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Batallón Mackenzie-Papineau

Una historia de honor y solidaridad

Fuentes: Rebelión

Este año se cumplieron 70 años de la disolución del Batallón de Internacionalistas canadienses Mackenzie-Papineau, que luchó en la defensa de la República en suelo español durante la Guerra Civil. Siete decenios de lo que fuera la relación más honorable que hayan tenido como naciones Canadá y España en su historia. Pero es una historia […]

Este año se cumplieron 70 años de la disolución del Batallón de Internacionalistas canadienses Mackenzie-Papineau, que luchó en la defensa de la República en suelo español durante la Guerra Civil. Siete decenios de lo que fuera la relación más honorable que hayan tenido como naciones Canadá y España en su historia. Pero es una historia que se ha ocultado y se ha tratado de olvidar, incluso aunque viva en algún libro, en la memoria de veteranos y familiares y en la gente de izquierda de este país y de España.

Sobre la historia de los Internacionalistas canadienses del Batallón Mackenzie-Papineau que pelearon en la Guerra Civil española en favor de la República se han escrito cuatro libros, el último y quizás el más completo fue el de Michael Petrou, que incluye entrevistas a sobrevivientes del Batallón, además de documentos de la Internacional Comunista en Moscú y materiales de la Policía Federal canadiense.

La historia de los brigadistas canadienses comienza cuando la Unión Soviética, la única en hacerlo, ofrece su ayuda al Frente Popular de España, que había sido democráticamente elegido al gobierno en 1936. El Frente Popular estaba enfrentando un golpe de estado, agredido por fuerzas nacionales y fascistas encabezadas por el general Franco. La Unión Soviética se solidariza con el Frente Popular. Otras naciones, incluido Canadá, no le prestaron asistencia alguna a la naciente República española y su legítimo gobierno, sino que hasta prohibieron la solidaridad de los canadienses con ella. Mientras Hitler y Mussolini habían comenzado a enviar hombres y materiales de guerra a las fuerzas fascistas de Franco en España, el mundo le niega toda ayuda solidaria a la República.

Los primeros canadienses que viajaron a luchar en defensa del gobierno español legítimo se enlistaron en el Batallón Abraham Lincoln y en el Batallón George Washington y partieron desde los Estados Unidos. En cada batallón iban 44 brigadistas canadienses. En abril de 1937 el gobierno canadiense aprueba una ley que prohíbe a cualquier ciudadano canadiense participar en guerras en el extranjero, y además prohíbe la exportación de armas. La ley dejaba muy mal parados a los brigadistas solidarios que, para salir del país, tenían que inventar falsos pretextos y mentir.

Los postulantes a las Brigadas eran muchos y se reunían en Toronto, donde eran seleccionados más que nada en base a su historia personal de participación y al trabajo político hecho en la izquierda. Mas del 60 por ciento de los elegidos fueron mayores de 30 años de edad. Los brigadistas canadienses eran trabajadores, a diferencia de los británicos y de los estadounidenses que eran mayormente estudiantes e intelectuales. Eran obreros que habían experimentado ya la persecución en su país en los tiempos de la Gran Depresión y muchos de ellos conocían por experiencia propia el encierro en los campos de trabajo (Relief Camps).

Más del 75 por ciento de los brigadistas canadienses eran miembros del partido Comunista de Canadá, los demás eran socialistas del CCF , liberales del partido Liberal y algunos no tenían filiación partidista. Los brigadistas entendieron muy bien lo que significaba el conflicto en España, sabían la repercusión que podría tener en el mundo; se enfrentaban al fascismo naciente. Comenzaron su viaje desde los puertos de Montreal y Nueva York, de allí partían a Francia y cruzaban a España. Además de los brigadistas, otros grupos progresistas apoyaron desde Canadá la lucha de la República española contra el fascismo a través de los «Comités de apoyo a la Democracia española».

Desde Francia, los brigadistas cruzaban los Pirineos a pie, muchos sin calzado adecuado. Recibían un mínimo de instrucción militar en Albacete, a 250 kilómetros de Madrid. Se integraban entonces a la XV Brigada Internacional. Su primera acción en la guerra tuvo lugar en Jarama, cerca de Madrid, entre febrero y junio de 1937. Allí perdieron nueve hombres. Luego, dos meses después, se forma el Batallón Mackenzie-Papineau, bajo el comando de Edward Cecil-Smith, periodista, escritor y sindicalista de Montreal. Es el tercer batallón de la XV Brigada Internacional. En febrero de ese mismo año la Liga de Naciones prohíbe la participación de voluntarios extranjeros en la Guerra Civil de España -había ya unos 1.200 canadienses involucrados en el conflicto armado-.

El Batallón Mackenzie-Papineau fue el de contingente más numeroso, siguiendo al de Francia, en proporción a la población de ambos países. Participaron en las batallas de Aragón, entre agosto y octubre de 1937, de Teruel en diciembre del mismo año y abril de 1938, y del Ebro, Cataluña, entre julio y septiembre de 1938. Los brigadistas canadienses lucharon con gran entusiasmo y disciplina, pese a la adversidad de que el enemigo que enfrentaban contaba con el apoyo de Alemania nazi y de la Italia fascista, aparte del apoyo tácito del resto de las naciones occidentales que nada hicieron en favor de la República española sino que al contrario trataron de evitar le llegara cualquier ayuda solidaria.

Las victorias fueron pocas; la derrota final incluye una retirada masiva a fines de 1938. El 21 de septiembre el Primer Ministro español Juan Negrín obliga a las Brigadas Internacionalistas a abandonar el país. Lo hace en parte porque ve el final inevitable y en parte porque, quizás muy inocentemente, piensa que al hacerlo Hitler y Mussolini puede retiren su apoyo al Frente Nacional de Franco. El Batallón Mackenzie-Papineau deja de existir en enero de 1939, y los brigadistas canadienses abandonan España. Seis meses después cae Madrid, consolidando el triunfo fascista y el principio de la dictadura de Franco -Caudillo de España por la gracia de Dios, que ha de durar desde 1939 hasta 1975.

Cuando Stalin firma su pacto con Hitler en agosto de 1939 en Moscú, la idea era prohibir a los comunistas luchar contra las tropas nazis, pero muchos veteranos del Batallón Mackenzie-Papineau ignoraron esta orden y se enlistaron en la resistencia francesa. La Resistencia francesa, durante la Segunda Guerra Mundial, incluyó entre los suyos al comandante del Mackenzie-Papineau, Edward Cecil-Smith.

De los 1.546 canadienses conocidos que lucharon en la Guerra Civil de España, 721 perdieron sus vidas, cifra no muy exacta. Los sobrevivientes brigadistas encontraron dificultades en volver, se las puso el gobierno canadiense que los había catalogado antes como «prematuros antifascistas». Algunos fueron arrestados en Francia e incluso al retornar a Canadá en diferentes tiempos. La policía federal canadiense los investigó, catalogó de «politicamente sospechosos» y se les negó hasta el empleo durante mucho tiempo.

Los canadienses que murieron luchando en la guerra civil de España no fueron incluidos en el Libro de Conmemoración en la Torre de la Paz y su sacrificio no es conmemorado aún en las ceremonias del día de los veteranos de guerra, que se celebran cada año el 11 de noviembre. No se les otorgó tampoco ninguno de los beneficios que reciben los veteranos de guerra. Pese al olvido que se ha tratado de imponer desde el poder, se les han levantado dos monumentos en Canadá, uno está en Victoria (British Columbia) y el otro en la capital, Ottawa. Se incluyen allí los nombres de los 1.546 voluntarios brigadistas y entre ellos figura el Doctor Norman Bethune, uno de los pocos brigadistas que ha recibido algún reconocimiento por crear una unidad médica móvil en los campos de batalla. Es el mismo Bethune revolucionario que fue un héroe durante la Revolución China, miembro del ejército de Mao, y murió en la región de Tang en 1939.

España parece hoy distante de la Guerra Civil y de Franco -su nombre prohibido en referencias públicas desde el 2007, sus estatuas retiradas o en plan de ello, el generalísimo retirado de las calles, sus memoriales y sus símbolos prohibidos o en retirada-. Está claro que esto se debe no sólo por sus numerosísimas violaciones a los derechos humanos sino también por su fascismo, sus visibles vínculos con Hitler y Mussolini.

Lejanos están también, sin embargo, los otros, los que motivados por principios e ideales de solidaridad, y en condiciones bastante precarias, lucharon contra Franco y el fascismo. Aquellos que cruzaron el océano para hacerlo y alistaron su corazón para morir en el conflicto, en el que efectivamente una mitad de ellos perdería la vida. Hoy Canadá y España pertenecen al «club de los países desarrollados,» club al que muchos aspiran en el mundo. Se llaman a sí mismos democráticos aunque cumplen compromisos imperialistas sin protestar, invadiendo pueblos pobres y gentes que luchan con lo que tienen puesto. Pero se jactan de alguna forma luego de hacerlo diciendo estar promoviendo la democracia y la paz en el mundo.

Ha muerto la España republicana de los años 30, ni ella ni la Europa occidental de hoy son las de entonces. Aunque su futuro sea hoy incierto, cuentan sus ciudadanos con beneficios provistos por el estado de bienestar social. Son beneficios que tienen pero que sus gobiernos no permiten tengan sus parientes europeos pobres en el Este. Allí en el Este el fascismo crece, se trata de un fascismo que la Europa moderna tampoco condena, ni aún cuando comienza a implementar con energía su propia inquisición.

Es que hasta hoy el totalitarismo no ha sido cuestionado en realidad más que desde la izquierda verdadera. Por lo demás se ha construido sobre el totalitarismo como si nada, y vive debajo de toda esa estructura, está tangible, lo trasmiten los medios de comunicación cuando veneran el éxito económico y el consumismo y cuando culpan del crimen y la crisis a inmigrantes y minorías visibles.

Entonces me viene a la memoria un adolescente asturiano que a principios del siglo 20 abandonó su tierra y cruzó el mar para llegar al sur de América. Mi abuelo inmigrante que, sin hacer fortuna, vivió una vida tranquila y sin persecución ni culpa, nadie lo cuestionó por emigrar en busca de una vida mejor. Son pocos hoy los que en España defienden los derechos de los inmigrantes y solidarizan con los pueblos del tercer mundo, no me cabe duda que quienes lo hacen son la mejor gente.

Durante el largo y oscuro reinado de Franco, la represión y la manipulación ideológica se encargaron de controlarlo todo. Miles fueron asesinados inmediatamente -otros luego en las tres décadas y más de fascismo-. Entre los muertos uno asesinado en 1940, presidente de la Generalitat de Cataluña, Lluis Companys, capturado luego de la caída de la República por la Gestapo en Francia y devuelto a Franco que lo ejecutó sumariamente, dijo: «Matan aquí a un hombre honorable. Por Cataluña». 

No se equivocaba. Recorriendo pintorescos caminos en Sant Gregori, con su calle en honor a Companys, o en Besalú, un castillo medieval donde se enfrentó la República con el Fascismo en Cataluña, aprecio en silencio el esfuerzo de esos internacionalistas que lucharon y murieron con honor. De todas partes llegaron, se convocaron en España a defender la República y el honor en nombre de todos. Lucharon ayer y luchan hoy contra quienes con falsos símbolos defienden las más oscuras tradiciones del totalitarismo y la opresión.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.