Antes de entrar en materia -o para entrar en ella abruptamente- me permitiré citar a Marx in extenso. La argumentación del presente artículo parte necesariamente de esta cita. En El capital dice Marx: «Partimos del supuesto del trabajo plasmado ya bajo una forma en la que pertenece exclusivamente al hombre. Una araña ejecuta operaciones que […]
Antes de entrar en materia -o para entrar en ella abruptamente- me permitiré citar a Marx in extenso. La argumentación del presente artículo parte necesariamente de esta cita. En El capital dice Marx:
«Partimos del supuesto del trabajo plasmado ya bajo una forma en la que pertenece exclusivamente al hombre. Una araña ejecuta operaciones que semejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar por su perfección a más, de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se limita a hacer cambiar de forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza en ella su fin, fin que él sabe que rige como una ley las modalidades de su actuación y al que tiene necesariamente que supeditar su voluntad. Y esta supeditación no constituye un acto aislado. Mientras permanezca trabajando, además de esforzar los órganos que trabajan, el obrero ha de aportar esa voluntad consciente del fin a que llamamos atención, atención que deberá ser tanto más reconcentrada cuanto menos atractivo sea el trabajo, por su carácter o por su ejecución, para quien lo realiza, es decir, cuanto menos disfrute de él el obrero como de un juego de sus fuerzas físicas y espirituales»1.
De esta cita se pueden retomar varios elementos. En primer lugar, el carácter eminentemente humano del trabajo. El trabajo no se limita a ser un desgaste de las fuerzas corpóreas. El trabajo es, antes que nada, una actividad orientada por una finalidad; los animales, al carecer de conciencia, no trabajan, en su caso las actividades orientadas a satisfacer sus necesidades, no encuentran justificación como realización de una finalidad sino como simple reproducción de su corporeidad. Por tanto, esa actividad no va más allá de ella misma.
En segundo lugar, el trabajo como fin pragmático: el trabajo como creador de bienes de uso es un proceso que encuentra su finalidad en la reproducción de la vida humana; en ese sentido, no es una finalidad abstracta, sino un proceso concreto que sirve como medio en el contexto del reino de la necesidad. La finalidad es la vida humana, pero ella se realiza a partir de la praxis consciente y esa praxis incluye al trabajo como forma de realización.
En tercer lugar, lo que Kosík denomina carácter ontocreador del trabajo o la realización del sujeto a partir de su actividad: mientras el trabajo es una finalidad pragmática en su sentido estrictamente físico, representa una liberación posible en el sentido social. El carácter social y socializador, la posibilidad que tiene el sujeto de reconocerse a sí mismo en el producto de su trabajo, el desarrollo de destrezas, el peso político del trabajo mismo y su significación histórica, representan los elementos para que el sujeto se realice a través del trabajo, siendo ambos fuerzas propulsoras de la historia2.
En cuarto lugar, el carácter social del proceso de trabajo.Social en el sentido de que sus características no pueden aislarse o pueden ser efectuadas como proceso histórico por un individuo, sino sólo en la medida en que es un trabajo reconocido socialmente, reconocimiento que le sirve así mismo de normatividad económica (recordemos que el valor -de cambio- se tasa a partir del tiempo de trabajo socialmente necesario, trabajo que es reconocido y que representa una intensidad técnica media; igualmente, el valor de uso, que es el sostén material del valor de cambio, no encuentra sentido sino sólo en función de los requerimientos sociales históricamente determinados).
Por último, la posibilidad de que el trabajo se convierta en un proceso destructivo al enajenarse. En tanto la fuerza de trabajo se ponga en funciones, hay un desgaste físico y mental, ese desgaste es tanto mayor «cuanto menos atractivo sea el trabajo». Ese «atractivo» lo determina en última instancia el reconocimiento del sujeto en el proceso y producto de su trabajo. Mientras menor reconocimiento exista entre estos dos elementos, menor posibilidad hay para que el trabajo se presente como realización de la subjetividad; el trabajo pierde su atractivo y, por tanto, hay un mayor desgaste de la fuerza de trabajo.
La pérdida del reconocimiento entre el sujeto y el producto del trabajo es resultado de que el trabajador haya sido «liberado» de la propiedad de los medios de producción; o que siendo propietario de los mismos, el producto de su trabajo sea supeditado por el capital a través de la subsunción indirecta, determinando y condicionando la realización del sujeto. El trabajo por tanto se lleva a cabo como una obligación, como un eslabón que lo ata al reino de la necesidad. Ese trabajo enajenado, que no corresponde a la realización de las finalidades de los sujetos concretos, destruye las capacidades físicas, psicológicas y culturales de las y los trabajadores. De ahí que se presente como un proceso que en su realización destruye su fuente material de sustento.
En la enajenación del trabajo, el ser humano es cosificado. Y al perder su carácter ontocreador, al convertirse en el solo proceso de producción de plusvalía -sustituyendo a la producción de valores de uso concretos, de bienes para la vida-, el sujeto se convierte en el individuo abstracto que trafica valores y el valor de cambio se convierte en su norma y rasero. Pero para entonces, una relación de reciprocidad se establece ya entre la forma en que los individuos se asumen como tales y la forma en que el sistema recrea el contexto para su individuación y la negación de su subjetividad.
Pero si el carácter del trabajo rompe con su esencia de ser un proceso ontocreador, si éste reproduce al individuo y lo confronta al sujeto, si ese trabajo crea en escala ampliada las condiciones objetivas para la superación del reino de la necesidad pero se niega como tal, se cumple la sentencia de Kropotkin como una fatalidad: «el derecho al trabajo es, a lo sumo, un presidio industrial»3.
Notas:
1 Marx, K. El capital. FCE. 1964. Tomo I. Págs. 130 – 131. Subrayados del autor.
2 En efecto, Kosík señala: «Sobre la base del trabajo, en el trabajo y por medio del trabajo, el hombre se ha creado a sí mismo no sólo como ser pensante, cualitativamente distinto de otros animales superiores, sino también como el único ser del universo, conocido de nosotros, capaz de crear la realidad». Kosík, Karel. Dialéctica de lo concreto. Grijalbo. Pág. 142.
3 Kropotkin, P. La conquista del pan. Edición digital. Pág. 14.
Alberto Quiñónez. Tendencia Revolucionaria (TR)
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