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Una percepción peligrosa: arrogancia y violencia

Fuentes: La estrella digital

Como saben bien los políticos -y también esos medios de comunicación que más que informar prefieren apoyar opciones partidistas-, el conocimiento preciso de la realidad es esencial para la toma de decisiones acertadas y eficaces. Pero también saben que tanto o más importante que la realidad objetiva es la percepción que se tenga de ella […]

Como saben bien los políticos -y también esos medios de comunicación que más que informar prefieren apoyar opciones partidistas-, el conocimiento preciso de la realidad es esencial para la toma de decisiones acertadas y eficaces. Pero también saben que tanto o más importante que la realidad objetiva es la percepción que se tenga de ella -es decir, cómo ve cada sujeto los hechos y las situaciones-, y es en esta diferencia donde incide la actividad de unos y otros, para inclinar a la opinión pública hacia sus propias opciones.

Tuve un profesor de Filosofía y Religión, en la época del nacional-catolicismo, que a los alumnos de mi Instituto nos explicaba esta cuestión con un ejemplo, para él definitivo. Nos decía que, a pesar de que Jesús era sin duda Dios, las autoridades romanas y judías lo percibieron como un rebelde político y religioso y por eso le aplicaron la ley y lo ejecutaron. Y concluía, triunfante: «Vean ustedes la importancia que tiene una correcta percepción de la realidad». Acto seguido se lanzaba a ilustrarnos sobre otras cuestiones afines.

Aceptando sin crítica las enseñanzas de mis educadores, no se me ocurrió entonces pensar que si judíos y romanos hubieran percibido correctamente la realidad del momento en que vivían -naturalmente, en la versión de mi viejo profesor-, no les hubiera quedado más remedio que entronizar solemnemente la divinidad del Nazareno y adorarle sin fin, con lo que el mundo habría cambiado mucho. Entre otras cosas, nos habríamos ahorrado el Vaticano, la Conferencia Episcopal española y las sesudas y trasnochadas admoniciones que ésta periódicamente nos atiza. Son ventajas estimables pero, ¡ay!, ya descartadas.

Este asunto de la percepción de la realidad viene a cuento de una encuesta realizada durante abril y mayo del 2006 en trece países, incluida España, y publicada a finales de junio, sobre la percepción recíproca que tienen entre sí los musulmanes y los que no lo son. Occidentales (westerners) llama la encuesta a estos últimos, expresión que respetaré en este comentario, a pesar de su imprecisión. La entidad estadounidense que la ha efectuado ha investigado desde el 2002 en un gran número de países lo que denomina «actitudes globales» de la población ante diferentes aspectos de relevancia internacional; entre sus directivos está la ex secretaria de Estado de EEUU Madeleine Albright.

Los resultados obtenidos son bastante sorprendentes. Veamos algunos que aluden a España. De entre los musulmanes europeos, son los españoles los que mejor valoran las relaciones entre ambas culturas (el 50% las tiene por buenas y solo el 23% las ve mal), por encima de sus correligionarios británicos, franceses o alemanes, cuya visión es mucho más pesimista (casi tres veces más en porcentaje). Sin embargo, son los españoles no musulmanes los que, entre los cuatro países europeos consultados, peor estiman tales relaciones, ya que sólo un 14% cree que son buenas mientras que el 61% las considera malas.

Es significativo que, al preguntar si los musulmanes respetan a las mujeres, sea en España donde más rotundamente se niegue (83%). Sorprende que un porcentaje casi análogo sea el de los musulmanes españoles que valoran positivamente la misma cuestión en la cultura occidental. Por el contrario, en Egipto, Indonesia, Jordania y Pakistán son mayoría los que opinan que los musulmanes sí respetan a las mujeres. Esto revelaría que los inmigrantes prescinden con más facilidad de los mitos habituales en sus países de origen. Son también los menos propensos a ver un conflicto de civilizaciones en las discrepancias entre ambas culturas.

Cuando las percepciones de los musulmanes resultan más inauditas es al preguntarles si creen que fueron árabes los autores de los atentados del 11S en EEUU. Entre los musulmanes españoles, una tercera parte lo niega y otra lo acepta. Pero en Turquía, país que aspira a entrar en Europa, casi un 60% niega la participación árabe en el 11S y solo el 16% lo acepta. La tendencia a no creer en la información procedente de fuentes occidentales es mayoritaria en todos los países musulmanes consultados y se combina con la influencia de los canales árabes de televisión por satélite, para conformar las percepciones de sus pueblos.

España encabeza la lista de los países cuyos ciudadanos consideran a los musulmanes «fanáticos» (83%), y está entre los cuatro primeros países que les atribuyen también, como rasgos negativos, «arrogancia» (60%) y «violencia» (42%). Por el contrario, los musulmanes españoles son los que en menor porcentaje contribuyen a calificar a los occidentales de «egoístas», «arrogantes» y «violentos», las tres cualidades que el mundo musulmán atribuye por mayoría a las sociedades no musulmanas.

Arrogancia y violencia son, por tanto, los dos calificativos que ambas partes se arrojan mutuamente, lo que incita a la reflexión. Es preocupante considerar que dos amplios sectores de la humanidad recíprocamente se consideran arrogantes y violentos. Será preciso analizar las causas, porque ambas percepciones no nacen de la nada. También es necesario admitir que sólo un esfuerzo compartido, aproximándose desde ambos extremos, permitiría reducir unas percepciones tan hostiles y proclives a generar enfrentamiento.

Egoísmo, arrogancia y violencia son lacras del antiguo colonialismo, en la percepción musulmana; fanatismo, arrogancia y violencia modulan el terrorismo islámico de hoy, según la opinión occidental. Entre ambos extremos tendrá que abrirse paso una percepción fundada en la racionalidad, la comprensión y la renuncia a la violencia. No es un camino fácil, pero hoy más que nunca es indispensable.

* Alberto Piris es general de Artillería en la Reserva Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)