La lucha por defender el planeta, y por tanto la vida, se extiende en todos los continentes. Sea en países empobrecidos o enriquecidos, la resistencia y la construcción de alternativas florecen en todas partes. La sociedad civil se organiza y se rebela para enfrentar tanta destrucción ambiental provocada, sobre todo, por los múltiples extractivismos, que […]
La lucha por defender el planeta, y por tanto la vida, se extiende en todos los continentes. Sea en países empobrecidos o enriquecidos, la resistencia y la construcción de alternativas florecen en todas partes. La sociedad civil se organiza y se rebela para enfrentar tanta destrucción ambiental provocada, sobre todo, por los múltiples extractivismos, que vienen acompañados de un creciente empobrecimiento social de las regiones expoliadas. Todo en medio de una carrera enloquecida tras los pasos de un fantasma y de su sombra: el progreso y el desarrollo, respectivamente.
Esa brutal carrera, en donde el ideal de «progreso» encubre la búsqueda sin fin de lucro y poder en las sociedades modernas capitalistas, realmente pone en peligro a la vida. Por ejemplo, es sabido que si se extrae la totalidad de combustibles fósiles se provocaría una hecatombe ambiental, como indica la Agencia Internacional de Energía. Sabemos también que se debe reducir entre el 70 y el 95% de las emisiones de CO2, como señala el Panel Intergubernamental de Cambio Climático. Pero esos mensajes parecen caer en saco roto…
Entre los extractivismos más voraces está la minería, la cual desmonta bosques y suelo cultivable, contamina agua y aire, y hasta expulsa a las personas de sus hogares y destruye pueblos, tal como sucede en todas las zonas mineras de Alemania, Colombia, Congo o de cualquier otro rincón del globo. Clima, comunidades, cultura y Naturaleza son sacrificadas para financiar el bienestar de la gente, reza el discurso dominante. Se sacrifica vida en nombre de la vida, y en realidad ese sacrificio alimenta a estructuras de poder y dominación. Las consecuencias de semejante (i)lógica recaen sobre los propios seres humanos, tanto sobre quienes viven en las regiones sacrificadas o en sus alrededores, como aun en otras partes lejanas. Basta notar la crisis climática -de escala global- provocada por tanta destrucción.
Cuando se reúna en Bonn la conferencia de las Naciones Unidas sobre cambio climático 2017, en noviembre próximo, el mundo volverá a discutir estas cuestiones. Será una oportunidad para profundizar la discusión y seguir politizando el tema. Esto último es urgente pues, parafraseando a Bertolt Brecht, el peor analfabeto es el analfabeto político: aquel que no oye, no habla, ni participa en los acontecimientos políticos, aquel que no sabe que los graves y crecientes desórdenes ambientales dependen de las decisiones políticas; ese imbécil que se enorgullece e hincha el pecho diciendo que odia la política. A tales analfabetos cabe agregar a otros imbéciles que -actualizando la cita de Brecht- consideran el cambio climático como «un cuento chino» y no saben (¿o sí saben?) que su «ignorancia» nutre las enormes utilidades de grandes empresas nacionales y transnacionales, cuyo galope apocalíptico deja una grave destrucción ambiental.
La propia realización de la Cumbre en Bonn constata que la situación ambiental y la pobreza en algunos estados es insostenible, al punto que esta reunión no se podría llevar a cabo en el territorio del Estado que la presidirá: me refiero a las islas Fidji, uno de esos estados insulares del Pacífico, con «limitación en sus capacidades técnicas, sus recursos humanos y financieros» (como reza el discurso diplomático de Naciones Unidas): un país en peligro de desaparecer tragado por el océano. Solo este hecho ya debería provocar reflexión y acción, reiterando que semejantes fenómenos ambientales -propios del capitaloceno– exacerban los conflictos sociales, económicos y políticos, presionando cada vez más migraciones forzadas.
Igualmente, cuando se reúnan en la antigua capital de la República Federal de Alemania los representantes de todos los países del mundo para discutir estas cuestiones, se constatará que los países presentados como «ejemplo» internacional -he ahí al propio anfitrión- son grandes causantes de los problemas ambientales globales. Los países ricos son los mayores demandantes de materias primas extraídas con altos costos socioambientales en diversas esquinas del globo.
Un ejemplo de la responsabilidad de tales países en el daño ambiental es su incapacidad de poner fin a la extracción del carbón, tal como demanda la ciudadanía alemana organizada en la campaña «Ende Gelände». Dicha campaña lucha contra la expansión minera en la Renania -la mayor productora europea de carbón de lignito- desde hace ya varios años y es un potente ejemplo a seguir.
Pero Bonn -esa pequeña ciudad en donde nació Heinrich Böll hace cien años y 60 años después mi primer hijo- también alojará esperanza. En el Landesmuseum, los días 7 y 8 de noviembre se reunirán representantes de la sociedad civil del planeta para transitar otros caminos que enfrenten los problemas ambientales desde sus raíces. Caminos que, desde la ética, sensibilicen a la Humanidad para que asuma definitivamente su futuro y reconozca que ya no puede confiar más en sus gobernantes (meros ejecutores del sacrificio que alimenta al capital); más aún en momentos en los que grupos neofascistas y negacionistas comienzan a emerger con fuerza en el planeta.
Tales caminos buscan conformar un sistema internacional que sancione tantos crímenes en contra de la Madre Tierra y sus defensores, y que ya empezó a germinar hace un par de años con la creación del Tribunal Internacional de los Derechos de la Naturaleza. Un Tribunal que ya ha sesionado en Perú, Australia, EEUU, Ecuador, Francia. En esta ocasión se discutirá la minería en Alemania y el riesgo en el que se encuentra la Amazonía por el extractivismo, también las falsas soluciones energéticas al cambio climático (como la nuclear, el fracking y la consolidación de la actividad petrolera) en todo el mundo, la carretera en el TIPNIS en Bolivia, la escases de agua para comunidades y ecosistemas en España por el abuso de las industrias, las implicaciones nefastas del libre comercio sobre la Naturaleza, la estafa del tan promocionado sistema REDD (Programa de las Naciones Unidas para la Reducción de Emisiones causadas por la Deforestación y la Degradación de los Bosques), así como las violaciones a los Derechos Humanos de los defensores de la Naturaleza en los EEUU, en Rusia, en la Guyana francesa y en otras latitudes.
En síntesis, mientras unos sacrifican vida para alimentar al poder, la resistencia sigue. He ahí la iniciativa «Ende Gelände» en Alemania, los Yasunidos en Ecuador o la resistencia en Standing Rock en los Estados Unidos, que apenas nos sirven de ejemplos de un rebelión mundial, en la que se destacan las acciones de los pueblos indígenas en la Amazonía, en los Andes o en la India, las comunidades negras en muchas partes, como en el delta del Níger.
Frente a la gran máquina capitalista y su falsa democracia está surgiendo una gran ola de desobediencia civil mundial que demanda una justicia política, económica, de género, étnica, climática, etc., en síntesis, una justicia total. Todas las aristas de esa justicia total son rostros de una misma lucha para construir democráticamente sociedades democráticas.
El autor es economista ecuatoriano, ex-presidente de la Asamblea Constituyente y ex-candidato a la Presidencia de la República del Ecuador.
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