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Una larga marcha

Fuentes: Punto Final

El movimiento estudiantil necesita de todos nosotros y todos necesitamos al movimiento estudiantil. Después de tres décadas vergonzosas, es el único actor político del país que ha defendido el derecho a la educación de manera real y profunda, oponiéndose resueltamente a los que promovieron explícitamente su destrucción y también a los que no sólo la […]

El movimiento estudiantil necesita de todos nosotros y todos necesitamos al movimiento estudiantil. Después de tres décadas vergonzosas, es el único actor político del país que ha defendido el derecho a la educación de manera real y profunda, oponiéndose resueltamente a los que promovieron explícitamente su destrucción y también a los que no sólo la toleraron, sino que contribuyeron a profundizarla en todos sus aspectos. Se opone a los que convirtieron la educación superior en un negocio, incluso en las universidades públicas, a los que destruyeron la educación municipal por la vía de subvencionar de manera preferencial a los empresarios privados, a los que prolongaron por omisión la vieja costumbre corrupta de financiar con dinero de todos los chilenos proyectos ideológicos particulares, sólo porque coinciden con los de las elites dominantes.

Pero también, este movimiento estudiantil, afirmado en la radicalidad de los estudiantes secundarios que lo precedieron y lo sostienen hasta hoy, es el único actor político masivo en lucha que ha desafiado de manera importante al gran acuerdo que amarra a todos los chilenos al modelo neoliberal, llevado a todos los rincones del quehacer nacional. Ha desafiado al gran compromiso que ha hecho posible, sobre todo en los últimos veinte años, la desnacionalización del cobre, el robo masivo que perpetran las AFPs con los fondos de todos los trabajadores, la avidez sin límites de la banca y del retail, la entrega de los bosques y semillas, de la pesca, la avidez depredadora de los grandes empresarios transnacionales.

Las peticiones de fondo esgrimidas por los estudiantes ponen en duda, punto por punto, cada uno de los aspectos del modelo levantado sobre este compromiso político y politiquero entre una derecha extremadamente liberal y mercantilista -y a la vez oscuramente católica y conservadora- y una «centro izquierda», en la que se cuenta incluso, para vergüenza de todos, el propio partido de Salvador Allende, que prometió el arcoiris y la democracia, y que no ha hecho sino entregarse a la corrupción galopante, gobernando de manera directa y explícita para los grandes empresarios.

La extrema precarización del trabajo, cuyo efecto inmediato ha sido el debilitamiento del movimiento sindical y la corrupción de los sindicatos sobrevivientes en manos de los partidos de la Concertación, ha impedido por décadas que sean los trabajadores el actor principal. A esto hay que agregar el endeudamiento masivo, que amarra a cada chileno a la sobreexplotación bajo la amenaza de no poder solventar las tarjetas de crédito que se han repartido de manera indiscriminada. Y es necesario agregar aún la insistente ideología arribista, exitista, que fomenta la apariencia, el lucimiento, los comportamientos agresivos y competitivos, que ha amarrado a los chilenos al oportunismo, al extremo individualismo y a su reverso dramático: el estrés generalizado que se disimula con antidepresivos y que se desahoga en el maltrato infantil, en la violencia intrafamiliar cotidiana.

El movimiento estudiantil ha resultado el actor protagónico en este verdadero cierre de este triple cerrojo: debilitamiento del movimiento sindical, dependencia del endeudamiento, sicologización y tratamiento meramente terapéutico del malestar social.

Es mucho lo que se juega en la viabilidad del movimiento estudiantil. Todos los que queramos una mínima apertura del horizonte político progresista en el país, a su mantención en el tiempo y, sobre todo, su apertura hacia los más amplios sectores sociales y hacia sus más amplias reivindicaciones. Se trata de una tarea difícil por varias razones. La primera es la propia transitoriedad de la lucha estudiantil, ligada por su origen a actores que se encuentran, por su etapa de vida, abocados a una ocupación transitoria. Pero esta condición no tendría por qué ser, por sí misma, un límite insuperable. En realidad se trata de un efecto que aparece debido a la excesiva (e interesada) concentración del movimiento en sus voceros, sobre todo si se los eleva a la condición de líderes. Por sobre sus líderes ocasionales, la renovación del movimiento estudiantil es permanente. Y para mantener esa vitalidad es necesario preparar muchos dirigentes, rotar de manera frecuente las vocerías, confiar y apoyar a voceros de los cursos inferiores (segundo medio, primer y segundo año universitario), desconfiar de los liderazgos inflados por los medios de comunicación y por los partidos tradicionales, a la caza de nuevos concejales o diputados.

 

Mediocridad de los partidos

 

La segunda gran dificultad es la extrema mediocridad de los partidos que, a pesar de su baja representatividad entre los estudiantes, buscan constantemente, por su lógica de cabildeo y por su política superestructural, copar las directivas, cuotear las comisiones, estar presentes en las instancias de decisión más allá de la base real que son capaces de ganar. Una mediocridad política que asume la llamada «transición» y sus «consensos» como un marco inamovible. Que subordina el resultado de todos los movimientos sociales en que logra estar presente a los eventuales resultados electorales que le puedan rendir en el futuro inmediato, en un permanente carnaval de falsedad democrática en que hay elecciones nacionales (y oscuras negociaciones para prepararlas) prácticamente cada dos años. Una mediocridad que se expresa en la falta de ambición de los objetivos reales, que se disfraza a través de retóricas ampulosas que no sustentan sino reivindicaciones genéricas y vagas. Que se expresa en creerse el cuento del marketing político, es decir, de que la política sólo es viable a través de las técnicas de mercado electoral, que han convertido en lugares comunes los opinólogos y supuestos «expertos» en análisis político.

No es menor que el esfuerzo del partido de Recabarren por llegar a alianzas electorales con la Democracia Cristiana termine comprometiéndolo con los representantes directos del principal empresario educacional que hay en Chile: la Iglesia Católica y sus múltiples congregaciones. Como no es menor tampoco, y empieza a ser señalada cada vez con mayor fuerza, la responsabilidad de los partidos de Recabarren y de Salvador Allende en el empobrecimiento y el penoso papel del movimiento sindical durante los gobiernos de la Concertación, que lo han llevado a un nivel de debilidad tal, que ahora resulta difícil moverlo incluso contra la derecha declarada.

Frente a esta amplia vergüenza, atravesada por la corrupción y la cooptación, sólo es posible mantener y reforzar la actual política de rebasar desde la base estudiantil las ambigüedades y los ánimos de componenda con que se presiona permanentemente a los voceros y a los dirigentes, tanto desde el gobierno como desde las «personalidades» y caudillos de todos los sectores del espectro político establecido. Rebasar sobre todo la vaguedad, las declaraciones altisonantes y a la vez tramposas, sometidas al oprobio de la «letra chica» y la componenda.

 

Un petitorio claro

 

Y, para eso, la única forma es condensar las grandes demandas en un petitorio claro, muy concreto, identificable, que apunte a la vez a reivindicaciones urgentes y sentidas y sobre temas de fondo en la política educacional. Lo principal es precisar una y otra vez el petitorio, difundirlo, no apartarse de él, resistir su dilución en negociaciones anexas, ampliándolo sólo cuando la nueva negociación lo radicaliza, como ocurre cuando, ante el problema del financiamiento, se exige la renacionalización del cobre.

Pero también, en tercer lugar, es necesario reconocer como una dificultad permanente del movimiento estudiantil la sistemática facilidad con que deriva hacia la radicalización vacía, una radicalización que se refugia en discusiones meramente valóricas y que naufraga cíclicamente en la desilusión y el desánimo. Un radicalismo que es necesario considerar en su dimensión política, sin caer en los lugares comunes y banales de la sicologización («algo típico de la juventud») o la criminalización («se trata del lumpen»).

El asunto propiamente político es distinguir una política radical que suma, que mantiene la fuerza y la claridad de sus objetivos, de otra que resta, prestándose con facilidad para la manipulación desde los medios de comunicación. La viabilidad, la permanencia, y la posibilidad de ampliar el movimiento estudiantil convocando cada vez a más amplios sectores sociales, pasan por distinguirse y mantener una permanente crítica del vanguardismo, de una actitud política que tiende a alejar a los supuestos «elementos conscientes», que tendrían plena claridad y capacidad de decisión, de las «masas», respecto de las cuales se elevan de hecho como virtuales «representantes». Una actitud política en que se tiende a discutir mucho más, y de manera más dura, con los aliados que con los adversarios, lo que se traduce en una dramática incapacidad de establecer y mantener alianzas amplias. Ese radicalismo tiende a operar desde una retórica grandilocuente, teñida de preceptos ideológicos generales, aplicados por analogía desde realidades históricas lejanas que se consideran heroicas y ejemplares, pero no es capaz de combinar presión política y negociación consistente. No es capaz de establecer una agenda de demandas claras, que vayan desde lo inmediato a lo estratégico, confundiendo demandas con consignas, acción directa con avance, radicalidad física con fuerza política.

 

Abrir la discusión

 

Frente a esto no hay más alternativa que mantener una permanente discusión, una amplia tarea pedagógica. Ni la estigmatización ni la criminalización, apoyando las «medidas disciplinarias», o peor, armando una «policía interna» para controlar lo que la policía no quiere controlar, pueden ser respuestas válidas. Se requiere una tarea de discusión que debe apoyarse en la permanente validación de los mecanismos democráticos formales al interior del movimiento. Es necesario que las asambleas desborden y vayan más allá de los dirigentes cupulares, que no representan realmente a sus representados. Es necesario evitar a toda costa, sin embargo, que las asambleas mismas dejen de ser representativas, que operen sólo con «minorías conscientes», e impongan decisiones sobre el conjunto estudiantil que en realidad debería ser ganado por la claridad y la justicia de las demandas, compartida por todos, y no manipulado por la aparente claridad minoritaria que se mantiene más bien con actos de fuerza que desde convencimientos reales.

Para un movimiento de masas los mecanismos democráticos formales no son un detalle, ni pueden ser tratados de manera oportunista por las minorías, por muy conscientes y avanzadas que parezcan sus proposiciones. El pronunciamiento a través del voto secreto, directo, informado, que se ejerce desde un quórum que expresa a la mayoría efectiva de los interesados, es y debe ser considerado como un poderoso mecanismo para resguardar a los representados tanto de la burocratización como del vanguardismo. En contextos en que el ejercicio de la democracia directa es plenamente posible, resguardar las formalidades que den garantías efectivas a todos no es un lujo inocuo, ni una pretensión meramente ética, es una condición política necesaria, que inscribe en la forma una buena parte de los objetivos que buscamos con los contenidos de nuestras reivindicaciones. Y se trata de un asunto, además, eminentemente práctico. La cuestión no es revolverse en la viejísima discusión de si la democracia es «burguesa» o no: se trata de darle a los procedimientos democráticos el contenido participativo real, que tanto burócratas como vanguardistas escamotean sistemáticamente.

 

Perspectiva estratégica

 

Por último, es necesario decir algo en torno a la perspectiva estratégica. Por supuesto este es un conflicto que no se resolverá en el Parlamento. Desde luego se trata de peticiones que ni este gobierno ni los futuros gobiernos estarán dispuestos a asumir de manera profunda y real. El asunto entonces es perfilar con claridad qué salida esperamos, hacia qué objetivo, por sobre la institucionalidad vigente, se orientan las demandas concretas sobre educación.

Lo primero, en este ámbito, es especificar claramente contra qué apuntan todas y cada una de estas demandas. Por supuesto se trata del modelo educacional, como conjunto. Pero hay que ser más específicos: el núcleo del presente modelo educacional es el sistema de subvenciones. El objetivo estratégico, del cual no hay que separarse nunca, es terminar con las subvenciones estatales a todas las instituciones privadas, tengan o no fines de lucro. Que ni un peso del Estado vaya a parar a empresarios privados de la educación. Por supuesto hay dos medidas necesarias, urgentes, y directamente relacionadas: volcar todos esos recursos a la educación estatal, aumentar sustancialmente el gasto del Estado por sobre los recursos que se destinan actualmente. Ya se ha dicho de manera clara que este es el fondo: educación estatal gratuita para todos los chilenos, en todos los niveles, garantizada en toda la cobertura existente.

En segundo lugar, es necesario especificar desde ya que la única salida institucional posible, en los términos actuales, es un gran plebiscito nacional en torno a la educación estatal gratuita, que tenga un carácter vinculante para el Estado. Para ello es necesario demandar primero todas las reformas legales que sean necesarias. Si tales reformas legales no son posibles, se debe demandar un plebiscito nacional, organizado de manera oficial, aunque no tenga carácter vinculante.

Se trata de una larga marcha, pero no hay nada en ella que no sea posible para un pueblo que despierta lentamente de las décadas de enajenación triunfalista, que despierta lentamente de estas décadas vergonzosas de compromisos, corrupción y desnacionalización. Una larga marcha que es la tarea de todos. Volver, una y otra vez a la calle, hacerse visible, llevar la discusión a todos los sectores, sumar y empujar. ¡Adelante! ¡Adelante, que se puede!