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Una nueva ciencia política ante la problemática del Estado-Nación

Fuentes: Taller de Ciencia Política de la Habana

En la actualidad es un lugar común, en el discurso de gran parte de la politología contemporánea, dar como un hecho inevitable la total desaparición -al menos en su forma actual- o un «redimensionamiento» del llamado Estado nacional o Estado-nación, en momento impredecible pero no lejano del siglo que apenas acaba de comenzar. Es más, […]

En la actualidad es un lugar común, en el discurso de gran parte de la politología contemporánea, dar como un hecho inevitable la total desaparición -al menos en su forma actual- o un «redimensionamiento» del llamado Estado nacional o Estado-nación, en momento impredecible pero no lejano del siglo que apenas acaba de comenzar. Es más, para muchos, el proceso ya se ha iniciado. Dos, son las razones fundamentales que se esgrimen para fundamentar el supuesto.

Una de ellas, desde la economía, el empuje con que se expande la llamada «globalización» -una manipulación selectiva de la mundialización en provecho propio por parte de las principales tendencias del gran capitalismo neoliberal- que serviría como base para establecer una forma «no nacional» de organización política planetaria, que sustituiría «desde arriba» el sistema actual de estructuración mundial en Estados.

Sirva de ejemplo el siguiente vaticinio de hace una década sobre dicha nueva organización política: «No existirán productos ni tecnologías nacionales , ni siquiera industrias nacionales . Ya no habrá economías nacionales, al menos tal como concebimos hoy la idea. Lo único que persistirá dentro de las fronteras nacionales será la población que compone un país. Los bienes fundamentales de una nación serán la capacidad y destreza de sus ciudadanos. La principal misión política de una nación consistirá en manejarse con las fuerzas centrífugas de la economía mundial que romperán las ataduras que mantienen unidos a los ciudadanos -concediendo cada vez más prosperidad a los más capacitados y diestros, mientras los menos capacitados quedarán relegados a un más bajo nivel de vida». (Reich, R. B., 1993)

La segunda razón, aducida desde la ideología, es el auge de neo-identidades que, en la opinión de algunos especialistas, fraccionarían «desde dentro» y «desde fuera» cada Estado nacional, para -mediante la toma del poder por cualquier medio (incluyendo la violencia extrema)- dar respuesta a todo tipo de reivindicación encaminada a constituir nuevas comunidades políticas que permitan el reagrupamiento de poblaciones con una misma o afín identidad en su real o supuesto territorio «histórico».

Merece la pena reflexionar sobre un criterio expuesto en este sentido en fecha más cercana: «La época actual se caracteriza por un despertar, o nuevo despertar, de identidades e identificaciones sociales colectivas totalmente diferentes de las definidas por la pertenencia a un Estado-nación o a una clase social. El regionalismo, la afirmación lingüística y cultural, las lealtades tribales o étnicas, la devoción a un grupo religioso, la unión a una comunidad local, son algunas de las múltiples formas en que se manifiesta este despertar (…) Constituyen un importante aspecto de la crisis del Estado, y más concretamente del Estado-nación, con independencia del concepto de nación que se considere». (Amin, Samir, 1999).

El autor prefiere concentrarse en este trabajo -por razones de espacio- en la primera de las razones. Y antes de continuar, considera conveniente precisar el sentido con que utiliza los términos Estado y Nación. Respecto al primero, el autor parte de la concepción filosófica del marxismo, que aunque expresada de maneras diversas por clásicos y contemporáneos remite a una misma esencia, que puede sintetizarse como el proceso histórico y el resultado de la organización política de la población de una comunidad en un territorio, en función de los intereses económicos de una parte de ella que los impone a todos mediante el ejercicio del poder, coercitiva y hegemónicamente.

Dado que aún cuando sobre el concepto filosófico de Estado existen diversas y conocidas teorías y definiciones; y como el autor ha expresado su afiliación a una de ellas, no es necesario insistir en el tema, pues no es aquí donde radica el problema. La cuestión estriba en que -a partir de una u otra concepción filosófica-, se han elaborado caracterizaciones de distintos tipos de Estado desde la teoría política. Y como no se trata tampoco de hacer aquí un recuento de tipologías estatales ni de sus formas de gobierno, en este trabajo el autor se referirá sólo al llamado Estado moderno -originado en Europa Occidental durante la Alta Edad media y expandido al resto del mundo donde constituye en la actualidad el referente generalizado-, que caracteriza operacional y sucintamente con algunos de sus aspectos particulares relevantes de la manera siguiente:

Es aquel donde, quedan subordinadas la estructuras de poder a una autoridad única y central; se establecen fronteras políticas definidas y únicas para todo el territorio, a partir de la suma (por concertación o enfrentamiento) de los límites externos de los poderes subordinados; se constituye un centro jerarquizado de asentamiento de dicha autoridad en una ciudad-capital del territorio y se traspasan todas o parte de las atribuciones locales al poder centralizado; se crea un ejército profesional (incluso mercenario) , al cual se da primacía para la defensa; crece y se estructura un aparato de funcionarios públicos, pagados e independientes de otros vínculos, para garantizar las gestiones estatales (incluyendo las funciones judiciales y policiales); se incrementa la tendencia a la separación entre poder público y privado; se generaliza el libre movimiento de la población dentro de las fronteras del nuevo Estado; desaparece la identificación del poder político y la jerarquía eclesiástica religiosa o ésta se subordina a aquel: y se produce una nueva correlación entre la ciudad y el campo (reurbanización del espacio rural) en función de la expansión socio-económica del régimen.

En cuanto al término Nación -para no hacer una innecesaria digresión sobre el largo y complejo debate que viene originando desde hace dos siglos su no consensuada definición científica-, se utilizará una versión resumida de la categoría operacional elaborada por el autor como parte de otra investigación anterior sobre el tema.
Según esa versión, «Nación es el grupo humano estable, originado y en conformación histórica en un territorio propio; a partir de procesos étnicos, socioclasistas y culturales, complejos, endógenos y simultáneos, sobredeterminados por, e interactuante con un régimen económico único. Su surgimiento se denota por la densidad cultural-informativa que se vuelve masiva, vinculada a la aparición de una lengua de comunicación y una literatura comunes. Es condición sine cuan non el reconocimiento entre sus miembros de un origen común (cierto o mítico), comparte recuerdos históricos y expresa su autoconciencia a través de una autodenominación o «etnónimo» Presenta, como tendencia histórica, en todos o en parte de sus miembros -en tanto integrantes de la estructura socio-clasista de la comunidad-la aspiración, especialmente fortalecida por su autoconciencia nacional, a determinar su organización socio-territorial, incluyendo un Estado propio. (Cristóbal, A., 2001)

Al respecto, sociólogos y etnólogos coinciden hoy en día en el criterio de que la organización básica de todo grupo o comunidad humana tiene un carácter étno-social, independientemente de que posean estructuración política propia o no, y que aquellas comunidades donde se alcanza un desarrollo propicio en tal sentido, se caracterizan por ese conjunto de aspectos que, aunque no siempre se encuentren en su totalidad en un mismo caso y aún cuando ellos se articulen de diversas maneras -en dependencia de múltiples factores-, conforman un sistema universal en permanente transformación, del que constituye siempre piedra angular la propia identidad.
En cambio, por lo general los politólogos sólo conocen e identifican como exponentes de interés de ese sistema étno-social descrito por otras ciencias sociales,algunos estadios concretos (a los que no siempre llegan en su devenir histórico todas las comunidades humanas y que son, precisamente, los denominados nacionalidad y nación), probablemente en razón de que es en ellos donde se manifiesta con su mayor fuerza el ordenamiento político de la comunidad.

De tal manera, al analizar problemas de índole política como el esbozado al inicio de este trabajo y referido al papel del llamado Estado-nación en la estructuración macropolitica del planeta en el presente siglo, muchos politólogos extrapolan dichos términos fuera de su contexto científico específico (sin transformarlos en categorías propias de la ciencia política) y construyen definiciones arbitrarias para fundamentar sus propias teorías políticas, útiles -por supuesto- en otros muchos sentidos

Es sobre esa base reduccionista, que gran parte de los especialistas políticos han consensuado el criterio de que en la actualidad el conjunto de las comunidades humanas con ordenamiento político propio en el planeta son del tipo Estado-nación y queconstituyen un entramado universal. Sin embargo, un prestigioso investigador dedicado al tema, ha advertido al respecto que «según cálculos aproximados (…), a principios de los años setenta solamente un diez por ciento (*) de los Estados podrían afirmar que eran auténticos …», es decir, aquellos en los que -en afortunada formulación sintética- «los límites fronterizos del Estado coincidían con los de la nación y que la totalidad de la población del Estado compartía una sola cultura étnica» (Smith, A., 1997)

Cómo, cuándo y por qué se ha originado entonces esa denominación contradictoria, común a las ciencias sociales contemporáneas, que integra dos fenómenos diferentes en una sola unidad interactiva y que posee una importante carga de ambigüedad y subjetivismo en su aprehensión científica. En realidad, hasta ahora el término Estado-nación no es un concepto ni una categoría científicamente elaborada, sino la descripción empírica de algunos aspectos que caracterizan un momento específico y no universal del Estado como fenómeno político. Puesto que si lo que caracteriza al Estado-nación como tipoes la existencia de un organismo étno-social único con un ordenamiento político propio, resulta evidente que la mayor parte de los Estados contemporáneos no lo son, especialmente fuera de Europa y los Estados Unidos.

Resultaría muy extenso -y no es el objeto de este trabajo- hacer el registro histórico, no de la denominación ni de las diversas ideas que ha suscitado aquella, sino del fenómeno mismo. Pero resulta indispensable puntualizar algunas cuestiones.

Fue en el momento de la construcción del Estado Moderno, en la búsqueda de una identidad colectiva que sustituyese la que hasta entonces ofreciera la religión a los Estados feudales, cuando los ideólogos políticos de repúblicas y monarquías intuyeron la posibilidad que en tal sentido brindaba la existencia universal de la identidad etno-social en toda comunidad humana, para manipular a través de ella los comportamientos de la población.
.Ese inicio estuvo condicionado naturalmente por las especificidades de toda índole de la Europa Occidental de entonces (primero en las ciudades-estado, después en su adaptación a las nuevas monarquías territoriales de Inglaterra, Francia y España), por lo que el «modelo» del Estado «moderno» fue una construcción teórica y práctica que sólo corresponde en realidad a esas circunstancias. Pero también descubrieron tales sectores dominantes y sus representantes ideológicos que, desde el poder centralizado que brindaba el moderno Estado que construían, a través de la coerción («fusionando» comunidades etno-sociales diferentes) y diversas acciones hegemónicas (fortaleciendo la autoconciencia identitaria de «su población nacional», así creada), era posible alcanzar mayores niveles de homogeneización de .la comunidad o comunidades insertas en las nuevas fronteras territoriales.

Con posterioridad, a partir de la efectiva toma del poder por la burguesía, se produjeron en otros momentos históricos, «oleadas» del capitalismo constituido en «sistema en expansión», que extendió la construcción de supuestos Estados modernos en circunstancias absolutamente diferentes, ya como parte del instrumental de dominación política colonial y post-colonial de las principales potencias en territorios de lo que consideraban su periferia. Se repetía así, a nivel de todo el sistema, el mismo proceso de concentración jerárquica vertical iniciado por algunas monarquías europeas del siglo XV con sus Estados-nación.

En realidad, lo que ocurrió en una parte sustancial de ese proceso, fue el amalgamiento o el desmembramiento -mediante acciones de violencia que originaron verdaderos genocidios y etnocidios, conscientemente o no- de comunidades humanas en diversos grados de desarrollo etno-social, tales como unidades étnicas, tribus, federaciones tribales, nacionalidades, naciones y agrupamientos macroétnicos, entre otras.

Es cierto que el proceso político afectó internamente también a los tres Estados europeos donde se originó (En Francia, con la eliminación del país de la lengua de Oc, cuyos remanentes actualmente son denominados Occitania, en el Midi francés, la conocida civilización Provenzal que se extendía a Cataluña e Italia por el sur; en Gran Bretaña con la preeminencia de los anglosajones en el conjunto de los habitantes de las islas y de cuyos enfrentamientos se hace derivar en la actualidad el conflicto irlandés; en España, sin lograr siquiera aplastar en su totalidad a los «gallegos» ni eliminar a las «naciones políticas» ya existentes en el País Vasco y en territorios de lo que constituía la Corona de Aragón). E incluso a su propia «periferia» (los pueblos eslavos del este, los asentados en la península balcánica, algunas comunidades nórdicas) reconstruyendo el mapa del continente.

Pero fue después, con toda la fuerza del sistema económico-social capitalista y a través de los instrumentos del poder político de los Estados ya constituidos y devenidos potencias mundiales, que el modelo de «Estado-nación» fue impuesto en América. África, Asia y Oceanía con diversos métodos de conquista y colonización, reproduciendo el «modelo» europeo en algunos casos (monárquico-imperial primero, republicano después) mediante poblamientos masivos desde dicho continente y gracias a la aplicación de la fuerza pura y simple sobre los pueblos autóctonos (conformando en la mayoría de los casos simples colonias y, en el mejor de ellos, protectorados) En otro sentido, el proceso de descolonización del siglo XX, obligó a dichas potencias europeas a «desmontar» su sistema colonial, por lo que en la mayoría de los casos, de nuevo se aplicó el «modelo» de Estado moderno sobre las viejas y arbitrarias divisiones territoriales establecidas a sangre y fuego por los colonizadores en sus guerras de conquista imperial. Y para completar la obra, dichas comunidades políticas fueron denominadas también «Estado-nación».

El tiempo transcurrido desde entonces y los acontecimientos mundiales de toda índole que lo caracterizan desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial, han originado la obsolescencia del sistema de Estados así construido a partir de los tratados de Westfalia (1648). Es necesario tener en cuenta que el Estado moderno en su expresión capitalista posee la cualidad de tender a homogeneizar la población que involucra dentro de sus fronteras, razón entre otras, por la cual, las comunidades etno-sociales marginadas y no amalgamadas en la «nación política», reivindican sus derechos a la autodeterminación política. Por otra parte, aquellas comunidades etno-sociales que quedaron divididas políticamente entre Estados diferentes, expresan su derecho a la reunificación. Es esta una de las causas del neo-nacionalismo (y otras tendencias que -para sorpresa de muchos- irrumpe con fuerza en el escenario mundial).

En este mismo sentido, las principales tendencias de la globalización neoliberal establece pautas de unificación -en respuesta a necesidades de las fuerzas económicas del mercado mundial y a través de las nuevas tecnologías, especialmente en el ámbito de la comunicación y la información- que obliga a todos los Estados del planeta a asociarse de una u otra manera, en formas supraestatales y transnacionales, para reducir o evitar su desaparición absoluta como entes políticos.

De ahí que el dilema esbozado al inicio, que implica la desaparición del «Estado-nacional» es reflejo de un reduccionismo teórico, asentado en ocasiones en el manejo tendencioso y no científico de la verdadera esencia del problema. Por lo expuesto hasta ahora, es evidente para el autor, que no se trata de la desaparición del llamado «Estado nación», ni de la identidad nacional como paradigma unificador de la población integrada en una comunidad etno-social con estructura política propia o no.

De lo que se trata es del intento de eliminación de la forma capitalista del actual Estado moderno para ser sustituida por otra que permita una nueva ascensión en la espiral del poder absoluto que el capitalismo como sistema mundial pretende alcanzar para satisfacer sus nuevas necesidades de desarrollo desigual y expansivo.

Lo que se propone, una vez más, es la desaparición de las fronteras de cada Estado y la homogeneización aculturadora de sus poblaciones -ausentes de un poder político propio-, es decir, una manipulación tendenciosa en provecho de intereses de los centros de poder del norte industrial capitalista y a costa del natural proceso de desarrollo etno-social y político de los pueblos de la «periferia» (sea esta geográfica, al sur y al este o económico-social en todas partes, incluso en los propios Estados Unidos, fuerza rectora de todo el proceso)

Queda pues, para otra ocasión, analizar la razón de ese auge de movimientos y fuerzas que desde «abajo» se proponen redimensionar el Estado-nación, y que -indudablemente- se encuentra de manera orgánica vinculado al anteriormente esbozado.

¿Puede existir reticencia por parte de los politólogos a abordar un tema como éste, en el que -necesariamente- debe acudirse al resultado obtenido por otras ciencias constituídas que tienen como objeto de estudio los problemas étnicos y especialmente los de carácter nacional (sociología, etnología, antropología, historia, cultorología) para desentrañar desde la política la esencia de un tipo de Estado que constituye en la actualidad el principal referente de su disciplina, aun cuando deba comenzar por describirlo?

Es cierto que «La etapa puramente descriptiva de la ciencia ha sido superada, se ha impuesto paulatinamente la explicativa y aún la pronosticadora; pero su objeto no puede liberarse de la descripción (…) las etapas por las que ha transcurrido la disciplina, en la cual la descripción que permitió la enumeración de los diversos campos de trabajo, no se ha eliminado, ni puede hacerse, ante las aceleradamente cambiantes situaciones del mundo actual.» (Fung, T. 1998)
Ya en su momento, reflexionando desde la teoría política ( y tomando como punto de referencia nada menos que a Maquiavelo), uno de los más importantes marxistas del pasado siglo expresaba: «La gran política abarca las cuestiones conectadas con la fundación de nuevos Estados y con la lucha por la defensa y conservación de una determinada estructura social política» (Gramsci, A. 1997) Y el proceso de creación, modificación y desaparición del «Estado nación», constituye por derecho propio objeto de estudio para los politólogos.

En resumen, en las actuales circunstancias, esta problemática plantea al politólogo numerosas incógnitas entre las que se destacan: la caracterización del Estado-nación como categoría política.; el análisis de las causas del resurgimiento del neo-nacionalismo y otras corrientes políticas contemporáneas concomitantes con el «redimensionamieto» del Estado-nación; una valoración sobre el sistema internacional contemporáneo de Estados, en su relación con las corrientes políticas anti-Estado nacional en el ámbito de sus funciones descriptivas y explicativas. Y una visión de los posibles escenarios que sustituirían el actual en tal sentido, como parte de su función pronosticadora
Es por eso que, los politólogos de una nueva Ciencia Política (especialmente si ésta se origina en las «periferias», o al menos, si vuelven su interés profesional sobre ellas, donde quiera que se origine), no puede dar espaldas a la necesidad transdiciplinaria que el mundo actual impone a la ciencia; no puede continuar utilizando criterios del empirismo del siglo XIX -valiosos pero sobrepasados por el conocimiento actual-; no puede dejarse arrastrar por los, indudablemente importantes, aportes de la Ciencia Política occidental del siglo XX (nuevo empirismo volcado sólo sobre lo mensurable del acontecer de la democracia burguesa), ni la vulgarización de las grandes transnacionales de la información y otros medios.

Y no puede desconocer los cambios cualitativos de las ciencias sociales que se ven abocadas al estudio de una humanidad diferente que requiere, ahora, del conjunto de los conocimientos adquiridos sobre ella por todos los cientistas sociales, para contribuir a su lucha por alcanzar en el territorio común el poder que permita organizar un mundo mejor para todos.

REFERENCIAS.

.AMIN, SAMIR (2001): El capitalismo en la era de la globalización, Edit. Paidos (Estado y Sociedad), Barcelona/ Buenos Aires. Pag.75
.CRISTÓBAL, ARMANDO (2001): Dimensión política en el origen del Estado-nación en territorio occidental de Europa en el siglo XV, Tesis doctoral inédita), Fondos bibliográficos de la Fac. Historia y Filosofóia, Universidad de La Habana.
.FUNG, TALÍA (1998): Reflexiones Y metareflexiones políticas, Edit. Félix Varela, La Habana (Pag. 68)
.GRAMSCI, ANTONIO (1997): Gramsci Y la filosofía de la praxis, Edit. Ciencias Sociales (Col. Filosofía), La Habana. Pag. 68.
.REICH, ROBERT B. (1993): El trabajo de las naciones. Hacia el capitalismo del siglo XXI, Javier Vergara Editor S.A., Argentina. Pag. 13
.SMITH, ANTHONY (1997): La identidad nacional, Editorial Trama, Madrid. Pag. 13

Fuente: http://www.globaljusticecenter.org/articles/estado-nacio.html