Al parecer, los irracionales nos superan en la pavloviana esfera de los reflejos condicionados. Porque cualquier animal, pongamos por caso una vaca, un toro, se apartará de la cerca eléctrica que delimita su mundo permitido tras el primer corrientazo en la testuz o en cualquier otro espacio de su anatomía. Sin embargo, el ser humano […]
Al parecer, los irracionales nos superan en la pavloviana esfera de los reflejos condicionados. Porque cualquier animal, pongamos por caso una vaca, un toro, se apartará de la cerca eléctrica que delimita su mundo permitido tras el primer corrientazo en la testuz o en cualquier otro espacio de su anatomía. Sin embargo, el ser humano se complace en pisar el mismo guijarro, chocar con la misma piedra dos, tres, cuatro… ene número de veces.
Si no, bebamos en el ámbito factual que nos depara esta realidad paroxística de finales de 2008, principios de 2009. Espero que mi posible lector, lectora, no haya olvidado tan rápidamente al inefable George W. Bush, presidente que fue, hijo del Sistema que sigue siendo. Sí, seguro puede evocar con nitidez su pretendida pose de teleevangelista mesiánico que a la postre no atina a camuflar los aires de tonto de capirote. Pues al ex no le bastó la piedra de la hecatombe financiera, económica, desatada con sísmica fuerza durante las calendas de su segundo período de mandato, para percatarse del insoportable hedor de ese cadáver insepulto llamado dictadura del mercado.
Qué va, quien se declaró ungido por el carisma de las más íntimas pláticas con el Señor no entiende la crisis como un fracaso del «libre mercado». Por tanto, no hay que reinventar nada. Mucho cuidado con aplicar medidas proteccionistas, hijos míos. Claro, cuando aconsejaba de tal guisa a los más ricos, en festinada reunión del G-20 celebrada en noviembre, el Salvador intentaba ocultar el proteccionismo que él mismo se gastó al nacionalizar entidades financieras, para que éstas no se despeñaran, y con ellas, raudo, el ponderado capitalismo neoliberal. Se sabe: para cierta gente, el fin justifica los medios.
Ahora, en descargo del hombre -no hagamos leña del árbol yaciente- aventuremos que quizás no haya percibido que el apocalipsis está lejos de terminar y se está transformando en recesión global, como señala, adusto, don Ignacio Ramonet. Que en los últimos 30 años las crisis que tienen a los bancos y al sector inmobiliario como protagonistas son especialmente intensas, largas, profundas y dañinas para la economía real, según el Fondo Monetario Internacional, citado por nuestra fuente, y no conforme a una fantasmagórica Internacional Comunista.
Y que, ya cuando el Mesías de nuevo cuño parloteaba allá por noviembre, los efectos de la última sacudida «telúrica» se extendían por los cinco continentes. En cuestión de semanas, el real brasileño había perdido el 30 por ciento de su valor; el zloty polaco, el 22; la rupia india, el 10; el peso mexicano, el 14. Presiones similares afrontaban Indonesia, Filipinas, la República Checa, et al.
Como colofón referencial: «Los países avanzados, entre ellos España, que han recurrido a la innovación financiera para garantizar altas rentabilidades a los inversores, son los que encajan el golpe más duro. El FMI estima que la economía de esos países tendrá el avance más débil desde hace 27 años. El mundo va camino de sufrir su peor pesadilla desde 1929», inicio de la Gran Depresión.
Pero, en honor a la verdad, muchos de los apoltronados en la cúspide del stablishment -y aquí soltamos a George W, que bastantes diatribas ha aguantado, el pobre- se muestran renuentes a apreciar la vida con una lente abierta, abarcadora. Los petrifica el miedo. Miedo porque intuyen el derrumbe no sólo de un modelo económico, sino también de un estilo de gobierno; del liderazgo de USA en el planeta; de un capitalismo diseñado en el Norte para el Norte, habitáculo por excelencia de los boyardos arios, los Creso, los Midas redivivos.
Preocupaciones como el hecho de que la nueva arquitectura económica la definan ahora no exclusivamente los selectos integrantes del G-7, sino potencias reemergentes, como Rusia, o emergentes, como China, Brasil, la India, Sudáfrica, Argentina, y hasta un México mediatizado por su Tratado con EE.UU. pero con «infulas» de libertad, hacen que los capitanes del stablishment se fijen en los árboles, en detrimento del bosque.
Porque tal vez la reverdecida puja intercapitalista no represente el mayor peligro para un imperio en decadencia; configurando el riesgo más acuciante estarán los casi mil millones de seres que sufrirán hambre en el 2009, como pronostica la FAO. A no dudarlo, ese flagelo fungirá como elemento de una situación revolucionaria que ojalá encuentre a una izquierda unida doctrinal y prácticamente en son de ariete irremplazable contra quienes, tales George el ex, se solazan en chocar con la misma piedra, destinando miles de millones de dólares a apuntalar los bancos privados, verbigracia, en lugar de quitarse de encima el cortante acero de Damocles de la hambruna.
Por suerte, no todos concurrimos al convite del error repetido. No todos contribuimos a que definitivamente se enraíce la afirmación de que los irracionales nos superan en la pavloviana esfera de los reflejos condicionados.