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¿Una nueva derecha?

Fuentes: Rebelión

Leerse como lo que es: un conjunto de dudas, interrogaciones, anotaciones, sospechas; tentativas de un plan de trabajo inacabado.

 

 

1. Tal vez sea cierto que una nueva derecha sólo sea concebible como el opuesto de algo que merezca llamarse nueva izquierda. Pero hasta la «nueva» izquierda se ha convertido en una vieja fórmula. Y no nos interesan las viejas fórmulas.

Nos interesan, eso sí, las izquierdas que aquí y allá, más temprano que tarde, se distinguieron por su crítica de la falsa dialéctica que obligaba a optar entre capitalismo o socialismo estalinista. Nos reconocemos en la larga y vieja tradición que se remonta a Trotsky, y aún al Lenin de la Carta al Congreso http://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1920s/testamento.htm («El camarada Stalin, llegado a Secretario General, ha concentrado en sus manos un poder inmenso, y no estoy seguro que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia»), y más atrás, a la luminosa y fundamental Rosa Luxemburgo de La revolución rusa , texto en el que polemiza con Lenin, y en el que señala las tensiones que atraviesan la experiencia soviética desde sus inicios: «El sistema social socialista sólo será y sólo puede ser un producto histórico, nacido de la escuela misma de la experiencia, en la hora de la realización, del devenir de la historia viva, la cual… tiene la buena costumbre de producir junto a una necesidad social real siempre también los medios para su satisfacción, a la par que las tareas también las soluciones. Planteadas las cosas en estos términos, está claro que el socialismo no puede imponerse… Como premisa del socialismo hay una serie de medidas de fuerza… Lo negativo, el derribo, puede hacerse por decreto. La construcción, lo positivo, no. Tierra virgen. Mil problemas. Sólo la experiencia puede corregir y abrir nuevos caminos. Sólo una vida en ebullición sin trabas encuentra mil formas nuevas, improvisaciones, emana fuerza creadora, corrige ella misma todos los errores. La vida pública de los estados en los que la libertad está limitada es tan estrecha, tan pobre, tan esquemática, tan estéril, precisamente porque al suprimir la democracia se clausura la fuente viva de toda riqueza y de todo progreso espiritual… Igual que políticamente, también económica y socialmente. Las masas populares en su conjunto deben participar. En caso contrario, el socialismo se decreta, se impone desde la mesa de gabinete de una docena de intelectuales».

 

Sobre estas reflexiones de Rosa Luxemburgo analizaba Toni Negri en El poder constituyente: «En el difícil juego entre movimiento de las masas e iniciativa del partido toma ventaja el partido: esta superdeterminación del partido respecto a las masas significa la derrota de la democracia y la afirmación de una gestión dictatorial y burocrática».

 

El futuro del «socialismo del siglo XXI» se definirá en ese «difícil juego». ¿Cómo va el juego?

 

2. Uno de los rasgos característicos de una nueva derecha venezolana sería su apropiación del discurso antifascista y antitotalitario. A la vez, una de sus principales falencias sería su casi absoluta dependencia del uso de las analogías históricas: una y otra vez sus portavoces anuncian haber descubierto, por ejemplo, puntos de coincidencia inocultables entre Hitler y Chávez, entre el nazismo y el chavismo. A ellos se refería Walter Benjamín cuando afirmaba: andan «en el pasado como en un desván de trastos, hurgando entre ejemplos y analogías». Manuel Caballero es un verdadero experto en estos asuntos. Lo hace a menudo desde su columna semanal en el diario El Universal. No pudo evitar hacerlo a propósito de su incorporación como individuo de número de la Academia Nacional de la Historia, en 2005.

En su discurso , don Caballero recordó cómo en la Italia de Mussolini se «convirtió la celebración del centenario de la muerte del Libertador también en ocasión de propaganda del régimen. Donde no faltó la exaltación del duce latinoamericano, el césar democrático, genio de la latinidad y Fascista avant la lettre. De modo que no es sólo en Venezuela o en América Latina donde se ha utilizado la figura del Libertador como instrumento de legitimación política del autoritarismo». Nos recordó también que el afán por «abolir la historia» no es exclusivo ni original de «los venezolanos», sino que «se trata de una invención de los regímenes totalitarios, pero muy en especial del fascismo alemán». Y ponía un ejemplo: «En su condición de ocupante de la Francia vencida, Hermann Goering lo expresaba así en 1940: ‘Se debe borrar el año 1789 de la historia'». Acto seguido citaba a Alfred Rosenberg: «Toda la historia de un pueblo se resume en su primer mito». Y a continuación de nuevo la analogía: «Es decir que toda la historia de un pueblo, y más aún, de toda la humanidad, no es más que un monstruoso accidente interpuesto entre la parusía de dos mitos. En el caso alemán, entre Sigfrido y Hitler; en el venezolano, entre Bolívar y quienquiera que pretenda vestir las ropas del sucesor, del profeta, de la reencarnación del mito».

 

La ventaja, si así puede llamársele, o más bien la trampa que se esconde tras este ejercicio intelectual, es que el aventajado se exime de toda explicación: en ningún momento nos explica en qué consiste el totalitarismo del régimen chavista. Al contrario, debemos acostumbrarnos a cierta lógica expositiva del tipo: Chávez es autoritario y fascista porque utiliza a Bolívar para legitimarse políticamente, *como* lo hizo Mussolini; o bien: Chávez es autoritario y fascista porque pretende abolir la historia, «como» lo hizo Goering; o ésta otra: Chávez es «como» Hitler, porque nadie más que Bolívar puede ser «como» Sigfrido. Al final de su discurso, y refiriéndose a un relato de Par Lagerkvist, concluye don Caballero: «Pocas veces hemos leído una sátira más certera sobre lo que el fascismo, en especial el alemán, llegó a hacer con su pueblo; pocas veces hemos visto descrito con más vivos colores la empresa que todo fascismo, todo totalitarismo, todo militarismo, emprende con su pueblo: reducirlo al estado de niñez mental. Acríticos, sumisos si bien llorones, obedientes al Padre Protector, crueles y despiadados». De lo que se desprende que el pueblo chavista se encuentra reducido, «como» el alemán, al estado de niñez mental: sumiso, despiadado, etcétera.

 

Así es muy fácil declararse «antifascista» y «antitotalitario», suponiendo como un hecho consumado, más allá de toda verificación, precisamente aquello que hay que explicar: al margen de toda abstracción y generalización, ¿qué sería lo específicamente fascista del chavismo? ¿O acaso el uso y abuso del apelativo se corresponderá, como puede sospecharse, con una empresa intelectual orientada a la negación radical de cualquier singularidad y potencialidad revolucionarias del chavismo, y a su inscripción arbitraria en la mediocre regularidad de los regímenes antidemocráticos? Imposible no recordar al Jean Pierre Faye de «La crítica del lenguaje y su economía», que relee incrédulo los desatinos en que incurre Hannah Arendt en «Los orígenes del totalitarismo»: «Para Hannah Arendt la comparación Hitler-Stalin se extiende por contagio a un perpetuo paralelo nazismo-bolchevismo. Desde la tercera página de su libro, en la edición francesa, nos topamos con formulaciones como ésta: «Es comprensible que un nazi o un bolchevique…» Esa retórica prosigue sin descanso. Su consecuencia lógica es dejar entender por repetición que los hombres «antes» de Hitler eran semejantes a los hombres de «antes» de Stalin… ¿Por qué no un paralelo entre Hinderburg y Lenin, entre Röhm y Trotsky? Pero, precisamente, se llega a ello. El capítulo sobre «El totalitarismo en el poder» se abre con la serie de los siguientes equívocos: «Encontramos en el slogan de Trostsky: revolución permanente, la caracterización más adecuada»… ¿De qué? «De la forma de gobierno que engendraron los dos movimientos»; o sea, bolchevismo y nazismo, desde luego. Y se desemboca en esta enormidad: «En lugar del concepto bolchevique de revolución permanente, encontramos la noción de selección racial, que nunca conocerá tregua» (!)» (Faye no puede más que exclamar).

 

Una «enormidad» es una de las secciones que puede encontrarse en la página web soberanía.org , intitulada sugerentemente «Crónicas del fascismo en Venezuela» . Siguiendo un procedimiento muy similar al empleado por Manuel Caballero, uno de sus más activos colaboradores, José Rafael López Padrino, dedica su puntual esfuerzo a denunciar ante el mundo que en Venezuela impera un «socialismo fascista». Lo curioso es lo que se experimenta al leer varios artículos de López Padrino: los efectos secundarios del lenguaje profundamente violento del mismo autor y su impresionante despliegue de pasiones tristes. En lugar de encontrar una explicación de lo que sería este «socialismo fascista» debemos conformarnos con esa violencia que se despliega frente a nuestros ojos, y que se suponía el objeto de la crítica (la violencia fascista, entiéndase). López Padrino no se dirige a la cabeza del lector: golpea directamente en su estómago. Más que hilvanar ideas, acumula insultos. No suscita el ejercicio reflexivo, incita al desprecio. ¿Será éste uno de los rasgos distintivos de la nueva derecha?

 

Cosa curiosa: los artículos reunidos en «Crónicas del fascismo…» se desplazan de la temática «Bush es «como» Hitler» (De Hitler a Bush, La familia Bush y la Alemania nazi , La familia Bush financió a Adolfo Hitler , etc.) a la que ya hemos visto: «Chávez es «como» Hitler». Los artículos que giran en torno a la primera temática fueron publicados por los administradores de soberania.org a partir de febrero de 2003, y con ellos inauguraron la sección. En algunos casos son artículos previamente publicados en «Indymedia Colombia» o «Granma Internacional». Allí puede leerse a un Samir Amin («Hoy, EEUU está gobernado por una junta de criminales de guerra que llegaron al poder a través de una especie de golpe [de Estado]. Aquel golpe pudo haber estado precedido por unas (dudosas) elecciones: pero no debemos olvidar que Hitler fue igualmente un político elegido. En esta analogía, el 11 de septiembre cumple la función del ‘incendio del Reichstag'»); o a una Gloria Gaitán («Bush, el Hitler del siglo XXI»). El desplazamiento temático no se produce sino hasta 2006. En todo 2005 sólo es publicado un artículo del argentino Emilio J. Cárdenas (quien entre 1992 y 1996 fuera embajador y representante permanente de su país ante las Naciones Unidas. Más interesante aún: Cárdenas fue representante personal del Secretario General de Naciones Unidas en Irak, donde negoció con el régimen de Saddam Hussein asuntos concernientes a las «armas de destrucción masiva»). En éste se lee: «Algunos políticos de tendencia autoritaria parecen empeñados en crear sus propios ‘grupos de choque’ para tener el espacio público bajo control. La moda se extiende por toda América Latina y otras partes del mundo… La idea… no es nueva, si recordamos la historia de Roma, o la del ‘nazismo’, o la del fascismo, o la del ‘comunismo’… Ellos actúan abiertamente, protegidos y hasta apañados por las fuerzas policiales. En visible coordinación con ellas. Violentamente, como cabe suponer. O como fuera también el caso de los llamados ‘grupos bolivarianos’, en Venezuela». Justo a esta altura los administradores de soberania.org incorporan, convenientemente, una foto de Lina Ron.

 

Queda pendiente responder: ¿qué sucede entre 2003 y 2005? ¿Qué acontecimientos políticos, económicos y sociales se producen en Venezuela durante estos años, y que a su vez estarían en el origen de semejante desplazamiento discursivo, de tan pronunciado envilecimiento del lenguaje? ¿Este desplazamiento del discurso guarda relación con la eventual radicalización del discurso chavista? ¿Es posible encontrar en la nueva derecha resabios de una izquierda que, en algún punto, decidió no seguir acompañando el proyecto político chavista? Por último, la pregunta más obvia de todas: ¿este giro que es posible identificar claramente en soberania.orgsería realmente representativo de un giro discursivo de mayor envergadura, ese que permitiría rastrear la aparición de una nueva derecha?

Pero volviendo: si bien no aparece en 2006, durante este año el discurso antifascista y antitotalitario de la oposición venezolana interviene públicamente con inusitada fuerza, se reproduce geométricamente y se consolida. Por ejemplo, es de comienzos de este años el artículo de Fernando Mires http://www.soberania.org/Articulos/articulo_2122.htm> en el que nos advertía: «En América Latina, lamentablemente, algunos intelectuales todavía no saben distinguir (como ya ocurrió con los intelectuales europeos de los años treinta) entre lo que un gobernante dice que es y lo que es… Chávez y el chavismo… no son de izquierda. Si alguien ha leído relatos de los primeros años del fascismo en Italia no se sorprenderá si los encuentra de nuevo en Venezuela». Asimismo, Heinz Sonntag nos explicaba que la evidencia de que padecemos un régimen totalitario es «la exhibición de la arrogancia» de Chávez: «Todavía no hemos llegado al perfecto Estado totalitario… Pero estamos acercándonos día tras día… Uno de los instrumentos mediante los cuales se amolda al pueblo al Estado de sumisión y de obediencia anticipada que es la condición socio-psicológica del totalitarismo es la exhibición de la arrogancia, esto es: del poder en su forma más cruda».

De 2006 es una entrevista que le realizara Rafael Osío Cabrices (el mismo que se rindiera a los pies del coronel Pedro Soto, en la tristemente célebre edición de la revista Primicia , del 18 de febrero de 2002) a Heinz Sonntag, y cuyo título ya lo dice todo: «El fascismo de los años treinta ha vuelto en una edición más moderna http://www.soberania.org/Articulos/articulo_2102.htm . El encuentro tiene como pretexto el lanzamiento oficial del «Observatorio Espacio Antitotalitario Hannah Arendt», que reúne (escribe Osío Cabrices) a «un conjunto de intelectuales venezolanos -incluyendo en el grupo a dos que nacieron nada menos que en Alemania-» y para los cuales «aquí el fascista es el gobierno de Chávez». Nótese el alcance del abuso del lenguaje «antitotalitario»: quien nos ilustra es «nada menos que» un alemán. Y a quien se rinde homenaje, y en nombre de la cual se realiza la denuncia del totalitarismo chavista, es a una judía: Hannah Arendt. Éste no es un detalle sin relevancia. Ya lo decía Faye, refiriéndose a «Los orígenes del totalitarismo»: «Si hay un libro del que no me gustaría hablar es el de Hannah Arendt… La razón de más peso… es… ésta: Hannah Arendt es una emigrada alemana que a los diecinueve años escapó del exterminio. Sólo esto, aparte de la amplitud de su obra, me merece respeto. Pues, nunca perdamos ocasión de repetirlo, «todos somos judíos alemanes». Continúa Osío Cabrices: el «Observatorio … «rinde homenaje a la pensadora judía, que describió como nadie esta perversión espantosa en «Los orígenes del totalitarismo». Se trata de una nueva iniciativa… que pretende informar a los venezolanos que el actual gobierno, el mismo que pretende ejercer el poder hasta más allá de 2030, contiene muchos de los rasgos que caracterizaban al fascismo italiano, al nacional-socialismo alemán y al estalinismo soviético, que causaron millones y millones de muertes mientras asolaron la Tierra». Impresionante. Dicho lo básico por Osío Cabrices, Sonntag pasa a desempeñar su papel de multiplicador del sintagma fundacional, y a partir del cual se articula todo el discurso: «Chávez es «como» Hitler». Veamos (todos los subrayados son nuestros):

 

«- ¿Es fascista el chavismo?

– Yo diría que sí. Le doy esta respuesta básicamente porque hay elementos que son una clara *analogía* a los fascismos que han existido entre 1922 y 1945 y a los fascismos de izquierda de las repúblicas socialistas y la URSS. Mejor hablemos de los totalitarismos, que incluyen al fascismo tanto de izquierda como de derecha. Los movimientos totalitarios suelen construir estructuras paraestatales, es decir, que son paralelas al Estado ya existente. En la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler, en los regímenes fascistas de Hungría y Austria antes de la anexión alemana, así como en los fascismos de izquierda, existieron fuerzas armadas regulares, que estaban dentro de la estructura del Estado, y además estructuras militares que sólo obedecían al líder: los Fasci di Combattimento, las SA y SS, la KGB. También había una educación que daba el Estado y una que controlaba el partido. Un sistema de salud pública del Estado y otro del partido.

– ¿Pero cree usted que pueda instalarse un totalitarismo en Venezuela?

– No se trata de que yo lo crea o no, ¡es que ya está ocurriendo, es lo que Chávez y sus adláteres están haciendo! Claro, como todos los regímenes totalitarios tendrán disidencia y resistencia, pero harán absolutamente todo para callarla. ¡Ya están en eso! Por fortuna, los medios de comunicación no han hecho un pacto con el Gobierno «como» ocurrió en la Alemania nazi, ni están todos los medios en manos del Partido, «como» pasó en el stalinismo. Pero eso no es porque el régimen no tenga ganas de que eso sea así. Yo espero que aquí haya suficiente capacidad de resistencia para que eso no ocurra; sin embargo, no descarto que ese totalitarismo sí llegue a instalarse.

– ¿Cree, como Fernando Mires, que está surgiendo en el mundo un nuevo fascismo, que viene esta vez de América Latina?

– Sí. Es lo que dice Teodoro (Petkoff): hay dos izquierdas, una que representan Tabaré Vásquez, la Concertación en Chile, Lula, Oscar Arias en Costa Rica, y yo incluiría también a Andrés Manuel López Obrador, que no es un Chávez; y otra izquierda boba, tradicional. Como vemos, hay lo uno y lo otro. Evo falta por definirse. Y falta por ver también si la izquierda moderna va a poder resistir los embates de la izquierda boba».

 

Nótese, por una parte, cómo se definen de manera absolutamente arbitraria unos referentes históricos ineludibles, unos regímenes políticos (la Italia de Mussolini, la Alemania de Hitler, los regímenes fascistas de Hungría y Austria antes de la anexión alemana, los fascismos de izquierda) a partir de los cuales, y sólo a partir de los cuales sería posible entender la naturaleza del chavismo. Y como estamos hablando de regímenes políticos fascistas y totalitarios, entonces se trataría de examinar en qué medida el chavismo es más o menos fascista o totalitario, no dejando ningún margen a otro análisis posible. Estos referentes históricos vendrían a detentar una suerte de monopolio de la inteligibilidad: el chavismo sólo sería inteligible (entendible para el común, analizable como objeto de estudio) si se acepta como criterio de análisis, como punto de partida al nazismo o al estalinismo. Y así, en la medida en que se nos imponen estas normas, reglas o criterios de inteligibilidad, como de lo que se trata siempre es de verificar en qué medida el chavismo es más o menos fascista, más o menos estalinista, entonces cualquier diferencia con el régimen nazi o con el estalinismo equivale a la distancia que todavía nos separa de nuestro fatal destino, en caso de que Chávez continúe en el poder. Si en Venezuela «los medios de comunicación no han hecho un pacto con el Gobierno «como» ocurrió en la Alemania nazi, ni están todos los medios en manos del Partido, «como» pasó en el stalinismo», eso no desdice del carácter fascista y totalitario del chavismo. Antes al contrario: simplemente anuncia que el fascismo y el totalitarismo no han sido capaces de realizarse a plenitud, e indica al mismo tiempo la mayor o menor «capacidad de resistencia» que habrían exhibido las fuerzas democráticas «para que eso no ocurra» aún. De esta forma, queda completada la fórmula: el menor o mayor grado de fascismo chavista será inversamente proporcional a la capacidad de resistencia de las fuerzas democráticas; o lo que es lo mismo: a menos chavismo, más democracia, y viceversa.

 

Por otro lado, nada más que una constatación, al menos por ahora: la recurrencia a Mires, Petkoff y a todo el tema de las dos izquierdas. ¿Rastreando el origen de la temática de las dos izquierdas se hace al mismo tiempo la genealogía de la nueva derecha? (Es de 2005 el libro Dos izquierdas, de Teodoro Petkoff.

 

También de 2006 es un artículo de Tulio Hernández http://www.soberania.org/Articulos/articulo_2823.htm en el que, caso similar al de Arendt, establece una relación de identidad entre la lucha contra el capitalismo de Fidel Castro (que es traducida como «limpieza política») y la «limpieza étnica» que adelantara Hitler contra los judíos: «Porque un salvador de la patria, a diferencia de un líder demócrata, es alguien que se asume como el Único, el Elegido para… echarse sobre sus hombros el destino del país al que pertenece y literalmente ‘limpiarlo’ de alguna plaga que lo ha invadido, llámese el comunismo en el caso de Pinochet, los capitalistas y el imperialismo en el de Fidel, o los judíos y otras ‘razas inferiores’ en el de Hitler». Chávez, a quien, como hemos visto, es imposible reconocerle cualquier linaje democrático (a riesgo de hacer fracasar toda la lógica expositiva que soporta el lenguaje de la nueva derecha) queda emparentado así con Pinochet, y califica naturalmente como «tirano»: «los dictadores y los tiranos no siempre son una mera imposición por la fuerza de las armas, … muchos de ellos ejercen su despotismo a hombros de inmensas masas enardecidas que, como bien lo muestran los documentales sobre el fascismo, les claman y babean derretidosde emoción ante las arengas del un líder generalmente narcisista y retórico».

 

Ya en 1979, en su Nacimiento de la biopolítica, Michel Foucault realizó una crítica demoledora contra este tipo de práctica intelectual, a la que calificó de «inflacionaria», y a la que identificó como uno de los signos distintivos del clima de opinión de la época: corría la década de los setenta, comenzaba a hacerse hegemónico el discurso neoliberal, la virulencia de su crítica contra el Estado, y aumentaba la circulación de «cierta moneda crítica que podríamos calificar de inflacionaria», y que se caracterizaría por el «crecimiento de la intercambialidad de los análisis y pérdida de su especificidad». Afirmaba Foucault: «al considerar la recurrencia de los temas, podríamos decir que lo que se pone en cuestión en la actualidad, y a partir de horizontes extremadamente numerosos, es casi siempre el Estado; el Estado y su crecimiento indefinido, el Estado y su omnipresencia, el Estado y su desarrollo burocrático, el Estado con los gérmenes de fascismo que conlleva, el Estado y su violencia intrínseca debajo de su paternalismo providencial». Una de las ideas de uso frecuente en la que se soporta esta crítica al Estado, este discurso de la «fobia al Estado», como la llamará Foucault, «es la existencia de un parentesco, una suerte de continuidad genética, de implicación evolutiva entre diferentes formas estatales, el Estado administrativo, el Estado benefactor, el Estado burocrático, el Estado fascista, el Estado totalitario, todos los cuales son… las ramas sucesivas de un solo y el mismo árbol que crece en su continuidad y su unidad y que es el gran árbol estatal». La otra es «la idea de que el Estado posee en sí mismo y en virtud de su propio dinamismo una especie de poder de expansión, una tendencia intrínseca a crecer, un imperialismo endógeno que lo empuja sin cesar a ganar en superficie, en extensión, en profundidad, en detalle, a tal punto y tan bien que llegaría a hacerse cargo por completo de lo que para él constituye a la vez su otro, su exterior, su blanco y su objeto, a saber, la sociedad civil». De la conjunción de estas dos ideas, resumía Foucault, resultaba «una especie de lugar común crítico que encontramos con mucha frecuencia en la hora actual».

Ahora bien, y aquí nos encontramos con lo fundamental de la crítica que hace Foucault: ¿cuáles son las consecuencias prácticas de este discurso, de este «lugar común crítico» de la época de la contrarrevolución neoliberal? La intercambiabilidad de los análisis: «Desde el momento en que, en efecto, se puede admitir que entre las distintas formas estatales existe esa continuidad o parentesco genético… resulta posible no sólo apoyar los análisis unos sobre otros, sino remitirlos unos a otros y hacerles perder la especificidad que cada uno de ellos debería tener. En definitiva, un análisis, por ejemplo, de la seguridad social y del aparato administrativo sobre el que ésta se apoya nos va a remitir, a partir de algunos deslizamientos y gracias al juego con algunas palabras, al análisis de los campos de concentración. Y de la seguridad social a los campos de concentración se diluye la especificidad – necesaria, sin embargo – de los análisis». He allí, resumida en unas pocas líneas, la lógica discursiva de la nueva derecha venezolana: intercambiabilidad de los análisis que se expresa como abuso hasta el extremo de analogías históricas, que diluye toda diferencia entre los regímenes históricos fascistas y totalitarios realmente existentes y el «régimen» chavista, como condición para hacerle inteligible, pero sobre todo como renuncia deliberada a reconocer la especificidad del chavismo, y más allá, su carácter singular. Y también: inflación del lenguaje antitotalitario y antifascista.

 

Es preciso advertir, sin embargo, que la base social de apoyo al gobierno bolivariano no está exenta de incurrir en estas prácticas. Muchísimo menos la vocería gubernamental, que incurre en ella con demasiada frecuencia. Ya lo advertía Foucault: «lo que no debemos hacer es imaginarnos que describimos un proceso real, actual y que nos concierne, cuando denunciamos la estatización o la fascitización», sólo que en nuestro caso ya no se trataría del Estado (y por tanto tampoco de la estatización) como el blanco de la crítica, sino principalmente de la fascitización. (Sin embargo, el lector atento ya habrá notado que este llamado de atención es igualmente válido para el caso de las críticas que realizamos desde el campo revolucionario contra, por ejemplo, la burocratización e incluso contra la «derecha endógena»). Efectivamente, la denuncia del fascismo y de los fascistas opositores se ha convertido, en boca de la vocería gubernamental http://www.abn.info.ve/go_news5.php?articulo=106897 casi en pleno, en moneda de uso corriente, sólo que ésta no nos alcanza casi nunca para obtener una explicación suficiente, pormenorizada, esclarecedora, por ejemplo, de las tácticas opositoras, de sus objetivos inmediatos y a mediano plazo, de sus alianzas, y en fin, de las posiciones que ocupa en el entramado de relaciones de fuerza que es la política. Antes al contrario, se invoca al fascismo como se invoca al mal, de lo que resulta una moralina discursiva que, como toda moralina, es fundamentalmente conservadora.

 

Si es cierto que la oposición venezolana es eminentemente fascista (de lo que pareciera haber indicios suficientes), se debe ser capaz de explicar qué es lo que ésta tiene de específicamente fascista. Éste no es un asunto menor, sino de alcance estratégico. Tampoco es un anacronismo: al contrario, nos permite actualizar las condiciones en que hoy libramos nuestras batallas. Es posible que logremos descifrar esta especificidad en la medida en que respondamos a la pregunta: ¿existe una nueva derecha? Tal vez esta nueva derecha sea de corte fascista, pero esto es sólo una posibilidad. Tal vez nos enfrentamos al surgimiento de algo más.

 

3. En estos tiempos de leyes habilitantes, y de inflación del discurso antitotalitario – del que los comunicados del Movimiento 2D serían la expresión más acabada -, bien vale la precisión que hiciera Daniel Bensaid http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/index.php?x=307 : «un uso vulgar y demasiado flexible» de la noción de totalitarismo ha servido «para legitimar ideológicamente la oposición entre democracia (sin calificativos ni adjetivos, en consecuencia burguesa, realmente existente) y totalitarismo como la única causa pertinente de nuestro tiempo».

 

4. La oposición no acaba de «descubrir», a partir de un análisis del contenido de las leyes habilitantes, que nos dirigimos hacia la instauración de un régimen totalitario. Las leyes habilitantes, siempre según el discurso opositor, vienen a ser una nueva demostración de lo ya sabido: que nos dirigimos hacia el totalitarismo – o en su versión más extrema: que el totalitarismo ya está aquí y llegó para quedarse.

 

La democracia venezolana correría poco riesgo si se tratara simplemente de que el discurso antitotalitario de la oposición pretende sustituir a la realidad, ofreciendo una versión interesada de los hechos y «confundiendo» o «manipulando» a su base social de apoyo (o a la «comunidad internacional»).El problema es la materialidad del discurso. Para decirlo con Jean Pierre Faye: el problema es lo que este discurso antitotalitario de la oposición hace «aceptable».

 

Contra los totalitarismos están legitimadas todas las violencias. El juicio opositor sobre las leyes es anterior a su promulgación, y es por tanto, literalmente, un prejuicio. Por ejemplo: Luis Miquilena http://www.globovision.com/news.php?nid=94916 convoca a una rueda de prensa el domingo 3 de agosto y denuncia ante el país que constituye una «agresiva felonía… presentarle al país leyes que nadie conoce. Titulares de leyes, porque ni siquiera están elaboradas». Pero sobre las mismas leyes que desconocía y de las que dudó incluso que estuvieran realmente elaboradas, sentenció: «La habilitante es una emboscada para meter de contrabando la reforma constitucional que el pueblo rechazó». En este contexto, sin embargo, la pregunta más lógica no tiene cabida: ¿cómo saber si lo que denuncia Miquilena es cierto, si al mismo tiempo está denunciando que no le ha sido posible conocer aquello sobre lo que denuncia? Por supuesto, aprovechó la oportunidad para denunciar que la promulgación de leyes por parte del Ejecutivo vía habilitante «se parece mucho a aquella cosa… cuando Hitler entró en el poder, el Parlamento alemán le entregó a Hitler la facultad para otorgar leyes especiales».

 

Lo que está en juego no es el contenido de las leyes, sino la capacidad de imponer los términos en que éstas serán «debatidas» públicamente. Cualquier debate que prescinda de los términos de referencia que aporta el discurso antitotalitario, es considerado ilegítimo para la oposición. De allí la importancia de evitar entrar en este juego, intentando «demostrar» que no somos totalitarios. No olvidar jamás: lo que importa es la opinión de los campesinos sobre la tierra y la de los inquilinos sobre las viviendas.