Jean Paul Sartre decía, hace casi medio siglo, que »una filosofía se constituye para expresar el movimiento general de la sociedad y, mientras vive, ella es la que sirve de medio cultural a sus contemporáneos», o que »la filosofía sigue siendo eficaz mientras se mantiene viva la praxis que la ha engendrado», y que, en […]
Jean Paul Sartre decía, hace casi medio siglo, que »una filosofía se constituye para expresar el movimiento general de la sociedad y, mientras vive, ella es la que sirve de medio cultural a sus contemporáneos», o que »la filosofía sigue siendo eficaz mientras se mantiene viva la praxis que la ha engendrado», y que, en ese sentido, »el marxismo es la filosofía insuperable de nuestro tiempo».
Ha pasado el tiempo y aquellas palabras han quedado como una admirable pieza de museo, que además de su elegancia y precisión tienen el mérito de ilustrar la percepción que una parte de la intelectualidad y las elites políticas de la época tenían de la realidad. Otro gran pensador francés, Raymond Aron, en una de sus tantas polémicas con Sartre, le respondió que el marxismo era »el opio de los intelectuales», un humo que los embriagaba y los confundía y les impedía ver y entender el mundo.
Por su pesimismo y por sus vaticinios, los hechos parecieron darle la razón a Aron. La caída del Muro de Berlín y el desmembramiento de la Unión Soviética confirmaron la idea de Aron de que el comunismo iba a terminar en un gran fracaso. Y con el correr de los años el marxismo dejó de ser »la filosofía insuperable de nuestro tiempo» y fue desapareciendo de la agenda filosófica y política de la modernidad, aunque Karl Marx quedó en la galería de los grandes pensadores clásicos, que siempre tienen algo verdadero que decir. Pero el eclipse del marxismo no se explica solamente por el fracaso del comunismo como sistema político y económico, que después de todo tenía muy poco de marxista. Se explica también porque la praxis que lo había engendrado, siguiendo la terminología sartreana, no se mantuvo viva. Dicho de otro modo, la clase obrera dejó de ser el motor de la historia, la vanguardia de la revolución o de las grandes reformas sociales.
En la sociedad de la información, la clase obrera, en el sentido tradicional de la palabra, desapareció. Hay trabajadores, por cierto, pero que no constituyen una clase social como la pensaba Marx. Y han aparecido, a su vera, otros sujetos sociales que tienen tanta importancia como aquéllos: los desocupados, los pobres, los inmigrantes, los jóvenes desarraigados, que forman una vasta y heterogénea constelación social y cultural. Ello sucede en Europa, Estados Unidos y también en América latina, donde se agregan dos componentes que están teniendo una creciente gravitación: los campesinos pobres y las poblaciones aborígenes. Estos dos últimos grupos sociales tuvieron una fuerte incidencia en la victoria de Evo Morales en Bolivia y en el apoyo a Ollanta Humala en las elecciones presidenciales peruanas, en las que obtuvo el segundo lugar con el 47 por ciento de los votos. Y en Chile se produjo una »revolución de los adolescentes», una movilización de estudiantes secundarios que durante tres semanas exigieron una educación más igualitaria y de mayor calidad. Y en la Argentina tenemos a los piqueteros y los ambientalistas, entre otros.
En Córdoba se está programando un gran acto popular para la Cumbre del Mercosur, el 20 y 21 de julio, del que serían oradores Hugo Chávez y Evo Morales. Son las expresiones políticas de los nuevos movimientos sociales.