Manifestantes ecuatorianos apoyan al pueblo venezolano. Foto Afp Quito. El austero edificio de la CONAIE hierve con centenares de delegados y delegadas de comunidades y pueblos, de barrios populares y sindicatos, para debatir los rumbos del movimiento popular después de doce días de un levantamiento que marca a fuego la historia y la vida política […]
Manifestantes ecuatorianos apoyan al pueblo venezolano. Foto Afp
Quito. El austero edificio de la CONAIE hierve con centenares de delegados y delegadas de comunidades y pueblos, de barrios populares y sindicatos, para debatir los rumbos del movimiento popular después de doce días de un levantamiento que marca a fuego la historia y la vida política del país andino.
El espacio enseña las huellas de la batalla recién concluida. Decenas de colchones apilados, cientos de botellones de agua y una infinidad de frascos de vinagre, imprescindible para combatir los efectos de los gases lacrimógenos, son testigos del fragor de los combates con los cuerpos policiales. En la entrada del edificio de tres pisos una larga fila de «parlamentarios» esperan turno para acreditarse, con una disciplina que muestra el orden comunitario de los pueblos originarios.
El parlamento fue convocado por un ampliado de la CONAIE celebrado dos días antes, con una masiva presencia de la sierra central y de los pueblos amazónicos, distinguibles por sus rostros pintados para el combate.
El punto octavo de la declaración emitida ese día señala: «Convocar a las distintas organizaciones sociales y populares de la sociedad ecuatoriana a la conformación de manera inmediata del Parlamento de los pueblos que construirá a través de una minga plurinacional una propuesta de nuevo modelo económico que asegure el sumak kawsay (buen vivir)».
Llama además a conformar asambleas populares en los territorios, para alimentar los debates del parlamento.
Un levantamiento diferente
Jorge Herrera, ex presidente de la CONAIE en los años finales del gobierno de Rafael Correa, establece las diferencias con el levantamiento de 1990, conocido como Inti Raymi (fiesta del sol) por haberse celebrado durante el solsticio de junio. «El de 1990 fue un levantamiento indígena dirigido por la CONAIE, en el que participaron de forma destacada las comunidades. El de este año fue un movilización y un levantamiento populares, de todos aquellos afectados por el capitalismo».
Herrera enfatiza la solidaridad de los jóvenes de las barriadas populares de Quito. «La juventud vino emputada a Quito por la acumulación de indignación». Alude a una nueva generación que el modelo condena a la subocupación con bajos salarios, sin futuro a la vista.
Otros hablan de la Comuna de Quito, esa realidad de casi dos semanas que tuvo su epicentro en la Casa de la Cultura, un enorme edificio circular de dos plantas rodeado de un amplio espacio verde, lindante con el parque del Arbolito, que separa el casco antiguo del centro moderno y fue uno de los espacios de los combates cuerpo a cuerpo con la policía.
«Si el levantamiento seguía uno o dos días, se caía el gobierno de Lenín Moreno», comenta Herrera, ante un grupo de jóvenes urbanos que aprueban que la CONAIE haya frenado ese proceso. Ante la pregunta de porqué no se propició la caída, la respuesta es casi unánime: el movimiento indígena y popular derribó tres gobiernos y los resultados no fueron los esperados.
En esta ocasión la caída de Moreno implicaba que asumiera su vice, Otto Sonnenholzner, «un fiel representante de los intereses de la oligarquía», explica Juan Carlos Guerra del colectivo Desde el Margen. El vice es un economista y empresario radial de origen alemán, ligado al empresariado de Guayaquil, donde reside la flor y nata del poder financiero.
«Estamos ante un acumulado de aprendizajes de casi tres décadas», sigue Guerra, que trasciende a los dirigentes y es ya patrimonio de amplias camadas de militantes indígenas y de los las organizaciones urbanas. «La lógica del movimiento consistió en tirar abajo el paquete del FMI, pero no necesariamente el gobierno», afirma ante el desconcierto de intelectuales que deseaban que los pobres pusieran los muertos para que se cumplieran sus profecías.
Parlamento de los abajos
La fila de entrada es larga y se mueve con lentitud. El primer control consiste en dejar los teléfonos en una habitación donde anotan tu nombre que adhieren al aparato. Luego hay que anotarse y te entregan un salvoconducto que pegan sobre el documento o pasaporte. Con ese papel en mano, hay que atravesar un umbral protegido por un shuar que, lanza en mano, corta el acceso. Subiendo las escaleras hay dos controles más.
Alrededor de cuatrocientas personas se acomodan en un gran semicírculo. Una mesa con los dirigentes, la mayoría amazónicos, y una enorme piedra donde arden inciensos, completan el escenario.
«Somos asambleístas serios. No como esos vagos del Parlamento», dice con cierta solemnidad Javier Vargas, presidente de la CONAIE, en la apertura del evento. Las pertenencias geográficas se expresan en la vestimenta. Plumas multicolores los amazónicos, ponchos oscuros los andinos. Blanca Chancoso, la veterana dirigente que encabezó la marcha de mujeres durante el levantamiento, pide que en las presentaciones nadie supere el minuto.
Imposible. Todas y todos quieren hablar, decir quiénes son y mentar los agravios. Estudiantes de melenas verdes, campesinos, agricultores, sindicalistas, artesanos, feministas, colectivos LGBT, además de cañeros y floricultores y hasta periodistas organizados, componen una diversidad imposible de homogeneizar.
Las demandas más potentes son contra la minería y el FMI, el paquetazo y los impuestos. Se lee el Acta Constitutiva del Parlamento Popular y se votan cuatro mesas de trabajo que deberán entregar sus propuestas el lunes, en apenas tres días: economía, trabajo, impuestos y ambiente.
La intervención más ovacionada fue la de Leonidas Iza, joven dirigente que estuvo al frente de los combates callejeros. «Que la dirección de este movimiento no quede en manos de la CONAIE», dice uno de sus máximos dirigentes. El parlamento es una minga (trabajo colectivo) que delibera. Expresa la convergencia de las y los de abajo, parida en la barricadas y en largas jornadas de dignidad colectiva.