente opuestos en su configuración, a saber, minería y supermercados. En específico, la territorialidad de la empresa capitalista se expresa en el control territorial del proceso de trabajo y en la propiedad privada garantizada por el Estado, pero constituye un fenómeno que, desde las relaciones laborales, se fetichiza profundamente hasta presentarse como un espacio físico y social ajeno a la disputa territorial. Como resultado, la acción territorial de los trabajadores se invisibiliza y se consolida «lugar oculto de la producción». Al contrario de esta apuesta de la empresa, los resultados de esta investigación demuestran que, en el proceso productivo, los trabajadores no solo producen plusvalía sino que también producen «espacios seguros» para resguardarse. En ellos, los trabajadores socializan con mayor autonomía, pueden conspirar por la creación del sindicato -sino, trasladan este proceso hacia fuera de la propiedad, en los barrios y espacios comunitarios- y, de conjunto, experimentan mejores condiciones materiales para el desarrollo de la conciencia de clase.

A continuación, se comparte la Introducción del libro.

Introducción: una entrada al lugar de trabajo

 

Eran los años de la democracia de los consensos donde debíamos organizar a los trabajadores clandestinamente, en los socavones de la mina, en sus túneles, en los casinos, campamentos, en la misma calle o en la población […]. Era un proceso casi similar, sin buscarlo, a quienes nos precedieron en el salitre y el carbón, a principios del siglo XX. (Fundación Emerge, 2014)

 

El epígrafe presente, referido al movimiento subcontratista chileno emergido en el bienio 2006-2007 y su génesis ubicada en la «construcción silenciosa, subterránea, mística […] una creación que lidió con la fragmentación del movimiento sindical», revela en detalle una perspectiva territorial cotidiana del sindicalismo minero en función del centro de trabajo capitalista, que se ha pulido desde antaño en los cerros desérticos a partir de los viejos campamentos internos a la compañía y la especial naturaleza geográfica de la producción, hasta los tiempos actuales. La razón de lo anterior es que el quehacer territorial constituye una pieza clave en la historia de todo el sindicalismo clásico, vale decir, aquel vinculado a la manufactura y su centro productivo fabril, sea en la extracción de recursos naturales o en las industrias urbanas, donde los trabajadores despliegan control sobre las distintas secciones, espacios menores y artefactos de la empresa, para organizarse con autonomía del control laboral.

No obstante, la presente tesis demuestra que este quehacer puede desplegarse no solo en los espacios de producción industriales, sino en cualquier centro de trabajo capitalista, materializado inclusive en los medios de producción más flexibles en términos socio-espaciales, fruto de la fragmentación de establecimientos y la capacidad de dispersión geográfica. Como veremos, ejemplo paradigmático de lo anterior lo constituye el sindicalismo de supermercados y su formación frente a la expansiva morfología urbana del capital comercial, el cual instala locales repetitivamente entre las diversas aglomeraciones del proletariado para que consuma y reproduzca sus fuerzas de trabajo. Es decir, en minería y en supermercados, es posible atestiguar a la empresa capitalista como un territorio donde se organiza la fuerza sindical.

¿Qué significa la territorialidad del espacio de trabajo para los trabajadores y el sindicalismo? La respuesta se encuentra entre factores que atañen desde la cooperación productiva, donde emergen zonas de socialización exclusiva de los trabajadores, en el cotidiano control territorial de la propiedad capitalista; hasta en la emergencia de conflictos abiertos como huelgas y movilizaciones, donde grupos de trabajadores ocupan forzosamente la propiedad y su entorno, o cuando la naturaleza de su territorio de trabajo les cancela de sobremanera tal posibilidad.

Paso a paso, todo comienza en una propiedad productiva de un empresario particular, fenómeno garantizado por el Estado capitalista, pero donde se encuentran zonas de producción que parecieran ser controladas en su clima social más bien por los trabajadores. Se replica en horarios y comunicaciones seguras para los mismos, mediante formas de reunión e intimidad trabajadora que no pueden ser accedidas por los directivos (ni por las ciencias sociales en reiteradas ocasiones). Donde a veces los trabajadores no están en conflicto pero están fraguando con sumo secreto sus planes de organización; sino «descargándose» de los dueños, cuidándose de represalias e inclusive liberándose de la vigilancia para protegerse. O, ya más ofensivamente, donde los trabajadores socializan entre sí y a espaldas de los jefes, mediante eventos sociales por fuera de la empresa para montar un sindicato y volver a golpear en el centro del problema laboral.

En efecto, en la teoría y debate del proceso de trabajo, Richard Edwards caracterizó el proceso productivo como un «escenario» de la lucha de clases y al lugar de trabajo como un «terreno disputado», en su célebre obra Contested terrain (1979). No obstante, ¿qué territorialidad tenía en mente el autor para sugerir tal metáfora?, ¿Qué relaciones sociales nos revelan lo territorial en la producción del capital?, son elementos concretos fuera de su estudio, pero latentes en su tesis. Por otro lado, en el mismo debate y año, Burawoy ([1979]1989) caracterizó al centro de trabajo por desplegar un «Estado interno» según el mando del capitalista en su área acotada de injerencia, lo que trae a colación la pregunta de, ¿cuál es el territorio del «Estado laboral», si el carácter esencial de la estatalidad descansa en el monopolio de la violencia sobre una geografía que domina? ¿Es la propiedad privada la fuente de este poder político? Con el autor, como se aprecia, la estructura política de la empresa quedaba expuesta a contrapelo del «terreno oculto de la producción». No obstante, la resistencia de los trabajadores contraviene la pureza del control territorial político del capitalista, aun bajo el velo de la sagrada propiedad.

El debate expuesto equivale a conceptualizar la empresa capitalista no solo como un terreno (geográfico) sino como un territorio (de poder). En efecto, tan pronto como el capitalista experimenta un control garantizado de la propiedad privada gracias a un Estado homólogo (Weber, 2005; Poulantzas, 1988), al interior del capital emerge una morfología socio-espacial propia del proceso de trabajo, caracterizada por el control territorial de la propiedad privada, constituyendo así la empresa moderna como un «territorio laboral capitalista». Sin embargo, la teoría del proceso de trabajo, a lo largo de sus diversos aportes a la comprensión de las formas de control laboral (Knights y Willmott, 1990; Ackroyd y Thompson, 1999; Thompson y Smith, 2010), no ha considerado la dimensión del poder territorial en la empresa capitalista como una estructura elemental de control y resistencia entre capital y trabajo. De hecho, el control territorial de los trabajadores frente al control del proceso de trabajo en la propiedad privada, expone una subjetividad gravitante en conexión con esta perspectiva materialista -donde la conciencia se refugia, se protege y reflexiona en espacios seguros-, la cual no siempre tuvo por objetivo ahondar en tal dimensión (véase Braverman, 1975). No obstante, aquí se ofrece una conexión a profundizar.

La pregunta por el territorio donde adquiere materialidad la organización de la explotación no solo apremia en sus rasgos teóricos. De forma anterior, ella es puesta en escena por la actualidad de los movimientos sociales y sus rasgos geográfico-espaciales, hoy en día mayormente atendidos que antaño por las ciencias sociales, permitiéndonos así proyectar una investigación socio-espacial en los estudios laborales. En la ciencia contemporánea, lo territorial adquiere reconocimiento cuando determinados movimientos sociales (valga recordar, mayoritariamente compuestos de trabajadores y el proletariado en general) disputan recursos naturales o protestan en el espacio público por demandas locales. Por ende, nunca cuando el movimiento social es expresión nacida desde el proceso de trabajo, movilizándose al interior de los lugares de trabajo o en su contorno.

¿Por qué lo territorial no se reconoce nunca en el mundo del trabajo? ¿Por qué se le niega este poder a los movimientos sindicales? ¿Es imposible que estos construyan territorialidad? Asumiendo diversas disciplinas el fenómeno de la propiedad privada de la empresa como un hecho cuasi natural y no un territorio con un valor político y social, se produce la propensión de pensar lo territorial como todo lo que es no-trabajo sino espacio público. Por movimientos sociales territoriales, entonces, se entienden únicamente movimientos ajenos al ámbito laboral y nunca se aprecia la territorialidad de los trabajadores al interior del capital.

Tal vez porque en los estudios movimentistas socio-territoriales se entiende la territorialización de un proyecto político como el avance e implantación de una territorialidad particular por sobre otras alternativas (Kretschmer, 2011), es que en los mismos nace una miopía con respecto al espacio laboral, en función de una época de baja conflictividad abierta de los trabajadores. Sin embargo, los errores de nivel teórico y empírico permanecen, a razón de que el conflicto es intrínseco a la organización de la explotación o, desde el polo opuesto, que la cooperación productiva también se abraza del control territorial.

En el debate político y social, los corolarios de lo anterior se encuentran en la conclusión de que no hay mayor comunidad, reflexión interna y cotidiana, intimidad, creatividad, fraternidad horizontal, en definitiva mundo interior para el trabajador, dentro del espacio productivo vigente, el cual ha desplazado a la fábrica (donde emergía la asociatividad del obrero industrial) e instala como reemplazo una sumatoria de empleos desconectados. En este sentido, se ha postulado que los elementos de fuerza enumerados se encuentran ahora en la faceta reproductiva del proletariado: la comunidad ajena al trabajo. En específico, el nuevo asalariado, abandonando el sabotaje y el conflicto directo, ya no es un sujeto clave de transformación.

Sin embargo, la investigación presente ha encontrado cada una de las cualidades mencionadas inclusive en los territorios laborales más flexibilizados, contraviniéndose los corolarios políticos anteriores. Más allá, la presente investigación demuestra cómo se articulan sindicalmente ambos momentos de la vida proletaria (productiva y reproductiva), con distintos pesos específicos. La tesis comunitarista es lógica fuera del mundo del trabajo, pero también está determinada por el mismo.

En este contexto, como consecuencia de que en el centro de trabajo emergen determinadas relaciones de poder (Marx, 2008; Braverman, 1975; Edwards, 1990) y que toda relación de poder genera territorialidad (Haesbaert, 2013; Marín, 2009; Montañez y Delgado, 1998), la presente investigación contribuye a comprender la empresa privada moderna como un «territorio laboral capitalista». Una fracción de espacio geográfico donde emergen las relaciones de poder sociomateriales entre capital y trabajo. De esta manera, la empresa capitalista asentada en la propiedad privada se estructura como un territorio, aunque el capitalista lo niegue y el trabajador usualmente lo dude. En definitiva, el control espacial de la propiedad privada se verifica como una forma de control del proceso de trabajo.

Lo anterior contribuye a clarificar la lucha de clases que ocurre en la escala de la empresa capitalista, aun en una época de profunda debilidad del movimiento de trabajadores. Retomando el peso de la propiedad de la empresa moderna, la lectura teórica que subyace a esta investigación propone que la tesis nuclear de Marx es que el trabajo va perdiendo poder sobre el territorio laboral privado al expandirse la dominación del capital.

El alegato que resulta de carecer de una geografía social en el centro de trabajo es análogo al reclamo de Thompson y Briken (2016) en la segunda ola de estudios del proceso de trabajo, donde se propone que, más que dividir economía política y relaciones laborales, nos aproximemos al capitalismo en el trabajo ( capitalism at work ). La presente tesis recoge esta inquietud entrecruzando el control territorial y el control del proceso de trabajo, en función del poder de la propiedad privada en una sociedad determinada, con su respectivo valor político, económico e ideológico para las relaciones sociales. Esto contribuye a consolidar una economía política geográfica del proceso de trabajo.

Como se desmenuzará, los trabajadores experimentan un control territorial marginal en la empresa capitalista , fuente de inseparable consentimiento y conflictividad. En específico, la infraestructura empresarial y sus poderes físicos y sociales se presentan como el «medio privado de producción» más invisibilizado y mixtificado para los trabajadores, en cuanto mecanismo de control capitalista. Por tanto, se utiliza deliberadamente por el control patronal para que la fuerza de trabajo, al cederle zonas restringidas de libertad y socialidad, active un consentimiento con su propia explotación. No obstante, el control territorial de los trabajadores también constituye un problema permanente para el capitalista, en razón de que se puede tornar un recurso estratégico para la resistencia cotidiana y, todavía más, uno antagónico cuando la lucha de los trabajadores lo instrumentaliza para la organización sindical.

En este sentido, en la conjugación del control territorial con el control del proceso de trabajo es posible investigar minuciosamente una política persistente de los trabajadores en el centro laboral, que puede llegar a organizarse, fruto de mayor estrategia, como un quehacer territorial del sindicalismo. Sin necesariamente pretender hacerlo, el control del entorno laboral por los trabajadores siempre comporta una antítesis de la pureza de la propiedad privada. De esta manera, indica un riesgo que el capitalista no puede eliminar y por tanto debe reorganizar y disputar. Sin embargo, los trabajadores también aprenden a controlarlo, llegando a constituir «espacios seguros» hegemonizados por ellos, con los cuales van consolidando su disputa sobre el proceso de trabajo. Por consiguiente, el control territorial constituye una práctica que los trabajadores no pueden detener, pero cuyo sentido práctico se encuentra en permanente disputa por la dirección. Es una política espontánea de los trabajadores pero con un futuro abierto.

Más ampliamente, comprendiendo la modernidad capitalista como el incesante revolucionar de las fuerzas productivas, el espacio laboral ha experimentado un proceso de creciente racionalización, como todas las facetas del proceso de trabajo, donde el conflicto es inherente al sistema de relaciones laborales y la pregunta es más bien cómo se organiza (Edwards, 1993). Los saltos cualitativos de lo anterior se van expresando materialmente como nuevas relaciones de espacialidad entre el trabajador y las fuerzas científicas y tecnológicas.

Con este marco, para llevar a cabo la investigación he seleccionado dos grupos de estudios con una organización socio-espacial de la producción paradigmáticamente opuestas entre sí, a saber, minería y supermercados. Con ello se busca conseguir un análisis heurístico y parsimonioso para la comprensión del territorio capitalista. En específico, ambos espacios poseen en común ser un lugar de trabajo, no obstante cada uno acondiciona de forma diferenciada el desenvolvimiento material de sus trabajadores y sus modos de organización y acción sindical. En otras palabras, trabajadores de la minería y de supermercados constituyen un buen ejemplo para testear lo que une y separa las distintas formas del «territorio laboral capitalista».

Por una parte, la ubicación y fraccionamiento geográfico de las empresas y los puestos de trabajo permite comparar las diferentes formas de compromiso territorial que experimentan los trabajadores en la empresa capitalista. Por otra parte, los diversos grados de conflictividad de los trabajadores y sindicatos arrojan múltiples luces sobre la lógica subterránea del territorio capitalista, según hacen caer las máscaras y fetiches que esconden las relaciones sociales efectivas y, con ello, pasan a desnudar el mismo territorio invisible y mixtificado de la propiedad privada, en un aspecto largamente descuidado por los estudios del trabajo.

¿Qué experiencias, tácticas y reflexividades establecen los dirigentes sindicales de minería y de supermercados en el territorio laboral capitalista? A fin de dar una respuesta balanceada a esta interrogante guía, el estudio aborda un campo inexistente en la teoría del proceso de trabajo, pero de manera metodológicamente robusta en base a una comparación de casos intra-sector y una comparación de casos extremos entre sectores. En efecto, minería cuprífera y supermercados han sido seleccionados por razones propias de los estudios de caso: la especificidad y relevancia del objeto de estudio (Hernández et al., 2007; Gundermann, 2001), tanto en sus atributos internos como en sus diferencias paradigmáticas. Esto, tanto a nivel macro de la economía, como a nivel micro de los estudios de organización sindical.

A nivel macro, cada sector económico mencionado posee un peso específico y distintivo en el modelo de acumulación vigente en Chile, a saber: minería como el «piso del país», en un modelo de acumulación rentista primario-exportador; y supermercados como el dinamizador del consumo de los trabajadores, en un modelo también avanzadamente financiero-mercantil (Salazar, 2003; Claude, 2006; Pérez, 2013). De esta forma, y ya madurando el actual ciclo de acumulación capitalista, las historias del sindicalismo minero por un lado y de supermercados por otro han transitado rutas meridianamente inconexas.

Por un lado, el sindicalismo subcontratista 2006-2007 en minería movilizó el conflicto laboral en el último eslabón de la cadena de explotación, pero en los ejes estratégicos de acumulación: cobre, madera y pesca. Vale decir, los ejes del modelo económico-empresarial de la coalición política hegemónica del periodo, de centro-izquierda y centro, la Concertación de Partidos por la Democracia. Sin embargo, el impacto de este movimiento sindical en el escenario político nacional no fue únicamente obra de su reivindicación puesta en el debate público (el desocultamiento de la subcontratación), sino también producto de las radicales tácticas de movilización a la hora de paralizar forzosamente la producción, montando acciones de abierto control territorial en los bosques, minas y puertos, como es inusual en otros centros de trabajo urbanos. La problemática de la relación material de los trabajadores con sus respectivos espacios de trabajo, de esta manera, afloraba en el retorno de la protesta obrera (Aravena y Núñez, 2009).

Por otra parte, el sindicalismo de supermercados se ha organizado en los años recientes a contrapelo de las relaciones territoriales fragmentadas entre los trabajadores y los establecimientos comerciales, cuando no se ha logrado legalizar una negociación colectiva transversal a toda la empresa o capital. Evidencia de lo anterior son dirigentes que asisten a mesas de negociaciones separadas por local, luego se reúnen fuera de las negociaciones para coordinarse y, posteriormente, vuelven a las mismas hasta lograr su cometido unitario de negociación, sorteando la institucionalidad adversa (Echeverría, 2010). En esta lógica, pretendo indagar si la conciencia de clase se dinamiza contra la fragmentación territorial del capitalista y sus recursos políticos, y en qué niveles de estrategia.

El texto se ordena de la siguiente manera. Posterior a plantearse el problema investigativo y encuadrar el marco teórico en el siguiente capítulo, en el capítulo 2 empieza el análisis empírico del estudio mediante la reflexión del espacio físico del empresario como el medio privado de producción más naturalizado e imponente en la geografía de los trabajadores. En el capítulo 3 se analiza cómo la geografía productiva consolida la hegemonía capitalista y debilita la resistencia, marginalizando el control territorial de los trabajadores, en el contexto de una flexibilización del espacio laboral. En específico, en el capítulo 4, se analiza cómo se determinan territorialmente las diferentes posibilidades de socialidad entre trabajadores, mediante relaciones sociales de producción aglomeradas, dispersas o aisladas; en general, relaciones crecientemente fragmentadas, limitando la emergencia del sindicalismo. En el capítulo 5 se detalla cómo la socialización libre entre trabajadores radica específicamente en los espacios seguros (externos o internos a la empresa), siendo la clave organizativa para sobreponerse al terreno adverso del capitalista y así revitalizarse. Materialmente, brindan mejores condiciones para que el sindicato cualifique la conciencia de clase, estimulando la resistencia e inclusive la organización. En el capítulo 6 se analiza el peso del control patronal cuando activa la expulsión de dirigentes sindicales y trabajadores organizados, la importancia de la vigilancia capitalista en su terreno de mando, y las maniobras del sindicato para esquivar la represión empresarial. En el capítulo 7 se observan las diferencias entre los conflictos abiertos de minería y supermercados, en base a la territorialidad de las posiciones estratégicas que existen en cada uno. En el capítulo 8, último apartado de análisis de datos, se analizan las formas de ponerse en jaque el monopolio territorial del capital, en virtud de coyunturas de territorialidad sindical antagonista. Finalmente, en las conclusiones, se debate respecto a que, por una parte, la demanda más transversal que se desprende de este estudio hacia el capital es la necesidad de socializar su espacio físico privado, es decir, hacer de la infraestructura de la empresa no un medio privado de producción sino un territorio público de libre acceso para organizaciones sindicales, fiscalizadores civiles e investigadores del trabajo. Así como la demanda que se deriva para los trabajadores, por otra parte, es que forjen espacios seguros sindicales para el desarrollo de sus organizaciones y, más allá, se desplieguen hasta conseguir la consolidación completa de «barrios sindicales» en todo territorio donde exista una aglomeración de empresas capitalistas. Esta es una tesis para forjar un sindicalismo territorial como estrategia contemporánea de revitalización de los trabajadores.

– Para ver más secciones (Índice, Introducción, Capítulos 1, 5 y 6, Bibliografía): www.researchgate.net/publication/334612288_Territorio_laboral_capitalista_Despliegue_de_poder_sindical_en_mineria_y_supermercados .

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.