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Una perspectiva actual del socialismo

Fuentes: Rebelión

INTRODUCCIÓN. El Socialismo como tema de debate político ha vuelto al escenario debido a las ideas que en ese sentido ha relanzado el actual gobierno venezolano. El presidente Hugo Chávez ha propuesto «el Socialismo del siglo XXI» como la vía de desarrollo de la revolución bolivariana. Esta propuesta obliga necesariamente a un debate teórico sobre […]

INTRODUCCIÓN.

El Socialismo como tema de debate político ha vuelto al escenario debido a las ideas que en ese sentido ha relanzado el actual gobierno venezolano. El presidente Hugo Chávez ha propuesto «el Socialismo del siglo XXI» como la vía de desarrollo de la revolución bolivariana. Esta propuesta obliga necesariamente a un debate teórico sobre el socialismo, debate que tiene que considerar, necesariamente, el examen crítico de la experiencia socialista mundial.

El socialismo, surgido como propuesta política en la Europa del siglo XIX, se presentó como una alternativa ante los pueblos del mundo a partir de la Revolución Rusa, en 1917, y tuvo importantes logros en países como China, Vietnam y Cuba, para mencionar sólo algunos. Pensamos que es imprescindible saldar cuentas, en términos de reflexión crítica, con todo ese acumulado de luchas que tienen los movimientos populares por conquistar una sociedad alternativa al capitalismo. La discusión teórica sobre la experiencia socialista en el mundo es hoy una necesidad ineludible, sobre todo si tomamos en cuenta el fracaso de la experiencia soviética y la disolución de la URSS en 1992.

El presente trabajo expone algunas reflexiones críticas sobre la experiencia socialista en el mundo. Esta reflexión teórica ha sido producto, más allá de motivaciones puramente académicas, de las necesidades prácticas que nos han surgido a lo largo de tres décadas de lucha revolucionaria en Venezuela. La lucha teórica sólo tiene sentido si se realiza a partir de un compromiso práctico con las luchas de los trabajadores y el pueblo en general2.

1)LA PROPUESTA SOCIALISTA DE MARX3 Y ENGELS4:

Se debe reconocer que no se puede asumir la pretensión teórica de querer resolver la problemática actual de la lucha de clases recurriendo exclusivamente a lo que escribieron los fundadores de la teoría socialista. El marxismo no es un dogma, sino una guía para la acción de la clase obrera, como lo dijeran ellos mismos en repetidas oportunidades. Pero también es imprescindible partir de los postulados teóricos originarios, al momento de cualquier debate sobre el socialismo.

El pensamiento de Marx no puede encasillarse en una disciplina específica. Su perspectiva teórica corresponde a una visión de totalidad sobre la realidad social5, muy en sintonía con lo que hoy se conoce como el pensamiento complejo y la perspectiva transdisciplinaria (Morin, 1994).

El marxismo surgió a mediados del siglo XIX como una crítica teórica a los nefastos resultados de la economía capitalista y como una propuesta de acción práctica para la clase obrera de Europa occidental. Marx estudió a la economía capitalista de la época, llegando a conclusiones que publicó en su obra maestra, El Capital, en 1867. Para Marx, el modo de producción capitalista, basado en la explotación del trabajo asalariado (obreros) por el capital (empresarios o burgueses) encerraba una contradicción fundamental entre el carácter social de la producción en las fábricas, y el carácter privado de la apropiación de la riqueza generada.

Mediante la plusvalía, que significa trabajo no remunerado, el capitalista se apropiaba de gran parte del trabajo de los obreros, considerado como «ganancias», mientras los propios trabajadores apenas obtenían un salario que les permitía sobrevivir para seguir vendiendo su fuerza de trabajo. La causante de esta relación desigual era la propiedad privada sobre los medios de producción. Como los empresarios eran dueños del capital, de las fábricas, de la tecnología, y los trabajadores no eran dueños de nada, obligados a trabajar para poder subsistir, la supresión de la propiedad privada sobre las fábricas y el capital permitiría democratizar la actividad productiva.

La lucha política consciente de la clase obrera, organizada en partidos y sindicatos, permitiría alcanzar el poder mediante una revolución social y la instauración de lo que él llamó «dictadura del proletariado»6.

Marx extrajo su concepción del Socialismo de la experiencia concreta que suministraba la lucha revolucionaria de los obreros europeos. Entendió al socialismo como un período de transición entre el capitalismo vencido, pero no aniquilado, y el comunismo ya nacido, pero muy débil aún (Marx, 1973-a: 15). La forma concreta que adoptaba ese período de transición la denominaba Dictadura del Proletariado7. Posteriormente, al acontecer la Comuna de París, en 1871, identificó a esa experiencia concreta con su propuesta de Dictadura del Proletariado, y así lo expuso en su obra «La Guerra Civil en Francia» (Marx, 1973-b: 201).

Federico Engels también consideró a la Comuna de París como una expresión política concreta de sus propuestas socialistas:

«Era una forma política perfectamente flexible, a diferencia de las formas anteriores de gobierno que habían sido todas fundamentalmente represivas. He aquí su verdadero secreto: la Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo, dentro de ella, la emancipación económica del trabajo» (Engels, 1973: 188).

Como resultado del análisis hecho sobre la experiencia particular de la Comuna de París8, Marx expuso en la obra ya citada (La guerra civil en Francia) las bases fundamentales sobre las que debería erigirse la sociedad socialista:

El antiguo Estado burgués centralizado debe dar paso a un régimen federativo basado en la autonomía local y regional. Este régimen, más que un Estado, venía siendo la negación del Estado, y preferían denominarlo comuna. Las comunas locales, regionales y nacionales estarían conformadas por delegados electos por sufragio universal, responsables ante sus electores, revocables en todo momento, y obligados por el mandato imperativo de dichos electores. Todos los que desempeñaran cargos públicos debían recibir salarios iguales a los salarios de los obreros. La Comuna no era un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, con funciones ejecutivas y legislativas al mismo tiempo. El ejército permanente y los cuerpos policiales eran sustituidos por el pueblo armado, por milicias populares organizadas en cada localidad. Desaparecía el aparato burocrático estatal. La producción en las fábricas se organizaba cooperativamente por los mismos obreros, sin necesidad de los patronos capitalistas, y las cooperativas unidas regularían la producción nacional mediante un plan común, que acabaría con la anarquía en la producción y con las crisis periódicas propias del capitalismo. La Comuna, al destruir el poder del Estado, no destruía la unidad de la nación, sino que la organizaba mediante un poder popular basado en la autogestión local. Todos los funcionarios públicos, incluso los jueces y los educadores, eran electos por sufragio universal. Se establecía que con respecto al Estado, la religión era un asunto de incumbencia privada. La educación se sustraía tanto del control de la iglesia como del control del Estado, quedando en manos de las comunidades organizadas (comunas). La Comuna representaba el interés de los obreros, de los campesinos y demás capas sociales explotadas por el capitalismo. Igualmente representaba el interés de los pueblos del mundo que luchan contra la dominación del capital.

Marx entendía que las transformaciones políticas derivadas del poder de los obreros, lo que él llamó la reabsorción de la sociedad política en la sociedad civil, debían servir para extirpar las bases de la explotación capitalista, expropiando a los expropiadores, eliminando la propiedad privada sobre los medios de producción. En otras palabras, y traducido a nuestra realidad, el poder del pueblo, al intentar resolver los problemas neurálgicos que afectan a los oprimidos, tiene necesariamente que atentar contra la propiedad burguesa.

Estas son las enseñanzas teóricas más trascendentes de la obra de Marx, las cuales no surgieron de especulaciones filosóficas, sino que fueron extraídas de experiencias históricas concretas. Buena parte de ellas han sido reivindicadas en los últimos tiempos9, como sucede con la democracia participativa, el impulso del cooperativismo, y los procesos de desconcentración, descentralización y autonomismo regional.

2) EL SOCIALISMO RUSO FRACASÓ Y DEFORMÓ LAS TESIS MARXISTAS:

El socialismo que se consolidó en la URSS luego de la Revolución Bolchevique en 1917, incorporó elementos que no figuraban en el programa socialista propuesto por Marx en el siglo XIX, a la vez que excluyó aspectos vitales del mismo. Uno de esos aspectos «nuevos» fue el papel del Partido dentro del proceso revolucionario. Vladimir Ilich Lenin10, teórico y líder fundamental de la revolución bolchevique, introdujo en el marxismo tesis que no sólo no tenían ningún tipo de continuidad con el pensamiento de Marx, sino que se oponían directamente a los criterios marxistas relacionados con el desarrollo del movimiento obrero. Lenin pensaba que la conciencia socialista era introducida en el proletariado por la intelectualidad burguesa (concepción que expuso en su famosa obra «¿Qué Hacer?»):

«Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata11. Esta sólo podía ser traída desde fuera. La historia de todos los países atestigua que por sus solas fuerzas la clase obrera no puede llegar más que a la conciencia tradeunionista12, es decir, a la convicción de que hay que unirse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno tales leyes necesarias a los obreros, etc. En cuanto a la doctrina socialista, ha nacido de teorías filosóficas, históricas, económicas, elaboradas por los representantes cultivados de las clases pudientes, por los intelectuales. Los mismos fundadores del socialismo científico contemporáneo, Marx y Engels, son por su situación social intelectuales burgueses. También en Rusia la doctrina socialdemócrata surgió absolutamente independiente del crecimiento espontáneo del movimiento obrero, como el resultado natural del desarrollo del pensamiento entre los intelectuales revolucionarios socialistas» (Lenin, 1981: 45).

Para justificar esa opinión, Lenin se apoyó en Carlos Kaustky, quien fuera posteriormente un célebre renegado de las ideas revolucionarias marxistas:

«Pero el socialismo y la lucha de clases surgen juntos, aunque de premisas diferentes; no se derivan el uno del otro. La conciencia socialista moderna solo puede surgir de profundos conocimientos científicos … Pero el portador de la ciencia no es el proletariado, sino la intelectualidad burguesa … De modo que la conciencia socialista es algo introducido desde fuera en la lucha de clase del proletariado, y no algo que ha surgido dentro de ella espontáneamente»13.

A partir de esta tesis kautskyana, Lenin desarrolló su concepción de «partido de vanguardia», integrado por «revolucionarios profesionales», predestinado a dirigir a los obreros y al pueblo en general durante el proceso revolucionario. Esta propuesta de Lenin no tenía relación alguna con lo planteado por Marx, quien siempre dejó claro que la emancipación de la clase obrera sólo podía darse por obra de la propia clase obrera (idea expresada por Marx en el Manifiesto Inaugural de la Primera Internacional de Trabajadores):

«Hemos formulado la divisa de nuestro combate cuando la creación de la Internacional: la emancipación de la clase obrera será obra de la clase obrera misma. En consecuencia, nosotros no podemos hacer causa común con personas que declaran abiertamente que los obreros son demasiado incultos para liberarse a sí mismos, y que deben ser liberados desde arriba, es decir, por los grandes y pequeños burgueses filántropos»14.

Marx nunca propuso un partido único, de «vanguardia». Para Marx, el concepto de partido comunista se refería a todas las tendencias obreras que luchaban por emanciparse del capitalismo (fácilmente comprobable con una revisión de todos sus textos fundamentales).

Las ideas de Lenin, en cambio, terminaron justificando a un aparato de especialistas, el partido de vanguardia, que terminó sustituyendo a la clase en la lucha contra el capitalismo. Según la teoría leninista, la vanguardia del proletariado, el partido integrado por los especialistas poseedores de la teoría «científica», eran quienes podían determinar el rumbo correcto de la lucha de clases. A partir de allí, la revolución ya no se construía en las calles, como hizo Marx cuando teorizó sobre la Comuna de París, sino que se elaboraba previamente en las oficinas del partido. Y los obreros quedaban reducidos a simples seguidores de las directrices del partido.

El modelo de partido leninista convirtió la vida de los partidos comunistas en todo el mundo en una permanente cacería de las disidencias internas y externas, conduciendo a las aberraciones ya conocidas de persecuciones y fusilamientos de quienes discrepaban de «la línea oficial del partido». De esta forma, organizaciones destinadas a dirigir la lucha por una sociedad de hombres libres, se convirtieron en un sistema de opresión que terminó contraviniendo todos los principios de justicia social que supuestamente los motivaban.

Otra tesis introducida por los soviéticos en el marxismo fue la construcción de un «Estado Socialista». Marx había propuesto la extinción del Estado burgués, no la construcción de otro Estado. El mismo Lenin, antes de la revolución, lo reconoció en su obra sobre el Estado (Lenin, 1969). El poder de los trabajadores a través de su organización desde la base sería una nueva forma de organización social (ya expusimos cómo Marx respaldó la actuación de los Comuneros de París durante la revolución de 1871). De hecho, la propia revolución bolchevique fue obra de organizaciones de base de los trabajadores, los famosos «Soviets» o «Consejos» de obreros y campesinos. Pero los bolcheviques le quitaron progresivamente el poder a los soviets, luego de la revolución, y se lo entregaron al Partido único, el cual comenzó a dirigir el nuevo Estado «socialista».

Los dirigentes rusos dejaron de lado la idea marxista de construir un sistema económico-social basado en el cooperativismo y en el federalismo, a partir del poder real de los trabajadores sobre los medios de producción y la existencia de una organización miliciana que respaldara dicho poder con la fuerza de las armas. En la URSS no se construyó un cooperativismo sino un capitalismo de Estado. No se mantuvo el armamento miliciano del pueblo, sino que se construyó un ejército profesional, imitando a los estados burgueses. Los obreros no conservaron el poder; el partido único centralizado se convirtió en el verdadero poder; dentro del partido, el comité central; y en el comité central, el buró político era en definitiva quien dirigía la «revolución». Los obreros no mandaban, mandaba el «cogollo».

En la práctica, la URSS fue un Estado ultracentralizado, el cual mantuvo prácticas económicas capitalistas, como la división social del trabajo, las relaciones mercantiles, inversiones extranjeras, estímulos materiales a la productividad, diferenciación enorme de salarios, cálculo económico basado en la teoría del valor, privilegios a los especialistas en la dirección de las industrias, y finalmente apropiación de la plusvalía, creada por los trabajadores, por parte de una minoría social que dominaba amparada en el control del Estado. El régimen monopartidista, sin mayores libertades reales para la población, terminaba colocándose como una variedad de totalitarismo o fascismo.

Por todo esto, los pueblos de los países socialistas no hicieron nada por evitar que sus regímenes cayeran a partir de 1989. Si los obreros hubieran tenido realmente el poder en la URSS y demás países socialistas, dichos regímenes no hubieran sido derrocados tan fácilmente.

3) LENIN Y STALIN: ¿MARXISTAS?.

El triunfo de los bolcheviques y la consolidación de la URSS como el primer Estado Socialista del mundo contemporáneo, permitió a Lenin y luego a Stalin15 propagandizar sus ideas políticas a nivel mundial, dándoles la categoría de «teoría marxista de la revolución», con el carácter de principios generales de la lucha revolucionaria del proletariado, aplicables en cualquier sitio y en toda circunstancia. Las ideas de Marx se transformaron de esta manera en una receta manualesca16 que no podía cumplir ninguna función efectiva en la orientación de la lucha de clases de los trabajadores en el mundo capitalista.

Lenin y Stalin obviaron, muy probablemente en forma consciente, las características muy particulares que rodearon el proceso revolucionario ruso, características que lo diferenciaban totalmente de la lucha de clases que se suscitaba en los países capitalistas desarrollados (la Europa Occidental y los Estados Unidos de América). Mientras Rusia era un Imperio Zarista, con una economía feudal en el campo, en donde habían más de 100 millones de campesinos contra unos 8 millones de habitantes de las ciudades, donde nunca había existido un régimen republicano-parlamentario burgués (es decir, no había ocurrido la revolución burguesa), y donde la sociedad seguía siendo grandemente influida por la iglesia, en cambio los países del occidente de Europa y los Estados Unidos tenían un largo desarrollo capitalista y republicano que necesariamente obligaba a los revolucionarios a plantear la lucha por el socialismo desde otra perspectiva.

Todas las revoluciones que a lo largo del siglo XX se denominaron socialistas se realizaron en países en los cuales el campesinado era la mayoría de la población, con una economía agraria predominante, en los cuales no existía ni un proceso de industrialización capitalista desarrollado (salvo en algunas ciudades rusas) ni un régimen parlamentario burgués. Tal fue el caso de las revoluciones en Rusia, China, Vietnam, Yugoeslavia, Albania y Cuba. En todas ellas la revolución cumplió básicamente tareas democrático-burguesas, fueron dirigidas por partidos integrados por intelectuales de la clase media que se hacían llamar Partidos Comunistas, que utilizaban un discurso de ropaje marxista, y en los que la fuerza social fundamental fueron los campesinos. Todavía no se ha presenciado una revolución triunfante en los países capitalistas de mayor desarrollo, como pensó Marx que ocurriría.

Varios teóricos marxistas que fueron críticos ante la experiencia rusa, como Rosa Luxemburgo, Antón Pannekoek, Antonio Gramsci, Herman Gorter, Karl Korsch, Paul Mattick, entre otros, defendieron la acción autónoma de la clase obrera, oponiéndose a las tesis que subordinaban a los trabajadores a la dirección de una elite que controlaría todo el proceso de cambio social. Para ellos, la verdadera lucha de los trabajadores por su emancipación del capital aún no ha comenzado. Las revoluciones campesinas del siglo XX sólo fueron «escaramuzas precursoras», como dijo Pannekoek hace unos 50 años.

«Cuando se habla de fracaso de la clase obrera, se habla de un fracaso ligado a unos objetivos demasiado restringidos. La verdadera lucha para la emancipación todavía no ha empezado… Lo que se ha convenido en llamar movimiento obrero de estos últimos cien años, no ha sido más que una sucesión de escaramuzas precursoras» (Bricianer, 1976: 376).

Un ejemplo del oportunismo político practicado por Lenin se observa al analizar su obra «La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo», del año 1920 (Lenin, 1971). Dicha obra sirvió a Lenin para teorizar sobre la necesidad de la participación de los comunistas en los parlamentos y sindicatos burgueses de la Europa occidental, basándose en argumentos extraídos de la experiencia de los bolcheviques en Rusia. Pero sucede que lo que en la Rusia Zarista constituía una novedad -los sindicatos y el parlamento-, en la Europa Occidental constituían por el contrario unas instituciones bastante experimentadas en el mantenimiento del orden burgués.

La gran enseñanza surgida de la revolución rusa no era la necesidad de participar en los parlamentos y los sindicatos burgueses. El surgimiento de los Soviets o Consejos Obreros como forma de organización autónoma de la clase obrera, que permitía hacer realidad el poder de los trabajadores en la revolución, era la gran enseñanza del triunfo de los bolcheviques, sobre la que era necesario profundizar en lo teórico para asimilar esa experiencia y transmitirla al movimiento revolucionario mundial.

Pero extrañamente, Lenin no realizó ningún escrito de importancia que teorizara sobre los Soviets. Se limitó a utilizarlos como medio práctico para que su partido se hiciera con el poder, y una vez en el poder, se ocupó de quitarle el poder a estos soviets y trasladárselo al partido. Lenin obvió a los soviets, y se puso a teorizar sobre las instituciones burguesas, que de paso ya habían sido derrocadas en la propia URSS. Esto se puede considerar un intento oportunista por congraciarse con la burguesía europea, con el fin de permitir la consolidación del gobierno bolchevique en Rusia.

El momento político que se vivía en Europa cuando es publicado el libro «La enfermedad infantil» era de efervescencia revolucionaria, como lo atestiguaban el poder de los Consejos Obreros en varias ciudades de Alemania en el año 1919, la revolución en Hungría encabezada por Bela Kun ese mismo año, y el surgimiento de consejos obreros en otros países como Italia y Polonia.

El hacer caso omiso de la experiencia de los Consejos Obreros, y el recomendar a los comunistas europeos la participación en los parlamentos y sindicatos burgueses, en momentos en que el movimiento obrero europeo se organizaba autónomamente en consejos con el fin de llevar adelante el derrocamiento de la burguesía y ejecutar la revolución socialista, en momentos en que la propia burguesía utilizaba a sus parlamentos y sindicatos para oponerlos al poder de los consejos, constituyó un acto de traición al movimiento obrero europeo.

Stalin fue sencillamente un seguidor consecuente de las ideas de Lenin; en todo caso, llevó algunas de las ideas de Lenin a ciertas aplicaciones extremas, pero sin abandonar nunca las ideas básicas del leninismo. Las aberrantes purgas realizadas por Stalin, que llevaron a una verdadera cacería de brujas y al asesinato de miles de dirigentes comunistas, cuyo único delito fue el de discrepar de la opinión oficial del partido, tuvieron su embrión en las purgas que el propio Lenin encabezó a comienzos de los años 20, con el visto bueno de Trotsky17.

La tendencia conocida como la «Oposición Obrera», surgida dentro del Partido Bolchevique y encabezada por Alejandra Kolontai, S. Medvédiev y A. Shliápnikov, que planteaba que los sindicatos de producción -el Congreso de Productores de Rusia- debían dirigir la economía soviética, fue despiadadamente combatida por Lenin, y aplastada en el X y el XI Congreso del Partido Bolchevique (realizados en 1921 y 1922, respectivamente). Esta tendencia fue completamente desmantelada, sus dirigentes excluidos de todo cargo de dirección en el partido y en el estado, y nunca volvieron a figurar sus nombres en los registros soviéticos (salvo la Kolontai, que por su gran renombre no pudieron desaparecerla, pero siempre se mantuvo aislada del poder).

Basta con revisar las actas de esos congresos, para conocer la fiereza de Lenin al atacar las discrepancias de sus propios camaradas de partido. Lenin enfatiza en todo momento en la necesidad de «la cohesión del partido, la inadmisibilidad de una oposición en su seno». Las discrepancias dentro del partido las conceptualiza Lenin como una enfermedad. Esa enfermedad era propia de la «ideología pequeñoburguesa», del «desclasamiento del proletariado». Repetía que «la dictadura del proletariado sólo es posible a través del Partido Comunista», para rechazar la propuesta de que los sindicatos jugaran un papel dirigente. Y finalmente, llamaba no tan veladamente a fusilar a quienes discrepan:

«hemos invertido bastante tiempo en discusiones, y debo decir que ahora es mucho mejor ‘discutir con los fusiles’ que con las tesis presentadas por la oposición. ¡Ahora no hacen falta oposiciones, camaradas, no es el momento¡ O aquí o allí, con el fusil, pero no con la oposición. … Creo que el Congreso del partido deberá llegar a esta conclusión, deberá decidir que le ha llegado su fin a la oposición, que esto se acabó, ¡que basta ya de oposiciones¡».

Expulsión, extrañamiento a provincias remotas, o fusilamiento, esas fueron las alternativas formuladas por Lenin durante sus intervenciones en el X Congreso del Partido Bolchevique para resolver las discrepancias con la tendencia de la Oposición Obrera:

«Si siguen jugando a la oposición, el partido deberá expulsarlos de su seno …A quienes hacen acusaciones de esa índole se les expulsa del partido o se les dice: te mandamos a recoger patatas a la provincia tal; ya veremos si se te pudren menos que en las provincias que dirigía Tsiurupa»18.

Los bolcheviques, entre ellos Lenin y Stalin, impusieron un modelo de sociedad donde el partido era el grupo dirigente, y el Estado era el que controlaba todos los procesos económicos, políticos y socioculturales. Ese modelo fue el que colapsó entre 1989 y 199219.

4) EL FRACASO DE LA URSS NO ES EL FRACASO DEL SOCIALISMO.

La desintegración de la URSS y la caída del régimen socialista soviético plantearon una serie de interrogantes referidas al significado histórico de dicho régimen, a las causas y las consecuencias de su colapso. Del fracaso de la URSS se intentaron desprender conclusiones que establecen el fracaso del socialismo como alternativa de organización social, al mismo tiempo que se decreta el derrumbe de la teoría marxista como fundamentación epistemológica y como guía para la acción revolucionaria de los trabajadores. De acuerdo a esta interpretación, viviríamos la época de la consolidación definitiva del capitalismo mundial, el fin de la historia, de acuerdo a la conocida tesis de Francis Fukuyama20.

Pero el fracaso del régimen ruso no debe ser visto como el fracaso del socialismo como utopía libertaria que ha inspirado la acción revolucionaria de los grupos sociales oprimidos por el capitalismo en el mundo entero. El socialismo soviético debe ser analizado en su historicidad, como una experiencia particular que reflejó considerables deformaciones con respecto al planteamiento original de los teóricos socialistas (como hemos expuesto en las páginas anteriores).

Decir que el fracaso de la URSS es la negación de cualquier otra posibilidad de transformación social que busque superar el capitalismo y construir una sociedad que establezca la igualdad real entre los seres humanos es una posición ahistórica, que no considera las particularidades de los procesos histórico-sociales.

El fracaso de un experimento práctico no significa el fracaso de la teoría que lo ha sustentado; más aún cuando dicho experimento no se ha ceñido en términos generales a dicha teoría, y por el contrario desarrolló elementos abiertamente contradictorios con los principios teóricos fundamentales del marxismo.

Ante el proceso histórico, la Unión Soviética constituye una experiencia socialista particular y limitada, que derivó en la antítesis de lo que debería considerarse como una sociedad socialista, y que por tanto no debe ser tomada como punto de referencia al momento de establecer la viabilidad histórica del socialismo como propuesta de organización social para la humanidad. Sin embargo, la experiencia del poder de los soviets en 1917 constituye una referencia fundamental para las luchas revolucionarias de todos los pueblos del mundo, así como también lo es la resistencia que los soviéticos presentaron ante la invasión nazi durante la segunda guerra, y el papel principal del ejército ruso en la derrota del proyecto imperial hitleriano.

A más de una década de la caída de la URSS (ocurrida en 1992), el camino recorrido por el capitalismo occidental no ha hecho más que ratificar la vigencia de las ideas socialistas. Particularmente, a partir de septiembre de 2001 y la declaración por Estados Unidos y sus aliados de la llamada guerra contra el terrorismo, el mundo ha entrado en una etapa de agresiones imperialistas semejantes a las vividas antes de la segunda guerra mundial. La permanencia de las desigualdades sociales, de las disparidades en el crecimiento económico de los países, y el aumento exponencial de esas desigualdades tanto en los países industrializados como en el llamado tercer mundo, son la prueba más contundente de que el fin de la historia que anunciara Fukuyama está todavía muy lejos21.

El surgimiento en los últimos años de los movimientos antiglobalización, reflejan en cierta forma el resurgimiento de un movimiento social de protesta contra el capitalismo mundial, que incluso llegan a realizar grandes eventos internacionales como el Foro Social Mundial y «contracumbres» en las distintas ciudades donde se reúnen las instituciones rectoras del orden mundial. Estos movimientos se caracterizan por su diversidad, en claro contraste con el monolitismo propio de los soviéticos, y reflejando probablemente que se ha asimilado la experiencia errónea de las vanguardias autoproclamadas. En todo caso, son movimientos en pleno desarrollo, y cuya historia aún está por escribirse.

5)ACTUALIDAD DE LA PROPUESTA MARXISTA.

El socialismo no es en modo alguno un modelo político más. El socialismo desarrollado a partir de las ideas de Carlos Marx implica una toma de partido con relación al sistema capitalista, y a la lucha de clases que en él se genera. El socialismo implica luchar por la superación de las relaciones de explotación implícitas en el control que la burguesía internacional mantiene sobre los medios de producción, sobre el capital y la tecnología en todo el mundo. El socialismo significa alcanzar la mayor democracia posible, la democracia de las grandes mayorías hoy oprimidas por el capitalismo. El socialismo es el poder del pueblo, como herramienta de lucha para su liberación. Muchas de las ideas de Marx sobre el socialismo están implícitas en las propuestas actuales de la democracia participativa y en el modelo de la economía social.

El socialismo marxista va más allá de las tesis keynesianas y socialdemócratas que se limitan a reconocer las desigualdades generadas por el capitalismo y a proponer que el Estado burgués actúe como redistribuidor de la riqueza. Ese camino lo recorrió la burguesía internacional a lo largo del siglo XX, y no pudo resolver lo fundamental de dichas desigualdades. El modelo neoliberal implantado en las últimas décadas del siglo XX, terminó de enterrar cualquier esperanza de que el capitalismo tuviera una alternativa reformista para el bienestar de los pueblos.

En el contexto actual de la globalización unipolar hegemonizada por los Estados Unidos, la propuesta socialista implica cuestionar el orden internacional y sus centros de poder (el G-7, las grandes multinacionales y los organismos multilaterales). Implica proponer un nuevo orden internacional basado en el respeto a la autodeterminación de las naciones. Implica superar el modelo económico basado en el afán de lucro, y construir una economía social, solidaria, basada en la cooperación de los trabajadores a nivel mundial. Implica construir bloques de países y de fuerzas sociales que enfrenten conjuntamente al centro de poder imperialista.

6) EL SOCIALISMO DEBE HACERSE ESPECÍFICO EN AMERICA LATINA:

«Profesamos abiertamente el concepto de que nos toca crear el Socialismo Indoamericano, de que nada es tan absurdo como copiar literalmente formulas europeas, de que nuestra praxis debe corresponder a la realidad que tenemos delante … No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América ni calco ni copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al Socialismo Indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva». José Carlos Mariátegui.

En América Latina han surgido significativos aportes a la propuesta socialista. El peruano José Carlos Mariátegui introdujo la tesis de que el socialismo en Latinoamérica tenía que integrarse a las realidades de nuestros pueblos indígenas. Al mismo tiempo, consideró la incorporación de los campesinos como fuerza revolucionaria fundamental, junto a la clase obrera (Mariátegui, 1982: 165). El socialismo indoamericano de Mariátegui revive en el siglo XXI con las rebeliones indígenas de Bolivia, Ecuador, Perú y México.

La Teoría de la Dependencia, formulada por varios teóricos latinoamericanos en los años 60, permitió explicar desde el punto de vista marxista que el proceso de desarrollo económico del capitalismo mundial era el causante de nuestro subdesarrollo. Por tanto, superar la dependencia y el subdesarrollo económico implica que nuestros países rompan con los lazos de dominación que desde hace siglos mantiene sobre nosotros el centro de poder del capitalismo mundial. La riqueza de los países industrializados fue explicada gracias a la pobreza de los países dependientes. Las desigualdades en el mundo globalizado no son causadas por la mayor o menor capacidad de cada nación para desarrollarse. Las desigualdades entre los países han sido provocadas históricamente por los mecanismos de dominación que los imperios coloniales primero, y las potencias imperialistas después, impusieron por todo el mundo (Bagú, 1982)22.

Ernesto Ché Guevara introdujo la perspectiva de una lucha continental contra el imperialismo yanqui. El Ché consideró que no era posible derrotar al imperio en un solo país. Que el proyecto de revolución popular debía tener un carácter latinoamericano. Por ello se trasladó al centro de Suramérica, a Bolivia, con el fin de iniciar desde allí una lucha continental de liberación. De igual forma, el Ché enfatizó en la necesidad de superar las relaciones económicas capitalistas como garantía para la construcción de un verdadero socialismo (Guevara, 1968: 361).

América Latina reúne un gran legado de luchas populares revolucionarias, en la que destaca la Guerra de Independencia liderada por Simón Bolívar. Es toda una corriente histórico-social de resistencia y lucha que nos define un camino a seguir, fundado en el nacionalismo y el antiimperialismo del cual Bolívar fue el precursor (Pividal, 1983).

José Martí enfatizó en el fundamento mestizo de nuestra cultura latinoamericana, en la especificidad de nuestro continente, en la necesidad de construir nuestros propios principios de organización social (Martí, 1979).

El Socialismo del siglo XXI debe considerar también a los nuevos movimientos sociales que han surgido en el mundo globalizado. Los llamados movimientos antiglobalización implican una diversidad de manifestaciones sociales y culturales que juegan papeles importantes en las luchas de los pueblos. Los movimientos ecologistas, los movimientos indígenas, los movimientos feministas, los movimientos de desempleados (como los piqueteros), son nuevas manifestaciones de la lucha social que se agregan a los tradicionales movimientos obreros y campesinos. En este sentido, la clase obrera ya no puede jugar el papel de dirigente exclusivo del proceso revolucionario, pues la sociedad capitalista se ha hecho mucho más compleja y diversa.

CONCLUSIONES.

El socialismo bolivariano no puede ser jamás una imitación de las fracasadas experiencias del «socialismo real». En ese sentido, la revolución cubana, construida sobre buena parte de los errores cometidos por los soviéticos, debe más bien aprender de la experiencia venezolana, aunque sin negar los valiosos aportes que pueda estar haciendo y pueda continuar en el futuro.

La discusión teórica debe vincularse permanente y simultáneamente a la práctica social. No se debe buscar un nuevo cuerpo teórico, un nuevo dogma especificado en principios y leyes. La teoría debe concebirse como un proceso que se modifica en el desarrollo de la práctica revolucionaria de los pueblos que luchan.

El objetivo del Socialismo es alcanzar una sociedad que se fundamente en la cooperación solidaria entre personas libres e iguales. Debatir sobre el socialismo es debatir sobre las necesidades del pueblo venezolano. El desarrollo inmediato y futuro de la revolución bolivariana depende de las conclusiones a las que se llegue en este debate. Dicho debate está dificultado por una dirigencia burocrática que en su mayoría adolece de conocimientos teóricos y que no desea abrir espacios de participación.

Los colectivos populares organizados a lo largo del país, los movimientos obreros, de estudiantes, de campesinos, las cooperativas, comités de tierra y de salud, las organizaciones populares en general, deben asumir este debate, y exigir a sus dirigentes que definan su perspectiva sobre el socialismo. La nueva sociedad a construir tiene que ser delineada por el pueblo, combinando la reflexión teórica con la praxis revolucionaria.

El Socialismo que nazca en Venezuela sólo puede ser posible si es producto de un esfuerzo colectivo. El Socialismo del siglo XXI no puede depender de un partido o de un grupo de partidos en particular, ni de dirigencias mesiánicas que supriman la verdadera participación protagónica del pueblo. La Venezuela Socialista debe ser construida con la participación de todos. El verdadero ejercicio de la democracia será el mejor antídoto para evitar que aquí se reproduzcan los errores y los vicios que hicieron colapsar los anteriores procesos revolucionarios a nivel mundial.

Finalmente exponemos, a manera de resumen, algunos elementos a considerar en una nueva propuesta socialista:

1)Cualquier propuesta socialista actual debe partir de la crítica profunda a la experiencia del fracasado socialismo soviético. Sólo aportando explicaciones coherentes de este proceso, permitirán la solidez necesaria para el replanteamiento de la lucha por el socialismo en el mundo. 2)La democracia protagónica, la economía organizada con criterios cooperativistas, el federalismo como estructura política, el combate a la burocracia, la desaparición de las fuerzas militares profesionales, el derecho de las naciones a la autodeterminación, en resumen, el poder del pueblo construido de abajo hacia arriba, son ideas originales de los fundadores del socialismo que deben ser reivindicadas a la hora de replantear un nuevo proyecto alternativo al capitalismo23. 3)Una nueva propuesta socialista debe hacerse específica a América Latina, recuperando los aportes de Simón Bolívar, José Martí, José Carlos Mariátegui, Ernesto «Ché» Guevara y tantos otros insignes luchadores por la liberación de nuestros pueblos.

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